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El festejo de He Man y Vettel
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Las mejores frases futboleras de Septiembre. Parte I
"Puteándolos no van a
mejorar"
Omar de Felippe, y no, sus jugadores
no mejoran con nada.
"Se me subieron los huevos al
cuello igual que a todos jaja!!"
Emanuel Insua, deforme.
"Con nuestra tecnología
encontramos que el asistente se equivocó, se apresuró en levantar la bandera.
Cuando la pelota sale, el arquero recién está empezando a levantar el pie"
Miguel Scime, excusador profesional.
“A los árbitros ya les hemos
manifestado todo en cada partido. No creo que sea algo contra River. En cinco
partidos, tuvimos tres errores. Queremos que no ocurran”
Leonardo Ponzio, pidiendo milagros.
“En los últimos 50 años, logró uno o
dos títulos y eso no es normal en un equipo grande. Hay que trabajar todos
juntos para que vuelva a ser ese equipo ganador, que era la envidia de muchos”
Carlos Ischia, ganándose el afecto
de los hinchas.
“Los dos hemos recibido mucho cariño
y apoyo, pero lo que no toleramos es la falta de respeto. Yo soy de reaccionar
fácilmente, entonces preferí no usar más ese medio porque no soy guapo detrás
de un teclado y no quería cometer locuras”
Emiliano Díaz, ex twitstar.
“No entramos cagados, si las cosas no
salen como uno planea no es por estar cagado. Tratamos de ser el mejor equipo
posible”
Martín Zapata, cagado, pero por la
suerte.
"Dudo que un jugador (Gareth
Bale) valga eso”
Joseph Blatter, geronte
multimillonario.
"Grondona en Argentina maneja
todo la AFA, seguro mejorará en 2015"
Daniel Passarella, después quiere
que los árbitros a River no le cobre en contra.
“Todavía no sé si seguiré como
presidente. Me ha tocado presidir un momento muy complicado del club. Aún no sé
seguro si me presentaré. Tengo más experiencia pero sólo me presentaré si creo
que voy a ganar. Para ir a perder, no voy. Uno, con las encuestas, va sabiendo.
Ahora estamos abajo, pero tres meses en Argentina es mucho tiempo”
Daniel Passarella, con más dudas que
los delanteros de River.
“Mi mayor logro fue recuperar el club
económicamente”
Daniel Passarella, pentacampeón económico.
“Ojala Boca baje”
Daniel Passarellla, hincha.
“Es duro”
Julio Cesar Falcioni, mirándose en
un espejo.
“A las diez, No te pierdas cumbia
ninja”
Fernando Niembro, comerciante.
“¿Han jugado juntos en un equipo de
River dos jugadores de piel negra?”
Fernando Niembro, ario.
“Peñarol es Boca y Nacional es River,
está todo dicho”
Diego Armando Maradona, hincha multicamiseta.
“Me extraña que River haga estas
cosas. Estamos hablando de River, no de un equipo chico”
Santiago Gentiletti, extraño.
¿Cómo es el cantito ese que dice que
están de la cabeza? Bueno, así están. Sólo puedo agradecerles, no sé si merezco
tanto reconocimiento"
Carlos Bianchi, de la cabeza.
“Perdimos la brújula”
Carlos Ischia, naufrago.
“Después de tantos años de fútbol es
la primera vez que estoy primero”
Ricardo Caruso Lombardi, tierno.
"¿Cuándo van a decir que jugamos
bien?"
Ramón Díaz, quejoso.
“Soñé que iba a hacer un gol”
Samuel Cáseres, soñador.
"Llueve tanto porque vamos
primeros"
Ricardo Caruso Lombardi, meteorólogo.
"Yo soy Diego Armando Maradona,
DNI 14.276.579, fui, soy y seré leproso, sin ninguna duda"
Diego Armando Maradona, hincha multicamiseta.
“Soy el Mourinho argentino”
Ricardo Caruso Lombardi,
smokeseller.
“Los pedidos fueron hechos y no nos
autorizaron. No vamos a pedir más nada”
Ramón Díaz, ofendido.
“Si no gano, me voy”
Sebastián Rambert, desocupado.
“Boca es un equipo irregular”
Carlos Bianchi, analista.
“Fueron superiores pero tampoco
tanto. Lo poco que llegó Lanús nos vacunó”
Caruo Lombardi, vacunado
“No soy un Bielsista”
Alfredo Berti, Martinista.
“Nosotros tenemos un par de huevitos
que no nos entran en la bragueta”
Cristian Campestrini, huevón.
“No sé si no habremos creado más de
diez situaciones de gol, e irnos sólo con dos nos frustra un poco. Pero vamos a
hacer un chiste, si María Teresa está contenta”
Carlos Bianchi, humorista.
“Nos cortan un avance y encima
quieren que les dejemos la pelota. Yo no se las voy a regalar. Había que
disputarla si no me la quieren dar en el área. Hoy en día ya no va más ésa de
tirar la pelota afuera si hacen tiempo, hay que jugar a cara de perro, es así:
basta de fair play. En lo personal no voy a tirar más la pelota afuera, a menos
que uno esté realmente lastimado. Si no, no la devuelvo nunca más, ya fue”
Néstor Ortigoza, ortiva.
Frases
tomadas desde el 01/09 al 15/09.
La segunda parte el sábado
.La segunda parte el sábado
Las mejores frases de Agosto. Parte II
"Independiente
va a sufrir"
Sebastián Rambert, desocupado.
"Muy a
menudo practicaba el sexo antes de jugar. Así, llegaba al campo más felíz"
Ronaldhino, sexópata.
“No tengo nada
contra Racing”
José Sand, antes de gritarle el gol
en la cara.
“Si perdíamos,
me daban con un fierro”
Ricardo Caruso Lombardi, mediatico.
“Feo, nos
bloqueamos"
Miguel Angel Brindisi, bloqueado.
“Teo fue el
mejor jugador que vi en Racing”
Flavio Azzaro, historiador contemporáneo.
"Yo me
cansaría de hacer goles"
Ramón Díaz, cansado.
"Veremos para qué estamos en el torneo"
Diego Cagna, desocupado
“Otro DT no me
dejaba jugar”
Juan Román Riquelme, Bianchista.
“Voy a dar lo
máximo. Estoy muy contento de estar aquí”
Rogelio Funes Mori, nueva estrella
del Benfica… B.
"¿Si Cetto debió
ser expulsado? No sé. Sé que no tiene categoría para ser central de San
Lorenzo. Debe ser amigo de Pizzi. Sino no se entiende. Fue de lo peorcito de la
cancha"
Ricardo Caruso Lombardi, enemigo.
“Seguimos
creyendo en Luis”
Valentín Viola, ahora son ateos.
“Yo me desahogué
porque hacía mucho tiempo que no metía un gol. No se lo grité a nadie, festejé
por haber vuelto a convertir. Fue sólo una descarga, hacía mucho que no hacía
un gol”
José Sand, ex compañero.
“Estoy tranquilo
con lo que hago. Tengo una gran relación, como con el Malevo y el Lobo. Acevedo
es mi amigo y en el semestre pasado tuve decirle que se fuera”
Emiliano Díaz, con mas amigos que
Roberto Carlos.
“Es imposible
jugar como Sebastián, nunca voy a ser como él”
Israel Damonte, chupamedias.
"No tenemos un plantel conflictivo como antes"
Carlos Bianchi, llamando a Falcioni.
“Durante el
tiempo que estuve en Boca el vestuario era normal”
Julio Cesar Falcioni, tomando la
llamada.
"Todo el
mundo sabe que Riquelme fue quien echó a Falcioni"
Cristian Lucchetti, marcando numero equivocado.
"Si ganaba
la Copa en Corinthians, yo renunciaba en el vestuario"
Julio Cesar Falcioni, Riquelmista.
El equipo
interpretó cómo hay que jugar la Copa, yo tengo experiencia”
Ramón Díaz, defensivo.
"No tenemos
que desesperarnos ni tenemos que perder la calma, tenemos el norte muy
claro"
Miguel Ángel Brindisi, mientras
independiente estaba en el sur, de la tabla.
“La realidad es
mala”
Luis Zubeldía, realista.
"Estamos en
un país donde se ve todo muy dramático, y a veces es difícil con palabras
cambiar algo”
Daniel Montenegro, coherente.
“Somos un equipo
jodido”
Martín Rolle, jodido.
"No
queremos que nos regalen nada pero si es mano que la cobren"
Ramón Díaz, robado.
“Cuesta alinear
dos resultados positivos”
Carlos Bianchi, negativo.
"Los
números de la operación por Bale me parecen una falta de respeto para el mundo
en general"
Gerardo Martino, coherente.
"Martino no lleva mucho tiempo
aquí y no entiende el fútbol europeo"
Carlo Ancelotti, tribunero.
"Toma come pasto"
Jonathan Requena, alimentando a
Berza.
"Soy
sincero y lo he dicho un montón de veces, no estoy acostumbrado a dirigir en el
ascenso"
Carlos Ischia, tirando un CV en
Racing.
“Boca es un
desastre, hoy no juega a nada”
Diego Armando Maradona, desastre.
“No me fui de común
acuerdo, me echaron”
Miguel Angel Brindisi, despechado.¿Le das?
Advertencia: Si sos mujer, anda cerrando esta nota, en cambio si sos jeropa quédate porque esto te va a gustar.La tenista bielorrusa Victoria Azarenka decidió entrenar mediante el "Twerking", baile que popularizo Miley Cyrus en los Video Music Awars de este año, seguramente recordara a la chica que estaba mas partida que la defensa de Racing. Cuestión que la tenista subio este video a la web y en un santiamén se lleno de visitas. La Bielorrusa esta buenisíma, eso si, ni puta idea tenemos de como esta en el Ranking en estos momentos.
"Algo le dice Falero a Saliadarré" de Roberto Fontanarrosa
Cuentos de Fútbol, Fontanarrosa
“… Algo le dice el Muñeco
a Batistuta…”
(Víctor Hugo Morales)
(Víctor Hugo Morales)
¡Lo tocan a Pedraza
cuando enfilaba hacia el área y hay tiro libre de enorme riesgo para el arco
defendido por Meroni! ¡Dejó a un hombre, a dos, a tres Pedraza en su camino y
fue Jastreb el que lo tocó de atrás y ahora, cuando apenas falta un minuto para
terminar un partido que gana el local dos a uno, el equipo visitante tiene la
posibilidad, la chance, la ocasión propicia para alcanzar la paridad y llevarse
un empate de oro para Avellaneda! Protestan los hombres de River arremolinados
en torno a Daniel Cucciola pero el ‘foul’ fue muy clarito y lo único que pueden
llegar a conseguir los muchachos del Profesor Valdivia es que el árbitro, que
no ha tenido un desempeño muy lucido hasta ahora, enarbole en cualquier momento
otra tarjeta roja como la que elevara sobre su cabeza en el primer tiempo para
dejar afuera del partido a Silvio Altomare para agarrar de la camiseta a Rivas…
¡Qué momento, señores! ¡Qué tensión inenarrable se vive en el estadio
Monumental de Núñez frente a esta alternativa del juego que puede definir un
partido que ha sido muy parejo hasta el momento!
¡Ahí está Meroni, el muchacho
de Pago Largo –el Tito Meroni que salvara más de cuatro veces su valla en
cruciales mano a mano frente a los ágiles visitantes durante la primera etapa-
gritando exasperado desde su marco, apoyado en uno de los postes procurando
ordenar la barrera! ¡Ruge ahora la parcialidad de la visita, que en buen número
se ha llegado hasta Núñez, soñando ya con que esa pelota postrera se incruste
de una buena vez por todas las enredaderas trepadoras del arco de River Plate!
¡Silenciosa, en cambio, la tribuna local, rezando, ornado, encomendándose a
Dios todopoderoso en este trance dramático que los duendes del fútbol han
dictado vivir cuando ya parecía que tenían los tres puntos en casa! ¡Se ha
nublado la tarde sobre el Monumental y por la tanto ya no hace visera con las
manos Meroni para otear el posible rumbo que puede describir esa pelota desde
el punto de ejecución! ¡Pero la sombra oscura de esa nube parece ser un
presagio, señores, un mal augurio, un designio trágico del destino para con los
muchachos de la banda roja que ven ahora aproximarse a los Cuatro Jinetes del
Apocalipsis ante la perspectiva de un empate que sería nefasto para sus chances
de campeonar! ¡Se vino la noche, señores! ¡Persisten los tironeos y los
forcejeos con la barrera, queridos amigos radioescuchas! Daniel Cucciola lucha
y se desangra procurando hacer retroceder a ese vallado terco que pugna por
adelantarse. Allí están, mezclados entre los hombres locales que integran el
muro de contención, Espina y el Tero Cazzo, procurando dificultar la vista, la
imagen, el campo visual de un Meroni que se me antoja más nervioso que nunca,
gritando hasta desgañitarse aferrado a su palo izquierdo.
¡Hay amarilla para
Eremuza! ¡Hay amarilla para el Nacho Erezuma! Se los anticipaba, mis amigos. Si
los muchachos riverplatenses no aflojan con sus protestas puede ir alguno a
parar afuera… ¡Y se gana la roja Erezuma! Tontamente, torpemente se hace
expulsar bajo una rechifla generalizada de todo el estadio. Hay mucho nervio,
estimados amantes del balompié. Ahora ya la barrera ha tomado su lugar casi
sobre el punto mismo de penal, lo que les indica a ustedes lo riesgoso que es
este tiro libre, apenas medio metro afuera del área grande, posición de un
ocho, ideal para un zurdo que le dé por sobre la barrera o bien para que Niky
Fernández le pegue con ese cañón que tiene en su pierna derecha apuntando al
entrecejo exacto del arquero como para dejar servido un rebote a la voracidad
goleadora de un Pelusa Entreconti, por ejemplo. Ahí está Tucho Saliadarré
frente a la pelota, espía por sobre las cabezas de la barrera. La sutileza
perversa de su botín zurdo ya está imaginando la parábola impecable e
implacable que deberá recorrer el esférico para pasar por encima del valladar y
meterse, de perfil digamos, por la rendija superior del arco, por esa banderola
elevada y escasa que media entre la altura de los defensores y la
horizontalidad persistente del travesaño. También se acerca Granero. Tal vez
haya un toque previo al remate. Tal vez haya una jugada preparada con cambio al
segundo palo para que el lungo Mendoza la baje de cabeza al medio. ¡Todo River
en el área! ¡Hay empujones en esa barrera que saldrá, sin duda, catapultada
hacia delante apenas estalle el silbato de Cucciola! ¡Qué momento, señores! ¡Se
le van a tirar a los pies a Tucho si llega a ser él el que patee! Ahora también
se acerca Martín Falero, el muchacho de Tras Higueras, el pibe de las
inferiores que le pega con un balustrín al esférico y está pidiendo la
posibilidad de inscribirse en la historia grande de sus colores. Audaz el
mocoso, ya estrelló un tiro libre en el palo contra Quilmas, dándole desde esta
misma posición, pegándole de chanfle interno de derecha por el lado de afuera
de la barrera, lo que no sería a mi juicio una mala opción para el remate.
“Dejámelo a mí”, parece decir Martincito. O mejor diría: “Déjemelo a mí, señor
Tucho, que yo le doy de chanfle por afuera y a cobrar”, le está diciendo. “No,
dejámelo a mí, pibe”, parece contestarle Tucho ahora, sacándolo, apartándolo
del lugar de la ejecución con la autoridad que sólo brindan los años y las mil
batallas ganadas: “Dejámelo a mí que la responsabilidad de este tiro libre es
muy grande y solamente yo, en este equipo de novatos, puedo absorber toda la
presión del estadio”. ¡Y es una caldera el estadio, señores, en tanto se dilata
la sempiterna ceremonia de la barrera! “No –insiste Martincito-, usted pateó
los últimos ocho tiros libres y no le acertó ni siquiera al arco. No puede
seguir jugando sólo con su nombre y con la leyenda de su nombre”. Tucho toma la
pelota ahora con sus manos y la ubica cuidadosamente sobre el césped como si el
esférico de cuero contuviese sobre el césped como si el esférico contuviese
diez mil kilos de trinitrotolueno. “¡A un lado! –ruge-. ¡Soy el capitán y el
ídolo y llevo convertidos más de veinticinco goles de tiro libre en toda mi
carrera!” “Sí –insiste Martín Falero, obcecado-, pero usted ya tiene treinta y
cuatro años, hace mucho que no convierte y sus músculos y su cerebro sienten
indudablemente el esfuerzo de ochenta y nueve minutos de un partido intenso,
jugado con dureza pero con hombría por ambos bandos sobre un piso mojado por la
lluvia de la víspera”. “¡No me compliquen el partido!”, truena ahora
seguramente Daniel Cucciola. Cae un petardo. ¡Tranquilos, muchachos, terminemos
este partido en paz!
Cucciola ya tiene el silbato en la boca. “No soportaré
impertinencias –le dice Tucho a Martincito-. He ejecutado todas las jugadas de
pelota parada y no habrá de ser ésta una excepción”. “¡Lo que pasa es que usted
no quiere que surja ninguna figura que pueda eclipsarlo!”, le dice en este
momento Martín Falero con la misma frescura, con el mismo atrevimiento, con la
misma audacia porteril con que enfrenta a sus rivales en el campo de juego:
“Usted sabe bien que está en el ocaso de su carrera y se aferra a los restos de
prestigio que le quedan a costa de la frustración y el anonimato de todos los
muchachos jóvenes como yo –o como Ruiz Peña, el voluntarioso lateral de la
cuarta- que tratan, honesta y forzadamente, de ganarse un lugar en los
titulares de los diarios”. “¿Cómo puedes decirme eso, Martín –le reprocha Tucho
ahora, herido-, cuando fui yo el que te recomendó a la dirección técnica para
que te promovieran a primera?¡Fui yo el que le indiqué a don Mingo Montura que
te hiciera practicar con los del primer equipo!” “¡Sí –grita entonces
Martincito, descontrolado-. ¡Sí! ¡Para que fuéramos nosotros, los pibes, los
que corriéramos por todo lo que usted no corre en la mitad de la cancha. Para
eso nos quiere. Para eso nos hizo ascender. Para poder usted seguir con ese
toque fino e intrascendente, el lujo vano, el ornato inútil, el artificio que
llena los ojos pero no concreta, mientras nosotros echamos los hígados en el
campo recuperando la pelota. Para eso nos promueve!” “Cría cuervos…”, parece
musitar en estos momentos el veterano Tucho, “has aprendido de mí, he sido tu espejo,
te he señalado cada lugar de la cancha que debes ocupar sin pedirte nada a
cambio”. “Está usted acabado, Tucho –lastima ahora Martín, con lágrimas en los
ojos-. Terminado. Alguien tenía que decírselo”. “Y si tú corres por lo que yo
no corro –indica Tucho- es simplemente porque no tienes talento para otra cosa.
No corres por ser oven y generoso, Martincito. Corres porque sólo eres un
vulgar picapiedras que no sabe hacer otra cosa. Tendrá cincuenta y dos años y
seguirás corriendo. Te ha sido negada la gracia del talento o de la creación”.
“La hinchada ya no lo soporta, señor Tucho –dispara Martín-.
Lo que siente la
hinchada por usted no es respeto, es lástima, pena, conmiseración”. “Yo te
llevé a vivir a mi departamento –recuerda Tucho- para sacarte de aquella
pensión miserable donde vivías cuando llegaste de Tres Higueras”. “Nuestra
hincada es, ante todo, un sentimiento –dice Martín-. Y así como es vibrante y
pasional para algunas cosas también sabe mantener un piadoso respeto para
quines fueron grandes tiempo atrás y hoy se derrumban como un endeble castillo
de naipes”. “Vivías en una pieza sin ventanas, Martín, junto a otros siete
muchachos soñadores –reitera Tucho-. Y yo te llevé a mi departamento”. “¡Para
que compartiera los gastos centrales, miserable!”, se enerva Martín. “Para eso
me llevó, para que pagara la mitad de los estipendios”. “¡Juego, señores,
juego!”, reclama airado el árbitro Daniel Cucciola, quien ya ha llegado al
límite de su paciencia. “¡Yo lo llevé a mi departamento, señor árbitro!”, le
dice Tucho Saliadarré a Cucciola. “¡Y ahora, a mi edad, debo soportar esto! ¡Le
di un techo, le di de comer!”. “¡Y me echó, también, señor juez!” “¿Lo echó?”,
se interesa el árbitro, sí, por ese tema tan suyo. “¡Me echó como a un perro,
porque envidia mi juventud, mi empuje, no soporta que me hagan más notas
periodísticas que a él!” “¡Lo mismo ocurre en nuestro equipo con Marcón!”, se
escucha una voz que surge de entre los jugadores de River que, curiosos, rodean
a los litigantes. “¡También Marcón tapona la subida de los pibes de la
tercera!”, agrega la voz. “¿Hasta cuándo, Dios mío, va a continuar robando?”
“¡Lo eché por sucio!”, vocifera Saliadarré, desencajado. “¡Lo eché por sucio y
desordenado! ¡Porque dejaba el baño a la miseria, porque no tiraba la cadena,
porque no lavaba sus medias de fútbol ni sus suspensotes, porque se cortaba las
uñas de los pies y dejaba las uñas tiradas sobre la alfombra! ¡Por todo eso lo
eché, señor juez!” “¡Mentira, mentira –salta Martincito-, me echó porque su
novia, Luciana, venía al departamento y sólo tenía ojos para mí, en vez de
escucharlo a él contar sus estúpidas e inventadas hazañas futbolísticas!
¡Luciana hablaba más conmigo que con él, harta de su pedantería, sabiendo que
ya a su edad, lo único que podía hacer era hablar1” “¿Qué quieres insinuar,
miserable?”, grita ahora, fuera de control, Tucho. “¡Lo que todos saben, que
sus energías han menguado, que ya no son las mismas de veinte años atrás, y que
desde el comienzo del Apertura le están atrayendo mucho más las amistades
masculinas que las femeninas!” ¡Tucho se abalanza sobre Martín Falero, señores,
deténganlo muchachos porque se van los dos de la cancha, Cucciola tiene la mano
sobre el bolsillo izquierdo de su camisa! “¿Cómo puedes decir semejante
barbaridad, proferir tan terrible bajeza!”, clama ahora Saliadarré. “¡Todos lo
saben, todo el mundo lo dice!”, insiste Martincito.
“¿Quién, quién te lo ha
dicho?” “¡Él, por ejemplo!”, señala Martín, el brazo estirado hacia Damián
Pedro Alsina, el recio ‘stopper’ riverplatense. “¡Se lo ha estado diciendo a
usted todo el partido, lo ha seguido por las más inaccesibles regiones del
área, pegado a sus espaldas como una sombra, musitándoles al oído una y mil
veces que es usted un homosexual pervertido y escandaloso y que le iba a romper
el fémur de una patada apenas lo viese intentando ingresar en el área!” ¡Tucho
Saliadarré clava en este angustioso tiempo de descuento que ya estamos viviendo
su mirada aguda en los ojos del defensor acusado y se lanza sobre él como un
tigre! “¿Vos dijiste eso?”, lo apura, rojo de indignación. “A mí me lo dijo el
Tito”, retrocede Alsina, señalando, a su vez, a Meroni, el longilíneo
‘goalkeeper’, quien observa la escena desde el arco. “¿Vos dijiste eso?”, grita
Saliadarré al arquero, sin avanzar hacia él, paralizado junto a la pelota como
si la magnitud de la infamia que se teje sobre su pundonor y buen nombre lo
hubiese privado de la posibilidad de moverse. Tito Meroni enarca sus cejas,
balbucea una respuesta, se alza de hombros, se señala hacia el pecho con ambas
manos recubiertas por los mullidos guantes, camina hacia el tumulto agrupado
cerca de su área.
“¿Vos dijiste eso?”, vuelve a interrogar con voz quebrada
Saliadarré, como si no pudiera creerlo. “Es que… -procura articular el arquero,
ya casi sobre la línea del área- son cosas que uno escucha…” ¡Y, atención,
atención, atención, remata Tucho hacia los palos… y gol… gol… gol… gol…!
¡Gooooooooooool!, es gol de Independiente, gooooool de Independiente! ¡Le pegó
de improviso Tucho Saliadarré con la capellada de su botín zurdo, recto y
seguro hacia el medio del arco sin custodia y anidó la pelota en las mallas
decretando el tanto del empate entre el griterío formidable de su gente y la
congoja entendible de los locales! ¡Reclaman enardecidos los riverplatenses
pero ya corre el árbitro Daniel Cucciola hacia el medio de la cancha
convalidando el tanto que les sirve, vaya si les sirve, a los visitantes para
llevarse un punto de oro de un encuentro que pintaba para un seguro contraste!
¡Y ya se acaba el partido, señores! ¡Se acaba el partido, mis amigos! ¡Todavía
se abrazan los jugadores visitantes tras la obtención del gol, formando una
pirámide humana frente a la tribuna de su parcialidad, sepultando muy
especialmente a Tucho Saliadarré y a Martín Falero, quienes fueron los primeros
en estrecharse en un abrazo! ¡Otra vez el viejo truco de la controversia
interna, la vieja jugarreta de los afectados despechados! ¡Va a sacar del medio
el equipo local! ¡Moverá Tocalli para Jiménez! “Tocámela que tenemos que ir
urgente por la victoria”, parece decir Giménez. “No puede ser que seamos tan
giles”, parece contestar el rubio centrodelantero de la franja roja. Toca
Tocalli para Giménez…
Roberto Fontanarrosa
"Gallardo Pérez, Referí" de Osvaldo Soriano.
Cuando yo jugaba al fútbol, hace más de
veinte años, en la Patagonia, el refería era el verdadero protagonista del
partido. Si el equipo local ganaba, le regalaban una damajuana de vino de Río
Negro; si perdía, lo metían preso. Claro que lo más frecuente era lo de la
damajuana, porque ni el referí, ni los jugadores visitantes tenían vocación de
suicidas.
Había, en aquel tiempo, un club invencible
en su cancha: Barda del Medio. El pueblo no tenía más de trescientos o
cuatrocientos habitantes. Estaba enclavado en las dunas, con una calle central
de cien metros y, más allá, los ranchos de adobe, como en el far-west. A
orillas del río Limay estaba la cancha, rodeada por un alambre tejido y una
tribuna de madera para cincuenta personas. Eran las "preferenciales",
las de los comerciantes, los funcionarios y los curas. Los otros veían el
partido subidos a los techos de los Ford A o a las cajas de los camiones de la
empresa que estaba construyendo la represa.
Todos nosotros estábamos bajo el influjo
del maravilloso estilo del Brasil campeón del mundo, pero nadie lo había visto
jugar nunca: la televisión todavía no había llegado a esas provincias y todo lo
conocíamos por la radio, por esas voces lejanas y vibrantes que narraban los
partidos. Y también por los diarios, que llegaban con cuatro días de atraso,
pero traían la foto de Pelé, el dibujo de cómo se hacía un cuatro-dos-cuatro y
la noticia de la catástrofe argentina en Suecia.
Yo jugaba en Confluencia, un club de
Cipolletti, pueblo fundado a principios de siglo por un ingeniero italiano que
tenía un monumento en la avenida principal. Todavía las calles no habían sido
pavimentadas y para ir al fútbol los domingos de lluvia había que conseguir
camiones con ruedas pantaneras.
Confluencia nunca había llegado más arriba
del sexto puesto, pero a veces le ganábamos al campeón. Muy de vez en cuando,
pero le dábamos un susto.
Ese día teníamos que jugar en la cancha de
Barda del Medio y nunca nadie había ganado allí. Los equipos
"grandes" descontaban de sus expectativas los dos puntos del partido
que les tocaba jugar en ese lugar infernal. Los muchachos de Barda del Medio,
parientes de indios y chilenos clandestinos, eran tan malos como nosotros
suponíamos que eran los holandeses o los suecos. Eso sí, pegaban como si
estuvieran en la guerra. Para ellos, que perdían siempre por goleada como
visitantes, era impensable perder en su propia casa.
El año anterior les habíamos ganado en
nuestra cancha cuatro a cero y perdimos en la de ellos por dos a cero con un
penal y piadoso gol en contra de Gómez nuestro marcador lateral derecho. Es que
nadie se animaba a jugarles de igual a igual porque circulaban leyendas
terribles sobre la suerte de los pocos que se habían animado a hacerles un gol
en su reducto.
Entonces, todos los equipos que iban a
jugar a Barda del Medio aprovechaban para dar licencias a sus mejores jugadores
y probar a algún pibe que apuntaba bien en las divisiones inferiores. Total, el
partido estaba perdido de antemano.
El referí llegaba temprano, almorzaba
gratis y luego expulsaba al mejor de los visitantes y cobraba un penal antes de
que pasara la primera hora y la tribuna empezara a ponerse nerviosa. Después
iba a buscar la damajuana de vino y en una de ésas, si la cosa había terminado
en goleada, se quedaba para el baile.
Ese día inolvidable, nosotros salimos
temprano y llevamos un equipo que nos había costado mucho armar porque nadie
quería ir a arriesgar las piernas por nada. Yo era muy joven y recién debutaba
en primera y quería ganarme el puesto de centro delantero con olfato para el
gol. Los otros eran muchachos resignados que iban para quedarse en el baile y
buscar una aventura con las pibas de las chacras.
Después del masaje con aceite verde, cuando
ya estábamos vestidos con las desteñidas camisetas celestes, el referí Gallardo
Pérez, hombre severo y de pésima vista, vino al vestuario a confirmar que todo
estuviera en orden y a decirnos que no intentáramos hacernos los vivos con el
equipo local. Le faltaban dos dientes y hablaba a tropezones, confundiendo lo
que decía con lo quería decir.
Le dijimos -y éramos sinceros- que todo
estaba bien y que tratara, a cambio, de que no nos arruinaran las piernas.
Gallardo Pérez prometió que se lo diría al capitán de ellos, Sergio Giovanelli,
un veterano zaguero central que tenía mal carácter y pateaba como un burro.
Ni bien saludamos al público que nos
abucheaba, el defensa Giovanelli se me acercó y me dijo: "Guarda, pibe, no
te hagas el piola porque te cuelgo de un árbol". Miré detrás de los arcos
y allí estaban, pelados por el viento, los siniestros sauces donde alguna vez
habían dejado colgado a algún referí idealista. Le dije que no se preocupara y
lo traté de "señor". Giovanelli, que tenía un párpado caído surcado
por una cicatriz, hizo un gesto de aprobación y fue a hacerles la misma advertencia
a los otros delanteros.
La primera media hora de juego fue más o
menos tranquila. Empezaron a dominarnos pero tiraban desde lejos y nuestro
arquero, el Cacho Osorio, no podía dejarla pasar porque habría sido demasiado
escandaloso y nos habrían linchado igual, pero por cobardes. Después dieron un
tiro en un poste y el Flaco Ramallo sacó varias pelotas al córner para que
ellos vinieran a hacer su gol de cabeza.
Pero ese día, por desgracia, estaban sin
puntería y sin suerte. Todos hicimos lo posible para meter la pelota en nuestro
arco, pero no había caso. Si el Cacho Osorio la dejaba picando en el área,
ellos la tiraban afuera. Si nuestros defensores se caían, ellos la tiraban a
las nubes o a las manos del arquero.
Al fin, harto de esperar y cada vez más
nervioso, Gallardo Pérez expulsó a dos de los nuestros y les dio dos penales.
El primero salió por encima del travesaño. El segundo dio en un poste. Ese día,
como dijo en voz alta el propio referí, no le hacían un gol ni al arco iris.
El problema parecía insoluble y la tribuna
estaba caldeada. Nos insultaban y hasta decían que jugábamos sucio. Al
promediar el segundo tiempo empezaron a tirar cascotes.
El escándalo se precipitó a cinco o seis
minutos del final. El Flaco Ramallo, cansado de que lo trataran de maricón,
rechazó una pelota muy alta y yo piqué detrás de Giovanelli, que retrocedía
arrastrando los talones. Saltamos juntos y en el afán de darme un codazo pifió
la pelota y se cayó. La tribuna se quedó en silencio, un vació que me calaba
los huesos mientras me llevaba la pelota para el arco de ellos, solo como un
fraile español.
El arquerito de Barda del Medio no entendía
nada. No sólo no podían hacer un gol sino que, además, se le venía encima un
tipo que se perfilaba para la izquierda, como abriendo un ángulo de tiro.
Entonces salió a taparme a la desesperada, consciente de que si no me paraba no
habría noche de baile para él y tal vez hasta tendría que hacerme compañía en
el árbol de fama siniestra. Él hizo lo que pudo y yo lo que no debía. Era alto,
narigón, de pelo duro, y tenía una camiseta amarilla que la madre le había
lavado la noche anterior. Me amagó con la cintura, abrió los brazos y se infló
como un erizo para taparme mejor el arco. Entonces vi, con la insensatez de la
adolescencia, que tenía las piernas arqueadas como bananas y me olvidé de
Giovanelli y de Gallardo Pérez y vislumbré la gloria.
Le amagué una gambeta y toqué la pelota de
zurda, cortita y suave, con el empeine del botín, como para que pasara por ese
paréntesis que se le abría abajo de las rodillas. El narigón se ilusionó con el
driblin y se tiró de cabeza, aparatoso, seguro de haber salvado el honor y el
baile de Barda del Medio. Pero la pelota le pasó entre los tobillos como una
gota de agua que se escurre entre los dedos.
Antes de ir a recibirla a su espalda le vi
la cara de espanto, sentí lo que debe ser el silencio helado de los patíbulos.
Después, como quien desafía al mundo, le pegué fuerte, de punta, y fui a
festejar. Corrí más de cincuenta metros con los brazos en alto y ninguno de mis
compañeros vino a felicitarme. Nadie se me acercó mientras me dejaba caer de
rodillas, mirando al cielo, como hacía Pelé en las fotos de El Gráfico.
No sé si el referí Gallardo Pérez alcanzó a
convalidar el gol porque era tanta la gente que invadía la cancha y empezaba a
pegarnos, que todo se volvió de pronto muy confuso. A mí me dieron en la cabeza
con la valija del masajista, que era de madera, y cuando se abrió todos los
frascos se desparramaron por el suelo y la gente los levantaba para machucarnos
la cabeza.
Los cinco o seis policías del destacamento
de Barda del Medio llegaron como a la media hora, cuando ya teníamos los huesos
molidos y Gallardo Pérez estaba en calzoncillos envuelto en la red que habían
arrancado de uno de los arcos.
Nos llevaron a la comisaría. A nosotros y
al referí Gallardo Pérez. El comisario, un morocho aindiado, de pelo engominado
y cara colorada, nos hizo un discurso sobre el orden público y el espíritu
deportivo. Nos trató de boludos irresponsables y ordenó que nos llevaran a cortar
los yuyos del campo vecino.
Mientras anochecía tuvimos que arrancar el
pasto con las manos, casi desnudos, mientras los indignados vecinos de Barda
del Medio nos espiaban por encima de la cerca y nos tiraban más piedras y hasta
alguna botella vacía.
No recuerdo si nos dieron algo de comer,
pero nos metieron a todos amontonados en dos calabozos y al referí Gallardo
Pérez, que parecía un pollo deshuesado, hubo que atenderlo por hematomas,
calambres y un ataque de asma. Deliraba y en su delirio insensato confundía esa
cancha con otra, ese partido con otro, ese gol con el que le había costado los
dos dientes de arriba.
Al amanecer, cuando nos deportaron en un
ómnibus destartalado y sin vidrios, bajo la lluvia de cascotes, nuestro
arquero, el Cacho Osorio, se acercó a decirme que a él nunca le habrían hecho
un gol así. "Se comió el amague, el pelotudo", me dijo y se quedó un
rato agachado, moviendo los brazos, mostrándome cómo se hacía para evitar ese
gol.
Cuando se despertó, a mitad de camino,
Gallardo Pérez me reconoció y me preguntó cómo me llamaba. Seguía en
calzoncillos pero tenía el silbato colgando del cuello como una medalla.
-No se cruce más en mi vida -me dijo, y la
saliva le asomaba entre las comisuras de los labios-. Si lo vuelvo a encontrar
en una cancha lo voy a arruinar, se lo aseguro.
-¿Cobró el gol? -le pregunté. -¡Claro que
lo cobré! -dijo, indignado, y parecía que iba a ahogarse- ¿Por quién me toma?
Usted es un pendejo fanfarrón, pero eso fue un golazo y yo soy un tipo derecho.
-Gracias -le dije y le tendí la mano. No me
hizo caso y se señaló los dientes que le faltaban.
-¿Ve? -me dijo-. Esto fue un gol de Sívori de orsai. Ahora fíjese dónde está él y dónde estoy yo. A Dios no le gusta el fútbol, pibe. Por eso este país anda así, como la mierda.
Osvaldo Soriano
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