Cuando Walter Jeremy Rathbone modeló e impulsó a Roy T.
Thomas hacia los umbrales de la fama, no lo hizo por un elemental cariño por los
animales sino por pura desesperación.
La crisis del 30 había caído sobre la familia Rathbone como una furiosa tormenta de nieve y su padre, Estabel, perdió de la noche a la mañana todas las esperanzas de enriquecerse. Estabel había sido siempre pobre como una rata pero alentaba día a día, con tenacidad de inmigrante, el americano sueño de alcanzar fortuna. La aciaga mañana del 14 de octubre de 1934, el padre de Walter se despertó con la infausta nueva de que las dos acciones de la United Westinghouse que habla comprado valían menos que una cucharada de cocoa y que sus ambiciones de prosperar entre la sórdida sociedad de Plymouth se habían esfumado como humo aventado en la borrasca. Para colmo, Walter perdió aquella misma tarde el abono para viajar en ómnibus, con lo que el mandoble del Destino sobre la familia se tornó devastador. Con la vista vacía, fijos susojos sobre la celeste pantalla del televisor, Walter J. Rothbone comprendió que debía aguzar su ingenio si no quería que el y su padre terminaran sus días en un asilo.
La crisis del 30 había caído sobre la familia Rathbone como una furiosa tormenta de nieve y su padre, Estabel, perdió de la noche a la mañana todas las esperanzas de enriquecerse. Estabel había sido siempre pobre como una rata pero alentaba día a día, con tenacidad de inmigrante, el americano sueño de alcanzar fortuna. La aciaga mañana del 14 de octubre de 1934, el padre de Walter se despertó con la infausta nueva de que las dos acciones de la United Westinghouse que habla comprado valían menos que una cucharada de cocoa y que sus ambiciones de prosperar entre la sórdida sociedad de Plymouth se habían esfumado como humo aventado en la borrasca. Para colmo, Walter perdió aquella misma tarde el abono para viajar en ómnibus, con lo que el mandoble del Destino sobre la familia se tornó devastador. Con la vista vacía, fijos susojos sobre la celeste pantalla del televisor, Walter J. Rothbone comprendió que debía aguzar su ingenio si no quería que el y su padre terminaran sus días en un asilo.
Y fue allí, en aquel momento de zozobra y desasosiego, en
tanto sostenía lánguidamente en su mano derecha una botella de cerveza tibia, cuando
su embotado cerebro detectó la idea que estaba buscando. La respuesta estaba
allí, enfrente suyo, a dos metros tan sólo, en la pequeña pantalla que
impregnaba de tintes azulinos el comedor de la humilde casa. Era obvio que algo
faltaba en el mágico recuadro. Prestó atención.
Estaban poniendo una nueva entrega de uno de sus personajes favoritos,
Rin Tin Tin, pero ni siquiera la magia de la TV podía engañar a aquel espectador
aventajado.
Rin Tin Tin ya no era el mismo, comprobó Walter, echándose
hacia adelante en el desventrado sillón. Su pelo, de común sedoso y esponjado,
lucía ahora quebradizo y ralo y ni siquiera lo monocromo de la televisión de
aquellos años podía ocultar la enfermiza palidez de su paladar. La mirada del
perro, otrora viva y exultante, era ahora una mirada errática, vaga, con
dificultad para posarse en los objetos móviles. Con aflicción, porque amaba a
aquel animal, Rothbone se hincó de rodillas casi con su nariz pegada a la
pantalla para estudiar al astro. Hasta el ladrido, aquel ladrido enérgico,
sano, resonante, que procuraban imitar todos los niños de Plymouth cuando
jugaban en la calle, ya no era el mismo. Poco había quedado de ese ladrido de
modulación cantora que, grabado en una placa de la Voice Record Corporation en
abril de 1928, vendiera más copias que "Navidad Blanca" por Bing
Crosby para la misma época. Y algo convenció a Walter de que se hallaba ante el
ocaso del perro maravilloso: las escenas de acción eran interpretadas por un
doble. Para quien, como Walter, algo conocía del mundo de la televisión, noera
difícil percatarse de la triquiñuela ya que el perro que suplantaba a Rin Tin
Tin cuando éste debía trepar a un tejado, caer por una barranca osoportar que
un alud de rocas cayera sobre sus dorsales, era un chihuahua de pelaje oscuro,
sin duda originario de México. Por más esfuerzos que hacía el pequeño animal
por remedar los movimientos mayestáticos del astro, se notaban su falta de
entrenamiento y escuela. "Mexicanos", musitó Walter, condolido quizás
por aquellos sufridos extras que llegaban a Hollywood atravesando la frontera
por las noches, ocultos en camiones llenos de estiércol, disimulados entre
arreglos ornamentales de cactus, y que luego morían como moscas por cinco
dólares o un plato de frijoles, a manos de los directores de producción de la
industria.
Aquella noche Rathbone no pudo conciliar el sueño. Se la
pasó caminando de un lado al otro del pequeño living de su casa, la misma cerveza
tibia entre las manos, hasta que el balazo con que su padre puso fin a su
desengaño trizó la calma de la noche como un ramalazo de impotencia.
Walter, él lo sabía, había tenido siempre una particular
relación con los animales. De niño podía torcer el curso de una columna de
hormigas con el único imperativo de su silbido. Había conseguido el milagro, ya
adolescente, de enseñarle a repetir la palabra "Quaker" a un canario,
aunque éste se negaba luego a demostrar tal suerte, aduciendo que el esfuerzo
le afectaba la garganta. Y hasta había conseguido que una tortuga, Ileana, le
trajera los zapatos cuando él se lo solicitaba, siempre y cuando lo hiciera de
buenas maneras. Walter se había desilusionado un tanto cuando Ileana demoraba
una eternidad para traerle el calzado y en muchas ocasiones aparecía con zapatos que pertenecían a los vecinos, lo
que le ocasionó innumerables peleas y contratiempos.
Eso y la fulgurante patada que le aplicó un mulo cenizo a quien procuró
enseñarle que se subiera a una tapia, lo
alejaron del adiestramiento de las bestias domésticas.
Convencido sin embargo de que aquélla era una de las pocas
habilidades de las que podía ufanarse a lo largo de una vida que no le había sido
pródiga en satisfacciones, Rathbone comenzó misteriosamente a atisbar por
calles avenidas y callejones. El destino, por fin, lo premió un 18 de mayo de
1934, ya cuando el otoño oscurecía el atardecer junto a las arremolinadas aguas
del Delaware. Entre una jauría de perros que cruzó la avenida Tremont con
escaso cuidado y comportamiento ruidoso, Rathbone creyó descubrir su objetivo.
Se trataba de un pincher pequeño, tal vez
más pequeño que lo que ambicionaba Walter, pero de buenos cuartos traseros y
cabeza noble Y una lengua carnosa y larguísima que colgaba, algo procaz, sobre
los belfos húmedos. El animal se entreveraba con los demás, excitados todos
ostensiblemente por la presencia de una perra. La conducta del animal estudiado
por Walter era, si no vergonzosa, equívoca.
Una hora después, cuando la noche era un piélago negro que
apretaba a Plymouth como una tenaza, Rathbone, entre puntapiés y manotazos audaces,
pudo desprender al animal de la jauría. Llegó a su apartamento con el pincher
en brazos, destrozadas sus ropas por las dentelladas de los descontrolados
animales, manchados sus pantalones y solapas por humedades pestilentes... pero
feliz por la conquista.
De allí en más fue ímprobo el trabajo para dotar al pincher
de un bagaje mínimo de conocimientos para que pudiera enfrentar con éxito elimpertinente
ojo de una cámara de televisión. En más de una oportunidad Rathbone cayó en el
desaliento cuando el animal onfundía sus
órdenes de sentarse, hacerse el muerto, saltar sobre una mesa, fingir
desinterés, cojear con tres de sus patas o encrespar el pelo hasta parecer una
cotorra. Pensó seriamente en matarlo una tarde en que lo iniciaba en la
vocalización, cuando llegó a sus oídos, desde la magnética y monocorde voz de
un locutor de radio una noticia que lo dejó helado: Rin Tin Tin había sido
encontrado muerto en su casilla de madera de Beverly Hills. La noticia no era
muy clara, pues dentro de la calilla había sido encontrado también un mapache,
desvanecido, el agua en su plato con iniciales no había sido tocada y un hueso
de goma que conservaba el astro desde pequeño había desaparecido y sería
hallado días después al pie del monumento a Abraham Lincoln, en Boston. La
novedad, aunque cruel, retempló a Rathbone.
Durante dos años más pulió al pincher, consumiendo con
morosidad de esclavo los pocos ahorros que había reunido durante años trabajando
de lavacopas en una fábrica de cristales. Finalmente, un 13 de octubre de 1935,
el "Día de San Ignacio Inmisericorde" para la congregación beata de
Halifax, presentó a su perro, con el nombre artístico de Roy T. Thomas, a Frank
Mojardo, director general de los estudios Mountain & Little Mountain.
Cualquier iniciado en las lides cinematográficas se habría percatado de que las
iniciales del pupilo de Rathbone eran las mismas que las del recordado Rin Tin
Tin, a título de simbólico homenaje, pero Mojardo no reparó en el detalle. Su
cabeza era una simple y fría máquina de calcular y consideró que Roy T. Thomas
podía hacer sus primeras armas en la televisión, como animal de reparto. No era
esto lo que ambicionaba Rathbone, pero su olfato de descubridor de estrellas le
dijo que aquél no era un mal comienzo. Con Roy metido en el aceitado engranaje
de la Mountain & Little Mountain, sólo habría que tomarse tiempo para que
el gran público lo descubriera.
Y pronto tuvo oportunidad la audiencia de conocerlo. Fue
cuando Roy, haciendo equilibrio sobre sus dos patas traseras, alcanzó un plato
lleno de naipes a Randy, el ilusionista, en el "Show de
Merly", una tarde como tantas del año 1935. Nadie pareció reparar en él,
salvo Rod M. Boettich, crítico del "Magician Affairs", quien le
destinó un par de líneas, advirtiendo que el paso de Roy había lucido más firme
y elegante que el mismísimo caminar de la orgullosa Merly. Bien sabía Rathbone
que aquel estiletazo no estaba destinado a exaltar la labor de su pupilo sino a
defenestrar a Merly Leominster, pero la mordaz ironía de Boettich acercaba,
ciertamente, agua para su molino. Fue un golpe de suerte. La Leominster no
soportó e agravio y en el show siguiente respondió airadamente al crítico
tratándolo de homosexual de izquierda, lo que era cierto y aceptado, incluso
por el Politburó. Cuando, en la posterior entrega de "Magician
Affairs", Boettich volvió a abofetear a Merly con lo mismo, Rathbone y Roy
ya habían sido despedidos del show.
Pero la semilla estaba echada y toda la farándula de
Hollywood comentaba el asunto. Al poco tiempo, Custer W. Benetton, el zar de
las películas de acción, llamó a Rathbone para salir a cenar junto con su
perro. Fue una prueba de fuego, pero Roy se comportó como un caballero enla
elegante mesa de "La Cote Basque", donde se suscribió el contrato de
su próximo trabajo. El dinero no era mucho, pero compensaba, en parte, los
gastos de Rathbone y ponía al pincher compartiendo el cartel con John Wayne,
Robert Preston y una joven inquietante que surgía, Teresa Farnum, quien con el
tiempo terminaría su carrera triunfal siendo la secretaria de Zero Mostel.
La película "Caravana de carretas" no fue un éxito
para la crítica, pero obtuvo gran suceso en el público, cosa habitual en los
productos de Benetton, considerado por los popes del espectáculo como "El
buitre sangriento del celuloide". El casting registró a Roy T. Thomas como
"Perro II". Aquello no conformaba a Rathbone, pero su experiencia en
el medio le dijo que estaba en buen camino y su olfato percibía, como el de un tiburón
hambriento, que el vil dinero grande navegaba cercano. Roy compartió luego el
reparto de "Montañas de repugnancia" con Lee Samella, donde hacía de
lobo; "Hurgando en las narices", comedia con Sally Véneto, donde
interpretaba a un gato, y otro par de películas menores de la MCA.
Luego, el trabajo se cortó. La Segunda Guerra Mundial
requería toda la hojalata posible para las escudillas que contenían la comida
de las tropas de ultramar y las clásicas "latas" de películas pasaron
a tener un costo inalcanzable para la industria.
Cuando ya Rathbone comenzaba a preocuparse apareció una
propuesta desde el teatro. Roy debía acompañar a Raoul Franciosa, el mismo de
"Fea horchata de la ira", en "El arenque", una obra
bastante hermética de Eneas Semegunda. Rathbone pensó mucho la propuesta.
Aquella obra, sin duda alguna, no tendría ninguna trascendencia, no alcanzaría
a juntar ni una docena de espectadores y moriría en el anonimato de alguna
sórdida sala de "off-Broadway" alimentada por el gusto pervertido de
un grupo de intelectuales.
Pero no había otra propuesta y el solo hecho de que
apareciera una noticia en las revistas especializadas anunciando que Roy
trabajaría secundando a Franciosa sería por demás prestigioso para el animal.
Si bien Rathbone moría por ver a su perro en el brillo incomparable de lasmarquesinas
de Hollywood, comprendió que el respeto que el mundo actoral profesaba por
Franciosa podría derramarse también, como un baño de oro, sobre el lomo de su
discípulo. Franciosa había sido considerado como el "mejor actor
dramático" del año 1942, cuando hiciera de paralítico autista que come
saltamontes en "Oscura deidad" y el mundo de la crítica hablaba de él
como "el seguro sucesor de Richard Dru".
Fue así como Roy T. Thomas accedió a las tablas,
interpretando el perro vagabundo que acompaña a Franciosa en "El
arenque", una lluviosa noche de estreno en marzo del 43.
Casi durante un año Walter R. Rathbone se cansó de visitar
productores, directores y compañías conocidas, buscando un trabajo digno para su
estrella, en tanto ésta perdía su tiempo en un sótano-concert para 15 butacas
en el Soho. Por fin Erwin Manifiesto, dueño de la Airline Fiesta y amigo
personal de Howard Hugues, quien había comprado por mera diversión la O'Mcaghan
Pictures, lo llamó por teléfono para informarle que había pensado en Roy para
el personaje central de su próximo éxito, "Foobie, the Dog". Rathbone
no podía creer lo que escuchaban sus oídos y una lluvia de almíbar, polvo de
estrellas y luces multicolores se abatió sobre él al escuchar la oferta. Por
fin su perro maravilloso tendría la verdadera y ansiada oportunidad en el
séptimo arte, la instancia que lo pondría en los umbrales de la fama definitiva
y, quizá, del preciado "Oscar".
Tomó el tren nocturno a Rockland, ebrio de euforia, hacia la
ignota sala teatral donde Roy despilfarraba su tiempo, y su esfuerzo, para informarle
que debía ponerse al frente de un elenco de 476 actores y 249 actrices. La
noche del 15 de octubre de 1945 será recordada siempre por Walter J. Rathbone
pues la respuesta de Roy puso en su corazón una carga de acíbar, contrariedad y
amargura, carga a la que muchos médicos atribuirían un año después la culpa de
lo que le ocurriera.
Roy fue franco y cortante con su entrenador. Le hizo saber
que había descubierto el verdadero teatro, que había percibido el maravilloso sabor
del contacto con el público y que, gracias a los consejos y al sabio diálogo con
Franciosa, había logrado desatar, dentro de sí, el "muñeco" actoral y
percecptivo del que tanto hablaba Stanislavsky en sus libros. Rathbone no lo
pudo creer. Gritó, insistió, rogó, lloró y hasta amenazó a Roy con llamar a la
perrera. Roy le dijo que "El arenque" ya bajaba de cartel, pero que
había comprometido con Franciosa su presencia para actuar la temporada entrante
en "Hedda Gabler" de Ibsen. Rathbone, esa misma noche, tomó el tren
de vuelta a Plymouth para informar a Manifiesto de la desconcertante decisión
de Roy.
De Roy T. Thomas no se supo más durante mucho tiempo. En
1965 reapareció su nombre, como actor de reparto, en "La balandra",
una obra experimental del escritor yugoslavo Voivodinic. Luego, su rostro se
pierde para siempre, sospechándose incluso que varió su nombre para no ser
detectado por la industria.
De Walter J. Rathbone se conoció un año después la infausta
nueva, en tipografía sagala condensada 8, en las páginas interiores de un diario
de Kingston.
"Foobie, the Dog" se filmó con éxito relativo en
el 44, y la negativa de Roy T.
Roberto Fontanarrosa.
Extraído del libro "El mayor de mis defectos". Ed. De La Flor 1990. Planeta 2012
No hay comentarios.: