—Raúl, supe que tuvo un episodio
esta semana— arranco la sesión grupal el doctor Fernando Kohlberg.
—Si...— dijo Raúl mientras
temblaba.
— ¿Nos quiere contar?— lo invito
cordialmente el doctor mientras hacia un círculo en el aire con su mano.
—Sí, cómo no— respondió Raúl
mientras se ponía de pie. Raúl no pasaba del metro sesenta, tenía alrededor de
50 años, mal llevados por cierto, tenía una frente interminable y su cabello
era tan solo una corona entrecana.
—Adelante— dijo el doctor ante el
azuzamiento de Raúl.
—Bien... déjeme recordar bien así
no me olvido ningún detalle… —dijo mirando a todos los integrantes, cómo
pidiendo permiso— yo estaba en la platea, como siempre, rodeado generalmente
por la gente que suele ocupar sus respectivas butacas. Porque son numeradas,
¿vio? Me llamó la atención que el asiento del señor Rodríguez estuviese ocupada
por otro tipo, un pelado al que nunca había visto. No sé si esto tiene alguna
incidencia...
—Sí, por supuesto que sí, pero
continúe— dijo el doctor mientras anotaba algo en su anotador.
—Bien... este... —prosiguió
dubitativo Raúl— el primer tiempo no pasó nada, partido aburrido, pocas
situaciones de gol. Nada que valga la pena contar. En el segundo tiempo todo
parecía igual. Hasta que... —Raúl cortó abruptamente su relato, se le
humedecieron los ojos y parecía que iba a largarse a llorar.
—Prosiga por favor— dijo en tono
profesional el médico.
—Perdón... Pero se me hace
difícil... Discúlpenme— dijo Raúl entre espasmos de llanto—. Entonces el seis
de ellos le pega desde lejos, la pelota pega en el travesaño y el rebote le da
en la espalda a nuestro arquero...—Raúl se había quebrado de nuevo— y falle
doctor, falle...
—Tranquilícese Raúl y termine de
contarnos— dijo el doctor con un tono profesional pero rozando la impaciencia.
—Sepan disculpar, pero es una
recaída fuerte— dijo Raúl mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo
descartable que le había alcanzado Daniel— No me pude contener, me pare y le
dije a ese pelado hijo de remil putas que era mufa... Falle doctor...falle...
Raúl lloraba desconsoladamente
mientras Daniel y Rodolfo intentaban consolarlo. Momento en el cual se abrió la
puerta y entro un tipo joven de unos 30 o 35 años. Se quedó parado junto a la
puerta observando esa imagen algo patética a simple vista.
—Buenas tardes —dijo por fin el
desconocido, tímidamente—, Creo que llego en un mal momento… ¿Esta es la sesión
del doctor Fernando?
—Sí, es esta, pase, pase —dijo el
doctor levantándose— Fernando Kohlberg, un gusto.
Ambos se dieron un apretón de
manos en señal de saludo y el nuevo fue invitado a sentarse en una de las
sillas disponibles. Hubo un incómodo silencio, roto de a ratos por la tos seca
de Osvaldo. Estuvieron un par de minutos así, mientras Kohlberg leía unas hojas
sueltas.
—Bien, vamos a seguir, pero antes
usted deberá presentarse ante sus compañeros —dijo el doctor dirigiéndose al
nuevo miembro.
—Bueno… —titubeaba el recién
llegado— Soy Andrés Mateo y estoy acá, creo que por lo mismo que todos están
acá.
—Por favor díganos por qué esta
acá, no se sienta inhibido, todos aquí tienen problemas similares, expláyese
que lo escucharemos atentamente —dijo en tono tranquilizador el Dr. Kohlberg.
—Bueno… si… —intentaba decir algo
Andrés— Estoy acá porque me mando mi mujer.
—Cuéntenos más, por favor —ordeno
el médico.
—El problema principal radica en
que suelo acusar a la gente de mufa, de traer mala suerte —dijo Andrés
avergonzado como si lo suyo fuese tráfico de drogas. Hubo un ligero murmullo
entre los presentes.
—Ajá ¿Se dio cuenta usted solo
del problema y por eso vino acá? —pregunto Kohlberg.
—No doctor, me mando mi mujer
acá. Puedo sonar como dominado, pero me amenazó con el divorcio— dijo el nuevo.
— ¿Cuál es el motivo?—pregunto el
psicólogo y psiquiatra.
—Que mi mujer no me banca más…
—comento Andrés
—No, digo el motivo que precipitó
la decisión de venir a este grupo de terapia —espetó Kohlberg
—Bueno sí, mi suegra sufrió una
neumonía y esta internada.
—Coménteme más por favor.
—Mi suegra es muy buena persona
—suspiró Andrés—, no quiero que se malinterprete. Tengo la mejor onda con ella.
El tema es que la vieja es fúlmine. Cada vez que se aparece por casa perdemos.
Lo tengo probado, eh. Hasta anote las fechas en la que ha estado en casa y cómo
perdimos. Mire aquí tiene —dijo mientras le alcanzaba una libretita— Yo ya le
había avisado a mi señora que no la quería ver los días de partidos por casa.
El domingo pasado que jugábamos contra Chacarita, mi mujer aprovecho para ir a
lo de una amiga a la vuelta de casa, mientras o miraba el partido. ¿Puede creer
que al rato apareció la vieja tocando timbre? No le abrí.
— ¿Fue el día del temporal?
—inquirió el profesional.
—Sí, y la vieja se cagó mojando, con
perdón de la expresión —dijo Andrés con un atisbo de vergüenza en su voz— lo
peor del caso es que perdimos porque mi señora llego al rato y la hizo pasar.
No me la va a creer, entró la bruja esta y nos cobraron penal que ni le cuento.
Hubo un leve murmullo de asombro
entre los presentes. El doctor seguía impávido, como todo profesional
—Por lo que veo es un problema
muy grave el suyo, señor Andrés —dijo con gravedad Kohlberg.
—Todas las suegras son un
problema grave —dijo risueño Andrés esperando encontrar alguna sonrisa cómplice
entre el resto de los pacientes. Nadie se rio y Andrés se sintió como un
verdadero pelotudo.
—Vea, Andrés, ha llegado en el
momento justo —comenté el médico, mientras se levantaba de su asiento y
comenzaba a caminar con las manos entrelazadas por sobre los glúteos— Por lo
que veo, mi estimado señor, usted tiene un severo problema: echar culpas. ¿Qué es lo que hacen ustedes? Es evadir la
culpa y la responsabilidad de algo; en este caso, de resultado deportivos. Sus
subconscientes buscan receptores de ese daño infringido, busca responsables que
son de características aleatorias y sin ningún tipo de sentido para amortiguar
el impacto negativo de un hecho contrario —continuó diciendo, mientras se
volvía a sentar— ¿Ustedes tienen la culpa
de lo que acontece dentro de un campo de juego? ¿Un individuo que se encuentra
en su casa o sentado al lado suyo en las tribunas puede incidir en las
acciones? La respuesta es no, pero el subconsciente tiene que buscar una válvula de escape: las personas acusadas
de mufas.
Todos asentían con la cabeza como
si fuesen marionetas, salvo el nuevo, que levantó la mano para preguntar algo.
—Doctor ¿Si actúa como cable a
tierra o válvula de escape, porque es malo y tenemos que tratarnos?
—En pequeñas proporciones nada es
malo, pero si esa válvula de escape afecta la vida social del individuo, como
le está pasando a ustedes… acá estamos para aprender a dominar estas
situaciones para no complicarnos socialmente.
Luego del pequeño revuelo que
generó la llegada de un nuevo paciente, la sesión volvió a su rutina. Juan Cruz
contó cómo estuvo a punto de no ir a la cancha porque jugaban a las 17 horas,
número que indicaba la desgracia, pero que igual fue y perdieron cuatro a cero.
Ramón conto que se había vuelto a hacer socio de su equipo porque se había dado
cuenta que su número de socio anterior terminaba en 57, y que justo un cinco de
julio su equipo había perdido la categoría; relato que generó un reproche más
que importante por parte del doctor Kohlberg.
Las sesiones fueron pasando y
Andrés se había integrado bastante bien, a pesar de que era un grupo muy
heterogéneo. Sin embargo, no estaba muy a gusto con el tratamiento del doctor
Kohlberg. Los muchachos eran de juntarse unos minutos antes para intercambiar
algunos aspectos de las sesiones.
—La verdad Omar es que no me
convence mucho esto —dijo Andrés a su compañero de silla.
—Te apiolaste algo tarde eh, hace
seis meses que estas acá —contesto risueño Omar.
—Desde el primer día que no me
convence, estoy acá porque mi mujer me hincha las pelotas—se defendió Andrés—
la verdad es que esto no me cabe nada, eh…
—Pero el doctor Kohlberg es muy
prestigioso—comento Omar— es psiquiatra, psicólogo y tiene varios masters en
medicina de no sé qué… ¡hola, Martincito! ¿Cómo estás? — Había llegado Martín y
los otros caían de a poco.
—No, no. El doctor Kohlberg me
parece un profesional de puta madre —se atajó Andrés— sabe una bocha ¿Sabes
cuál es el tema? Que esto de empezar a señalar mufas en la cancha o en tu casa
es parte del folclore viejo, es como que los jugadores vayan a terapia para
dejar de simular foules…
—Puede ser, puede ser… —dijo en
tono pensativo Omar—pero nosotros nos íbamos al carajo, hermano. Vos casi matas
a tu suegra…
—La vieja hija de puta esa es de
hierro —dijo riéndose Andrés.
—Ya son y cuarto y el doctor no
vino —se quejó Omar, mientras consultaba su reloj. Como si hubiese estado
coordinado, apareció una secretaria del doctor con cara grave. “El doctor
Kohlberg sufrió un accidente y esta grave en el hospital”. Las palabras cayeron
como una bomba en todos los pacientes. Raúl se puso a llorar, otros golpearon
sus puños contra sus rodillas, algunos, como Omar y Andrés, se quedaron en
silencio como varios más. Estuvieron así como media hora, sin saber que hacer;
como perdidos.
—El doctor hizo mucho por
nosotros —dijo de golpe Ramón, concentrando la atención de todos los presentes—
tenemos que ir a visitarlo al hospital, organicemos algo.
Hubo voces de apoyo. Pronto se
juntaron todos y empezaron a arreglar quiénes iban a ir. Querían ir todos, pero
Andrés fue el más racional del grupo y dijo que no dejarían entrar a 20 tipos, más si estaba delicado. Tomás dijo
que lo más justo sería hacer un sorteo entre ellos como para organizar mejor la
cosa, se ponían los nombres de todo dentro de una bolsa y se sacaba tres o
cuatro nombres. Pero le contestaron que justamente están bajo tratamiento para
no echarle la culpa al azar. Raúl entonces dijo que deberían ir lo más antiguos
en la sesión. Llevo tanto tiempo organizar todo que la gente de la sesión de
doble A del turno siguiente, ya estaba agolpándose tras la puerta.
Ya afuera del salón, se quedaron
afuera un rato a fin de organizar bien quiénes iban a ir, a pesar de que ya era
de noche y el frío se hacía sentir como una cuchilla de carnicero rasgando la
cara. Luego de unas cuantas idas y vueltas, quedaron en que iban a ir Raúl,
Omar y Andrés que iba a poner el auto.
Se encontraron temprano al otro
día en un bar, Andrés los paso a buscar con su Renault 19 y allí fueron la
clínica privada. El viaje habrá durado unos 15 minutos, tiempo suficiente como
para que Omar y Andrés quisieran tirar del auto al insoportable de Raúl.
Durante el trayecto empezó a comentar que él tuvo una prima que había sufrido un
accidente de tránsito y que estaba cuadripléjica, que los accidentes hoy en día
eran jodidos, que antes los autos eran de hierro y que ahora eran todos de
plástico, que había que ver si el doctor Kohlberg podía recuperarse, que
seguramente otro profesional lo iba a cubrir, pero que lo haría todo mal, que
todo se había perdido, que estaban yendo al pedo porque seguramente Kohlberg
estaba en coma... La perorata siguió hasta que por fin llegaron al lugar.
Dejaron el auto en el estacionamiento
subterráneo de la clínica, subieron hasta la planta baja y fue Andrés quien
pregunto sobre la habitación del doctor Kohlberg. Una recepcionista bastante
jovencita les indico que estaba en la habitación 214. “2+1+4=7, lindo número
para jugar a la Quiniela” pensó Omar. Subieron por el ascensor hasta el segundo
piso porque Raúl no podía subir ni de peso, dado su estado físico deplorable.
Ingresaron por una puerta doble del tipo vaivén a un pasillo largo. Todo era
silencio, solo se escuchaba el taconear distante de alguna visita y el crujir
de la suela de goma de los zapatos de Raúl. Andrés localizo la habitación 214,
golpeó tres veces y abrió la puerta.
—Buenas, ¿se puede? —saludó
tímidamente mientras se metía, con los otros dos que miraban por sobre su
hombro.
— ¡Muchachos, que alegría verlos!
—dijo Kohlberg, mientras se incorporaba en la cama. Se lo veía algo pálido y un
moretón bastante morado le cubría un ojo y parte de la frente. Tenía un yeso en
la pierna derecha, pero se lo veía bastante animado.
—Acá con los compañeros de sesión
vinimos a visitarlo, usted que tanto ha hecho por nosotros…— saludó Raúl,
mientras agarraba con ambas manos su boina marrón.
— ¿Cómo se siente? ¿Qué le paso,
doc? —interrumpió Omar, antes de que Raúl siga con sus adulaciones.
—Y mire, me quede sin frenos en
la autopista —dijo mientras se erguía más en la cama—, quise doblar y terminé
colisionando contra el guarda rail y dando varios tumbos. Me fracturé tibia y
peroné, nada más. Me hubiese dado el alta ya, de no ser porque me tienen en
observación por los golpes que recibí en la cabeza, ya estaría en casa.
—Tanto que hablamos de mufas y
eso, usted tuvo suerte —bromeo Andrés. El doctor río forzadamente.
—Le traje unas flores, como para
darle un poco de vida—Raúl volvió a la carga con sus adulaciones baratas.
—Yo le dije que esto no era una
cita con una mina, que no hacían falta las flores—volvió a bromear Andrés.
—Les agradezco mucho por la
visita estimados, los pacientes siempre terminan siendo los mejores amigos
—dijo el doctor con un atisbo de emoción completamente extraño en él.
—Los muchachos estábamos muy
preocupados por usted —gimoteó Raúl. Luego la conversación derivo en otros
temas como el servicio de la clínica y su remplazo, que iba a ser el doctor
Silva, compañero suyo en la universidad. Se quedaron hablando hasta que por la
puerta entró una vieja rubia, de una edad similar a la de Kohlberg, que andaría
por los 60 años. Se les presentó como Susana, la esposa del doctor.
Inmediatamente supieron que debíamos irse como para no molestar en la intimidad
del doctor. Saludaron y entre mensajes de mejoría se fueron.
—Tuvo bastante suerte el doctor—
dijo Omar una vez ya en el auto de Andrés.
—La sacó barata eh —opino Andrés.
—Hay que ver, hay que ver
—dramatizo Raúl— por ahí le queda alguna secuela en la pierna, como una cojera…
o hay que ver si no pierde la pierna. Yo tuve un amigo que perdió la pierna por
una infección en la fractura. Tal vez alguna lesión neurológica que estalle con
el tiempo... es jodido.
Andrés y Omar decidieron no
hablar más durante todo el viaje, debido a que Raúl era un manifiesto
hipocondriaco y un rompebolas elevado a la enésima potencia.
Andrés dejo a ambos en sus
respectivos hogares y fue a para su casa. Al otro día en la oficina, recibió un
mensaje de Omar que lo dejo helado. “Falleció el doctor Kohlberg, cuando puedas
llámame”. Andrés lo llamo inmediatamente y se puso a corriente de las
novedades. Al parecer el golpe que había sufrido el doctor Kohlberg en la
cabeza, causó unos coágulos en su cerebro, uno se desprendió y le dio un
infarto cerebral fulminante. Andrés le dijo a Omar que lo pasaría a buscar a la
tarde para ir al funeral, que averiguara bien la dirección de la casa de
sepelios y se pusiera en contacto con los compañeros de terapia como para
juntar plata para una corona.
Por la tarde llegaron Andrés y
Omar al velatorio de doctor. La sala estaba llena. Estaban Susana y los que
parecían sus hijos, por la forma de consolar a la esposa de Kohlberg. Había
diversos grupos: podían advertirse alumnos, pacientes, amigos, colegas y allá
por el fondo estaba el grupo de terapia. Ambos caminaron hasta allá.
—No puede ser, es increíble
—gimoteaba Raúl.
—Que cagada — dijo Juan Cruz
mientras meneaba la cabeza.
—No somos nada —intervino Martín.
Omar y Andrés se habían ido hasta
el cajón para darle una oración y un último saludo al doctor. Ambos volvieron
bastante dolidos y se sentaron en un sillón bajo. Permanecieron en silencio unos
minutos, hasta que Andrés le dio un golpe de puño a la mesa ratona que estaba
en frente suyo.
— ¿¡Cómo no se va a morir el
pobre doctor!? —Dijo levantándose— ¡Si en este grupo son todos una manga de
piedras! ¡Yetas son! ¡Hijos de puta!
Raúl rompió en llanto y se abrazó
a Daniel que recién había llegado.
T.Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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