Para Tomas Sanz
RECUERDO QUE mi viejo tiraba la bronca contra Aróstegui,
porque "transmitía todos los partidos igual". Eran los años cincuenta
-antes del memorable desastre del Mundial de Suecia del '58- y todavía no
habíamos llegado a la fiebre analítica y descriptiva que nos invadiría poco
después. Por entonces, don Alfredo Aróstegui, "el relator olímpico",
intercalaba algunos nombres propios entre un sinfín de frases hechas en las
cuales recuerdo con especial afecto la que decía, antes de un saque lateral,
"será encargado de ponerla otra vez en movimiento el jugadorr..." y
ahí nombraba al "jas" correspondiente, ya que eran casi
invariablemente ellos, cuando todavía no aspiraban a marcadores de punta, los
encargados de esos menesteres.
Por entonces -"Quién es El Esférico, papá?",
pregunté luego de oír por enésima vez que tal individuo "salía del campo
de juego"- los relatores más notorios eran cuatro: Fioravanti; Veiga; el
consabido Relator Olímpico, sistemáticamente deformado en "Aróstigue"
por los analfas que proliferaban líricamente en los campos de juego; y le
pintoresco uruguayo Lalo Pelicciari, autor de "tranquilo muchachos",
"alto fuera" y el finalísimo "esto se acaba, señores". Pero
los orientales -Solé, Heber Pinto y tantos otros que no recuerdo- merecen un
laburo descriptivo aparte porque son excepcionalmente gráficos, deslenguados,
espontáneos, arrebatados hasta para crear una metáfora más desaforada sobre la
marcha para manifestar un sentimiento que los supera. Recuerdo, de pasada,
cuando describiendo una jornada gloriosa de "la celeste", sobre los
últimos minutos tomó la pelota en medio campo el "verdugo" Pedro
Virgilio Rocha y el relator dijo poco más o menos que esto: "Avanza
Uruguay, la lleva Rocha; la pelota al pie, la vista al frente, melena al
viento... ¡Parece Artigas!..." Y seguramente habrá infinitas anécdotas
superiores o ejemplos de una hipérbole aún mayor.
Ese nunca fue el rasgo propio de nuestros relatores. El caso
Muñoz va por otros carriles, expansivos, sí, pero de otra índole y en diferente
dirección. En aquellos años, el maestro Fioravanti -así reconocido por todos,
al menos formalmente- hilvanaba con elegancia los términos de una descripción
del juego en que, mientras inauguraba ciertas muletillas que con el tiempo se
han vuelto inaceptables: "saltan varios hombres", "entrega la
pelota a un compañero", "hay una serie de rebotes" y otras serie
de vaguedades no atribuibles a la lentitud expresiva sino a otro criterio,
menos pormenorizado pero ortodoxa y literariamente narrativo, que hacía lugar a
la expresión florida y la metáfora sutil. Y para este lado queremos rumbear.
Góngora en los relatos
Las vertientes de Fioravanti fueron varias. Voy a dar dos
ejemplos por los que puedo ser desmentido, pues no soy un erudito en la
materia, pero cuya representatividad es innegable: el hallazgo de "el
cancerbero" y la mágica invención de la "nube de fotógrafos".
Dos líneas poéticas en el arsenal metafórico del maestro. El clasicismo
renacentista que con Dante introduce la mitología en el "Inferno" y,
dentro de ella, al Can Cerbero, perro descomunal de tres cabezas, custodio
feroz de las puertas insalvables al extraño, por una insólita traslación se
introdujo en el repertorio expresivo de un vate rioplatense y futbolero que
buscó en el momento la idea que expresase el fervor defensivo de Pancho
Lombardo, el vasco Echegaray o cualquier otro implacable marcador. Lo de la
metáfora o figura que asoció el numeroso grupo de fotógrafos al fenómeno
trivial y meteorológico es de más fácil explicación: desde lo alto, en la
cabina de transmisión, las huestes de reporteros gráficos -eufemismo
josemariano- suelen evocar, frente a las clásicas formaciones de hincados y de
pie, globosas figuras de nimbus, cirrus y cúmulus. El innegable hallazgo
expresivo, sin embargo cristalizó rápidamente en un tropo retórico y socorrido
a la manera de nieve/piel, perla/dientes gongorinos y se ha convertido en un
pecado de lesa comunicación para los profesionales del relato. Juntó a los
"miles de pañuelos blancos que emergen de las tribunas -o de los cuatro
costados del campo- saludando la victoria del equipo tal", caer en su
mención es sólo equiparable en bostezo mental a los "siniestros de
proporciones" y a los funcionarios que "hacen uso de la palabra"
y demás torpeza rotuladas por la agencias. Sin embargo, la riqueza de las
imágenes de la jerga futbolera linda con el despilfarro. Y fue, sin duda, el
período de mayor desorientación táctico-técnica-dirigente, que sucedió al
descripto, el que entregó los mejores momentos en cuanto a hallazgos gráficos y
analogías curiosas. Y no es difícil decir por qué: en la crítica y el
comentario de fútbol había irrumpido la ironía.
Quevedo en los comentarios
Hubo un época feroz de "El Gráfico" -coincidente
con el lanzamiento del "Fútbol Espectáculo" de Armando y Liberti- en
que Panzeri, Lazzati, Pepe Peña, el Osvaldo Ardizzone de sus comienzos y otros
de quienes no puedo acordarme, comenzaron a desmenuzar partidos, jugadores,
circunstancias y tácticas con un fervor analítico hasta entonces desconocido. Con
una pasión renegadora que mezclaba los táctico y lo ético, la inteligencia y la
arbitrariedad -es memorable el ejemplo de aquel marcador lateral de
Estudiantes, Castillo, "no podía jugar" porque "era muy
feo" -se inventaron imágenes y figuras que de a poco se hicieron
cotidianas: Nardiello, aquel wing de Boca que jugaba "con un balde
invertido en la cabeza", por su ceguera para resolver; Orlando, el
brasileño que en la primera línea de cuatro que se formó en Argentina, cuando
vino Feola a Boca, era un seis que no salía del fondo, se quedaba "en la
cueva"; los delanteros que jugaban asilados adelante, esperando un error,
"a la pesca", y de ahí la expresión "Sanfilippo con la
caña", etcétera. Así se acuñaron bellezas tales como "cintura de
madera", "tiene un dado en la cabeza" -cuando cabecea para
cualquier lado-, defensores que "rifan" la pelota al entregarla sin
destino, delanteros talentosos pero "laguneros" -tipo Ermindo Onega-
en tanto discontinuos, con lagunas mentales; los centros "a la olla",
evocando la parábola de las legumbres al voleo hacia un destino de puchero...
En fin, una maravilla de creatividad.
Pero aquí ya estábamos lejos de la retórica lírica de la
"verde gramilla" de Pedrito Valdez o la definición de los jugadores
por imágenes ennoblecedoras como "La Maravilla elástica" o "Don
Pedro del Area". Fue de la mano de la práctica y a partir del desencanto
por los fracasos y los espectáculos horribles que el lenguaje se hizo más
filoso, imaginativo, irónico. Y precisamente a partir de los medios escritos,
no de los radiales, ya que éstos, sobre todo a partir de la consolidación de
Muñoz como el Gran Palabrero y master en conexiones, se han desarrollado en el
sentido de la cantidad de información y en el olvido de la opinión crítica. Una
costumbre que le ha dado buenos dividendos.
La metonimia que le dicen
Sin puntualizar la propiedad de los hallazgos ni tratar de
historizar los últimos quince años, el imaginero ha crecido en forma incesante
al mismo ritmo que el volumen -páginas en los diarios, horas en la radio, en la
TV- se come trivialidades como la política nacional, la cultura en general y
otras tonterías. Hay algunos rasgos: ha decaído el ritmo de la creación de esas
verdaderas alegorías que constituyeron en su momento la idea de la
"quintita" y su cuidador, para el marcador que no salía de su zona, o
del "wing ventilador" para aquel que bajaba al medio campo para
permitir una salida por el costado -Corbata, Gonzalito, fueron los clásicos-.
Ya no es frecuente este tipo de invenciones. Se han cristalizado, en cambio,
algunas metonimias -figura que consiste en aludir el toda a través de la parte:
veinte mil "cabezas" por otras tantas reses; necesito "una
mano" por alguien que me ayuda, etc.- que hacen verdaderamente críptico el
lenguaje para los no iniciados.
Cuando Passarella "agarra la lanza" el cronista
hace referencia a que River, necesitado de atacar por esta en desventaja,
adelanta los hombres de la defensa en un ataque impetuoso que evoca la carga
del malón; si Pancho Sa es descripto "con la escoba" uno puede
suponer que, como en el caso de "la bruja" Verón, se hace referencia
a un apodo; no señores: está "con la escoba" porque "barre"
el fondo de la defensa, es decir que como juega de líbero o último hombre,
carece de marca fija y cubre las eventuales fallas de sus compañeros... En fin,
es largo pero exacto. Las "luces encendidas y/o apagadas" no son
aplicables a cualquier jugador sino a unos pocos -cada vez menos: Bochini,
Houseman...- que, como los personajes de historietas antiguas, asocian
repentinas ideas y realizaciones brillantes al encendido de una lamparita. En
este mismo sentido suele leerse que "Diego frotó la lámpara",
haciendo referencia a la doble condición mágica y genial de Maradona, la
metonimia loca, viejo.
Lo que ha crecido en forma espectacular es la creatividad
verbal. Si los argentinos hemos inventado el verbo "indexar"
-perdonando la palabra- a partir de INDEC, es trivial "volantear", es
obvio "centrear, es infantil "achicar"; pero hay cosas mucho más
ricas: hoy se "pellizca" la pelota en el medio, se
"desborda" por los laterales, hay "arrugues" en la derrota,
se "muerde" en el medio, los marcadores suelen "absorber" a
los delanteros y los laterales se "desenganchan", aunque los volantes
pueden "sorprender desde atrás", picando al vacío... Todo es posible
ya.
La vida 2 - Yo 0
Este crecimiento desmesurado del lenguaje que describe el
correr de la pelota y los encargados de impulsarlo tiene otras implicaciones si
se tiene en cuenta la funcionalidad demostrada por el vocabulario y la
imaginería del tablón y la crónica para describir cualquier tipo de
situaciones, más allá del "coqueto estadio" o "el reducto
cervecero". La poesía tanguera -muy afecta a las metáforas turfísticas en
general- ha recurrido sólo por excepción al dialecto dominguero: Manzi, en
"Ché Bandoneón", describió "el trago de licor/que ayuda a
recordar/que el alma está en orsay/ché bandoneón; pelota que le devolvió Cátulo
en el homenaje de "A Homero": "Eran años de cercos y
glicinas,/de la vida en orsay, del tiempo loco", con lo que redondearon una
hermosa imagen existencial. Las antiquísimas expresiones "gol de media
cancha" y "marcar a presión" para referirse a grandes pegadas o
a mujeres celosas custodias de las andanzas maritales tienen el insoportable
olor de la naftalina... Hay, sin embargo, un campo menos explorado: "Si
esa mina no es de Rosario le pego en el palo" es bueno y da la idea de
aproximación; "Después de tomarme la bolilla ocho me pelotearon entre los
tres" es impecable y descriptivo, y sostener que tal político "está
podrido de hacer banco" es, además, cierto.
Yendo más lejos, nadie se lleva a equívocos en cuanto al
sentido si uno dice que tipos que viven y morirán como marcadores de punta o
que nacieron para eso; que el Tano Ruggiero toca el bandoneón como un diez
pisador que tanto mete un cambio de frente como amaga y se va en pared, frena,
saca el remate..., que Juan Alemann es fácilmente asociable a Zubeldía; que
mientras los sectores ruralistas muerden en el medio campo, los trabajadores
esperan abroquelados en el fondo para salir en contraataque por ahora poco
orgánico; que la literatura de Gudiño Kieffer hace "fulbito"; que con
esa cara es como empezar perdiendo uno a cero; que Harguindeguy tiene problemas
de perfil; que Borges se tiró en el área pero nadie le creyó, en fin.
Uno de los últimos hallazgos ha sido, a mi entender, el
verbo "paisajear", mezcla de quietud, inmovilidad y falta de reacción
ante circunstancias de riesgo: "La defensa de Racing paisajeó y Outes
cabeceó ante las narices de Cejas". Algo así, equivalente sería: "El
equipo económico paisajea, Martínez de Hoz sale a cortar, Juan Alemann
habilita, Videla hace seguir... Gol de Ellos. Gooooool de Ellos".
No sé si me explico, como decía José D'Amico.
Homenaje
A los creadores. Infinitos creadores: el del tablón
("Este tres no agarra una vaca en un baño"), el lírico-romántico de
antaño ("Yácono realizó con limpieza el abanico"), el cientificista
("Con parte externa del miembro inferior izquierdo, a la base del segundo
palo"), el épico ("En la ciudadela, el Custodio de Los Tres Palos
será...") y uno más, el mayor de todos: el surrealista creador del
"banderín solferino". Por mucho menos que eso, Daría, Neruda y
Oliverio Girondo entraron en las antologías.
Juan Sasturain.
Publicado en "El día del arquero", Ed. De La Flor. 1986.
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