La dirigencia.
—Yo creo que tu
visión del futbol es muy anticuada, Ernesto —dijo Miguel mientras pitaba
profundamente su cigarrillo inclinándose en el sillón—. Hoy el fútbol pasa por
otro lado.
—Estas equivocado
Miguel, yo no quiero que me hagan goles, por eso te propongo traer un DT
defensivo, aparte se arreglan con cualquier cosa eh.
—Lo sé, son
baratos y te hacen ahorrar. Hasta te hacen un buen torneo, pero la gente quiere
otra cosa…
—No te entiendo
la verdad —comento cansado Ernesto.
—Mira, hoy el
futbol cambió y la gente también. Vos fíjate que el hincha prefiere jugar bien,
lindo y que después en la tele hablen de lo lindo que juega el equipo, que nota
de allá, que nota de acá, que pata pin, pata pum.
—¿Vos te pensás
que el hincha se va a bancar un descenso, jugando lindo? —se indignó Ernesto.
—No, tampoco la
pavada. Pero mientras no desciendas y juegues lindo, la gente va a estar
contenta.
—Sí, te entiendo.
Pero estos nuevos entrenadores con el concepto de “jugar bien” —Ernesto marcó
esas dos palabras—, son mucho más caros. Vienen con gente que maneja drones,
GPS…
—Y está perfecto.
—¡Pero no tenemos
un mango Miguel!
—Los GPS y los
drones terminan saliendo más baratos que los jugadores, Ernesto.
—Estás loco,
Miguel…
—Está clarísimo
Ernesto, no tenemos un mango, pero el proyecto de Ramón Pecce, un defensivo de
aquellos, es poner jugadores de inferiores, proyectar a los pibes, etc. El
proyecto del Gringo Inciart es lo mismo, pero jugando bien.
—Pero Pecce es un
DT de experiencia, sabes que con el tipo vas a sumar puntos con pibes, con
piedras o con troncos. El otro fue un jugadorazo, pero es un charlatán.
—Hoy por hoy tenés
tres campeonatos: el de los puntos, el económico y el del marketing o humo,
como quieras llamarle…
—¿El del humo?
—Ajá, es el
torneo que vamos a ganar nosotros. No tenemos un mango, jugadores que no quieren
venir. Las cosas están mal, pero trayendo al gringo Inciart y jugando bien,
tapamos los otros dos torneos. El periodismo va a hablar de eso.
—Entiendo —dijo
Ernesto mientras se levantaba de la silla—, entonces ya mismo voy armando el
contrato al Gringo.
El entrenador.
Roberto Inciart
fue un mediocampista con una carrera destacable. De debutar en Boca y afianzarse
en primera, paso al viejo continente donde jugó en varios grandes: Bayern Munich,
Inter de Milan, Manchester City y la Roma, club donde se retiró. También jugó
dos mundiales, con la selección. Sin embargo, como entrenador no tuvo el mismo
éxito. Dirigió al Getafe, donde solo ganó un encuentro y perdió ocho. Se hizo
cargo del Fulham, con el que descendió. Después de esto, deambuló por
divisiones inferiores del Milan, hasta que cesó su contrato. En definitiva, hacía
más de 3 años que no dirigía. Su método era el de hacer jugar bien al fútbol,
en base a un montón de métricas producto de los GPS y de los drones, que ni él
entendía, pero que su abultado cuerpo técnico sí, o eso creía él.
El 1° de julio
quedo rubricada su firma para hacerse cargo del equipo, ante una nutrida
concurrencia periodística dio su primera conferencia de prensa. Durante semanas
no se hablaba de otra cosa. El golpe de efecto que era tal, que solo hablaban
de esta experiencia de Inciart en el fútbol argentino y no como el club no tenía
plata ni para pagarle a los cancheros.
Los jugadores.
—Yo no entiendo,
la verdad. No tenemos ni agua caliente en las duchas, pero tenemos drones y GPS
hasta por el culo —dijo jadeante Balinotti, el lateral, mientras trotaba.
—A mí me deben
desde abril, con lo que vale uno de estos corpiños con GPS me ponen al día
—acotó Carletti, defensor central.
—Llévatelo y lo
vendes en la feria de Solano —bromeo Gutierrez, un veterano que solo había
vuelto por amor al club y que cobraba poco y nada.
—Si esto sigue
así, voy a empezar a vender humo, como el hijo de puta de Inciart —dijo
caliente Balinotti.
—Cállate boludo,
a ver si estas mierdas todavía nos graban lo que decimos.
—Pero que me
grabe…
—¡Basta de
charlas muchachos, si van a hablar, hablen en la cancha con la pelota!—grito
desde un costado Inciart mientras sostenía una Tablet del tamaño de un LCD.
—¿Hablar con la
pelota que se piensa que somos Tom Hanks y Wilson? —dijo en voz baja Tabaré para
sus compañeros, ellos estallaron en una carcajada.
El hincha.
Carlos y Horacio
iban caminando en silencio bajo la lluvia. Atrás fueron quedando las calles,
pero ellos seguían sin proferir sonido alguno. Una nueva derrota había calado
hondo en el hincha. Pero no era una derrota más, era la numero 9 en 10
partidos. Un maldito punto de treinta en juego. Un grano de arena en el
desierto. El promedio encima empezaba a apretar. El equipo quedo a tan solo dos
puntos de caer en esa tan temida zona roja del infierno. Pero lo que más terror
y pánico le daba a ambos, era la división que había entre los demás hinchas: de
un lado los que estaban podridos de jugar bien y perder, del otro los que
querían seguir jugando bien sin importar el resultado. Nunca el hincha había
estado tan dividido. Por un lado, jugar bien era una panacea, era un logro, mas
con pibes del club. Por el otro no se ganaba desde hace rato, y tanto deportiva
como económicamente, las cosas estaban al borde del abismo. Sin embargo, y como
siempre sucede, el hincha se descuartizaba entre si, en redes sociales, en la platea,
en la popular, en todos lados. Fueron varias las grescas entre ellos mismos,
cuando varios insultaron a Inciart tras el sexto partido perdido al hilo, y
otros tantos salieron en su defensa. La paciencia se acababa en el hincha, pero
eran más lo que lo bancaban, a pesar de que el único destino probable era el
Nacional B.
—Estamos solos,
Horacio, estamos solos. —dijo Carlos mientras se prendía un cigarrillo y miraba
tristemente.
El periodismo.
—Pero que bien
que juega el equipo del Gringo Inciart, da gusto venir a la cancha, ¿o no,
querido Lopecito?
—Pero por supuesto,
Gargarella, por supuesto, es una lástima que haya perdido tantos encuentros,
una verdadera lástima, amigo Gargarella.
—Aceites y lubricantes para autos “El Rugido”,
ponele “El Rugido” a tu auto y convertilo en un león.
—Tiene mala
suerte, para mí. Es cuestión de tiempo, también. Pero todos los partidos tienen
la pelota, generan juego, pases… fútbol lindo y vistoso, pero siempre termina
perdiendo uno a cero en el final, parece cosa e’ Mandinga, mi querido López.
—Así es, pero no
nos olvidemos que son todos pibes del club, de inferiores y que encima juegan
bien, hay que tenerle paciencia, mi viejo.
—Ah, pero el
promedio no tiene mucha paciencia y está enflaqueciendo rápido, mi queridísimo
Lópezhino.
—Equipos como
estos no deberían descender nunca, le hacen bien al alma futbolera ver lo lindo
que juegan…
—Casa de celulares, “El Manotazo”, compra y venta
de celulares, “El Manotazo”, pegale un manotazo a tu próximo celu.
—Es así, López,
ese concepto de ganar como sea es un concepto viejo, errado, de antaño mi
querido Lopetegui. El fútbol moderno es otra cosa, todos ganan, todos ganamos,
es como ir al teatro, donde todos ganan. Deberían de modificarse las normas.
—Estoy de
acuerdo, eso de meter goles es un concepto bastante arcaico, mi inefable
Gargarella.
El descenso.
—Movete rápido,
dale nos vamos, que nos van a linchar —ordeno Miguel a Ernesto. Ambos se
levantaron de los asientos de sus palcos mientras los plateístas le tiraban de
todo. Los objetos rebotaban en el vidrio como si fueran unos moscones verdes
queriendo entrar. Al llegar al pasillo tres policías los escoltaron hasta el
ascensor.
—Yo te avise, yo
te avise —dijo jadeando Ernesto—, no quisiste escuchar a nadie, ahora
descendimos y no tenemos que ir en helicóptero junto con Inciart.
—Hicimos bastante
plata y contactos ya, no voy a seguir arriesgando mi pellejo por este club de
mierda
—Yo te avise, yo
te avise—seguía repitiendo Ernesto.
—Lástima que no
tenemos tanto culo como Inciart, que ya tiene todo arreglado con un equipo
mexicano.
El ascensor paró,
ambos dirigentes salieron corriendo junto con unos efectivos de la policía
hasta llegar al estacionamiento, salieron a toda velocidad por la avenida y se
perdieron. Los incidentes dentro y fuera
de la cancha hicieron que el partido se suspendiera. La policía reprimió
bastante a todos los hinchas, sin importarles si participaron de algún desmán o
no. Carlos y Horacio corrieron hasta la estación de servicio antes de ligarla.
Estuvieron un largo rato en silencio. Ambos tenían un nudo en la garganta. No
podían creer como descendieron. Como fue todo tan meteórico. Pero lo que más
les costaba creer era que aún había hinchas que defendían a Inciart. Carlos
pidió dos cafés, que ambos tomaron de pequeños sorbos. El silencio se cortaba
cuando se escuchaba algún grito o una corrida en la calle. Estuvieron un largo
rato así. Hasta que Horacio le pego un golpe de impotencia a la mesa.
—Estamos solos,
Horacio, estamos solos. —dijo Carlos mientras miraba como la policía corría a
algunos hinchas.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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