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"La promesa" de Eduardo Sacheri.

Decime vos para qué cuernos te hice semejante promesa. Se ve que me agarraste con la defensa baja y te dije que sí sin pensarlo. Pero esta mañana, cuando me levanté, y tenía un nudo en la garganta, y una piedra que me subía y me bajaba desde la boca hasta las tripas, empecé como loco a buscar alguna excusa para hacerme el otario. Pero no me animé a fallarte, y a los muchachos los había casi obligado a combinar para hoy, así que no podía ser yo quien se borrara.

Thrash Metal.

El Negro Carpi era un jugadorazo, fue catalogado como el nuevo Messi cuando los directivos de la Massia lo vieron jugar.  Juan Carlos Carpi tenía una particularidad: así como Edgar Davis jugaba con un par de lentes o Petr Čech usaba un casco de rugby, el Negro jugaba con auriculares conectados a un diminuto MP3.  Tanto Davis como Čech jugaban con esos aditamentos por cuestiones de salud, pero  Carpi lo hacía por gusto, o tal vez por salud, según se lo mire. Cuando jugaba en las infantiles, su padre lo volvía loco desde las tribunas. Le gritaba todo tipo de cosas: a quien pasársela, como bajar, que hacer, que no hacer… Hasta que un día agobiado con la presión decidió dejar de jugar. Eso provocó un enojo tan grande en su padre  que estuvo sin dirigirle la palabra por un mes que fue lo que duro el “retiro” del Negrito Carpi. Diez años tenía el pobre nene. Un tanto duro el viejo, como tantos padres que presionan a sus hijos para que sean futbolistas. Pero el Negrito volvió, no por el padre, sino por Leonardo, su hermano. Fue quien lo convenció  y de paso encontró una solución para no escuchar más los gritos de su viejo, literalmente: jugar escuchando música. Pero no cualquier tipo de música, nada más y nada menos que Thrash, furioso y aplastante Thrash metal. “Cuando yo escucho pelear a los viejos, pongo metal al palo y chau problemas, no los escucho más”. Fue el consejo de Leonardo.

Perdido por perdido, se mandó a la cancha con el MP3 del hermano. El primer partido, el Negro Carpi se sintió medio raro. Una música extraña y ruidosa le taladraba los oídos y el balero. Gente enojada vociferando vaya a saber uno que cosa. Si el único disco que tenía era el de Radio Panda cuando se lo regalaron para su cumpleaños de cinco.  Pero entre tanto sonido sentía paz y tenía la libertad de jugar como quisiera sin escuchar las  quejas de su padre. Se comió varias cagadas a pedo del árbitro por no escuchar los silbatazos. También se perdió un par de gritos del entrenador, pero así y todo fue la figura de la cancha. Hizo dos goles, otras dos asistencias y se movía como pez en el agua. Se sacó los auriculares mientras sus compañeros lo abrazaban entre loas. Esa música si le gustaba. Su viejo vino a abrazarlo contento y le grito: “Viste nene, hoy me hiciste caso y te comiste la cancha”, mientras por detrás Leonardo con su camiseta de Megadeth sonreía y le guiñaba un ojo.

Los partidos se sucedieron, los años pasaron y el Negrito Carpi pasó de infantiles a novena, a octava y así hasta la cuarta y el momento de debutar… la seguía descosiendo mientras por los auriculares pasaban Metallica, Anthrax, Kreator, Slayer, Sodom, Destruction, Exodus… El Negrito dejó de ser Negrito y paso a ser el Negro se dejó el pelo largo y celebraba los goles mostrando siempre una remera negra con alguna banda. Disfrutaba tanto del Thrash como tirar gambetas. “Una buena jugada con gambeta y asistencia es como un buen solo de guitarra”, solía decir. Estaba todo listo para debutar en la primera de El Porvenir, cuando  llegaron los de la Massia.  Lo vieron en Youtube y como estaban de paso en el país aprovecharon para ir a verlo jugar en un partido de la cuarta contra Dock Sud. Al cabo de verlo jugar cinco minutos se lo quisieron llevar inmediatamente. La oferta fue irresistible: 600.000 euros, un laburo bien pago para el padre, casa para la familia. Como ya tenía pasaporte europeo, cerraron trato en tres segundos.  A él ni le preguntaron.

Llego y lo primero que le pidieron fue que se cortara el pelo. Lo hizo a regañadientes. En la pensión enseguida lo apodaron el “jebi” por obvias razones. Había pibes de todas las latitudes. Enseguida se hizo amigo de Jarkko, un finés tan metalero como el propio Negro. En los entrenamientos no tuvo ningún inconveniente en usar los auriculares, había tanta “extravagancia” como quien dice, que uno podía usar un zorongo de sombrero o atado al cuello y nadie diría nada.  Todo era normal. Con el correr de los meses al igual que en la Argentina: la siguió rompiendo y ya pintaba para debutar en el Barcelona B.

Y llegó el momento del tan ansiado debut. El Barça B  comenzaba el torneo de la División B y El Negro Carpi iba a arrancar de titular frente al Hércules. Todo marchaba bien hasta que el árbitro advirtió en la salida al campo de juego, los auriculares del joven argentino. De nada sirvieron los ruegos del Negro, ni los de Jarkko. El colegiado aducía que era antirreglamentario y que por los auriculares podía sacar ventaja deportiva. El partido para él no pudo ser peor para Carpi. Extrañó el machaque de Hetfield, extraño a Mustaine, a Hanneman y a Petrozza escupiendo su odio contra el sistema. Y otra vez sintió esos gritos, esos que si lo aturdían: “Pásala”, “Anda para allá”, “baja”, “Por ahí no”. Gritos, voces que no sabía si eran de sus compañeros, de su entrenador o de su padre… no pudo tocar una pelota en ese partido. Tampoco fue un partido, fue solo un tiempo porque el entrenador lo sacó ni bien termino el primero.

Ese fue el último partido del Negro Carpi, no volvió a jugar más profesionalmente. Se quedó en España a probar suerte. Lo último que supe de él es que fundó una banda con el hermano y que iban a abrir un festival importante, creo que el Wacken o algo así me dijo, la verdad que no tengo mucha idea porque ese tipo de música no me gusta mucho porque no te deja escuchar nada. 
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

"Bombero y vendido" de Osvaldo Soriano

Cuando se habla de mafiosos y coimeros, se los ve por la tele y se los escucha por la radio, recuerdo al más simpático y creativo que me tocó conocer. Era referí y se llamaba, pongamos, Francisco Gómez Williams, o se hacía llamar así para que fuera más difícil insultarlo desde la tribuna. Igual, sus amigos le decían Pancho y ahí el personaje empezaba a rimar y sufrir como todo el mundo. Era petiso y musculoso, con una gran nariz torcida y la sonrisa siempre bien puesta. Gran conversador, sobre todo dentro de la cancha. Pedía, si la memoria no me falla, mil pesos por cobrar un penal y dos o tres mil para anular un gol. Dependía de la importancia del partido y de la cara del cliente. Uno podía comprarle incluso algún córner, o un tiro libre a veinticinco metros del arco, si se le enviaba un buen emisario a los camarines. Digo buen emisario porque Williams se había ensartado tantas veces que ya estaba curado de espanto: inventaba el penal y después los dirigentes se lo anotaban en el agua, no le daban pagarés ni cheques posdatados. Fue por eso que hizo un acuerdo con la mafia de la gobernación y abrió una cuenta en Chile a nombre de un falso referí de allá.

Yo estaba bien

Horacio llegó como siempre a las 18.50 a lo del psicólogo Sergio Vaccario, saludó a la secretaria como de costumbre y acto seguido se sentó a esperar su turno. Hojeó impacientemente una revista “Caras” de tres años atrás.

Horacio de 45 años bien llevados, a simple vista no parecía tener muchos problemas encima. No necesariamente hay que tener muchos quilombos para acudir a un psicólogo. Él no los tenía. No tenía problemas de personalidad, tampoco de relaciones. Sin embargo se lo notaba apesadumbrado, como si algo reciente le hubiese hecho mucho daño. Ya hacía varios años que concurría a lo del licenciado Vaccario. Se lo había recomendado su mejor amigo y religiosamente iba todas las semanas.

Por fin se había abierto la puerta del consultorio, Vaccario asomo la cabeza.

—Rodríguez adelante por favor, póngase cómodo— dijo el psicólogo. Horacio entró arrastrando los pies pero bastante rápido, dando señales que estaba completamente abatido pero que quería recuperarse cuanto antes.

—No lo noto bien…

—No lo estoy —suspiro Horacio mientras se dejaba caer en el diván.

—Otra vez el fútbol ¿No?

Horacio asintió con la cabeza. 

—Bien —dijo el psicólogo mientras se cruzaba de piernas— hace un par de meses habíamos quedado que utilizaríamos otra manera de descargar tensiones. Nos había servido bastante ¿Recuerda? Se lo explico nuevamente, no se haga problema. El futbolero utiliza un partido de fútbol para descargar frustraciones de la vida cotidiana, como un cable a tierra. Al momento que el equipo gana, nos sentimos más relajados. Uno tiene una mejor semana, gana optimismo, se siente bien, etcétera. ¿Pero si se pierde? Ahí la descarga se invierte y créame que estamos complicados. Por eso le dije que se concentrará más en cuestiones cotidianas, todos las tenemos, hay que saber encontrarlas...

—Y lo hice —interrumpió seco Horacio.

—Cuénteme

—Yo estaba bien, se lo juro —dijo Horacio mientras se revolvía en el diván — estaba feliz, contento. Si, habíamos perdido un par de partidos antes, pero hice eso que me aconsejó. Me refugie en los míos. Además le cuento que Luquitas empezó esa semana el jardín ¡Que contento estaba con su bolsita, su delantal! Mi señora además fue ascendida en el trabajo. Bueno, la frustración la canalice por ahí y le juro licenciado que yo estaba bien, era feliz,  — las palabras de Horacio comenzaron a entrecortarse—, era feliz, estaba contento… pero  hijos de puta me arruinaron la semana, no la semana no, el semestre, que digo semestre, el año me cagaron estos hijos de mil millones de putas. ¡Estaba lo más bien! ¡La puta que los pario!

—Calmese,  Rodríguez —dijo el psicólogo abriendo todos los dedos de la mano izquierda, subiendo y bajándola lentamente— por lo que veo volvimos al punto de partida y eso que ya van dos años...

—Ya lo sé—dijo molesto Horacio— y le estoy pagando bastante bien si cree que estamos perdiendo el  tiempo...

—Usted me paga para que avancemos, pero por lo que veo... —interrumpió brusco el Vaccario.

—Por supuesto que sí —Horacio recobrando algo de  compostura— pero usted no entiende...

—Claro que entiendo perfectamente, no puede ser que un simple partido de fútbol le eclipse todo tipo de felicidad, mire que le mande a hacer ejercicios y todo...

—Usted no me entiende... está claro que no me entiende —dijo Horacio mientras movía negativamente la cabeza.

—Dígame que debo entender 

—Yo era un tipo feliz, perdíamos pero me importaba un carajo —Horacio iba poniéndose rojo del enojo—, pero llego ese puto día y me juré que no me iba a hacer mala sangre. Mire que los tenemos de hijos a estos chotos y venimos a perder. Era una fiesta, una verdadera fiesta. Color banderas ¡La cancha explotaba!

—Ajá…

—Estaba feliz, le digo sinceramente con todo ese ambiente le juro que jamás pensé que íbamos a perder ¡Pero la puta madre que lo pario! ¡Me cagaron el año estos putos!

—Estimado Rodríguez, dígame cuantos partidos perdió en el año…

—Seis perdimos, seis pero usted parece que no me entiende.

—Explíqueme bien a ver si entiendo, por favor —el tono del psicólogo adquiría cierta ironía.

—A ver, a mí no me importa perder con Boca, con River, con deportivo chota o con la puta madre que lo parió —dijo Horacio mientras su cara se deformaba en un gesto de bronca—  lo que  me jode realmente perder es el clásico ¡Un puto partido cada seis meses! No pido un campeonato, pido un partido.

Vaccario se levantó, fue hasta su escritorio, se apoyó en él y se cruzó de brazos.
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—Sígame contando por favor —respondió por fin.

— ¿Que quiere que le cuente? ¿Cómo nos rompieron el orto? ¿Quiere que le cuente como el forro de Manfrinotti  no marcó una mierda y que perdimos por su culpa?

Vaccario se quedó pensativo unos segundos, mientras se le iba dibujando una sonrisa en el rostro, como si hubiese descubierto la solución a los problemas del pobre Horacio.

—Me dijo que era el clásico ¿Verdad? ¿De qué cuadro es usted? —inquirió el profesional. 

—De Banfield…

—Le voy a explicar porque perdieron el clásico —dijo el psicólogo con una sonrisa entre maquiavélica mientras se acercaba a su paciente. 

—Dígame por favor —dijo Horacio como esperando oír una solución mágica, algo que lo aleje de ese sabor amargo.

— ¡Perdieron porque son pingüinos! Pechofrios es lo que son, amargos —le grito Vaccario casi al oído.

—Pero porque no te vas a la puta que pario villero —grito Horacio mientras se ponía de  pie— no tienen gente ni luz, estuviste en la C. ¡En la C!

—No tendremos luz pero te rompimos bien el culito —respondió el psicólogo haciendo el gesto universal del coito que consiste en juntar el índice y el pulgar de una mano para traspasarlo con el índice de la otra mano.

— ¿¡Pero que decís amargo!? Te tenemos de  hijo pingüino marroncito, nueve de ventaja del 5 a cero no te olvida más —Horacio estaba al borde del colapso mental.

—Váyase de acá yo no atiendo pingüinos, vaya a un veterinario hincha de bancien.

—Claro que me voy, villero de la C, puto —grito Horacio cerrando de un portazo violento la puerta del consultorio.

Vaccario se sentó en su escritorio, se quedó pensativo con una sonrisa algo melancólica. Escucho unos suaves golpecitos en la puerta mientras esta se abría.

— ¿Licenciado, que pasó que ese paciente se retiró a los gritos e insultando? —le pregunto la secretaria mientras entraba algo preocupada.

—Nada, le dije que era hincha de Lanús…

—Pero usted…

—Claro, yo soy de San Lorenzo

— ¿Entonces?

—Hay pacientes que no tienen cura y a veces es mejor deshacerse de ellos antes de que sea tarde. Ya que la tengo por acá, avísele por teléfono a la señora Gómez que puede venir a partir de las 19 horas como ella quería. 
T.Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

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"Fútbol a sol y a sombra" de Eduardo Galeano

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez.

Morir así

Rubén se acercó al bar, estiró el cogote a través del vidrio a ver si los muchachos estaban ahí. No había nadie. No habían ido al bar tampoco. Raro. Habían quedado en encontrarse ahí, como siempre. Siguió caminado y decidió rumbear para el local de Horacio, capaz que seguía ahí. Llegó hasta la puerta y un cartel le heló la sangre: “cerrado por duelo”. Rubén se quedó por unos segundos mirando el cartel y negando con la cabeza.  “¿Le habrá pasado algo a alguno de los muchachos? ¿Por qué no me avisaron?”, comenzó a preguntarse. “Me voy hasta el taller de Roberto”, dijo y rajó sin más miramientos. Al llegar al viejo tallercito, se topó con un cartel del mismo tenor: “Cerrado por duelo, vuelvo mañana. Roberto”. La cosa era grave. Pero si les hubiese pasado algo a los muchachos, ya le habrían avisado a él o a Olga, su mujer, porque las malas noticias en el barrio volaban.

Siguió caminando sin rumbo fijo, hasta que en la esquina logró reconocer el auto del Rolo. Corrió con todo hasta la esquina, justo en la esquina de la casa de velatorios. Cuando llegó ahí vio que adentro estaba lleno de gente. Entró corriendo. Se fijó en una de las salas y no había ningún conocido. Hasta que entró a la última sala y vio a sus amigos muy tristes y con lágrimas en los ojos. Decidió acercarse sin hablar.

—Pobrecito, mirá que morir así,  loco —comentó el Gordo.

—La cancha es un peligro, me lo dice mi señora todo el tiempo, y tiene razón, mirá —se enojaba Enrique.

—Pobrecito Rubén. Morir así —se despachó el Rolo. Rubén se sobresaltó, ellos no conocían a ningún otro hombre llamado así. Ni conocidos, ni conocidos de otros conocidos. Entonces decidió acercarse al cajón. Para su sorpresa estaba cerrado.  Volvió a acercarse a los muchachos.

— ¿Quién es este Rubén que murió? ¿Lo conocíamos? —pregunto Rubén. Nadie le respondió. Todos seguían mirando al piso.

—Muchachos, denme bola, les pregunte algo… —insistió. Nadie lo registraba.

—Pero la puta madre que los parió, díganme algo —grito Rubén al borde de la desesperación.

—Pobre Rubén, morir así… —dijo Horacio mirando el piso.

—Si esto es una joda es de muy mal gusto —Se enojó Rubén, pero nadie lo escucho.

—Pobre la señora, descompensada e internada.

—Pobre Olga, che…

—Decí que estamos nosotros para hacerle todos los papeles y hacernos cargo del pobre… —Enrique no terminó la frase, la emoción lo embargó.

Rubén se dio cuenta de que estaba muerto. Que era él por quién estaban llorando. Lo corroboró cuando vio su nombre en un costado de la sala. A pesar de saberse muerto, sentía que el pecho se le salía, sentía un sudor frio, y una sensación extraña.

—Mira que morir aplastado en el gol che, justo en el gol —comentó el Gordo.

Rubén empezó a sentir como si algo le rompiese las costillas, escuchaba un ruido seco como el crujido de las ramas al romperse .

—Encima empezaron a saltar arriba suyo… no lo puedo creer.

Inmediatamente Rubén cayó al suelo con las piernas partidas, sentía un dolor inmenso. A pesar de que aullaba de dolor, nadie lo oía porque estaba muerto.

—Y después lo peor, cuando le aplastaron la cabeza contra los escalones —dijo el gordo agarrándose la boca.

En ese momento a Rubén se le puso todo negro, sintió como un ruido ensordecedor y quedo como en penumbras sin poderse mover.

—Justo cuando salíamos campeones viejo, justo en el gol del campeonato, justo… —dijo resignadamente Horacio.

Rubén escuchó eso y después ya no escucho más nada. Ni la voz de sus amigos, ni sintió dolor, ni nada. Ahí quedo.
***

Rubén se despertó sobresaltado y agitado. Transpiraba a baldes y le temblaba todo el cuerpo.

—Viejo, viejo ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?— inquirió Olga asustada, del otro lado de la cama mientras se sentaba.

—No sabés vieja, tuve un sueño muy extraño… salíamos campeones.

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor



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"Apuntes del fútbol en Flores" de Alejandro Dolina.

En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios.
Allí reconocemos la fuerza, la velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del que cincha sin renuncios. La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia, la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.

Un balón de oro de acá

Otra vez había terminado el partido de los miércoles. El equipo de troncos del cual forme parte había perdido por la módica suma de 17 a 8. Lo más cercano a alcanzarlos en el resultado fue cuando estábamos perdiendo uno a cero. Porque nosotros teníamos es particularidad de armar equipos desparejos. No porque fuéramos boludos, sino que era por orden de llegada y muchas veces nosotros los rústicos nos tómanos un partido cómo algo serio y estamos ahí temprano. Todos transpirados nos fuimos acomodando en la mesa cercana a la salida, lejos del bullicio que suelen hacer los jubilados en sus partidos de truco. En más de una oportunidad tuvimos que separar a estos vejestorios cuando se querían ir a las manos cuando alguno se carteaba o mentía más de la cuenta, y eso que jugaban por  porotos, que en cualquier momento les germinaban en la mesa, dado que nunca los cambiaban.

El primero en llegar a la mesa fui yo, segundos después el rana quien se desplomo sobre la silla. Después vino el rengo. Los más pulcros se habían ido a bañar y antes de comer los teníamos que esperar y obviamente llegaban con la charla empezada.

—Estos hijos de puta no deben tener baño en la casa —dijo el rana mientras ya iba como por su cuarto cigarrillo post partido.

—Les gustan estar en bolas con otros tipos —dijo Miguel mientras se sentaba luego de volver de la barra con una cerveza.

—Son cómo las leonas, gordo acá a sacarle una foto que la vendemos a alguna revista de animales o a la National Geografic

—No boludo deja, mi celular es inteligente, llega a ver eso queda traumado y tengo que llevarlo a terapia— respondió el gordo.

— ¿Pidieron manices? —pregunto Gorriti mientras se sentaba.

—Se dicen maníes, pedazo de bestia— dijo Horacio, que era profesor.

—Por qué no te vas a corregir a los alumnos, que así también está la educación del país — le espeto Gorriti. Lo llamábamos así porque nunca se sacaba la gorra, ni siquiera para la fiesta de 15 de su hija.

—Llegó Cristiano Ronaldo —dije ante la llegada de Martín. Martín Pérez era un terrible jugador. A todos nosotros nos llevaba cuerpos de ventaja. Cabeceaba como los dioses, iba al frente, podía regular en velocidad, jugaba y hacia jugar. Sin embargo no le decíamos Cristiano por su forma de jugar. Lo llamábamos así porque era facherito, carilindo y nunca tenía olor a chivo. Nunca iba a bañarse después de los partidos, pero aun así con esa camiseta blanca marcada por el sudor podía asistir a un cumpleaños de 15 y quedar como un duque. Corría cómo un hijo de puta pero parecía que sudaba perfume. Tenía más levante que un levantador de pesas olímpico, siempre venía con una novia diferente y no cualquier bagarto, minas con todas las letras.

—Y lo trajiste a Messi —dije mirando a Rubén. Este amigo nuestro era lo más lejano a Lio Messi que pudiese existir. Torpe, no podía eludir ni a la responsabilidad. Era alto y encima jugaba abajo. Nada que ver con el astro rosarino. Su apodo comparativo con el 10 del Barcelona se debía a que tres veces vomitó antes de salir a la cancha o incluso estando en pleno partido. No lo hacía por nervios, ni porque anduviese jodido. Lo hacía porque era un terrible borracho. Este paria futbolístico se venía una o dos horas antes solamente para chupar en soledad, porque la mujer en la casa lo tenía cortito y no lo dejaba tomar ni una gota.
—Mira el lujo que tenemos, dos balones de oro jugando acá —aporto Gorriti.

—Déjame de joder, los balones de oro son una mentira che — dijo recién llegado el rengo con una toalla al cuello.

—Mentira sos vos rengo, que hasta el gordo te gana un pique —comente.

—Yo lo digo en serio —dijo mientras se servía enérgicamente una cerveza— el balón de oro siempre va para equipos podridos en guita. Con guita cualquiera hermano…

—Rengo, esos son los equipos que tienen la guita para mantener esos monstruos— advirtió Horacio.

—Vos no sabes las  de pibes que vi que juegan mejor que cualquier superestrella de Europa, pichones de Cristianos, de Messi, de todos viejo, de todos.

El rengo sabía de lo que hablaba. Era contador y en sus ratos libres —generalmente casi siempre, porque menos clientes que un cabaret en el Vaticano— era entrenador y representante de juveniles en el club del barrio. El rengo era un pan de Dios, por eso la mayoría de los pibes se le iban con otros representantes que les prometían de todo a los pendejos. Miguel —ese era su nombre, pero le decíamos "el rengo" por su adicción a lesionarse en los partidos y jugarlos rengueando, además ya teníamos un Miguel y no vamos a andar diferenciando un Miguel del otro usando el apellido o la profesión, este era el Rengo y punto.

Lo que tenía de buenazo, lo tenía de soñador. Él quería que sus representados jueguen en el club de barrio hasta los 16 o 17 años y después pegue el salto a algún club de por acá, cómo El Porvenir, Independiente, Racing, Lanús o Banfield. Así se le fueron cómo 10 pibes. Venia un representante ya ducho en el tema, les ofrecía plata grande a los padres y con el tema de la patria potestad se lo llevaban a Europa. Un caso resonante fue el del pibe Leopoldo Sosa, que ahora juega en el Napoli. Era una de las grandes fichas que tenía el rengo, pero se la soplaron.

El rengo no era pobre, tampoco rico pero se estaba arruinando de a poco por la escasez de clientes y por cómo le afanaban pibes. Nosotros le decíamos que se dejará de hinchar las bolas con su sueño de barrio y que ofreciera algún que otro talento a un club grande. Ni siquiera a Europa, a un River o Boca. Pero el rengo que era medio zurdo nunca nos daba pelota y así solo le quedaban juveniles que eran de madera y terminaban sus sueños futboleros jugando en algún intercountry o en algún torneo amateur, donde obviamente no se necesitaba de un representante. El jugador que más lejos llegó fue el mono Molina, un aguerrido marcado central que se desempeñó en Deportivo Paraguayo, quien tampoco necesito representante.

— ¿Vos pretendes que los de la FIFA o de la revista france football vengan hasta acá a ver a alguno de los proyectos de paquetes que representas? —ataco fuerte el rana.

—No pelotudo, no te digo que vayan a ver torneos de acá, pero nunca un balón de oro de la Argentina.

— ¿Y Messi que es? ¿Uruguayo?

—No infeliz, de algún equipo argentino, no te pido una sociedad de fomento. TE digo nunca un jugador de River o Boca tampoco hermano.

—Riquelme hubiese ganado cómo cinco —acoto Raúl y nadie le dio bola.

Acá eligen siempre a jugadores del Barcelona, del Real, del Manchester —prosiguió el rengo— todos equipos con guita, es un premio capitalista. Más que Balón de oro es un premio a la guita viejo. Necesitamos un balón de oro socialista, hermano.

—Y si los mejores del mundo están allá, boludo —dijo el mudo mientras levantaba su chopp y lo detenía en el aire— ellos tienen la guita y compran, los clubes de acá no pueden mantener ni la mirada.

— ¿Cuando los gringos quieren bailar y escuchar el mejor tango a dónde van? Acá vienen papá —se respondió a sí mismo el rengo— los japoneses bailan y hacen tango pero es una poronga hermano. El fútbol es lo mismo viejo, acá está el mejor fútbol y nunca hubo un puto balón de oro con un jugador que jugará en el país...

—Hay un diario de Uruguay que elige a los mejores de acá, de Sudamérica —atiné a decir.

—Pero nadie le da bola, están todos boludos con lo de la FIFA y la revista esa choronga de Francia, pero claro nosotros somos los boludos que preferimos siempre lo de afuera —dijo el rengo mientras manoteaba maníes—, te puedo asegurar que si Messi o Cristiano Ronaldo jugaban en River o Boca o en Riestra, no los elegían en su puta vida como mejores jugadores del mundo.

—Pasa que acá los pibes se van muy jóvenes y explotan allá, recién cuando ya   están rotos o demasiados viejos vuelven para acá —dijo Rubén, mejor conocido como el falso Messi.

—Por eso yo quiero que mis pibes, se queden acá —dijo expresivo el Rengo— yo conozco un montón de pendejos que son diez veces más que Messi.

—Y yo conozco un montón de representante que son más rápidos que vos —toreó el mudo.

—Eso es porque hoy todos se mueven por la guita, mudo —acuso el golpe bajo el rengo— pero tengo un pibe que estoy seguro que la va a romper acá y no se va a ir a ningún lado.

— ¿Otro más? —dijo Horacio—, se va a quedar hasta que venga un representante de verdad, no como vos que todavía vive en el mundo ideal de aladdin.

—Yo lo conozco y sé que este me va a salir bueno —suspiro el rengo con la batalla casi pérdida— es de familia humilde pero no se va a dejar engatusar con la guita, ya lo tengo hablado...

—Vos seguí hablando, tenes que darle una moneda para que se quede —arremetió Raúl— todo muy lindo pero al primer mango que le ponga otro lo perdes, como perdiste a todos.

—Ustedes solo piensan en la plata carajo— exhalo el rengo y quedo ensimismado. Lo cual me produjo mucha pena porque será medio boludo y soñador pero sus intenciones siempre fueron las mejores.

— ¿Y cómo se llama este pibe? ¿Es del barrio? ¿De que juega? —intente correr el eje de la conversación para salvar a mi amigo.

—Enganche, es el mejor que tengo —dijo mientras se le iluminaban los ojos, como si estuviese hablando de un ser querido— no sabes como la mueve el pendejo, doce años tiene pero es un infierno. Es el hijo de Cambarelli, el electricista de la avenida.

Jorge Cambarelli era electricista de autos, un garca de aquellos. Le llevabas el auto por un problema en el alternador y te salía más caro que un choque de frente contra un scania. Siempre encontraba algo más cómo para arrancarle la cabeza a uno. Por eso cuando nos dijo que este pibe era el hijo, yo ya sabía el desenlace. A Cambarelli le gustaba muchísimo la guita. Estaba todo dicho.

— ¿Vos decís que Cambarelli no se va a dejar tentar por un representante? —se alarmó Horacio.

—Por supuesto que sí, pero la mujer lo tiene cortito y ella no quiere saber nada de que el chico se le vaya —defendió el rengo.

—Pero pelotudo, ese tipo tiene más minas que un jeque, le va a chupar un huevo lo que le diga la gorda —seguía indignándose Horacio.

—Yo te digo que no es así.

— ¿Pero escúchame, juega bien? —volví a insistir con el tema futbolístico.

—Es una locura ese pendejo —giro hacia mí el rengo— no sabes lo que hace con la pelota. Antes lo llevaba a jugar por guita a torneos de juveniles y la rompía, la rompía. Ese pibe va a ganar un balón de oro en varios años. Pero acá jugando en un club de acá.

—La que la va a romper va a ser mi señora, pero mis bolas, mira la hora que es che —dijo Miguel mientras se levantaba— ¿arreglamos los números?

—Paga el rengo, cuando venda a ese pibe va a tener plata —acoto Horacio, el rengo lo fulminaba con la mirada.

—Si es que no se lo soplan antes, va a venir un representante más vivo y hasta a vos te va a llevar rengo— cargo el mudo

—Bueno che, yo me rajo —dijo tirando un billete de 100 sobre la mesa.

—El vuelto lo dejamos para el representante que se va a llevar al pibe —dije.

—Ustedes son unos boludos, ya van a ver —dijo el rengo mientras Miguel saludaba desde la puerta y nadie le daba bola.

—Te jodemos renguito, no te calentes —puso paños fríos el mudo.

—Jodanlo al alemán que hoy vino porque la jermu está de viaje sino no lo dejan. —dijo el rengo cambiando su ofensiva hacia mí.

—Yo vengo siempre, ¿qué decís? Si no vengo es porque estoy complicado en la oficina o el nene esta hinchándome las bolas en casa —expliqué un poco irritado por la actitud de mi amigo.

—Che yo también me voy ¿alguno me puede llevar? —solicito el profe Horacio.

—Yo te llevó arriba de esta, pero pasas los cambios con la boca —arremetió Gorriti, callado hasta ahí.

—Siempre los mismos inadaptados ustedes —dijo el Profe.

— ¿Cuánto hay que pagar? —inquirió el Rengo.

Empezamos a juntar la plata,  a hacer las siempre dificultosas divisiones  de cuántos somos, de cuánto es el total, de cuánto es lo que tiene que poner cada uno, de que nos olvidamos de contar a tal amigo... Como pasa generalmente, sobra o falta plata. Esta vez sobró y dejamos ese vuelto para señar la cancha del próximo miércoles.

A mí, sinceramente, me había agarrado curiosidad por el pibe este. El hijo del electricista. Yo lo conocí cuando tenía 6 años —cuando todavía le llevaba el auto a su padre y antes de que me cobrará $100 por cargarme la batería—, era un gordito de esos con anteojos gruesos que seguramente siempre era objeto de burlas de sus compañeros o bullying como se dice ahora. No podía creer que ese nene en tan poco tiempo haya cambiado tanto. La cosa me quedó rebotando en la cabeza y aproveché el viernes, que es cuando llevó a mi pibe a la escuelita de fútbol, lugar donde dirige el Rengo.

Le voy a sincero: mi pibe es un queso cuartirolo jugando al fútbol, lo heredó de mí el pobre, no tiene la culpa criaturita de Dios. Pero uno lo ve corriendo y disfrutando tanto, que lo lleva con ganas. Franco —así es cómo se llama— es un mini Mauro Laspada. Rustico, golpeador, patadura y muy pero muy bestia. Tal es así que un día el padre de uno de los chicos que va a esta escuelita, vino a increparme porque Franco le había bajado de una patada tres dientes de leche. A pesar de todo esto, Franquito insiste en que quiere ser delantero y uno a los chicos los deja soñar libremente. Yo por ejemplo soñaba con ser futbolista y lo más cerca que estuve de un campo de juego profesional fue cuando hubo una invasión de cancha al irnos a la B. Franco estaba en el mismo club donde el Rengo estaba a cargo de la categoría 2002. Por eso aproveché y me quedé haciendo tiempo viendo cómo mi nene derriba uno por uno todos los conitos, a pesar de que la consigna era gambetearlos. Ni bien terminaba la escuelita, venía el rengo a dirigir a su categoría. Tenía dos horas por delante para ver como mi nene hacia todo lo que no tenía que hacer en el fútbol. Mientras veía cómo mi nene se divertía, una lágrima de emoción rodó por mi cara, que lindo era ver como con su inocencia se cagaba en 120 años de evolución de este lindo deporte. Fue cuando alguien me toco el hombro y me saco de mi tragicómica reflexión.

— ¡Alemán querido! Hace como mil que no te veo ¿Cómo estás? —me saludaba Gambarelli con la mano todavía apoyada en mi hombro.

—Bien, acá lo traje a mi pibe a la escuelita y me quede viéndolo, ¿vos? —respondí con cierto fastidio.

—Yo vine a hablar con el Rengo por lo de mi pibe.

—Si, me dijo que jugaba...

—No juega, la descose el nene, así chiquita la deja, es un avión, viejo.

—Tiene el futuro asegurado acá, entonces, ¿Pero no lo trajiste? Hace un montón que no lo veo.

—Viene después, es temprano, total estamos acá a la vuelta, vos hace mil que no te venís al taller, ¿no lo estarás llevando a otro lado al auto? —dijo eso y rio falsamente.

—Nooo —reí falsamente también— pasa que yo lo llevó al mecánico de la concesionaria, sino no me cubre el seguro— mentí.

—Con eso te engrampan hermano, el seguro es gratis por un tiempo pero te rompen el culo con sus mecánicos.

—Y si, escúchame ¿de que juega tu pibe? —traté de volver al tema del hijo.

—Enganche y en cualquier lado, hasta en otro país puede jugar —volvió a reír—  de eso vine a hablar con el rengo —poniéndose serio al decir esto último y yo ya intuía la cuestión.

— ¿Lo querés llevar a otro lado? —dije muy inocentemente.

—Si, a Italia, se lo quieren llevar ya, los tanos —respondió mientras se frotaba las manos. Un sudor frío me recorrió la espalda y empecé a sentirme triste por mi amigo. Otro crack que se le iba, esto seguramente lo iba a derrumbar.

—Si tenés un tiempito nos tomamos un feca acá en el buffet y te cuento bien —me dijo afanosamente. Yo me quería ir a la mierda, la noticia de que otro pibe se le escapaba a mi amigo me había puesto de mal humor. Di cómo excusa que tenía que ir a buscar a mi señora al supermercado y me fui.

Me fui  a un bar de la avenida, como para hacer tiempo y pensar en lo mal que estaba el fútbol. El sueño que tenía mi amigo era muy lindo. El futbol era lindo, pero la cagaron con la guita hermano. Donde nosotros vemos a un chico corriendo feliz con la bocha pegada al pie, estos hijos de putas ven un negocio millonario. Cuando nosotros escuchamos la risa de un nene feliz con una pelota, estos mercenarios escuchan el ruido como el de monedas al caerse en el piso. Me quede divagando como media hora, faltaba un rato largo todavía para ir a buscar a Franco. Fue entonces cuando me decidí ir a buscar al Rengo a la casa, todavía era temprano y debía estar en la casa por salir al club, donde seguramente lo estaba esperando Cambarelli fanfarroneando en el buffet. Tenía que saber lo que le iba a hacer este garca.

—Rengo, tengo que hablar de algo urgente con vos —dije cuando me atendió por el portero eléctrico, subí por las escaleras hasta el segundo piso y el rengo ya me esperaba en la puerta de su departamento. Estaba vestido con un equipo de Gimnasia bastante raído y un silbato de metal colgaba de su cuello.

— ¿Qué pasó, hermano? — preguntó sorprendido el Rengo.

—Vengo recién del club, lo lleve a Franquito  a la escuelita y me encontré con Cambarelli. Te quieren cagar Rengo, te quieren cagar hermano.

— ¿Qué te dijo?

—Que al pibe lo quieren desde Italia —comprobé que al decir esto, la cara de mi amigo se tornaba de un color blanco.

— ¡Que hijo de mil putas! Vení, pasá y hablamos mejor.

Entré al departamento del Rengo, que era un coctel de aromas. Iban desde el humo del cigarrillo hasta el tuco, pasando por el olor a humedad y hasta pólvora.

— ¿Te acordás que te dije que necesitábamos un Balón de Oro socialista? —dijo mientras se prendía un cigarrillo.

—Si recuerdo, es tu filosofía de vida esa.

—Decime una cosa ¿Vos que preferís? ¿Qué un espectáculo sea para todos o para unos pocos?

—Y… que todos podamos verlo… —respondí pensando que mi amigo había enloquecido.

—Todos opinamos lo mismo. Si vos tenés un pajarito encerrado te va a cantar a vos solo. Si lo soltas va a cantarle al mundo.

—Sí… —atiné a balbucear, comprendiendo que a mi amigo el golpe de perder una nueva promesa lo había hecho enloquecer.

—Al pibe lo tenemos vendido al Inter en un millón de euros.

— ¿Lo tenemos? ¿Vos también…?

—Sí, me llego la oferta y no dude como su representante.

— ¿Pero vos no hablabas de un Balón de Oro socialista, un balón de oro de acá y todas esas boludeces que siempre nos quisiste hacer creer? — me indigné— Pero hermano, tu filosofía de vida siempre fue la de tener un jugador que la descosa jugando en un club de acá. Que les diga a los clubes europeos “métanse la guita en el orto, yo me muero jugando acá”. Que la FIFA tenga un grano en el culo al tener que elegir un balón de oro de un tipo que juega acá ¿Cómo te convencieron rengo?

— ¿Sabes una cosa alemán? —dijo mientras se sentaba en un sillón—A vos te podrá parecer todo medio capitalista eso de vender pibes al exterior, de sacarlos de acá.  Pero cuando juegan en el Barcelona o el Real Madrid lo ven todos y que mejor que eso, que socializar al jugador, que todos lo vean y lo disfruten. Aparte no le podes decir que no a 20 lucas en euros.

La verdad, hubiese preferido que le soplaran otro juvenil.



Por Toni

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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"Torito", de Julio Cortázar

Hoy no tenemos un cuento de fútbol, tenemos un enorme cuento de boxeo si se quiere, el eterno Julio Cortázar.


***

A la memoria de don Jacinto Cúcaro, que en las clases de pedagogía del normal “Mariano Acosta”,allá por el año 30, nos contaba las peleas de Suárez.

Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos. Te conozco, mascarita. Cada vez que pienso en eso, salí de ahí, salí. Vos te creés que yo me desespero, lo que pasa es que no doy más aquí tumbado todo el día. Pucha que son largas las noches de invierno, te acordás del pibe del almacén cómo lo cantaba. Pucha que son largas… Y es así, ñato. Más largas que esperanza’e pobre. Fijáte que yo a la noche casi no la conozco, y venir a encontrarla ahora… Siempre a la cama temprano, a las nueve o a las diez. El patrón me decía: “Pibe, andáte al sobre, mañana hay que meterle duro y parejo”. Una noche que me le escapaba era una casualidad. El patrón… Y ahora todo el tiempo así, mirando el techo. Ahí tenés otra cosa que no sé hacer, mirar p’arriba. Todos dijeron que me hubiera convenido, que hice la gran macana de levantarme a los dos segundos, cabrero como la gran flauta. Tienen razón, si me quedo hasta los ocho no me agarra tan mal el rubio.

Y bueno, es así. Pa peor la tos. Después te vienen con el jarabe y los pinchazos. Pobre la hermanita, el trabajo que le doy. Ni mear solo puedo. Es buena la hermanita, me da leche caliente y me cuenta cosas. Quién te iba a decir, pibe. El patrón me llamaba siempre pibe. Dale áperca, pibe. A la cocina, pibe. Cuando pelié con el negro en Nueva York el patrón andaba preocupado. Yo lo juné en el hotel antes de salir. “Lo fajás en seis rounds, pibe”, pero fumaba como loco. El negro, cómo se llamaba el negrito, Flores o algo así. Duro de pelar, che. Un estilo lindo, me sacaba distancia vuelta a vuelta. Áperca, pibe, metele áperca. Tenía razón el trompa. Al tercero se me vino abajo como un trapo. Amarillo, el negro. Flores, creo, algo así. Mirá como uno se ensarta, al principio me pareció que el rubio iba a ser más fácil. Lo que es la confianza, ñato. Me barajó de una piña que te la debo. Me agarró en frío el maula. Pobre patrón, no quería creer. Con qué bronca me levanté. Ni sentía las piernas, me lo quería comer ahí nomás. Mala suerte, pibe. Todo el mundo cobra al final. La noche del Tani, te acordás pobre Tani, qué biaba. Se veía que el Tani estaba de vuelta. Guapo el indio, me sacudía con todo, dale que va, arriba, abajo. No me hacía nada, pobre Tani. Y eso que cuando lo fui a saludar al rincón me dolía bastante la cara, al fin y al cabo me arrimó una buena leñada. Pobre Tani, vos sabés que me miró, yo le puse el guante en la cabeza y me reía de contento, no me quería reír, te imaginás que no era de él, pobre pibe. Me miró apenas, pero me hizo no sé qué. Todos me agarraban, pibe lindo, pibe macho, ah criollo, y el Tani quieto entre los de él, más chatos que cinco e’queso. Pobre Tani. Por qué me acuerdo de él, decime un poco. A lo mejor yo lo miré así al rubio esa noche. Qué sé yo, para acordarme estaba. Qué biaba, hermano. Ahora no vas a andar disimulando. Te fajó y se acabó. Lo malo que yo no quería creer. Estaba acostado en el hotel, y el patrón fumaba y fumaba, casi no había luz. Me acuerdo que hacía calor. Después me pusieron hielo, fijáte un poco yo con hielo. El trompa no decía nada, lo malo que no decía nada. Te juro que tenía ganas de llorar, como cuando ella… Pero para qué te vas a hacer mala sangre. Si llego a estar solo, te juro que moqueo. “Mala pata, patrón”, le dije. Qué más le iba a decir. Él dale que dale al tabaco. Fue suerte dormirme. Como ahora, cada vez que agarro el sueño me saco la lotería. De día tenés la radio que trajo la hermanita, la radio que… Parece mentira, ñato. Bueno, te oís unos tanguitos y las transmisiones de los teatros. ¿Te gusta Canaro a vos? A mí Fresedo, che, y Pedro Maffia. Si los habré visto en el ringside, me iban a ver todas las veces. Podés pensar en eso, y se te acortan las horas. Pero a la noche qué lata, viejo. Ni la radio, ni la hermanita, y en una de esas te agarra la tos, y dale que dale, y por ahí uno de otra cama se rechifla y te pega un grito. Pensar que antes… Fijáte que ahora me cabreo más que antes. En los diarios salía que de pibe los peleaba a los carreros en la Quema. Puras macanas, che, nunca me agarré a trompadas en la calle. Una o dos veces, y no por mi culpa, te juro. Me podés creer. Cosas que pasan, estás con la barra, caen otros y en una de esas se arma. No me gustaba, pero cuando me metí la primera vez me di cuenta que era lindo. Claro, cómo no va a ser lindo si el que cobraba era el otro. De pibe yo peleaba de zurda, no sabés lo que me gustaba fajar de zurda. Mi vieja se descompuso la primera vez que me vio pelearme con uno que tenía como treinta años. Se creía que me iba a matar, pobre vieja. Cuando el tipo se vino al suelo no lo podía creer. Te voy a decir que yo tampoco, creéme que las primeras veces me parecía cosa de suerte. Hasta que el amigo del trompa me fue a ver al club y me dijo que había que seguir. Te acordás de esos tiempos, pibe. Qué pestos. Había cada pesado que te la voglio dire. “Vos metele nomás”, decía el amigo del patrón. Después hablaba de profesionales, del Parque Romano, de River. Yo qué sabía, si nunca tenía cincuenta guitas para ir a ver nada. También la noche que me dio veinte pesos, qué alegrón. Fue con Tala, o con aquel flaco zurdo, ya ni me acuerdo. Lo saqué en dos vueltas, ni me tocó. Vos sabés que siempre mezquiné la cara. Si me llego a sospechar lo del rubio… Vos creés que tenés la pera de fierro, y en eso te la hacen sonar de una piña. Qué fierro ni que ocho cuartos. Veinte pesos, pibe,
imagínate un poco. Le di cinco a la vieja, te juro que de compadre, pa mostrarle. La pobre me quería poner agua de azahar en la muñeca resentida. Cosas de la vieja, pobre. Si te fijás, fue la única que tenía esas atenciones, porque la otra… Ahí tenés, apenas pienso en la otra, ya estoy de vuelta en Nueva York. De Lanús casi no me acuerdo, se me borra todo. Un vestido a cuadritos, sí, ahora veo, y el zaguán de Don Furcio, y también las mateadas. Cómo me tenían en esa casa, los pibes se juntaban a mirarme por la reja, y ella siempre pegando algún recorte de Crítica o de Última Hora en el álbum que había empezado, o me mostraba las fotos del Gráfico. ¿Vos nunca te viste en foto? Te hace impresión la primera vez, vos pensás pero ése soy yo, con esa cara. Después te das cuenta que la foto es linda, casi siempre sos vos que estás fajando, o al final con el brazo levantado. Yo venía con mi Graham Paige, imaginate, me empilchaba para ir a verla, y el barrio se alborotaba. Era lindo matear en el patio, y todos me preguntaban qué sé yo cuánta cosa. Yo a veces no podía creer que era cierto, de noche antes de dormirme me decía que estaba soñando. Cuando le compré el terreno a la vieja, qué barullo que hacían todos. El trompa era el único que se quedaba tranquilo. “Hacés bien, pibe”, decía, y dale al tabaco. Me parece estarlo viendo la primera vez, en el club de la calle Lima. No, era en Chacabuco, esperá que no me acuerdo, pero si era en Lima, infeliz, no te acordás del vestuario todo de verde, con más mugre… Esa noche el entrenador me presentó al patrón, resultaba que eran amigos, cuando me dijo el nombre casi me agarro de las sogas, apenas lo vi que me miraba yo pensé: “Vino para verme pelear”, y cuando el entrenador me lo presentó me quería morir. Él no me había dicho nunca nada, de puro rana, pero hizo bien, así yo iba subiendo despacio, sin engolosinarme. Como el pobre zurdito, que lo llevaron a River en un año, y en dos meses se vino abajo que daba miedo. En ese entonces no era macana, pibe. Te venía cada tano de Italia, cada gallego que te daba miedo, y no te digo nada de los rubios. Claro que a veces la gozabas, como la vez del príncipe. Eso fue un plato, te juro, el príncipe en el ringside y el patrón que me dice en el camarín: ” No te andés con vueltas, no te vayas a dejar vistear que para eso los yonis son una luz”, y te acordás que decían que era el campeón de Inglaterra, o qué sé yo qué cosa. Pobre rubio, lindo pibe. Me daba no sé qué cuando nos saludamos, el tipo chamuyó una cosa que andá a entendele, y parecía que te iba a salir a pelear con galera. El patrón no te vayas a creer que estaba muy tranquilo, te puedo decir que él nunca se daba cuenta de cómo yo lo palpitaba. Pobre trompa, se creía que no me daba cuenta. Che, y el príncipe ahí abajo, eso fue grande, a la primera finta que me hace el rubio le largo la derecha en gancho y se la meto justo justo. Te juro que me quedé frío cuando lo vi patas arriba. Qué manera de dormir, pobre tipo. Esa vez no me dio gusto ganar, más lindo hubiera sido una linda agarrada, cuatro o cinco vueltas como con el Tani o con el yoni aquél, Herman se llamaba, uno que venía con un auto colorado y una pinta bárbara… Cobró, pero fue lindo. Qué leñada, mama mía. No quería aflojar y tenía más mañas que… Ahora que para mañas el Brujo, che. De donde me lo fueron a sacar a ése. Era uruguayo, sabés, ya estaba acabado pero era peor que los otros, se te pegaba como sanguijuela y andá sacátelo de encima. Meta forcejeo, y el tipo con el guante por los ojos, pucha me daba una bronca. Al final lo fajé feo, me dejó un claro y le entré con una ganas… Muñeco al suelo, pibe. Muñeco al suelo fastrás… Vos sabés que me habían hecho un tango y todo. Todavía me acuerdo un cacho, de Mataderos al centro, y del centro a Nueva York… Me lo cantaban por todos lados, en los asados, por la radio… Era lindo oírse en la radio, che, la vieja me escuchaba todas las peleas. Y vos sabés que ella también me escuchaba, un día me dijo que me había conocido por la radio, porque el hermano puso la pelea con uno de los tanos… ¿Vos te acordás de los tanos? Yo no sé de dónde los iba a sacar el trompa, me los traía fresquitos de Italia, y se armaban unas leñadas en River… Hasta me hizo pelear con dos hermanos, con el primero fue colosal, al cuarto round se pone a llover, ñato, y nosotros con ganas de seguirla porque el tanito era de ley y nos fajábamos que era un contento, y en eso empezamos a refalar y dale al suelo yo, y al suelo él… Era una pantomima, hermano… La suspendieron, que macana. A la otra vez el tano cobró por las dos, y el patrón me puso con el hermano, y otro pesto… Qué tiempos, pibe, aquí sí era lindo pelear, con toda la barra que venía, te acordás de los carteles y las bocinas de auto, che, qué lío que armaban en la popular… Una vez leí que el boxeador no oye nada cuando está peleando, qué macana, pibe. Claro que oye, vos te creés que yo no oía distinto entre los gringos, menos mal que lo tenía al trompa en el rincón, áperca, pibe, dale áperca. Y en el hotel, y los cafés, qué cosa tan rara, che, no te hallabas ahí. Después el gimnasio, con esos tipos que te hablaban y no les pescabas ni medio. Meta señas, pibe, como los mudos. Menos mal que estaba ella y el patrón para chamuyar, y podíamos matear en el hotel y de cuando en cuando caía un criollo y dale con los autógrafos, y a ver si me lo fajás bien a ese gringo pa que aprendan cómo somos los argentinos. No hablaban más que del campeonato, qué le vas a hacer, me tenían fe, che, y me daban unas ganas de salir atropellando y no parar hasta el campeón. Pero lo mismo pensaba todo el tiempo en Buenos Aires, y el patrón ponía los discos de Carlitos y los de Pedro Maffia, y el tango que me hicieron, yo no sé si sabés que me habían hecho un tango. Como a Legui, igualito. Y una vez me acuerdo que fuimos con ella y el patrón a una playa, todo el día en el agua, fue macanudo. No te creas que podía divertirme mucho, siempre con el entrenamiento y la comida cuidada, y nada que hacerle, el trompa no me sacaba los ojos. “Ya te vas a dar el gusto, pibe”, me decía el trompa. Me acuerdo cuando la pelea con Mocoroa, esa fue pelea. Vos sabés que dos meses antes ya lo tenía al patrón dale que esa izquierda va mal, que no dejés entrar así, y me cambiaba los sparrings y meta salto a la soga y bife jugoso… Menos mal que me dejaba matear un poco, pero siempre me quedaba con sed de verde. Y vuelta a empezar todos los días, tené cuidado con la derecha, la tirás muy abierta, mirá que el coso no es macana. Te creés que yo no lo sabía, más de una vez lo fui a ver y me gustaba el pibe, no se achicaba nunca, y un estilo, che. Vos sabés lo que es el estilo, estás ahí y cuando hay que hacer una cosa vas y la hacés sobre el pucho, no como esos que la empiezan a zapallazo limpio, dale que va, arriba abajo los tres minutos. Una vez en El Gráfico un coso escribió que yo no tenía estilo. Me dio una bronca, te juro. No te voy a decir que yo era como Rayito, eso era para ir a verlo, pibe, y Mocoroa lo mismo. Yo qué te voy a decir, al rato de empezar ya veía todo colorado y le metía nomás, pero no te vas a creer que no me daba cuenta, solamente que me salía y si me salía bien para qué te vas a afligir. Vos ves cómo fue con Rayito, está bien que no lo saqué pero lo pude. Y a Mocoroa igual, qué querés. Flor de leñada, viejo, se me agachaba hasta el suelo y de abajo me zampaba cada piña que te la debo. Y yo meta a la cara, te juro que a la mitad ya estábamos con bronca y dale nomás. Esa vez no sentí nada, el patrón me agarraba la cabeza y decía pibe no te abrás tanto, dale abajo, pibe, guarda la derecha. Yo le oía todo pero después salíamos y meta biaba los dos, y hasta el final que no podíamos más, fue algo grande. Vos sabés que esa noche después de la pelea nos juntamos en un bodegón, estaba toda la barra y fue lindo verlo al pibe que se reía, y me dijo qué fenómeno, che, cómo fajás, y yo le dije te gané pero para mí que la empatamos, y todos brindaban y era un lío que no te puedo contar… Lástima esta tos, te agarra descuidado y te dobla. Y bueno, ahora hay que cuidarse, mucha leche y estar quieto, qué le vas a hacer. Una cosa que me duele es que no te dejan levantar, a las cinco estoy despierto y meta mirar p’arriba. Pensás y pensás, y siempre lo malo, claro. Y los sueños igual, la otra noche, estaba peleando de nuevo con Peralta. Por qué justo tengo que venir a embocarla en esa pelea, pensá lo que fue, pibe, mejor no acordarse. Vos sabés lo que es toda la barra ahí, todo de nuevo como antes, no como en Nueva York, con los gringos… Y la barra del ringside, toda la hinchada, y unas ganas de ganar para que vieran que… Otra que ganar, si no me salía nada, y vos sabés cómo pegaba Víctor. Ya sé, ya sé, yo le ganaba con una mano, pero a la vuelta era distinto. No tenía ánimo, che, el patrón menos todavía, qué te vas a entrenar bien si estás triste. Y bueno, yo aquí era el campeón y él me desafió, tenía derecho. No le voy a disparar, no te parece. El patrón pensaba que le podía ganar por puntos, no te abrás mucho y no te cansés de entrada, mirá que aquél te va a boxear todo el tiempo. Y claro, se me iba para todos lados, y después que yo no estaba bien, con la barra ahí y todo te juro que tenía un cansancio en el cuerpo… Como modorra, entendés, no te puedo explicar. A la mitad de la pelea la empecé a pasar mal, después no me acuerdo mucho. Mejor no acordarse, no te parece. Son cosas que para qué. Me quisiera olvidar de todo. Mejor dormirse, total aunque soñés con las peleas a veces le acertás una linda y la gozás de nuevo. Como cuando el príncipe, qué plato. Pero mejor cuando no soñás, pibe, y estás durmiendo que es un gusto y no tosés ni nada, meta dormir nomás toda la noche dale que dale.

Julio Cortázar.
Extraído del libro "Final del juego". Ed. Sudamericana 1964

Un día en la vida.

A Tomas le rompía un poco las pelotas tener que ir corriendo a su casa a buscar los botines, los pantaloncitos y todos los elementos necesarios para la práctica del noble del deporte, que es el fútbol. Pero el fútbol era más. Salía de la oficina a las 19 horas. Tenía dos horas para irse desde pleno microcentro a Provincia, tomar las cosas y volver hasta capital, pero al barrio de Almagro. Se podría traer las cosas directamente desde la casa, en lugar de ir y volver como un pelotudo. Pero no, a la mañana salía temprano para la facultad y cargarse con un bolso rechoncho de ropa deportiva, además del morral de la facultad, era peor. Todo esto le sacaba un poco las ganas de jugar a la pelota con los compañeros del laburo. Pero, si no fuese por esos partidos que alguna vez se le ocurrió organizar junto con Nico y Lele, nunca hubiese conocido a todos los integrantes de esa enorme, fría y vieja oficina. Tampoco le hubiese interesado conocerlos, pero el fútbol lo obligó. Porque hay dos claves en la vida de Tomas: asado con amigos y fulbito. Hacía seis meses que trabajaba en esa oficina. En su mayoría, sus compañeros le parecían demasiado formales como para desarrollarse bien en un campo de juego. El fútbol le demostraría que no era tan así. Los picados te hacen conocer las virtudes de cada uno. Por ejemplo ese gil de contabilidad. Era eso mismo en la oficina: un gil de goma espuma. Pero en el picado era otro tipo. Veloz, rápido, asistidor. Un capo y un tipazo. Paso de ser un gil a ser un fenómeno. O el mismo Mono. Fuera de la cancha era un tipazo, ahora adentro lo querías matar. Mañoso, sucio, vendehumo. El fútbol te hace amigo enseguida.
Ya eran casi las 19 horas. Pero ahí estaba el jefe otra vez trayendo trabajo ¡Qué nazi hijo de puta! De toda persona autoritaria se puede prejuzgar cierta inclinación nazi; más si esa persona además de ser autoritaria es medio hijo de puta. Encima era forro, porque espera al final del día para venir a cargar más la balanza del trabajo. Era un nazi forro e hijo de puta. Todo junto. Le podía haber dicho sobre el partido que siempre hacían los chicos. Pero qué le iba a importar, si todavía estaba fresco el recuerdo de aquella entrevista de trabajo incómoda, molesta, con silencios eternos. Claro para romper el hielo, Tomas tuvo que tocar el tema fútbol. "¿Es de independiente? " le preguntó al ver un banderín viejo y deshilachado de ese club. "No, es del jefe de la mañana " dijo el asqueroso mientras se prendía otro Parisienne. “Mira si a este hijo de puta le va gustar el fútbol. Amargado como el carajo. Seguro que su última alegría fue cuando los nazis anexaron Austria” pensó Tomas.
Levantado desde las seis de la mañana. Con cuatro horas de clases encima. Cagado de laburo y con dos horas para ir, cambiarse y volver desde el culo del mundo. Y encima casi sin comer, un pebete de jamón y queso no es comida. Siete menos diez. Irse diez minutos antes no es ningún pecado. Tomas manotea el pesado morral. Zigzaguea entre los escritorios y se pierde tras una puerta de vidrio que hace borrosa su silueta y su huida. Aprieta con bronca y apuro el botón del ascensor. Deja pasar unos segundos y vuelve a la carga contra el botoncito que permanece teñido de rojo. Así tres veces en menos de un minuto. Siente unos pasos atrás.  "Diez minutos antes, Sánchez", suelta el jefe, quien también parece irse más temprano. "Es que los jueves organizamos un fulbito entre todos los compañeros, mañana recupero". Tomas mira al piso. El otro esboza una sonrisa o eso parece. En esas fauces de tiburón pueden significar cualquier cosa. Desde una sonrisa macabra, hasta un rictus de odio o dolor. Vaya uno a saber.
Viene por fin el maldito ascensor. Solo ellos dos adentro de lo que parece un ataúd de aluminio por lo silencioso, por lo incómodo. Los 12 pisos se hacen eternos. "Hasta mañana señor Suarez", dice Tomas antes de salir picando a toda velocidad por la calle como si fuese un eterno lateral.
Llega por fin a la parada. Uno, dos, tres, cinco, diez... se iban acumulando los minutos. El hijo de puta no viene. Once minutos y por ahí se divisa una mole verde viniendo como tortuga ebria por el medio de la calle. Hay lugar a pesar de la hora. Se suben los primeros de la cola y una vieja de esas que no faltan comienza a poner una a una las monedas en la máquina que, con un ruido metálico, las escupe todas juntas. Como si le hubiesen caído mal, las vomita. La vieja repite la operación dos veces más hasta que el chófer la deja pasar, por impaciencia o por cortesía. Las cuadras van pasando lentamente. Las agujas del reloj tranquilamente le sacan dos o tres vueltas de ventaja a este vetusto y cascoteado Mercedes Benz. Todo alrededor se detiene, salvo las agujas del reloj.
Por fin Tomas llega a su casa. Puta madre, la vieja hizo milanesas. "Quédate a comer". Le insisten sus padres. "No puedo", responde  mientras escapa hacia la pieza tras desmarcarse de ellos. Revuelve el cajón de las medias con furia, con desesperación. La hora Tomás, la hora. Agarra el viejo bolso. Botines, camiseta, cortos, medias, canillas y un rollo de vendas entran desprolija pero rápidamente. Se despide cortito de sus viejos, pero lo suficientemente rápido para rapiñar una milanesa para el camino.
Por suerte ahora puede hacer la combinación tren-subte. Va a llegar justo. Lo mejor es ir cambiándose en el vagón, aunque sea ponerse los botines. Total a esta hora nadie va para Capital, en 15 llega. Afuera las zapatillas y las medias. Venda, media y botín. Falta la izquierda. Listo. Los cabezazos del tren indican que Constitución está allí. Todavía aguardan 20 minutos en subterráneo. Pasa el primer molinete y la chicharra maldita indica que las puertas de la formación se están cerrando. Pega un pique y salta adentro. Las puertas se cierran casi sobre él, como esa pelota que pasa por arriba de la barrera y esquiva por un milímetro la mano del arquero para terminar en el ángulo. San Juan, Independencia y ahí la combinación. Tomas ya está en la línea E, con ese olor tan característico que tiene. Hoy hay suerte parece, aparece enseguida el  gusano amarillo gigante. Un pensamiento cruza fugazmente el cerebro de Tomas: “El forro de Derecho dijo que mañana había que entregar un TP”. Un cartel que dice “Estación General Urquiza” lo devuelve a la tierra, o debajo de esta, de un salto está afuera.
Ya está, ya falta poco.  Una cuadra más.  En cinco minutos serán las 21. Hay que ponerse los cortos todavía. Por ahí la cancha se desocupó antes y están peloteando. Tomás desespera y se manda un último pique, esto cuenta como el precalentamiento. Abre la puerta del Urquiza Tenis y ahí está el Mono. Sonriendo con una botella de cerveza a medio terminar, con un pucho en la otra. Fabi lo acompaña.
"Dale boludo, siempre tarde vos", le grita Flo desde la barra. Tomás saluda a todos y se manda al vestuario. Están Lele, Nico y Brian cambiándose. Cruzan saludos y los típicos chistes de vestuarios. Al cabo de unos segundos se suman Martín, Pato y Cagadita, cuyo apodo, un poco grosero, se debía a su pequeña contextura que, ante el mínimo choque, vuela… como una cagadita. Martín demora en deshacerse del traje, más de lo que tardó el subterráneo desde Constitución hasta ahí. Pelusa y Pablo ya están peloteando, se los ve desde el buffet.
Ya están todos en la canchita. Hay más arena que en un desierto. Se vienen 10 minutos de discusiones en el armado de los equipos. Tomás no discute, no es tan bueno como para que se maten por él. Tampoco es tan burro como para que lo dejen a lo último como lastre. Ya está todo armado. Tardaron poco esta vez a pesar de los lloridos del Mono. Más o menos los equipos son parejos.  Lele para Nico, arranca el fútbol.
Ya no son compañeros de trabajo, son amigos unidos por el fútbol. Son pares. Se borró la división del trabajo. El supervisor dejo de controlar todo, ahora lo controlan a él. Si esta adelantado, si está bien posicionado en el arco... el único grito que se le acepta acá es el “mía”, adentro del área.  El Ingeniero ahora ya no es tan preciso. Se le va larga, no llega. Los cadetes siguen corriendo con prisa pero ya no llevan facturas, sino a la redonda por el lateral. El de traje impoluto, ahora esta con las rodillas raspadas y con arena hasta las orejas. Ahí está Tomás sumergido en el partido, corriendo como durante todo el día, pero con ganas, por elección, no por obligación… y lo disfruta. El resultado no importa, haber corrido todo el día y dejar las milanesas de la vieja para más tarde, tampoco.

Se acerca el canchero lentamente, como para que alguno pispee de reojo y grite el clásico “mete gol, gana”. Se terminó ¿Cómo puede ser, si recién empezó? ¿Tan rápido, che? Tomás se manda al vestuario y se cambia rápidamente: llegar tarde a casa implica asumir un riesgo de que lo afanen en la estación del tren. Mete las cosas rápido en el viejo bolso rojo. Cortos, zapatillas y la camperita arriba de la camiseta transpirada, total no hace frio. Se bañará después en casa. Saluda a todos con un vaivén de su mano derecha. Baja al andén de la línea E. Se sube a la formación que está casi vacía. Abraza su bolso y piensa un rato largo. Falta una semana para que la corrida diaria vuelva a tener sentido. 

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
Por Toni Seguilo!  

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