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Eustaquio Ruiz era un entrenador del ascenso. Conocedor de las categorías del ascenso como ninguno. En su haber había varios ascensos. De la D a la C, del viejo Federal B al A, de la B metropolitana al Nacional B. El viejo era un crack a la hora de armar equipos. Con dos pesos te armaba un plantel para pelear un ascenso y todavía le sobraba vuelto. También tenía encima el mote de “defensivo”. Sus equipos ganaban casi siempre por la mínima diferencia. Muy pocas veces goleó. Así mismo, pocas veces sufrió goleadas. A pesar de haber hecho ascender a innumerables equipos, el viejo siempre caía en clubes pobres. Clubes que ni siquiera tenían esos dos pesos para armar equipo. Pero él pacientemente los agarraba, buscaba jugadores libres, juveniles y algo armaba.
“A mí me encanta ir con los muchachos a comerme un buen asado. Pero un asado de verdad, con mucha carne con vino del mejor. Pero para eso tenés que tener plata. Si vos tenés 200 mangos en la billetera y tus amigos están peor, te vas a tomar mate con ellos. Terminás disfrutando igual. El fútbol es lo mismo. A mí me encantaría jugar bien, pero no tengo guita, entonces me defiendo y el resultado es el mismo”, decía Eustaquio en cada pregunta sobre porqué se defendía tanto. La fórmula a él le resultaba, además eso de “jugar bien” en el ascenso es para los finolis. En el ascenso se juega y punto. En tal sentido, gana el que tenga más sobrevivientes de las patadas carniceras al final del partido.

Fue muy recordado el ascenso que logró con El Porvenir. Eustaquio llegó cuando el equipo de Gerli estaba para caerse de nuevo a la D. No solo lo salvo de caerse, sino que lo hizo ascender a la Primera B. De sopetón se metió en el octogonal y ahí en el mano a mano fueron todos “1-0”, que lo llevaron al ascenso. También fue muy recordado el ascenso con Brown de Arrecifes. Agarró un equipo que se comía tres o cuatro goles por partido. Cerró el grifo y el equipo logró meterse al Federal A. Así, un montón de veces.

“Muchos asocian el lirismo y el tiki tiki con el socialismo, que jugar bien es algo de una filosofía de izquierda. Creo que se debe más que nada a que asociaron a algunos entrenadores de buen juego con ese estilo. Para mí es todo lo contrario: si no tenés nada, te vas a defender. El chico, el pobre juega a defenderse, porque la mayoría son rústicos, porque son laburantes, el proletariado al poder”, dijo en una entrevista. El viejo era de pocas palabras, en la cancha ni siquiera daba órdenes o gritaba. Muy pocas veces se lo vio polemizar contra un árbitro o salir a dar. Era ahorrativo hasta con las palabras.  En el ascenso se hizo un nombre, como la mayoría de los entrenadores de dichas categorías que son exitosos. Pero era un ganador ahí, en ese pequeño universo. Nunca tuvo una oportunidad en primera, o si la tuvo y es allí donde fracasó rotundamente.

Y allí vamos. El zurdo Bergues, un central tosco que daba miedo de solo verlo (imagínense encararlo), era un jugador al que había descubierto el viejo en su paso por Lamadrid. El defensor le quedó eternamente agradecido por haberlo sacado de la mala. Si bien como futbolista del ascenso no ganaba mucho, algo ganaba. De a poco fue escalando en equipos de la categoría, hasta que fue a probar suerte al viejo mundo. Empezó jugando en la segunda de Francia. Con el correr del tiempo fue subiendo, hasta que llegó al Mónaco. Club en donde al poco tiempo fue ídolo. Tanta fue su repercusión que lo convocaron un par de veces a la selección para una gira por Asia. La cosa fue que el Mónaco se había quedado sin entrenador y fue cuando Bergues le tiró a la dirigencia el nombre del viejo Eustaquio. Tanta era la idolatría que tenían para con el zurdo, que al viejo lo contactaron enseguida. El viejo personalmente fue a negociar su contrato, porque no tenía representante. En cuestión de segundos cerraron los números. Era una cifra exorbitante. “La realidad es que yo hubiese pagado para dirigir a un equipo de primera, mucho más en Europa, pero me pagaban a mí y encima me daban libertad para contratar a los jugadores que yo quisiera”, dijo Eustaquio en una entrevista reciente.

El viejo gastó más de 100 millones de euros en traer refuerzos. Trajo de todo. Al brasilero Bousonho del Real Madrid, al alemán Krautz del Dortmund, Ugarte del Barcelona, solo para citar a algunos de los jugadores que llegaron. El primer partido lo perdieron 4-0 contra el Guigamp. El segundo 5-0 contra el recién ascendido Bastia. Ya al tercer partido, cuando el Mónaco cayó 3-0 frente al Auxerre, la gente empezó a murmurar. En el debut en la Champions, increíblemente perdió 5-0 contra el Colonia de Alemania. Ese fue el final de la carrera de Eustaquio como entrenador.  Contrariamente a lo que hacía como entrenador del ascenso argentino, el Mónaco jugó muy pero muy bien, más allá de lo abultado del resultado en contra. Con más del 60% de posesión, pases cortados… llegaban jugando de un área a la otra y con un montón de ataques. Solo fallaban a la hora de definir, con tanta mala suerte que el rival llegaba y convertía.  En una nota reciente, el ya jubilado Eustaquio explicó por qué cambio de rumbo cuando tuvo su primera incursión en primera: “En mi estadía en Francia, con plata para armar un equipo, quise darme el lujo de armar un equipo para jugar bien. Antes no lo pude hacer porque en los equipos que estuve no podía experimentar. Había que sumar. Si en un equipo del ascenso pierdo por querer jugar bien, todos pierden. Y perder en el ascenso es perder desde plata hasta puntos. Acá me di un gusto, el de jugar bien. El Mónaco tiene plata, por esos cuatro  partidos ni quebró ni descendió. Es un gustito que me quería dar, ahora sé que se siente. Y no está mal, nada mal”.




Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

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