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Leonel plegó su bastón blanco y se sentó en la platea. Iba solo a la cancha. En realidad no tan solo. Javier, su hermano, era jugador de reserva y en los últimos meses había pegado el salto a primera. Y Leonel muy emocionado quería estar presente en su debut. Ambos hermanos habían venido del interior, uno para jugar al futbol en forma profesional y él para estudiar.

— ¡Qué admirable lo tuyo, pichón! ¡Eso es querer al equipo! no te había visto antes por acá —le dijo un viejo mientras se sentaba a su lado.

—Gracias maestro, pero no soy hincha, yo vengo acá por mi hermano, antes iba a la popular pero mi hermano me consiguió un abono acá en platea la semana pasada —dijo con una sonrisa Leonel.

— ¿Ah, pero dónde está? Porque te veo solo acá — pregunto el viejo.

—En el banco de suplentes, es Javier Guerrero, el pibe de inferiores—comento con una gran sonrisa.

—Ah pero mira vos, que bien, dicen que es muy bueno… —comento el viejo un tanto desencantado.

—Ajá, por ahí debuta hoy, aunque la verdad es que dijeron eso desde hace tres meses pero el técnico no lo pone.

—Hay que tener paciencia ¡Hola Juancito! —dijo eufóricamente el viejo mientras se acercaba otro viejo con el diario bajo el brazo— mirá, te presento al hermano del futuro crack, Guerrero.

—Hola, nene —dijo el recién llegado mientras se rascaba la barba blanca.

—Mucho gusto señor, soy Leonel —se presentó el chico— Les quiero hacer una pregunta, ustedes que son hinchas y que seguro que vienen siempre, capaz que vieron algún partido de reserva o algo ¿Cómo lo ven a mi hermano? ¿Tiene futuro?

Ambos viejos se cruzaron miradas, Juan el recién llegado comenzó a rascarse un oído con el meñique, signo de que estaba dubitativo.

—Es bueno el pibe, es bueno —dijo por fin uno de los viejos, poniendo su dedo índice sobre la boca y mirando al otro viejo.

— ¿y si es bueno, porque no lo pone nunca el técnico? —dijo Leonel, en tono medio socarrón.

—Y… ¿sabes lo que pasa, nene? Con los pibes hay que ir de a poco, sino los quemás, ¿viste?
—Pero mi hermano no es tan chico, anda por los 23 años ya…

— No importa la edad, el tema es que Suarez, el titular, anda fenómeno —terció el otro viejo.

El bullicio y griterío general daba cuenta de que los jugadores salían a la cancha. Un par de petardos del lado de la popular y los típicos cantitos daban por comenzado ya el encuentro. El partido era un verdadero bodrio. Un cero a cero inamovible. Las ilusiones del debut del hermano de Leonel otra vez se hicieron añicos cuando la voz del estadio anunció el tercer cambio, pero no entraba él. Leonel se sentó tranquilo y jugueteaba nervioso con su bastón. Oscar y Juan, los dos viejos, se dieron cuenta de eso y trataron de animarlo con frases hechas del tipo “pero ya va a debutar, las condiciones no estaban dadas”… pero lo cierto es que Javier Guerrero era realmente horrible. Estaba en el banco de suplentes no porque fuera bueno, sino porque el club atravesaba una de las peores crisis económicas en su historia y tenía que atiborrar el banco de muertos. Ya los titulares eran un asco; los suplentes, ni hablar.

Pasaron diez partidos y Leonel siempre estaba firme con su bastoncito blanco en la platea. Con el correr de los encuentros se hizo muy amigo de ambos veteranos del tablón. Los viejos lo “adoptaron” y él les tomo cariño. Más de una vez terminaron en el bar de la esquina tomando algo o lo acompañaban a la parada del colectivo. Tanto Oscar como Juan no sabían cómo decirle a Leonel que su hermano era un tronco, que era horrible y que no lo iba a poner en la cancha ni a cortar el pasto.

—Hay que decirle al pibe que su hermano es horrible, no sirve ni para hacer sombra —dijo Oscar un día cuando se juntó con Juan a tomar una ginebra.

—No seas boludo, como le vas a matar la ilusión al pibe.

—Y pero pobre pibe va a venir siempre al pedo ¿Vos viste que asco que da el hermano en los partidos de reserva? No puede parar ni un colectivo en la terminal.

—Si pero deja que siga viniendo Leonel, es buen pibe, si hasta ya se hizo hincha. Se hace querer. Además llenamos un poco más la platea.

—Por mí que venga siempre, yo lo estimo al pibe, son de esos pibes que hay pocos. ¿El tema sabes cuál va a ser?

— ¿Cuál?

—Que si su hermano debuta, se va a mandar dos mil cagadas como lo hace en reserva y el pobre Leonel se va a poner mal.

—No te preocupes por eso, llegado el momento le mentimos.

— ¿Qué decís?

— El pobre pibe es no vidente, no va a ver lo horrendo que es su hermano, se manda una cagada y le decimos que fue otro jugador.

— ¿Y las puteadas y eso? Leonel es ciego, no sordo, mucho menos boludo.

—Las puteadas olvídate, si en la platea ya no hay ni ganas de putear a nadie, lo manejamos. Es una mentira blanca, le haces un favor al Leonel que quiere al hermano.

—Como digas.

Era el anteúltimo partido del campeonato, o sea, el último de local. Como en cada final de torneo, los equipos, por más perros que sean, siempre algún jugador venden o alguno es pretendido por otro equipo. Cuando pasa eso siempre se ponen suplentes, y entre esos suplentes que iban a salir al campo de juego estaba Javier Guerrero.

—Hoy llego el día nene, por fin sale tu hermano con la gloriosa casaca — lo palmeo Oscar a Leonel, ni bien llegó a la platea.

—Hoy la rompe el crack —aseguro Juan.  Leonel asintió con la cabeza y se sentó. Leo no estaba ansioso ni contento, no tenía ningún sentimiento a flor de piel. Tenía una paz envidiable, como si su hermano fuese Pelé o Beckenbauer. Juan y Oscar se miraron y se extrañaron de la tranquilidad del joven.

Cuando los altoparlantes dieron la formación Juan y Oscar aplaudieron y gritaron como locos. Fueron los únicos,  Leonel estaba apático y apenas sonrió de compromiso.

El partido comenzó y no pasaron ni tres minutos cuando el hermano de Leonel levanto por el aire al delantero rival dentro del área, penal y gol para los contrarios.

— ¿Quién hizo el penal? ¿Fue mi hermano? —pregunto muy nervioso Leonel

— No Leonel, tranquilízate, fue el 6 — mintió Oscar.

— ¿Estás seguro? Me pareció oír el nombre de mi hermano —desconfiaba Leonel.

—Idea tuya, pibe.

El partido siguió, un mal pase de Javier hacia atrás provoco lo que sería el segundo, la dejó corta. No había pasado un media hora y ya perdían dos a cero. La platea estaba insostenible, muchos ya puteaban a Guerrero. Juan se agarró la cabeza, Oscar iba a decir algo pero se contuvo. Leonel no pronuncio una palabra pero esbozaba una sonrisa, como si se estuviera divirtiendo con todo lo que le pasaba. Juan la confundió con una risa nerviosa u lo palmeó al joven.  Al cabo de los 45 minutos, el partido estaba dos a cero abajo gracias a los dos errores de Guerrero.

— ¿Cómo está jugando mi hermano? —pregunto Leonel

—Bastante bien, se la viene aguantando bien —mintió Juan mientras Oscar meneaba la cabeza.

El segundo tiempo empezó bien para los locales: a los seis minutos, Miñardi empalmó de volea un centro y puso el 1-2. El equipo comenzó a presionar arriba y el empate vino a los 35 minutos por intermedio de Casilda. Juan, Oscar y Leonel se abrazaron como nunca. Si bien el partido no definía nada, dar vuelta un resultado siempre era motivo de alegría y esta vez  se mezclaba con la nostalgia de no ver al equipo por dos meses, no ir a la cancha. Los cantitos se hicieron sentir en la popular y la platea hacía eco de ellos. A los 47, cuando el empate estaba más que manifiesto, Lara se la toca a Javier Guerrero, este intentó salir jugando pero pisó la pelota, se cayó  de culo al suelo y la pelota le quedó servida al delantero rival que solo tuvo en su camino al arquero. Gol. La cancha quedo en silencio por un par de segundos, hasta que un grito rompió ese sepulcro.

—¡¡¡LA REPUTISMA MADRE QUE TE PARIO JAVIER, TODA TU VIDA FUISTE UN TRONCO!!! —gritó Leonel mientras agitaba el bastón blanco. Oscar y Juan se miraron azorados, no lo podían creer.

—Pibe… ¿vos no eras…?

— ¡Soy ciego, no boludo!
Toni "Preusse" Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

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