Siempre es un tema de debate, eso de qué
equipo es mejor: Sí aquel qué tiene muchos hinchas o el que ganó muchos
títulos. Generalmente solemos discutir con los muchachos sobre ese tema, por lo
general cuando compartimos un asado o nos juntamos para un fulbito, eso sale
siempre. El Rengo dice que el mejor equipo, es el que tiene más hinchas fieles.
Pero el Mudo le retruca siempre que no es así y que eso lo dice porque su
equipo ganó su último título en el período cretácico. Raúl, en cambio, afirma
que lo mejor, es una combinación de hinchas y de campeonatos. Pero al “raulo”
nunca le damos pelota, porque siempre te sale con teorías neutrales y tibias.
Nosotros somos extremistas, es blanco o negro, no jodamos. Además Raúl es un
amargo al que hay que rogarle para que te corra una puta pelota en cualquier picadito.
Pero ojo, siempre debatimos lo más bien. Muy normal, alguna que otra piña que
vuela —cómo en toda sana discusión
futbolera— pero la cosa nunca pasa a mayores.
—Un club con pocos hinchas es cómo ir a un
velatorio en vez de a una cancha, no hay emoción hermano— aventuro el mudo, caso curioso porque
compartimos el sentimiento por el mismo equipo y nunca lo he visto cantar o ni
siquiera putear adentro de una cancha.
—Todo muy lindo mudo, está muy hermoso
tener una hinchada numerosa— le contesto Enrique— pero sino ganaste nada, no existís viejo. Es
como tener la pinta de Echarri y seguir virgen a los 40 años
—Echarri me parece horrible, dame otro
ejemplo —respondí
—Pero Gordo, a las minas las calienta cómo
pava —comento Miguel
—Bueno, Brad Pitt ¿Ese te gusta más? —volvió
a la carga Enrique.
—Siempre terminan hablando de chongos
ustedes dos —dijo Adrián que recién
llegaba al asado.
— Viniste justo, anda con las minas a
preparar la ensalada —lo saludo el Rengo.
—Estábamos hablando del tema, de que vale
más, sí tener muchos hinchas o muchas copas -lo introdujo al tema Enrique.
—Vos que no tenés ninguna de las dos cosas —agregue
yo.
—Vos cállate pingüino —se defendió Adrián.
—Acá Enrique decía que le gustaba Echarri y
al gordo Brad Pitt —detallo Juanma mientras le sacaba la piel a un salamín.
—Para mí el tema es como el huevo y la
gallina —volvió a la carga Enrique.
—Justo vos que tu equipo no tiene huevos y
son gallinas —dijo con cierta sorna el mudo.
—Nunca nos vamos a poner de acuerdo —minimizo
Enrique el embate del mudo.
—Es un tema complejo —comente
—A ver… ¿Cuándo viste que un equipo gane un
título por hinchada? —comento Miguel mientras acomodaba un par de carbones.
—Es que eso no lo ves, lo sentís —respondió
Adrián.
—A vos siempre te gusta sentirla —dije
picaronamente.
—Para mí es una combinación de títulos e
hinchas —comento Raúl.
—Entonces hagámonos hinchas del Real Madrid
y a la mierda con todo —le respondí.
—O del Barcelona —respondió el mudo
—Ese es otro tema, si son muchos pero
amargos y fríos no sirve la cosa. —volvió a la carga Enrique.
—Anda a decirle a uno de los plus ultras
del real que es un amargo —le conteste alarmado.
—Me refiero a los europeos en general gordo
—se desentendió del asunto Enrique— además esos de los plus ultra son barras
pero con mejor prensa. Los barras no cuentan como hinchas, están por la guita.
—Yo creo que formar un estilo vale más —
enfatizo Raúl— fíjate la Holanda del ’74, nadie ni sabe cómo son sus
hinchas y ni siquiera gano algo…
—Estamos hablando de otra cosa Raúl —lo
freno en seco Adrián.
—Si pero que se yo… —musito Raúl mientras
tomaba un vaso de gaseosa dietética.
— ¿Cuándo te vas a hacer hombre Raúl? —Inquirió
risueño Enrique— sos medio pecho jugando, sos hincha de un equipo pecho y en
los asados tomas coca light.
—Si toma vino, el alcohol le calienta el
pechito —dije.
—Tomate un fernet, un tinto, algo pero la
coca light con el asado es de puto —volvió a la carga Enrique.
— ¿No querés que tiremos unos vegetales a
la parrilla para el maricón este? — dijo el Miguel mientras cortaba un pedazo de
carne en la parrilla.
—Pero porque no se van a cagar un poco —se
hizo el indignado Raúl—claro conmigo todos se ponen de acuerdo para tomarme de
boludo y en cosas importantes como el fútbol no.
— ¿Desde cuándo el fútbol es importante para
vos? —dijo Horacio, quien hasta ese momento estaba callado absorto en la
lectura de un diario deportivo.
—Acá esta lista la ensalada — irrumpió
Paula, la mujer de Miguel— ustedes siempre discutiendo eh.
—Y el fútbol es así señora —le contesto el
mudo.
—En lo único en lo que nos ponemos de
acuerdo es en que Raúl es un pecho — comente al margen.
—Parecen chicos discutiendo así, porque no
se relajan, hagan yoga —comento Paula, mientras su marido la miraba con un poco
de odio.
—Es que el fútbol es nuestra única fuente
de relajación —comento Enrique— y como toda fuente, genera dudas existenciales.
—Ay pero se pelean a los gritos todo el
tiempo —respondió Paula mientras revolvía la ensalada— ¿si tienen dudas
existenciales porque no acuden al gran maestro Yoshiro Khal? A nosotros nos ha
ayudado en más de una ocasión.
Casi todos al mismo tiempo giramos y
sonreímos al mismo tiempo para donde estaba Miguel en la parrilla. Puso una
cara de cómo cuando a un arquero le meten un gol boludisimo. Pobre Miguel, no sabía
a dónde meterse, estaba más a la parrilla que la propia carne que estaba
asando. El calor de las brasas no lo había puesto tan colorado como las
palabras de su mujer.
—Es tan sabio el maestro —continuaba su
parloteo la mujer— es un divino.
— ¿Y por qué no te casas con él? —salió con
los tapones de punta el marido.
—Mira, si lo hubiese conocido antes que a
vos ni lo dudaba eh —lo corto la mujer con gravedad.
— ¿Pero este hombre sabrá sobre fútbol?
—pregunto Enrique como interesándose por el tema.
—Pero que va a saber ese chino…—comento con
una risa despectiva Miguel.
—El maestro sabe de todos los temas, es uno
de los iluminados más grande de este planeta —lo adulaba la señora—además está
radicado en el país desde hace cinco años ¿Por qué no lo van a consultar? A
Miguel ya lo conoce.
Cuando Enrique parecía que iba a preguntarle
algo, Natalia, la mujer del Mudo la llamo a Paula desde la cocina. Esta giro
sobre sus talones y se fue para allí. Se hizo un silencio entre nosotros. Como
ese silencio que antecede a una tormenta. Miguel ya se venía venir todo tipo de
gaste por parte nuestra, se hacia el boludo cambiando de lugar un carboncito.
Pero fue Enrique el que corto el silencio.
—No es mala idea esa eh — dijo
sorprendiéndonos a todos.
— ¿Qué cosa? —atine a preguntar
—El de ir a preguntar esto al maestro chino
ese— dijo pensativo Enrique. Todos sabíamos que a “Quique” le gustaba eso de
las terapias alternativas y toda esa bola de sabiduría oriental y qué se yo.
Había estado de novio con una hippie que se lo llevaba de campamento dos por
tres para burla de todos los muchachos.
—Pero vos estas más en pedo que Miguelito
—lo freno Horacio.
—Te digo en serio —se defendió Enrique.
—Dale, ya te pego mal el tinto —le dijo el
mudo.
—Anda diciéndole al gordo que te alcance
hasta tu casa, así no podes manejar —comento Adrián.
—Pero no boludo, es en serio lo que digo
—comenzó la explicación Enrique— Si ese chino o ponja es tan sabio como dice,
nos va a decir la posta, además tené en cuenta que no está ligado al futbol, le
debe chupar bien un huevo Boca o River…
—Es buena eh —comente.
—Acá lo importante señores, es que el
gobernado de miguelito va a un chino para que le tire el cuerito y nadie aun le
dijo nada —desvió completamente la charla Adrián.
—Vamos a comer ahora, después me pelotudean
todo lo que quieran —dijo Miguel con algo de bronca.
Primero vinieron las mollejas, después los
choris, la carne. La charla paso del tema del fútbol al de las minas, el
trabajo la política. Uno en un asado con amigos se transforma en un
especialista en todo. Cualquiera puede reflexionar sobre cualquier tema, como un
filósofo de la calle. Porque para mí, la mejor escuela de filosofía es la
calle, los amigos, el fútbol. No volvimos a tocar el tema de las hinchadas o
las copas ese día. Nos quedamos hasta
tarde —ya que al otro día era feriado— divagando sobre todo, hasta que vinieron
las mujeres y nos rompieron os huevos. Fue el momento propicio para que los
solteros y los divorciados volaran. El resto nos quedamos ahí, encadenado no sé
a qué video pedorro de la fiesta de 15 de una sobrina del Migue.
No fue hasta el miércoles siguiente que
volvimos a tocar el tema luego del partido de papi de los miércoles.
— ¿Cómo no vamos a perder? —Despotrico el rengo
contra el Mudo— mira la camiseta que tenés puesta, no tenés hinchas y tampoco
piernas.
—Pero tengo copas, vos no tenés ni copas ni vergüenza porque te comiste cinco
goles boludos —se defendió atacando el Mudo.
—Los títulos los podes comprar como tu
equipo compra árbitros —se enojó el rengo.
— ¡Pero cállate caradura!
—Cállate vos amargo, sin hinchas
—Basta muchachos —intento serenar Enrique
—Vos no te metas virgo —se calentó el rengo
Yo iba a intervenir, pero estaba exhausto,
había hecho el último gol del partido, tras una corrida de media cancha. En
cualquier momento escupía los pulmones, no en vano me dicen el Gordo.
—Te lo digo en serio pelotudo —Enrique ya
se había prendido el primer pucho post partido— podemos solucionar esto sin
cagarnos a trompadas.
—No me vengas con lo del chino ese —comente
medio jadeando.
—Yo te digo que es la mejor solución —dijo
Enrique mientras destapaba una cerveza— el tipo es una eminencia, no es del
palo del fútbol y nos va a batir la justa.
—Yo te apuesto que el chino va a decir que
los equipos con más hinchas —se sonrió el mudo— el hincha va más para el lado
de la espiritualidad, ganar copas es más materialista.
—Pero cerra el culo mudo —arremetió todavía
con bronca el rengo— Las copas ganas tiene que ver con la gloria, no entendes
nada vos, con razón sos hincha de un equipo pingüino.
— ¿Cuánto querés apostar que el ponja dice
que la hinchada vale más?— dijo el mudo mientras se levantaba.
—Apóstale la cola, rengo —tiro Horacio.
—No, la cola la tiene re baqueteada —apoye
yo.
—Te apuesto dos asados para todos los
muchachos— dijo el rengo mientras todos gritábamos.
—Cagón aposta un poco más, cagón —subió la
apuesta el mudo.
No hay nada mejor que para arreglar un
asunto que una apuesta de por medio. Porque si no la cosa queda en la nada. Uno
podrá tratar temas importantes con los amigos, pero se suelen olvidar fácil,
pero cuando hay una apuesta de por medio todo cambia.
—Mira que el maestro te cobra como dos
lucas la consulta eh —dijo Miguel, quien hasta el momento estaba callado en una
punta de la mesa. Desde que su mujer había tirado el tema del “maestro”, Miguel
se “escondía” y trataba de no abrir la boca por temor a que todos estos
verdugos lo carguen hasta el cansancio.
—Nunca nos contaste para que fuiste allá
con tu mujer —inquirió Juan Manuel.
—Mira, te voy a ser sincero, las cosas con
Paula estaban muy mal —comenzaba a explicarnos Miguel mientras suspiraba—
estábamos por divorciarnos, eran peleas todos los días...
—Es que a vos te tiene cagando.
—Sí que se yo, puede ser —continuo Miguel—
el tema es que estaba todo mal, ya prácticamente ni nos hablábamos, estábamos
juntos por los chicos nomas. Hasta que un día, una amiga de ella, de la clase
de yoga, le hablo de ese tipo. Que nos podía dar una mano, aconsejarnos y
darnos armonía. Fuimos, hablamos con el chino este. Nos dijo dos palabras y acá
estamos con Paula.
— ¿Cuánto te cobro? —quiso saber practico Enrique.
—Y fue hace un par de años, no sé cuánto
estará ahora, pero esa vez nos cobró dos lucas —dijo pensativo Miguel.
—Te hubieses comprado una caja de viagra
—disparo Juanma— seguro que no se te paraba.
—Dale boludo…
—Bueno, podríamos poner guita entre todos
para la consulta —volvió a tomar las riendas de la conversación Enrique— después
el perdedor nos devuelve a todos la plata y encima se paga un asado ¿Qué tul?
—Por mí no hay problema —se envalentono el
mudo.
—La verdad que no se… —empezaba a dudar el
rengo—son dos lucas hermano, no se…
—Dale cagón, tu señora no se va a enterar
—lo ataco Juanma.
—Este gonca no va a aceptar, porque sabe
que yo o tengo razón —alardeo el mudo.
—Tírame a goma vos —se levantó el rengo—
dale acepto.
—Todo muy lindo pero ¿quiénes van a ir?—
opino Miguel— el maestro Yoshiro Khal solo acepta consultas de a dos personas,
no podemos caer como cincuenta monos ahí.
—Hagamos como se eligen milenariamente a
los guerreros —dijo Horacio mientras mezclaba un mazo de cartas— Tiremos los
reyes como en el truco.
Horacio empezó a repartir, el primer Rey me
tocó a mí, era el 12 de oro. Me quería cortar las bolas ¿Qué carajo iba a ser
yo allá? Seguramente iba a quedar como un pelotudo, hablarle de fútbol a un
gran maestro de la sabiduría era ridículo. Además mucho que no creo en esas
cosas, soy católico pero tampoco soy muy practicante que digamos. La última vez
que me confesé creo que fue hace como 20 años y no sabía que decir al cura. Lo
que me tranquilizo bastante fue que el otro rey le había caído a Enrique. Con
el si me animaba a ir, era un tipo de mundo y además como ya lo dije
anteriormente, estaba más curtido con esto de la espiritualidad. Nos habíamos
puesto de acuerdo en que el próximo partido de papi íbamos a juntar la plata y
que en la semana, Miguel o su mujer iban a llamar para pedir una entrevista con
el gran maestro.

El día de la consulta, habíamos quedado que
Enrique me iba a pasar con su auto. El edificio donde Khal atendía a sus
devotos quedaba en Palermo, por la avenida Libertador, ningún boludo era el
gran maestro. Enrique venia vestido con una chomba pique amarilla, pantalones
de corderoy verde y unos anteojos oscuros. Era un bacán. Yo en cambio parecía
un elemento representativo del sistema capitalista. Traje gris, con una corbata
al tono, desanudada casi hasta el pecho. Subí al auto de Enrique y enfilamos por
la avenida 9 de Julio. Hicimos Santa Fe, hasta Callao y ahí, Libertador. En el
viaje, cortito pero con bastante tránsito, hablamos de los muchachos, de lo
pechofrio que es Raúl y de esta entrevista. A Enrique se lo notaba bastante
contento por ver al gran maestro. Se notaba a leguas que su amor por la Hippie
todavía no había mermado. Habíamos
llegado. Era un terrible edificio, un castillo moderno de la hostia. A uno no
le alcanzaba el cuello para ver el edificio entero. No era todo propiedad del
chino este, obviamente, él vivía en el último
piso y había hecho una especie de santuario en la terraza, donde recibía a sus
“alumnos” o a los boludos como nosotros que lo íbamos a consultar.
Bajamos del auto, Enrique se acercó al
portero eléctrico, que brillaba más que la misma tarde. Una voz metálica con un
acento netamente oriental nos invitó a pasar, el chillido de la puerta nos avisó
que debíamos entrar. El ascensor era tan espacioso que tranquilamente podríamos
jugar un picadito de futbol 5 ahí. El ascensor se detuvo y abrió sus puertas
con la suavidad de dos almohadas. Una vez en el pasillo, giramos hacia la
derecha y nos paramos frente a la puerta de madera que era más baja de lo
normal. A los lados había dos dragones o lo que yo imaginaba que eran dragones.
Uno tenía abajo de su pata delantera derecha, una pelota. Enrique me dijo que
no era una pelota, sino una perla de no sé qué mierda, que era un símbolo de la
cultura asiática. La verdad es que me dijo su nombre, pero no lo recuerdo.
Nos recibió una persona joven. Aunque
sinceramente es medio difícil adivinar la edad de un chino. Estaba vestido con
una bata, pero tenía una especie de faja. Enrique a la vuelta me diría que eso
se llama “pien-fu”. El chinito se sonreía por todos lados. Nos invitó a
sentarnos en un espacioso recibidor. Nos preguntó si queríamos tomar algo.
Tanto Enrique como yo, nos negamos cordialmente. El chinito nos comentó que el
gran maestro estaba terminando de meditar y que ya nos guiaría a su lugar. Hubo
un silencio incómodo. Yo observaba la decoración del lugar. Había una gran
alfombra persa de tono pardusco en el medio. Jarrones del tamaño de un fitito
en cada rincón y un aroma a feria hippie que te tumbaba. Pero alguien interrumpió mi análisis. Una
china, también bastante joven, nos invitaba a pasar a lo del maestro. Bastante
linda estaba la chica. Enrique no le sacaba los ojos de encima, sino hubiese
pasado lo que paso, tal vez Quique le sacaba el teléfono, pero no quiero
adelantar nada.
Entramos a un salón enorme, adornado por
plantas de interior y algunos almohadones. El gran maestro se encontraba sentado en el suelo a lo “indiecito” con los
ojos cerrados. Tenía un aspecto extraño, como una especie de “Señor Miyagi”
pero con cabellos y bigotes larguísimos. Un sombrero largo y raro de color
purpura con fileteados dorados adornaban su cabeza. Estaba vestido con lo que
supongo que era un kimono, del mismo tono. No estaba solo, en cada uno de los
rincones había otros dos orientales, sentados de la misma forma. Antes nos
habían hecho sacar los zapatos y la alfombra era tan mullida que uno se hundía
en ella. La señorita nos dejó en frente del gran maestro sin pronunciar una
palabra. Nos sentamos imitando su posición y permanecimos en silencio por
algunos minutos, que parecieron años.
—Hijos míos ¿Qué los trae por acá? —dijo
por fin el anciano oriental en un acento porteño difícil de creer, todo sin
abrir los ojos.
—Oh gran maestro —tomo la iniciativa
Enrique— necesitamos echar luz sobre una duda existencial —hizo una pausa larga
mi amigo.
—Prosigue hijo —inquirió el viejo, sin
abrir los ojos aun.
—Tal vez esta consulta le parecerá algo
fuera de lugar —Enrique buscaba palabras en su cerebro— pero sin embargo con su vasta sabiduría usted
nos ayudara.
—Pregúntame sin miedo —dijo el anciano.
Puedo jurar que dijo esto con un acento de molestia, por el rodeo que le daba
mi amigo.
—El núcleo de nuestra cuestión es la
siguiente —dijo tímidamente Enrique— tenemos la necesidad de saber algo
elemental en el fútbol. No es una cuestión banal, es algo que tiene que ver con
el sentimiento de pertenecía…
—Por favor, dime de una vez —dijo el
maestro ya notablemente molesto, aun así no abría sus ojos.
—Este… sí. La pregunta es ¿Cuál es el mejor
equipo del mundo? ¿Aquel que tiene más hinchas o ha ganado más campeonatos?
—dijo por fin Enrique.
El viejo no emitió sonido y seguía con los
ojos cerrados. Temimos haberlo ofendido con tremenda pregunta fuera de lugar.
—No queríamos importunarlo —me atreví a
hablar— con una cuestión así…
Un chistido de uno de los rincones me interrumpió.
—El maestro está meditando una respuesta,
su cuerpo está presente, pero su espíritu se encuentra con los dioses —comento
uno de los orientales sentado en uno de los rincones. Ante tamaña respuesta,
casi me echo una carcajada. Me contuve, no sé cómo. Me parecía una fantochada
eso de que se encontraba con los dioses. Enrique por su parte estaba bastante
nervioso, densas gotas de traspiración se le desprendían de la frente. Habrán pasado algunos minutos, los cuales me
parecieron insoportables.
—Bien hijos míos —dijo por fin el viejo
maestro — han venido al lugar propicio para esta consulta. Porque el fútbol es
mucho más que un deporte. Es un sentimiento inagotable. Donde la pasión se
despierta y el alma propia se funde con otras almas entrando en una clara interacción
con el cosmos.
La verdad que me pareció una boludez enorme
eso, una sanata terrible. No sabía si reírme o pararme y rajarme al carajo. Lo
mire a Enrique y estaba como en un trance. Los ojos enormes, vidriosos. Pensaba
que de un momento a otro se iba a largar a llorar como un chico.
—Ahora la obtención de una copa o un
campeonato —prosiguió el maestro— es un logro que no nos da una suma dineraria,
pero nos pone felices, es un bien común. En cambio, el ser hincha es un
sentimiento de pertenencia, de ser, de compartir con gente que no conocemos una
alegría o una tristeza.
Enrique estaba emocionadísimo y movía la
cabeza afirmativamente a pesar de que este maestro tenía los ojos cerrados y no
lo podía ver. Yo estaba al borde de la fuga, estaba por inventar cualquier cosa
para rajarme a la mierda.
—Con esta incógnita que los acoge —dijo el viejo—
hay una única respuesta, por eso hicieron bien en venir a consultarme a mí. Yo
les voy a decir. El mejor equipo del mundo, es el equipo del cual uno es
hincha. Ese es el mejor equipo del mundo, porque nosotros nos sentimos parte de
él, gane o no gane, uno lo defenderá con la vida porque ese equipo nos pertenece
y nuestra alma…
Una risotada fuerte de uno de los chinos
del rincón interrumpió al maestro, este arqueo una ceja, todavía seguía sin
abrir los ojos. Tanto yo como Enrique estábamos sorprendidos.
—Disculpen a uno de mis discípulos —se disculpó
el maestro— cuando medita mucho, uno de los reflejos es reírse. Lo cierto es
que uno no necesita ni de muchos aficionados ni de muchos títulos para poder
sentir una brisa de espiritualidad…
—Típico pensamiento de equipo chico que no
gano un carajo —interrumpió uno de sus discípulos, alojado en el rincón
—Dígale la verdad, deje de mentir—arremetió
el otro chino.
El rostro del “gran maestro” se transformó
y por fin había abierto los ojos.
—Claro, el señor es hincha de un equipo que
no llena la cancha y tiene que salir a inventar —siguió en tono irritado el
chino.
—Usted es hincha del Fukuyama DC por eso da
esa respuesta de amargo — espeto el otro— ya le mintió a mucha gente, pero con el
fútbol no se lo vamos a permitir.
—Sin copas, sin hinchas y mentirosos — dijo
el otro con un acento que rozaba el “argentino”— usted y su equipo no existen.
El gran maestro se irguió tranquilamente,
se acercó ambas manos a la zona genital y los insultó, aparentemente en chino,
a los otros dos. Estos se levantaron inmediatamente y gritaron en su idioma,
como enojados. Uno de ellos tomo una pequeña figura de cerámica y se la revoleo
al maestro, lo cual le abrió la frente, bañando de sangre al gran iluminado.
Con Enrique dimos un respingo, abrimos la puerta y salimos corriendo sin dar
crédito a lo que pasaba. Mientras bajábamos por las escaleras se escuchaban
varios gritos en chino. Por fin llegamos a planta baja, salimos todos sudados
ante la atónita mirada del portero. Por fin nos subimos al auto de Enrique.
Habrán pasado fácil como quince minutos.
Ninguno de los dos decía nada de lo que había sucedido. A Enrique se lo veía
bastante perturbado por lo ocurrido.
—Mira que yo pensé que los chinos eran
fríos eh —me atreví a romper el silencio.
—El fútbol tiene esas cosas, gordo —me respondió
Enrique, retomando su habitual calma—, es un deporte que despierta una pasión
extrema en cualquier lugar del mundo.
—Despues nos dicen a nosotros, los
argentinos —le conteste desganado.
— ¿Sabes una cosa gordo? — dijo Enrique en
tono serio— Nunca nadie se va a poner de
acuerdo en estas cosas.
—Y no —respondí vagamente.
—Además —prosiguió Enrique— lo más lindo
que tiene el fútbol son estas cosas, este tipo de discusiones alimentan el
folclore. Quien tiene más hinchas, que vale más. No hay ni brujas, ni gurúes,
ni hechiceros que te puedan decir la posta sobre esto. Es parte del folclore
del fútbol y la verdad, es que es hermoso.
—En lo único que estamos todos de acuerdo
es que Raúl es un pecho frio —acote, mientras me acomodaba en el asiento.
Doblamos por la 9 de Julio. Comenzamos a lidiar con el caótico transito
porteño de las tardes.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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