Hay un hombre que tiene algo de gendarme por su obsesión en
la custodia de los límites y mucho de marinero en su revoleo simbólico de la
banderita de colores. Sin embargo, su nominación más frecuente pone el énfasis
en la condición judicial de su profesión, algo excesivo y lejano del original
inglés -cuándo no- que lo rotuló sintéticamente, lo asoció a su caminito:
lineman, “hombre de la raya”, sencillamente.
Pero ese “liniman” de la tribuna se transforma, por imperio
del torpe engolamiento del medio pelo argentino en pomposo “juez de raya” o
“juez de línea”. Se le concede un estado tribunalicio, correspondiente al
ascenso del árbitro al grado de “máxima autoridad”, que nada tiene que ver con
su inicial función equilibradora de los bellos tiempos en que cada equipo
“ponía un liniman”, esa especie de control partidario para compensar eventuales
y habituales bombeos.
Sin embargo, desde Joe María Muñoz, el nombrador, ese
movimiento de seudojerarquización del “liniman” se compensa equívocamente con
una manganeta verbal de sentido inverso: la metonimia fulgurante de reducir el
hombre a un palito y un cacho de trapo. Porque si alguien alguna vez cristalizó
la forma que asimilaba barcos a velas, el relator de América fue mucho más lejos con su identidad
lineman-banderín, a lo que agregó la especificación aparatosa que bifurca y
cierra la clase de los marginales de la línea: amarillo/solferino.
El ambiguo status del lineman se manifiesta en toda su
crudeza a través de esa dualidad: el hombre está vestido de negro cual sobrio
magistrado pero lleva el estigma carnavalesco de la banderita de colores. Y ahí
está también el doble destino. Porque aunque le duela, su función es más afín a
la del chancho inspector que a la del togado de Tribunales. Más claro y
definitivo: el lineman es, para la jerga popular, un alcahuete. Y eso es
intolerable.
De su función alcahueteril proviene la marginalidad.
¿Alguien observó que el lineman está fuera de la cancha? Tangente con el campo
y la tribuna, el hombre de la banderita mira con los mismos ojos del espectador
-desde afuera- pero colabora con la visión desde adentro. Además de alcahuete
es traidor, el único hincha de un equipo indeseable de uno, el árbitro.
La condición trágica del lineman se sintetiza en esa no
pertenencia esencial. La línea de cal es una frontera por la que se pasea con
los tigres atrás y el domador adentro. No tiene salida ni entrada: el lineman
está a priori condenado y el botellazo o proyectil que lo voltea sólo reafirma
una situación esencial, un destino de vapuleo.
¿Cómo se llega a lineman? ¿Qué oscuro entrecruzamiento de
factores o condicionamientos pone a un hombre entre la espada y la pared, entre
el insulto y el deber? Hay trabajos socialmente “sucios”, desde verdugo a
recolector de residuos, en los que se autoconfinan los desesperados o aquellos
que alguna oscura culpa quieren lavar entre la mugre y la sangre. Pero el
lineman…Un hombre que toma el bolso al mediodía de un sábado para ir a la
cancha de Victoriano Arenas a correr al trotecito entre el pasto ralo de una
frontera que no merece atención ni cuidado, es un enfermo. Convaleciente del
Deber, fugitivo de alguna Culpa, desertor de un teatro vocacional que conservó
la indumentaria del Hamlet y le sacó las puntillas y le rebanó las calzas para
desnudar muslos blandos en una pasarela de oprobio, el juez de raya es un
hombre absurdo que se le escapó a Camus del inventario ejemplar.
Empujado por una mujer gritona o un hijo demasiado gordo;
petiso para abanderado de granaderos, haragán para memorizar códigos o
convencer a una mesa examinadora, el lineman detenta la bandera y una ley con
dos artículos: out ball y offside. Construir con esos poco elementos un mundo
significativo, una identidad, son síntomas del funcionamiento de un mundo
gobernado -no en términos futbolísticos sino explícitamente políticos- por
países jueces brutales e incapaces que distribuyen faules y goles desde el
centro de la cancha y del Imperio, mientras los lineman de la periferia
levantan alternativamente una u otra bandera.
Personaje clave de una geopolítica barata y de cabotaje,
partenaire en una ceremonia ritual que lo desprecia, el juez de raya trota
hacía ninguna parte, deja sus obras completas en los suplementos deportivos de
cada fin de semana. Un destino marginal, de serie y ropa negra.
Juan Sasturain
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