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— ¿Fue gol? —preguntó el Negro mientras miraba incrédulo. Juan asentía con la cabeza. Acto seguido, el Negro se dejó caer y se agarró la cabeza como no pudiéndolo creer. A su compañero le empezaban a brotar las lágrimas. Lágrimas de dolor, de rabia, de impotencia.

— ¡Qué manga de boludos que somos!— golpeó al aire Rubén.

—Siempre lo mismo, siempre lo mismo —acotaba en forma autómata el Negro.

El partido seguía jodido. Los de verde atacaban pero parecía que la pelota no quería entrar, que el arco estaba embrujado, que tenía una especie de campo de fuerza como el de los “Ellos” en el Congreso en el Eternauta. En una contra donde el equipo local mostro cierta parsimonia para atacar, puso el 2-0. Se escuchó un sordo grito de gol en la tribuna, luego algunas peleas aisladas, de esas que se escuchan cuando las cosas andan mal, y un murmullo generalizado.

—Dos cero… ya está —dijo con voz entrecortada Rubén.

—Sí, ya ni siquiera podemos pensar en un empate —lloró Enrique, que hasta entonces había permanecido en silencio.

—¿Cómo va el otro partido, Enrique? —pregunto el Negro.

—No sé ahora, no me anda bien internet acá, pero iban ganando 3-0, así que ya fue.

Los tres se sumieron en un profundo silencio que se mimetizaba con la tribuna y que se rompía cuando alguno suspiraba amargamente. De la tribuna no provenían cantitos, solo alguno que otro aislado por personas que parecían que estaban viendo y, eso sí, muchas discusiones.

El partido seguía su curso, entre un equipo apático que si podía evitar atacar, lo hacía, pero que ganaba. Frente a otro rival que se desesperaba atacando pero en dicha desesperación caía en el nerviosismo y le dejaba servido las acciones de gol a su adversario. Hasta que en medio de una ofensiva un delantero cayó aparatosamente en el área y el árbitro cobró penal.

— ¿Penal? Uff, me voy a infartar —dijo Enrique, mientras agarraba de un brazo al Negro.

—Lo mete y enseguida cae el empate —se frotaba las manos el Negro.

— ¿Cómo va el otro partido?

—Recién actualice y van 4-0. Olvídate —le contestó Enrique, mientras miraba la pantalla de celular bloqueada.

El 6, capitán del equipo se paró frente a la pelota, tomó excesiva carrera y fusiló al arquero local. Bombazo seco alta y al medio.  Luego agarro la pelota, se la puso bajo el brazo y fue corriendo hasta la mitad.

No hubo grito de gol, ni siquiera un “vamos”. Si hubo insultos al aire. Excesivas puteadas recordando al rival de toda la vida. Ese que ya ganaba 4-0 en otra cancha. Los nervios se apretujaban en los corazones de todos los hinchas.

—No sé. No sé. No sé —repetía ensimismado Rubén.

— ¿Cuánto falta?

—Diez minutos como mucho —Respondió Enrique mientras desbloqueaba rápidamente su celular para mirar la hora.

—Ya fue… —dijo Juan mientras miraba como pateaban mal un córner.

—Todavía hay… —Enrique no termino la frase, en el campo de juego, Acosta marcaba el 3-1. En un paroxismo de ataque el rival se concentró totalmente en el área de enfrente, dejando completamente desguarnecido su campo, un córner mal hecho y todo fue historia. No se escucharon gritos de gol, hubo peleas y varios empujones contra aquellos que si gritaron el gol.

—Mira que son hijos de puta estos tipos eh —se indignaba Rubén.

—Perdimos durante todo el campeonato y hoy que teníamos que perder, ganamos… —se lamentaba Enrique.

—Le dejamos servido el campeonato a estos putos, ahora nos van a boludear toda la vida, que verga somos hermano…


Toni Schweinheim 
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

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