Antes que nada quisiera pedir, señor juez, señores del
jurado, que sepan disculpar si, tal vez, en mi relato, ofendo sin querer el
oído de la dama o el caballero, con palabras que puedan parecer "non
sanctas". Pero es que el tema señor juez, en sí mismo, se hace un poco
dificultoso de contar sin recurrir a esas palabras a las que hago mención.
Yo creo que ha sido el destino, el azar, el que me ha puesto
en esta situación, la casualidad, y, lamentablemente, señores, no tengo, ni
mucho menos, dotes de orador. Procuraré, a lo sumo, ser concreto y lo más breve
posible. Pero quería dejar hecha la salvedad para que nadie, después, diga que
no lo he advertido y se me pueda acusar de maleducado o boca sucia. Por otra
parte, estamos entre gente madura que sabrá comprender lo que yo diga.
Ya sé, ya sé, señor juez, perdóneme. Iré al grano. Pero
ocurre que no es fácil para un hombre humilde, como yo, desenvolverme en esta
situación, frente a tan honorables mandatarios. Es el destino, como le decía,
el que ha querido que yo fuese testigo de los hechos, y procuraré ser lo más
claro posible, sin ofender a nadie. Voy a comenzar la historia por el
principio, o al menos, voy a tratar, señor juez, señores del jurado, de darles
una idea de quién era Miguel Panizo, Miguelito, como le decíamos en el barrio,
el Burro Panizo. Y Miguel Panizo, allá, en Saladillo, era famoso por una cosa,
señor juez, por su virilidad, su hombría. Y cuando digo su virilidad, su
hombría, no me refiero con esto a que era un guapo, un hombre de coraje, o un
tipo valiente. Eso no lo sé. Nunca lo demostró, o no tuvo oportunidad de
demostrarlo. Tampoco era un tipo provocador como para tener oportunidad de
demostrarlo. Todo lo contrario, Miguelito era un pan de Dios, un muchachote
buenazo, señores. Por eso, cuando yo digo que Miguel Panizo era famoso por su
virilidad me refiero a otra cosa. Y ustedes saben bien a qué me refiero. Me
refiero, procuraré ser más explícito, me refiero... porque veo entre los
presentes rostros algo dubitativos... algunos ya veo que me han comprendido...
sí, sí... eso mismo... eso mismo... Pero seré claro, me refiero a que Miguel
Panizo era famoso por el... digamos... por lo que calzaba... ¿Cómo
explicarlo?... El aparato que calzaba, el sexo, digamos, el miembro viril,
exactamente. Puedo asegurarle, señor juez, y perdone si soy muy crudo en mis
términos, que era inhumano lo que tenía ese muchacho entre las piernas. Una
cosa bárbara. Así, observe. Mi antebrazo, casi. Soy un hombre grande, he visto
muchas cosas, pero puedo asegurarles que nunca en mi vida había visto algo así.
¡Una cosa tremenda! Por algo le decían "El Burro", a Miguelito. El
"Burro" Miguel, porque como ustedes saben... noto que han comprendido
por las miradas de todos ustedes... los burros son notorios por... Está bien,
sí, señor juez, perdóneme... intento ser claro para ilustrar al jurado, y a la
vez, no aparecer demasiado grosero para las damas que lo componen, también...
Ellas sabrán perdonarme.
Sí, sí, continúo, señor juez. Puedo asegurarles, señores del
jurado, que el atributo de Miguel Panizo era para ser expuesto en circos, en
ferias públicas, de la misma forma que a veces se muestran terneros de dos
cabezas, o jorobados, u otras deformidades físicas. Pero él, Miguelito, siempre
se había negado a eso porque decía, y tenía razón, señores del jurado, que él
no era un payaso, o un animal, para ser exhibido en una kermesse, o en algún
circo. Y yo les aseguro, señores del jurado, que ese muchacho podía haberse
ganado la vida muy fácilmente trabajando en el Tihany, o en el Ringlin
Brothers, por dar un ejemplo.
Pero no, Miguel siempre trabajó en el Almacén de don Isidro,
a la vuelta del club Calzada, como cualquier hijo de vecino. Pero eso sí,
tiempo atrás solía aceptar desafíos, apuestas, de gente que venía de otras
partes. Eso sí. Un poco porque no dejaba de ser una diversión para los
muchachos del barrio, que lo seguíamos como quien sigue a un equipo de fútbol.
Nosotros éramos su hinchada. Y otro poco porque así, de cuando en cuando, se
ganaba los buenos pesos. Pero hacía mucho que eso ya no pasaba en Saladillo. El
último que recuerdo, hace como ocho años, fue un... un bobalicón de Santa Fe...
un grandote que jugaba al básquet y vino a desafiarlo a Miguel. Me acuerdo que
la competencia fue a puertas cerradas, por supuesto, en la sala de los trofeos
del club Unión y Gloria, frente a un escribano público, y estábamos todos. Se
había acondicionado una mesa, quisiera explicarles el procedimiento a los
señores del jurado, una mesa a la que se le había pintado, muy prolijo, en la madera,
un sistema métrico, que llegaba al metro y medio, más o menos, y sobre esa mesa
se hacía la exhibición... bueno... de las piezas. Disculpen las damas si me
extralimito, porque veo... bueno... rostros un tanto ruborizados, pero entiendo
que es mi deber de testigo aportar, en lo posible...
Está bien, está bien, señor juez, perdóneme. Pido disculpas.
Quizás mi intención de colaborar hace que me extralimite... Sí, sí, continúo.
Bueno, aquella vez del santafecino fue un fiasco porque Miguel le ganó, casi, por
veinte centímetros. Sí, señores, advierto ciertas miradas suspicaces entre los
honorables presentes, pero puedo jurarles por lo que más quiero, por el cariño
de mi madre, que no les miento. Es que lo de Miguelito era pavoroso. Y estoy
hablando del aparato... ¿cómo podría explicarlo?... del aparato en posición de
descanso. No les hablo, no quiero contarles lo que era eso cuando entraba en
actividad, porque en esos...
Bien, perdón señor juez. Lo que ocurre es que la gente suele
no creer cuando uno les cuenta, piensan que uno está fantaseando, pero quiero
recordarles que yo he jurado decir solamente, la verdad y no voy a defraudar ni
la confianza que ha depositado en mí el jurado al llamarme a declarar, ni mucho
menos la mirada de mi padre, quien, tal vez, desde el Cielo...
Ya sé, señor juez, perdón. Mil perdones. Continúo. Esa vez
con el santafecino, fue la última vez que Miguel participó en un desafío de ese
tipo. Estoy hablando de casi ocho, si no nueve años atrás. Pero, por lo demás,
Miguel Panizo, llevaba una vida normal, tranquila, común. No era un hombre de
farolear, digamos, de engrupirse con sus condiciones fuera de lo común. ¡Y mire
que cualquiera pudiera haberlo hecho, en su misma situación! Más considerando,
ustedes bien saben cómo son los barrios, ese culto que existe por el machismo,
por la cosa viril. ¡Cómo se habla de eso en la barra del café, en el club, los
chistes de los amigos, las cargadas, las bromas! Pero no, Miguelito ya dije que
era un pan de Dios, no le daba mucha bolilla a esas cosas. Tampoco las
desmentía porque no era tonto. No las desmentía. El sabía que, en la medida en
que esa fama se difundiera, él sacaba sus buenas ventajas. ¿De qué modo?
Permítame explicarlo, señor juez, dado que aprecio miradas algo confundidas
entre los presentes. Todos sabemos que las mujeres son bastante curiosas, señor
juez... No sé si me explico... No sé si ha sido clara mi intención. No sé si
han logrado captar lo que quiero decir con esto... Un momento, un momento...
quisiera aclarar, porque veo rostros un tanto enojados entre las damas del
jurado... Es solamente lo que he dicho... En ese aspecto, en el aspecto de la
relación, digamos, por así decirlo, hombre-mujer, la relación íntima, o bien,
sexual, la mujer se dice que es más inquieta que el hombre. Más curiosa, la
subyuga lo desconocido, o lo misterioso. Se siente atraída por aquello que no
conoce. Al menos leí algo así en alguna revista especializada. ¡No quiero que
se piense que yo, señor juez, soy el inventor de esta teoría! Creo haberlo
visto en el "Maribel". O al menos algunas mujeres son así, si no
todas. Por lo menos, y eso doy fe, lo juro por la salud de mis hijos, en el
barrio yo he visto varias mujeres, incluso digo más, muchas de ellas
"señoras", "señoras respetables", venir al club a la hora
en que ellas sabían que nos reuníamos los muchachos, para verlo al Miguel. Y le
buscaban la conversación, le "daban calce", como dicen los muchachos.
Y el Miguelito aprovechaba, porque era un grandote algo quedado en algunas
cosas, pero de tonto no tenía nada. Y al día siguiente se las veía a esas
mujeres con el rostro cambiado, con una sonrisa, así, como perdidas y uno
entonces sabía que el Miguel les había hecho saber lo que es la buena eh...
ustedes ya me comprenden, la buena... creo ser claro, la buena herramienta,
disculpen si soy crudo en mis palabras. Y voy llegando al núcleo de lo que
tengo que contar, según todos sabemos, y pido disculpas si me he excedido en
detalles irrelevantes, vuelvo a repetir que no soy orador y...
Bien, señor juez, tiene razón. Perdone usted. La cuestión es
que una semana atrás, el lunes pasado, sí, el lunes pasado, llega al barrio un
enano. Un enano de Resistencia, Chaco. Se imagina, señor juez, que la noticia
corrió enseguida porque un enano es muy notorio, siempre, por la misma razón de
su baja estatura. Pero este enano, señores del jurado, Sosa se llamaba, o se
hacía llamar, desafió al Miguelito. Así como lo oyen. Podría sonar como una
petulancia, o una falta de humildad de parte del enano, desafiar a un coloso
como Miguel, pero ustedes bien saben lo que se dice, lo que se comenta en torno
a los enanos... No sé si soy claro... No sé si ustedes entienden el sentido de
lo que quiero transmitirles, porque veo algunos rostros como... como que no
comprenden. Se dice, no sé si es cierto, que los enanos, a pesar de su escasa
talla, de su tamaño reducido, están, podríamos decir... están muy bien
provistos.
Bien, señor juez, sí, sí, comprendo, continúo. No... Además
veo que me han comprendido perfectamente, veo por sus miradas que ellos también
conocen la fama de estos enanos, o al menos han oído de ella. Incluso a este
Sosa, Marcial Sosa, el enano que se presentó en el buffet del club el lunes
pasado, le decían el "Brasero". Por supuesto que es un apodo, que no
configuraba un dechado de imaginación porque es un apodo muy remanido, digamos,
porque... claro... no le decían el "Bracero" porque hubiese trabajado
en la zafra... y perdonen la ironía. No sé si me llegan a entender. No sé si
comprenden, en especial las damas, porque noto ciertas caritas como que no
entienden. El brasero, por el brasero brasero, el aparatito para calentar
cosas, la pava, digamos. El brasero que como todos sabemos tiene tres patas y
suele llamarse así a ciertas personas, lógicamente, hombres, cuando se comenta
que, justamente...
Muy bien, muy bien, señor juez, es que intento ser lo más
gráfico posible. Perdone usted. Disculpe. Continúo y sepan disculparme las
damas si soy un tanto crudo en mis explicaciones. En el club de inmediato se
creó una efervescencia ante el desafío del recién llegado del Chaco e, incluso,
comenzaron a tejerse historias disparatadas. Usted sabe cómo son las barras de
los clubes. Cómo se habla ahí al divino botón. Porque este enano era del Chaco
y el Miguelito Panizo también es chaqueño. No de Resistencia pero sí del Chaco.
De Roque Sáenz Peña, creo. Se vino acá hace como quince años, pero es del
Chaco. Y se empezó a decir en la mesa del club que en Chaco todos los hombres
son así, que era así por la alimentación, o por el clima seco, qué sé yo. Hasta
que Fermín, el Toto Fermín, que es el macaneador mayor del club... Usted sabe,
señor juez, que en todo club, en todo barrio hay un macaneador, un loco, un
tontito, bueno... Fermín, que es el macaneador del club, inventó que el enano
era en realidad hijo de Miguel, un hijo natural, que por eso estaba también
digamos... que por eso cargaba también su buen, su buen aparato, que Miguel
había huido del Chaco justamente por eso, para no hacerse cargo del enano y
todas esas cosas. ¡La que se armó! De cualquier manera el desafío ya se había
concertado, Miguel había dicho que sí, y el enano había apostado cualquier
guita a su... a su pingo. No me pregunten cuánto porque mentiría si les digo,
pero sí que era una cantidad más que considerable, se hablaba de dólares,
incluso. Bueno, el miércoles a la noche, fue la cosa. Se cerró el club con la
excusa de que había desinfección, nos fuimos todos para el salón de los
trofeos, éramos como treinta, y allí estaba la mesa ésa que yo ya les expliqué,
se había acondicionado como para este tipo de... confrontaciones. Quiero
aclarar que en este tipo de cosas no se aceptan mujeres ni niños, que quede
bien claro que es nada más que una competencia con un público exclusivamente de
hombres. No hay ninguna corrupción ni porquería. Estaba también el escribano,
pero no se permitían fotógrafos.
El enano llegó medio tarde, cuando ya pensábamos que se
había borrado, temeroso de pasar papelones. Pero llegó, agitado, con un
envoltorio alargado de papel de diario bajo el brazo, donde decía que traía una
regla para constatar las medidas. Ahí se armó medio una discusión porque hubo
que decirle que él obraba en condición de desafiante, y que acá las cosas se
regían por las reglamentaciones de la provincia de Santa Fe, y esas cosas. Yo
no sé qué había de cierto en todo eso, pero supongo que los muchachos medio lo
apuraron para no dejarse prepotear por un desconocido de afuera que venía a
desconfiar de nosotros, y para colmo, enano. De cualquier manera, después de la
parada de carro, hubo que hacer las cosas bien por derecha, no fuera a ser que
el enano, o el mismo escribano, pensaran que los queríamos llevar por delante y
robarles el dinero. El escribano sorteó quién debía... digamos, desenfundar
primero. Y salió elegido Miguelito, pobre. Miguel peló el termo y lo puso sobre
la mesa. Una cosa monumental, vea. El enano se puso pálido, yo lo estaba
mirando de reojo, blanco se puso. El escribano midió, no sé bien cuánto acusó
Miguel —si lo supiese no me lo creerían—, y le tocó el turno al enano. Yo vi
que el enano agarraba la regla envuelta en papel de diario y pensé: "Este
no está convencido. No lo puede creer". Y por ahí el enano saca del
envoltorio alargado, no una regla, saca un machete de este porte, de esos de
abrir picadas en el monte y...
Cuando revivo esa escena le juro, señor juez, que me recorre
la columna vertebral un estremecimiento de arriba abajo. Fue un solo tajo,
señor juez, un machetazo seco sobre la mesa... Mire... El aparato de Miguelito
era una víbora, un brazo mutilado retorciéndose sobre la mesa. No quiero
abundar en detalles porque veo en los rostros transfigurados de todos
ustedes... el mismo espanto que sentí yo... Pobre Miguel... Después nos
contaron que este enano, Sosa, había resultado el marido de una mujer que un
día probó con Miguel, allá en el Chaco. No sé. Una historia así. Y que se la
había jurado al Miguel. El enano era obrajero. ¡Cómo son las cosas! ¿De qué
vale, a veces, tener tanto, señor juez? Me pregunto yo... ¿de qué vale tener
tanto?
Roberto Fontanarrosa
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