Como en las ultimas navidades, reponemos un viejo cuento alusivo. Felices fiestas.
Fin de año es una época que atenta contra la asistencia en los partidos que hacemos todos los jueves. Todos tienen una cena, una despedida con los compañeros del trabajo. Para mi es algo que no tiene sentido. Estas todo el día metido en la oficina viéndote siempre con los mismos boludos de siempre, ocho horas ahí adentro cagado de laburo, podrido de todos ¿Y que se te ocurre hacer? despedir el año con los mismos boludos que te cansas de ver. Déjame de joder. Prefiero mil veces los fulbitos de los jueves. Si hacen una cena laboral ese día, no voy. Pero así como yo tengo esa responsabilidad con el fútbol, están aquellos que se cagan en vos y en esa sarta de pelotudos que se quedan mirando la puerta de entrada del esperanzados en poder juntar dos equipos y jugar aunque sea un rato.
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Fin de año es una época que atenta contra la asistencia en los partidos que hacemos todos los jueves. Todos tienen una cena, una despedida con los compañeros del trabajo. Para mi es algo que no tiene sentido. Estas todo el día metido en la oficina viéndote siempre con los mismos boludos de siempre, ocho horas ahí adentro cagado de laburo, podrido de todos ¿Y que se te ocurre hacer? despedir el año con los mismos boludos que te cansas de ver. Déjame de joder. Prefiero mil veces los fulbitos de los jueves. Si hacen una cena laboral ese día, no voy. Pero así como yo tengo esa responsabilidad con el fútbol, están aquellos que se cagan en vos y en esa sarta de pelotudos que se quedan mirando la puerta de entrada del esperanzados en poder juntar dos equipos y jugar aunque sea un rato.
Juntar diez tipos en esa
época es un milagro. Si juntas 12 es porque se viene el fin del mundo. Pero hay
gente que verdaderamente está comprometida con la causa. Los mismos perejiles
de siempre: el Mono, Nico, Fabi, el Rengo, Horacio y yo. Al resto le chupa un
huevo. Prefieren chupar y morfar de arriba al lado del bolas triste de contabilidad
que se viste con un saco marrón para ir a esa cena, para ir a ver a Laferrere,
para la oficina, un casamiento o para ir a cagar. Usted pensara que cada uno es libre de elegir libremente. Pero
no mi estimado, es problema nuestro también ¡Y vaya que problema! Porque nos
cuesta un huevo tener que salir a buscar soldaditos que quieran jugar un
jueves. Muchas veces nos hemos ido sin reunir un equipo completo, eso nos hace
perder la voluntad y la seña de la cancha. Por suerte hace varios años ya que
venimos jugando en el mismo lugar y alguna que otra vez zafamos.
Por eso cuando al Mono se
le ocurrió tirar esa idea de apostar en el último partido del año un asado para
todos los muchachos, me puso loco. Por todo ese tema que le acabo de contar. No
juntamos media docena de tipos y este boludo quería hacer una apuesta. El quería
jugar un partido como todos los jueves, mientras el Negro Ferreyra se mandaba a
hacer el asado. Hasta ahí no había nada malo en su idea, pero el tema pasaba
por la apuesta. El equipo perdedor costeaba todo el asado. En primer lugar,
nunca jugábamos con un equipo “definido”. Armábamos equipos más o menos
equilibrados y siempre mezclados. Ese era una contrariedad. El segundo
impedimento era que nos teníamos que juntar una hora antes, hacer cuentas de lo
que habíamos gastado, juntar la plata ponerla en un sobre y el ganador se
quedaba con la guita. Un quilombo.
—A mí me copa la idea, es
bastante buena —asentía el Negro Ferreyra. Lo decía más que nada porque al
Negro le encanta hacer asados, es su pasión. Algunos optan por hacer filatelia,
otros por el aeromodelismo. Bueno, el hobby del negro es hacer asados. Le
podías dar a elegir entre una noche de sexo desenfrenado con la Escudero o
hacer un asado. Ferreyra te elije mil veces trenzar los chinchulines y dar
vuelta las mollejas con cariño.
—Pero de pedo que vamos a
ser ocho, déjate de joder — tercie.
—Pero gordo, no seas
cagón, vamos a venir todos —dijo el Mono
—Yo no puedo, me voy a Tucumán
a la casa de mis suegros — comento a modo de disculpa Gustavo.
—Ahí tenés, uno menos —le
espete en la cara al Mono mientras con la mano derecha hacia un movimiento de
vaivén.
—Vamos a llegar a diez,
dale estamos todos de acuerdo —siguió insistiendo el Mono, mientras la mayoría asentía
con la cabeza.
—No, además la apuesta es
una pedorrada —Contraataqué.
—Cagón, dale que tu
señora no te va a cagar a pedos — metía púa el Rengo.
—Chúpala vos —sentencié.
—Sos un cagón gordo
—¿Queres apostar de
verdad? Te apuesto tres lucas, del asado olvídate, lo hacemos igual ese día,
tres lucas vos contra mí —me calenté como un boludo.
—Es mucha guita tres
lucas, pará un poco —el Mono se achicaba
— Ahora el cagón sos vos
—lo remate.
—Dale mono cagón, si tenés
miedo yo juego para vos —volvía a meter púa el Rengo
—Está bien acepto —dijo
resignado el Mono— ¿Pero cómo hacemos los equipos?
—Como siempre —respondí
— ¿Y quién elige primero?
—Paren un poco, si van a
elegir ustedes se van a terminar cagando a piñas —intercedió Horacio— háganla
fácil, por orden de llegada. El primero que llega juega para el gordo, el
segundo para el mono y así…
—¿Pero para quién va el
primero y el segundo ? —insistió el Mono.
—Eso lo definen entre
ustedes, tampoco le vamos a andar solucionando todos los problemas viejo
—ironizo el profe.
—El que hace más
jueguitos se queda con el primero —apareció Lolo, quien es callado pero cuando
habla siempre es para tirar alguna solución o para calmar los ánimos.
Accedimos de inmediato.
Obviamente lo mío no son los jueguitos, lo del mono tampoco, pero lo mío fue
más patético. 13 a 6 salimos. La cosa había quedado sentenciada: Habría asado
después del partido, el mono y yo habíamos apostado tres lucas, el equipo era
cuestión de suerte el primero que llegaba era para el equipo del mono, el
segundo para mí, el tercero para él y así hasta completar dos equipos de cinco
o seis en el mejor y utópico de los casos.
Me parecía una idea de
mierda, pero el mono me había hecho calentar de nuevo. Ojo el Mono me parece un
tipazo, bah no me parece, es un tipazo. Lo quiero como a un hermano, nos
criamos prácticamente juntos peloteando en la vereda., correteando por el
barrio. Un verdadero amigo que dio la vida. Pero el mono pisa una cancha y se
transforma física y mentalmente. Se
convierte en un verdadero pelotudo. Tribunero y vendehumo. Caga a pedos a los
compañeros cuando él no puede correr ni un susto. Un día casi llegamos a las
manos. Cuando jugábamos en el mismo equipo, yo perdí una pelota pero él no marcaba
ni con fibrones. Me puteo, yo lo puteee y nos separó justito Horacio. Desde ese
día y para preservar nuestra amistad decidimos jugar en equipos enfrentados.
El día del partido, o
sea, el jueves siguiente. Había un clima extraño en el club. No sé si la palabra
es “extraño”, pero el clima era distinto, como esperanzador, se palpaba algo
lindo en el aire. Los viejos que siempre jugaban al póker no estaban. En el salón
no sé si había una suerte de cumpleaños o qué pero estaba un Papá Noel que me
llamo la atención. En mi vida vi a un tipo tan real a Santa Claus. Era un
calco. Estaba repartiendo regalos. Niños correteando pero sin llegar a hacer
lio, muy lindo todo. Y eso que a mí siempre me pareció medio boludo eso de Papá
Noel los regalos, etc. No, no me hago el revolucionario ni el zurdo. Con
decirle que crecí en una casa católica pero Navidad era ir a misa de Gallo
—como me rompía las bolas de chico eso—, compartir una cena familiar. Ni
cohetes me dejaban tirar. Pero ese salón repleto de chicos y con un Papá Noel
como de verdad, realmente me hizo bien. Como que creí un poco más en el mundo,
en la inocencia de los pibes. Algo hermoso realmente.
Cuando llegue a la
canchita ya estaban el mono y el negro Ferreyra quien estaba desde las 18 con
el tema del asado. Eran las 19:45 y solo habíamos llegado dos jugadores. Salude
a ambos.
— ¿Qué pasa si no
llegamos a 10? — le dije al mono.
— Van a venir gordo —respondió
—Este olorcito te hace
venir hasta a Messi — tercio el negro señalando la parrilla.
—Hablando de eso ¿Cuánto pusiste?
Así hacemos las cuentas—le pregunte al Negro.
— Después arreglamos —dijo
Ferreyra desinteresadamente— con su permiso voy a poner unos tanguitos que ya
estaba escuchando antes que viniera el mono a romperme las bolas.
Acto seguido le dio play
a un radio grabador de esos redondos con cd y sonó la varonil voz de Julio
Sosa. No sé si me va a creer, pero el
melancólico tango se entremezclo con el olor a asado. Me lleno el
alma. No sé cómo será el paraíso. Pero
aquello lo era.
El primer jugador que
cayó fue Lolo, inmediatamente vino el mudo. El Rengo, Horacio, Nico, el canoso. A medida que
llegaban nos los fuimos dividiendo tal como habíamos acordado. Faltaba más o menos de diez minutos para
arrancar el partido, uno más tenía que llegar. Pero pasaban los minutos y nadie
aparecía. Ya estábamos cambiados y mirando la puerta como si esperáramos al
mesías. Ya eran en punto y nadie. Una tarde más tristona que
la pena que me aqueja, Arreglo su bagayito y amurado me dejo” cantaba Julio
Sosa y parece que me la cantaba a mí.
—No creo que venga más
nadie —dije resignado.
—Tito dijo que venía — se
esperanzaba el mono.
—Tito es remisero por ahí
tuvo un viaje largo y esta es la época para hacer una diferencia, después en
enero no anda ni el loro — justifico Horacio.
— ¿Cómo hacemos? — le dije al mono— yo con uno menos no te
apuesto ni en pedo.
— No seas cagón gordo —
se excusó— de ultima jugamos cuatro contra cuatro y vamos rotando.
— Nadie va a querer
salir...
De pronto se abrió la
puerta, tuve un salto en el corazón, seguro era Tito, con él en el arco ganábamos
fácil. Cuando logramos ver quién había
entrado, casi me puse a llorar de la decepción. Una figura regordeta se recortó
en la puerta.
—Buenas,
disculpen la intromisión pero escuche estos tangazos y vine a ver — dijo como
disculpándose el Papá Noel que había visto en el salón.
—Pase maestro pase, venga siéntese —lo
invito el negro Ferreyra. El tipo de desprendió de su gorra y se puso a charlar
animadamente con él.
—mono, ya fue otro día apostamos —insistí.
—Pará un poco gordo, ya van a venir — dijo
el mono impaciente.
Iba a
responderle cuando de pronto escuchamos nuevamente el picaporte de la puerta
nuevamente. Así como en una película de suspenso, primero giro la manija,
después la puerta fue abriéndose despacito, entro un haz de luz y cuando por
fin se abrió del todo vimos al viejo Fermín entrar
—Joder muchachos que si
no van a jugar avisen así no gastamos luz — dijo el gallego, el encargado de la
cancha.
— Cinco minutos más y le
avisamos don Fermín —respondió el mono. Mientras el gallego ya emprendía su
retirada sin siquiera ver quien le había contestado.
—Ya fue mono, en
serio, juguemos lo que estamos y otro
día hacemos lo de la apuesta —intente zafar.
—Cinco minutos más —
trato de zafar el mono— si por cómo va el asado vamos a comer a la tres de la
mañana.
Al mono no le importaba
la guita. Él quería ganarme en un partido, no porque seamos siempre rivales,
sino porque como dije antes, el mono en la cancha se transforma en un ser
inmundo. Ya eran y cuarto y nadie más iba a venir.
—Dale negro cámbiate
entra a jugar —arremetió el mono.
— ¿Estas en pedo vos?
Estoy con el asado — se escandalizo Ferreyra
—Sos mi salvación negrito
— le rogué, sabiendo que el negro es un fenómeno.
— Que acá el maestro te
cuide la parrilla — dijo Horacio señalando a papá Noel.
—Ni en pedo —término la
discusión el negro—, no es porque le tenga desconfianza acá al maestro pero un
artista tiene que terminar su obra.
—Caballeros si les falta
uno, tal vez yo puedo atajar —interrumpió nuestro Santa Claus.
— ¿Pero usted juega? Dije mirándole la panza, que dicho sea de
paso era más grande que la mía.
— Hace mucho que no juego
pero yo llegue hasta la primera de San Lorenzo en el 79 — respondió.
— Listo gordo, ya tenés
arquero —se lavó las manos el mono.
—Pero así no va a poder
jugar, no tiene ropa —trate de resistir la incorporación
—Yo traje igual, no se
preocupen — el negro le había alcanzado su botinero.
—Listo a jugar — se mandó
el mono para la mitad de la cancha.
Y así quedo Papá Noel
incorporado a mi equipo. Supe que se llamaba Alberto. Que era un jubilado al
que le encantaban los chicos y por eso su oficio de Papa Noel. Mientras se
cambiaba empezó a hablarme de cómo la sociedad había perdido muchos valores y
como los pibes cada día creían menos. La verdad es que le preste poca atención,
yo estaba más preocupado pensando en cómo nos iban a romper el culo el equipo
del Mono.
Alberto o este Papa Noel arquero
fue a ocupar nuestro arco. Usted seguramente estará esperando a que yo le cuente—
tal como seguramente ya leyó en otras historias conocidas— que este San Claus atajó
todo. Que voló al ángulo sacando una pelota que definía el partido. Que voló de
palo a palo quedándose con la última pelota del partido. Para luego desaparecer
misteriosa y mágicamente. Pero no mi estimado, no pasó nada de eso. Todo lo
contrario. La verdad es que el gordo Alberto fue un plomo. Con decirle a los 30
segundos ya perdíamos uno a cero. Al Papá Noel de arquero le pegaban abajo y
esquinado y era gol seguro. Le daban fuerte y arriba también. Le daban despacio
y al medio y era un golazo. Un desastre viejo. Por cada gol que hacíamos, nos
embocaban tres. Y no solo era horrible, sino que tenía menos estado físico que
una babosa. Cuando tuvo un mano a mano contra el Mono quiso salir “rápido” y al
llegar al borde del área chica casi tira los bofes. En más de una oportunidad
tuve que preguntarle si estaba bien esperando que me diga que no, que iba a
salir. Pero el milagro no llego. No le voy a contar como fue el partido porque
es perder el tiempo. Salimos como 25 a 8 por darle un número.
Terminado el partido
estaba muy pero muy caliente. Me acerque a mi bolso, saque un sobre con las
tres lucas y me fui hasta donde estaba el mono alardeando de su abultada victoria.
—Métetelos bien en el
medio del orto —le dije mientras le estampaba el sobre en el pecho.
—Que fácil resulto todo
¿no? —dijo mientras se reía estruendosamente. Iba a responderle de manera
bastante dura cuando sentí una mano en mi hombro.
—Tranquilícese maestro
—dijo Alberto o el Papá Noel— usted ahora perdió tres mil pesos, pero le
aseguro que estar rodeado de afectos; compartiendo fútbol y asado vale muchísimo
más.
— ¿Usted como sabe que yo
aposte? —me sorprendí.
—Me lo conto el muchacho de la parrilla —dijo despreocupado—,
eso es lo de menos. Lo que importa es que la plata va y viene, mírese rodeado
de amigos, futbol asado ¿Cuánto pagaría por eso? Es una fortuna incalculable.
Si el chantún este de
barba blanca me lo hubiese dicho en otra parte del año lo sacaba volando y le
iba a la yugular al mono, pero la verdad que para las fiestas me pongo un poco
blando. ¿Pero sabe qué? tenía razón
¿Cuánto vale esto? Futbol y asado con amigos, un buen rato, anécdotas. Es
impagable. Si, usted tiene razón, si yo no apostaba tendría todo esto y los
tres mil pesos. Pero trate de alejar ese pensamiento y quedarme con lo bueno. La verdad es que los tres mil pesos ya no me
dolieron tanto.
Me quede pensando hasta
que el Negro nos ordenó ir para dentro del salón que entre él y Fabi iban a ir
llevando la carne. Nuestro invitado especial fue Papá Noel y hubo como una
especie de magia en el ambiente. Nos reíamos más que de costumbre, las anécdotas
de viaje que el mono ya había contado como
cincuenta veces nos parecían más divertidas. Alberto resulto ser un tipo
encantador, yo ya ni me acordaba de los goles boludos que le metieron o de las
tres lucas. Estábamos todos allí como si nos hubiésemos conocido durante toda
la vida. No puedo explicarle la mística que había en ese ambiente. Era algo
hermoso, indescriptible.
Cuando íbamos por la
mitad de la comilona, nuestro Papa Noel se levantó para ir al baño. Nosotros
seguimos con nuestra charla de amigos que había virado hacia las mujeres. Habrán
pasado 15 minutos y Papá Noel no aparecía. Horacio fue el primero que se percató.
“Se habrá descompuesto”, pensamos. Fuimos con Horacio y el Mono corriendo hasta
el baño y nos llevamos una sorpresa increíble. En el baño no había nadie. Por
otro lado no podía haber salido porque lo hubiésemos visto. Papá Noel se había
esfumado. Como si hubiese sido el verdadero Santa Claus ¿De verdad no lo era? Mi
corazón latía con fuerza, como el de un niño. Llegamos a la mesa y nadie nos
creía. El canoso, el Negro y el resto
fueron hasta el baño para corroborar que no los estábamos jodiendo. Vinieron
tan sorprendidos como nosotros. No estábamos borrachos ni nada por el estilo y
si alguno tomo algo de más, esa sorpresa le sacaba la borrachera a cualquiera.
Habíamos asistido a un verdadero milagro de navidad.
—Esto es increíble
muchachos, nadie nos va a creer —dijo Horacio, un tipo de letras.
—Es creer o reventar
—dije.
—Mira que ni de chico
creía en él pero con esto… — dijo el Mono.
De repente se abrió la
puerta que daba a la calle, todos giramos las cabezas y emergió Tito desde la calle con las llaves
del auto en sus manos.
—Buenas. Perdónenme la
demora pero me salió un viaje a Ezeiza pero llego justo para la sobremesa —dijo
Tito disculpándose— ¿Ehhh pero qué pasa muchachos que tienen esa cara?
—No sabes lo que nos
acaba de pasar Tito, no te das una idea —respondió el rengo.
—No tengo idea, pero lo
que me pasó a mi cuando venía para acá no me la van a creer tampoco —respondió
mientras se sentaba.
— ¿Qué te paso? —le
pregunte curioso.
—Acá a la vuelta casi
piso a un viejo boludo disfrazado de Papá Noel, el pajero iba corriendo por el
medio de la calle — dijo mientras nos mirábamos incrédulos.
— ¿¡Cómo un Papá Noel!?
—dije azorado.
—Si boludo, un Papá Noel corriendo
a toda velocidad con un bolso de San Lorenzo al hombro, no lo pise de pedo,
casi me lo llevo puesto, por ahí se le descompuso el trineo y no llegaba a
tiempo —respondió mientras se reía estrepitosamente
— ¡M-mí, mi bolso! —salto
de la silla el Mono mientras giro rápido a la mesa de atrás donde estaban todos
los bolsos—, ahí metí la guita… no está… me lo afano, pero que hijo de puta…
—Tranquilo Mono, la guita va y viene, no te pongas así —le conteste sin saber si ponerme a llorar por la ilusión destrozada o a reírme porque la justicia que hizo ese anónimo Papa Noel, cagándolo al Mono.
—Tranquilo Mono, la guita va y viene, no te pongas así —le conteste sin saber si ponerme a llorar por la ilusión destrozada o a reírme porque la justicia que hizo ese anónimo Papa Noel, cagándolo al Mono.
T. Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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