En las dos primeras décadas del siglo, en apenas una
generación, el fútbol se había acriollado definitivamente, igual que los hijos
de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían uno o dos clubes. Se los
llamaba ahora Club Social y Deportivo, que en buen porteño significaba
"milonga y fútbol".
Los anarquistas y socialistas estaban alarmados. En vez de
ir a las asambleas o a los pic-nics ideológicos, los trabajadores concurrían a
ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la noche.
El diario anarquista La Protesta escribía en 1917 contra la
"perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto
redondo". Comparaban, por sus efectos, al fútbol con la religión,
sintetizando su crítica en el lema: "misa y pelota: la peor droga para los
pueblos".
Pero pronto debieron actualizarse y ya en la fundación de clubes
de barriadas populares aparecieron socialistas y anarquistas. Por ejemplo, el
Club "Mártires de Chicago", en La Paternal, llamado así en homenaje a
los obreros ahorcados en Estados Unidos por luchar en pos de la jornada de ocho
horas de trabajo. Fue el núcleo que años después pasó a ser el club Argentino
Juniors, un nombre menos comprometedor. También en el club "El
Porvenir", como el nombre lo muestra, estuvo la mano de los utopistas. Y
el mismo Chacarita Juniors nació en una biblioteca libertaria precisamente un
primero de mayo, la fiesta de los trabajadores, en 1906.
Por último, los viejos luchadores -ante el entusiasmo de sus
propios adherentes ideológicos frente al nuevo juego- resolvieron cambiar de
actitud y llegar a una nueva conciencia: practicar el fútbol, sí, porque es un
juego comunitario donde se ejercita la comunicación y el esfuerzo común; pero
no el fútbol como espectáculo, que fanatiza irracionalmente a las masas.
El fútbol siguió creciendo. Los tablones de las tribunas se
iban superponiendo para dar cabida a más espectadores. Pero así como los
argentinos jugaban cada vez mejor en el verde, así comenzaba a complicarse la
organización fuera de la cancha. Los dirigentes juegan sus propios partidos y
empiezan los cismas, las sospechas de árbitros comprados; los intereses creados
van ocupando el lugar de lo que poco antes había nacido como deporte por el
deporte mismo. El fútbol se capitaliza. A los jugadores -amateurs hasta es
momento- se los retiene en los clubes por dinero, y los clubes que tienen
dinero atraen a los mejores de los clubes pobres. Aparecen ya, a comienzo de
los veinte, las categorías de clubes grandes y clubes chicos.
Pero, mezquindades aparte, el fútbol gana fronteras; primero
hacia el interior, con los rosarinos, quienes quieren hacer en Rosario la
capital del fútbol y juegan partidazos con los porteños. Luego, cruza el Río de
la Plata y el duelo argentinos-uruguayos da origen a una rivalidad donde ya se
habla de virilidad y debilidades, de "padres" e "hijos".
Pero pese al antagonismo hay un término que los hermana y los hace
inconfundibles: "fútbol rioplatense". Es la palabra mágica que evita
la enemistad. Fútbol rioplatense: una manera distinta de jugar que va a dar que
hablar al mundo.
En 1919 llega Boca. Primer puesto y una hinchada de oro que
ya empieza a ser el jugador número 12. Nacía un mito y una realidad que tuvo su
origen en un banco de la plaza Solís, del barrio genovés, cuatro años después
que River. Sus modestos fundadores anduvieron de baldío en baldío, hasta lograr
una canchita detrás de las carboneras Wilson, en la isla Demarchi. Desalojados
de allí fueron a refugiarse a Wilde. Por último, luego de deambular de nuevo
por la Boca fueron a parar, en 1923, a Brandsen y Del Crucero, el anticipo de
la "bombonera". Azul y oro, la camiseta, y con los jugadores cuyos
nombres pasan a ser historia: Tesorieri, Calomino, Canaveri y Garassino, quien
jugó en los once puestos. 1920 une a los que serán eternos rivales. Campeones Boca
y River, River y Boca. Uno de la Asociación; el otro de la Amateur. Los
espectadores van a ver, más que a sus equipos, a sus ídolos.
Uno de ellos es Pedro Calomino, a quien los hinchas
boquenses le gritan en dialecto xeneixe: "¡dáguele Calumín,
dáguele!". Pero Calomino no se deja influenciar: se planta en la cancha,
indiferente a las tribunas ansiosas de sus fantasías. Y cuando le pasan la
redonda arranca por la punta, parece que frenara pero sigue dejando rivales que
corren engañados para otro lado, cuando se caen. Y si un defensor se le pega,
le hace "la bicicleta".
El otro ídolo es Américo Tesorieri: "Mérico", para
la hinchada. Lo quieren ver saltar. Y Mérico les da el gusto: fino, flexible,
plástico, es un elegante felino que complementa las curvas de la pelota con
movimientos de ballet. Es un clásico, un arquero con música de Mozart.
Pero los riverplatenses también pueden presentar a su crack.
Arquero, además. Es Carlos Isola, apodado "el hombre de goma" por su
extraordinaria agilidad. Con increíble golpe de vista no ataja los goles, los
adivina. Es más bien un artista de circo, trapecista y malabarista a la vez.
¿Quién de los dos, Tesorieri o Isola iban a representar a la
Argentina en el Campeonato Sudamericano de 1921, en Buenos Aires?. Tesorieri,
el de Boca, es el preferido. Y lo demuestra: el arco, invicto en todo el
torneo. El final no podía ser de otro modo: Argentina y Uruguay. Y el gol de
oro del uno a cero lo conseguirá Julio Libonatti, el rosarino. Un gol que
enloquece a los 25.000 espectadores. Sí, 25.000 espectadores que consagran al
fútbol como al espectáculo del pueblo.
Como no hay alambradas, el público invade la cancha en la
pitada final, carga a sus hombros al héroe de Rosario y grita: "¡al Colón,
al Colón!". Así es llevado el héroe desde el estadio de Sportivo Barracas
hacia el centro. Pero a mitad de camino hay algunos a quienes el Colón les
parece insuficiente y gritan: "¡A la Rosada, a Plaza de Mayo!". Y
allá va la muchedumbre con el gladiador triunfante en hombros, a quien quieren
consagrar César.
Pero Julio Libonatti no actuará ni de tenor ni en el
escenario del Colón ni jamás traspasará el umbral de la Rosada. Lo comprarían
los italianos para que juegue en el Torino. Así se iniciaba el éxodo de los
mejores, un desangre colonial que todavía hoy -y más que nunca- sufre el fútbol
criollo.
Huracán se llama el equipo que viene de un barrio
proletario, Nueva Pompeya. La insignia es un globito, el globo de Jorge
Newbery, el gentleman del aire que nunca volvió de su último viaje. El nuevo
club se fundó en la vereda, y se escribía Huracán sin H. Poco conocimiento de
la gramática pero mucho de la gambeta. En 1921 y 1922 se coronaron campeones de
la Asociación Argentina. Tenían un crack indiscutible: Guillermo Stábile. Lo
llamaban "el filtrador" porque venía desde atrás, en el ataque, y
estaba adelante siempre para definir cuando la pelota llegaba al área. Más
tarde, Stábile sería uno de los primeros que ejercería una nueva profesión: la
de entrenador de fútbol.
En esa delantera de Huracán campeón también se hallaba otro
artillero: Cesáreo Onzari, el del famoso gol olímpico. Será en 1924. Los
uruguayos habían consagrado al fútbol rioplatense como "el mejor del
mundo" al salir campeones de las Olimpíadas de París. Cuando regresaron,
los argentinos los desafiaron y vencieron a los campeones mundiales por 2 a 1,
con gol desde el córner de Onzari. Pocos días antes, en Inglaterra, se habían
aceptado los goles por tiro de esquina directo. Uno de los goles más hermosos:
habría que cobrarlos dobles por la belleza de la curva que hace el balón.
En 1922 otro nombre se consagra. Viene de Avellaneda. Se
llama con orgullo Independiente. El nombre libertario contiene mucha protesta.
Lo eligieron los cadetes y empleados argentinos de una gran tienda inglesa que
no les permitía integrar el equipo de la casa. El nombre que adoptan y el rojo
de la camiseta los hace peligroso para algunos. El club nació de una mesa de
café del centro, en Hipólito Yrigoyen y Perú. Pero un terreno barato los llevó
a Avellaneda, muy cerca de Racing. Y empezó la rivalidad y la identificación
con la barriada proletaria. En 1926, el equipo rojo hace realidad el sueño de
todos los futbolistas y de los hinchas. ¡Campeones invictos!. ¡No perdieron
ningún partido!. Vengaban así el recuerdo del primer match oficial de 1907,
cuando perdieron 21 a 1 contra Atlanta.
En el cuadro invicto estaban figuras que fueron directamente
al paraíso: aquellos cinco mosqueteros de la delantera: Canaveri, Lalín,
Ravaschino, Seoane y Orsi. Nacen los diablos rojos. Sus diabluras en el área
levantan las tribunas populares, que los sabe de su misma extracción barrial.
El "negro" Seoane los deja parados a todos los adversarios, y
"Mumo" Orsi es quien rompe los piolines de las vallas adversarias.
Hasta hay payadores criollos que le cantan al campeón:
Ha de gritar el que pueda
siguiendo nuestra corriente
hurras al Independiente
del pueblo de Avellaneda.
Pero los rojos no hacen olvidar al Boca de 1925, proclamado
campeón de honor por la Asociación. Ese año ha jugado en Europa; la gira
inolvidable. Los europeos querían ver el fútbol rioplatense que habían puesto
de moda los uruguayos. Y Boca no defraudó: 19 partidos jugados, 15 ganados y
sólo tres perdidos.
Aunque lo mejor del fútbol argentino anda de viaje por
Europa, los hinchas no tienen de qué quejarse, principalmente los de la
Academia, que poseen una pareja derecha que no sólo se engolosina con sus malabarismos
sino que también mete goles: Natalio Perinetti y Pedro Ochoa. Aquel cantor del
Abasto, que ha llegado al centro, le dedica al lucido gambeteador Ochoa un
tangazo: "Ochoíta, el crack de la afición".
1927 será el año de la unión del dividido fútbol y el
triunfo del seleccionado argentino en el Sudamericano de Lima en toda la línea:
7 goles a Bolivia, 5 a Perú y tres nada menos que a Uruguay. Las puertas
estaban así abiertas para ganar el Campeonato Olímpico de Amsterdam en 1928.
Los argentinos se sentían fuertes y habían borrado sus complejos con los
uruguayos. El seleccionado vuelve desde Lima en tren y el pueblo se concentra
en Retiro. La alegría no tiene límites y el presidente Alvear olvida un poco
los ademanes aristocráticos y se abraza con los Bidoglio, Recanatini,
Carricaberry y Zumelzú, autores de la hazaña.
Pero ya los santos vienen marchando. Llevaban camiseta
azul-grana y eran de Almagro. Campeones absolutos en la Asociación, unificada,
donde ahora juegan todos contra todos. Nacieron como los "Forzosos de
Almagro", atrás de la capilla de San Antonio, y pasaron a llamarse San
Lorenzo, en homenaje al cura Lorenzo Massa, incansable alentador de los
muchachos. Actualmente algunos hinchas menos devotos sostienen que el nombre
del club se debe al combate de San Lorenzo.
De cualquier manera, agnósticos y creyentes olvidaban sus
diferencias cuando los azulgranas meten un gol. Y todos están contestes en
llamarlos "los santos", aunque los incorregibles enemigos de barrio
cambien el calificativo por el de "los cuervos".
De "los santos" pasaron a ser "los gauchos de
Boedo" y también "el ciclón" por aquella delantera que los llevó
a la cumbre en el 27: Carricaberry, Acosta, Maglio, Sarrasqueta y Foresto.
Su rival de siempre, Huracán, le quitó el campeonato de
1928, pero al año siguiente el campeón vino de La Plata, de ahí "El
expreso". Gimnasia y Esgrima. Origen de alcurnia. Caballeros de la alta
sociedad platense que querían ejercitase en deportes viriles. Entre ellos
encontramos a Olazábal, Perdriel, Alconada, Huergo, Uzal, Uriburu y un nombre
para no olvidar; Ramón L. Falcón, el posterior jefe de policía, autor de la
masacre de obreros de Plaza Lorea, el 1º de mayo de 1909.
Los señores juegan al fútbol con los marinos ingleses en el
puerto próximo. Pero los años pasan y los apellidos ilustres son reemplazados
por más populares y ya en las tribunas se mezclan los estudiantes platenses con
los hombres emigrados de las pampas cercanas. El campeón alista a dos figuras
que cumplirán una brillante trayectoria: el back Delovo y el delantero
Francisco Varallo.
El fútbol y el cine se han convertido en las diversiones
preferidas del porteño. Los cines se van abriendo en los barrios, y los clubes
han salido definitivamente del potrero. Los tablones ya van siendo mal mirados
por los clubes más ricos que van siendo tentados por el cemento. Independiente
inaugura su estadio con capacidad para cien mil espectadores.
Pero no sólo al cine y al fútbol van los argentinos. En
1927, al igual que en todas las ciudades del mundo, el pueblo se vuelca a las
calles para protestar por el asesinato de dos obreros; Sacco y Vanzetti, que
son condenados a la silla eléctrica por la justicia norteamericana.
Osvaldo Bayer
Texto publicado en el libro Fútbol Argentino (Editorial
Sudamericana) Buenos Aires, 1990.
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