El Mencho había cambiado mucho, algunos decían que para bien, otros que
para mal. Cuando un jugador se va de mambo en algunas cuestiones debe buscar
ayuda profesional, como la de un psicólogo por ejemplo. Como jugador, uno es un
personaje público y eso conlleva responsabilidades. Por eso hay que cambiar algunas actitudes, porque mal
que mal, uno es referente y debe ser un ejemplo, no solo para los chicos. Los
cambios no tienen que ser tan drásticos, como los del Mencho.
Ramón Dajau, o el “Mencho”, como lo conocían todos, era un jugadorazo. Se
cansó de meter goles en la liga regional de Villa Coronel Espora. Todos los
santos torneos terminaba como goleador del Atlético Espora. Esto despertó
intereses de clubes de Rosario, Buenos Aires y Córdoba. Pero el Mencho siempre terminaba
quedándose. No porque haya sido un tipo que amaba jugar con los suyos. Sino que
los clubes se enteraban cómo era el Mencho y salían corriendo. Ramón era sobrador, canchero y le gustaba más
la joda que cargar al rival. Un episodio que siempre será recordado en todo el
pueblo, fue cuando el Mencho metió un golazo en el último minuto del clásico
contra Instituto Espora. Ya en tiempo adicionado, la agarró fuera del área, se
pasó a dos defensores que quedaron clavados como estacas y se la picó al arquero.
Fue un delirio, pero la particularidad de la anécdota no fue el gol en sí, lo
fue el estentóreo festejo que hizo el 9 de Atlético Espora: Se bajó los
pantalones frente a la tribuna rival y comenzó a… eh… como decirlo… empezó a
agitar su pene, su amigo, su pito, su pitulín, su mercancía. Fueron tres
minutos que duró el festejo de hacer “helicóptero” con su miembro viril. Hasta
sus propios compañeros se sonrojaron ante “tamaño” festejo. Porque era una cosa
bastante grande, eh. Yo no he visto muchos en mi vida. Pero eso parecía un
animalito muerto, de esos que se encuentran por las rutas. No sé si cayó mal esta
celebración o lo “gigante” del asunto. La
tribuna rival se puso virulenta. Tiraron el alambrado y todo terminó en una
batalla campal. Se habló mucho del tema: si debían expulsarlo de por vida o
quitarle puntos al equipo. Al final solo lo suspendieron por dos fechas.
A partir de allí el Mencho empezó a excederse en los festejos. Se
extralimitó tanto que lo hizo marca registrada. Contra Desarrollo y Sanidad de
Chamorro, festejó un gol mostrando una camiseta que llevaba puesta por debajo, en
la cual estaba estampada la foto de la hermana del dos rival completamente
desnuda. Esto le valió una terrible trompada de dicho defensor, que le costó la
roja inmediata y al Mencho solo lo amonestaron por el festejo. Ni hablar de
aquella vez que defecó en medio de la cancha y se limpió con una camiseta del
rival de turno para celebrar un gol. O esa oportunidad cuando inflo una muñeca
inflable con el nombre de todas las madres de los jugadores rivales y la tiró a
la tribuna. Estuvo como 15 minutos tratando de inflar el juguete sexual, ante
la atónita mirada de los jugadores, hinchas, árbitro, jueces de línea… Pero
bien, no quisiera atosigarlos contarles todas estas celebraciones. Porque para
él eran simplemente una cuestión de festejo. “Si los jugadores de Nigeria en el
mundial del 94 podían celebrar imitando a un perro meando, yo puedo festejar
simulando trincarme a las madres y hermanas estos hijos de puta pechofríos”, me
dijo una vez que lo entreviste para el diario local. Claro, cuando los
emisarios de los clubes que lo querían comprar veían todos estos festejos,huían
despavoridos. Si bien el tipo era un goleador de raza, como esos que ya no hay,
era comprarse un problema.
Pero todo cambió un día cuando los de Deportivo Mariscal Márcico hicieron
una bandera con la cara de doña Epifanía, la madre del Mencho, introduciéndose
algo, que no voy a nombrar, en la boca. El delantero se volvió loco, pidió por
todos los medios que descolgasen la bandera, habló con el presidente del club,
con el del rival, con la policía. No hubo caso, la bandera siguió colgada
durante todo el partido. Ese día, el Mencho no tocó una pelota. Habían agarrado
su punto débil. Para la otra fecha, los de Gobernador Larrondo hicieron una
caricatura de la hermana con una pose un tanto ordinaria y desubicada,
estampada en un trapo. El delantero fue
un espectro durante todo ese cotejo. Para la finalización del torneo, casi todo
el árbol genealógico del Mencho habíapasado por banderas, remeras de rivales y merchandising.
El impertérrito delantero no la había vuelto a meter.
Don Rogelio, el presidente del
Atlético Espora, lo mandó al psicólogo. Al licenciado Honorio García, decían
que era una eminencia. La verdad mucho no se sabía de él en términos
profesionales.Porque a los 18 se fue para Buenos Aires, y si bien se estableció
allá, venia seguido para el pueblo, puesto que su padre había sido uno de los
fundadores de Instituto Espora, el rival de toda la vida del Atlético. Uno
podría decir que era de la “contra” como para atender al Mencho, pero él ante todo era un profesional y acepto
de muy buena gana atender al goleador, aunque de futbol no entendía nada.
La recuperación se dio de a poco y los primeros resultados comenzaron a
verse en la tercera fecha. Tanto la hinchada local como la de los demás equipos
estaban esperando ansiosos algún gol del Mencho, para ver como reaccionaba.
Mientras seguían colgando banderas ofensivas. Hasta que por fin el gran
goleador la volvió a meter: bombazo desde 40 metros. Cuando la pelota se
estampó con violencia en la red. Se hizo un silencio sepulcral, esperando la
reacción del 9, ni siquiera la hinchada local gritó el gol. El festejo, si es
que eso puede llamarse festejo, fue algo inesperado: El Mencho se llevó ambas
manos a la altura del pecho y las juntó, como pidiendo perdón. En el segundo gol, hizo lo mismo y le dio una
palmada como de aliento y animo al dos rival que perdió su marca. “Aprendí algo
muy valioso, no hay que hacerles a los otros lo que no nos gustaría que nos
hagan. Les pido perdón a todos por mis errores pasados”, dijo muy compungido el
Mencho en la conferencia de prensa.
Propios y extraños celebraron ese cambio en el Mencho. Algunos alegaron que
estaba actuando. Otros que la madre lo había cagado a pedos. Las banderas en su
contra siguieron algunos partidos más y, de a poco, fueron desapareciendo. En
contrapartida el delantero estaba más imbatible que nunca, había marcado 7
goles en 4 partidos. Pero ya no gritaba los goles y solo atinaba a levantar las
manos en señal de perdón. Sin embargo, esta extraña condición de festejo iba a
tomar cauces inesperados. Sus pedidos de “disculpas” luego de cada gol fueron
acrecentándose. Como por ejemplo, cuando luego de definir de caño frente al
arquero, se puso a llorar abrazándose al portero pidiéndole disculpas. O el
partido donde picó un penal y fue a pedirles disculpas uno por uno a los de la
hinchada rival con los ojos llorosos. Estuvo una hora y media consolando a los
hinchas, por lo que se perdió gran parte del primer tiempo y todo el segundo
tiempo. Sin olvidarme tampoco cuando hizo un gol en el último minuto y fue a
pedirle perdón al DT rival por “haberle arruinado una semana de laburo” y
poniéndose a disposición para ayudarlo en los entrenamientos de la semana. El
Mencho pasó de gastar a los rivales a decir que: “metiendo un gol al rival le
hago daño, no puedo ponerme contento por eso”. El punto culmine fue en la final
contra Instituto Espora. Fue un partido recio, trabado y
cortado. Casi sin chances para ambos equipos, pero en la única que tuvieron,
los del Instituto la mandaron adentro. Atlético insistió durante todo el
segundo tiempo, pero no podía meterla. Hasta que en el último minuto tuvo un
penal a favor. Obviamente el encargado de patearlo era el Mencho. Quien agarró
la pelota, la acomodó y la pateó hacía ¡el lateral! Fue a abrazar al arquero
rival y entre lágrimas le dijo: “Ya no les hare más daño”. Hubo invasión de
cancha, un descontrol absoluto con varios heridos, detenidos. Al Mencho no se
lo volvió a ver más. Algunos dicen que se fue al Uruguay y que se hizo pastor.
Al que si se lo ve seguido por acá es al licenciado García, es más hasta lo
eligieron presidente del Instituto Espora, vaya a saber uno porqué, ya que de
fútbol no entendía nada.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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