Esos habanos que me trajiste me
recuerdan los días de esplendor cuando
todavía creía que lo mejor estaba por
llegar, ¿sabés? Es muy raro que una
persona de talento admita que debe
trabajar para pulirlo. Hay que ser muy
grande para seguir aprendiendo porque
creés saberlo todo. Te cuento esto para
que en mis memorias figure la pura
verdad: yo nunca fui un jugador
habilidoso como Orteguita o como
Romario, pero creía en los maestros
como en Dios mismo.
Aunque te parezca mentira mi primer
gran tutor fue un arquero. Un tipo como
yo, que nació para el gol, me hice de la
mano del que fue el mejor arquero que
tuvo Boca en aquellos tiempos: Américo
Tesorieri. Te hablo de cuando yo era
muy pibe, allá por el veintipico. Nadie
escapa de su infancia. A mí me quedan
imágenes difusas y una foto que llevo en
la cabeza: Tesorieri, flaquísimo, alto,
desgarbado, de pie bajo el arco.
Quiero decir, el arco de él, a su
espalda, para que yo entienda cómo se
siente el guardavalla en los momentos
de incendio. Es como estar delante de
una vidriera y tratar de impedir que los
forajidos lo rompan a hondazos. Al
comprender el mundo del arquero supe
dónde estaba su fragilidad. Y en qué
momentos podía ser invencible. Sabía
explicarse, Tesorieri; me ponía una
mano en el hombro y hablaba bajo, con
tono de poesía escolar. Fijate: me
acaban de mandar una narración suya
del veinticuatro, el año en que atajaba
en Boca y en la Selección; si alguna vez
tu hijo te dice que quiere ser arquero
leésela.
Habla Américo Tesorieri: «Yo no he
aprendido de nadie; cuanto realizo en el
arco es experiencia, estudio, cálculos,
horas perdidas en trazar croquis de
jugadas frente a la valla, de medir mis
medios físicos, de pesarlos y
comprobarlos, tras de lo que adquiría
una enseñanza para la suma de
conocimientos que exige la defensa del
goal. En mi trabajo de guardavalla no se
admira la elegancia ni esos rasgos
genuinos que vienen a ser como el
clasicismo del juego en dicho puesto. La
forma en que llevan la pelota los
forwards, la colocación de mis backs,
por ejemplo, me brindan
anticipadamente la trayectoria que
seguirá la pelota a fin de que mis manos
estén siempre listas para alcanzarla. El
estado de ánimo de los míos o de los
rivales es un anuncio que percibo
admirablemente. No basta ver jugar. Hay
que estar en los nervios y el corazón de
los jugadores y prever las amenazas de
catástrofe para el arco. A la observación
de la mecánica del juego debe unirse
cierta delicadeza para sentir lo que pasa
por los jugadores para anticiparse al
desconcierto inminente y salir del arco,
entonces, duplicadas sus energías y
atrapar la pelota en el aire y lanzarla
lejos, como el fuego».
¿Qué te parece? Esto lo escribió en
noviembre de 1924. Recuerdo que se
había comprado un Ford descapotable
en más de tres mil pesos de entonces.
Así decía la gente, pero la verdad es que
yo siempre lo vi andar a pata. Me iba
desde Villa Crespo hasta la calle
Brandsen, golpeaba a la puerta y salía la
vieja. Tesorieri estaba en el fondo
tomando mate y haciendo croquis. «Vos
que querés ser goleador, mirá esto —me
decía y señalaba la hoja de cuaderno—:
Acá viene el centro y este back —
apretaba el lápiz sobre un redondelito,
al borde del área grande—, este back
gilastrún pifia el rechazo y te cae a vos
para la zurda… ¿manejás bien la zurda?
—Yo asentía, parado a su lado—. A ver,
¿a dónde me pateás?».
«Abajo, acá», le decía yo y le
señalaba un rincón que había dejado
medio desguarnecido. «¿Con la pata de
palo, ahí? No, pibe, no te sale». «¡Sí que
me sale!», le porfiaba, y él: «Si la
enganchás bien, este back —redondeaba
otro puntito en la hoja— cruza y te la
saca. Probá arriba, si tirás arriba a mí
me tapa el back y no llego, ¿ves?», y me
hacía el dibujito. Muchos años después
Helenio Herrera y Osvaldo Zubeldía se
hicieron famosos con algo parecido. Yo
mismo tuve que currar con croquis y
pizarrones en mis tiempos de técnico
hasta que perdí seis partidos seguidos en
Lisboa y me sacaron a patadas.
Al tiempo me tocó enfrentarlo. Me
temblaban las rodillas, te aseguro, por
más que me había cansado de hacer
goles en las inferiores, al ver que el
flaco Tesorieri, ya veterano y glorioso,
se paraba sobre la raya de gol y saltaba
para colgarse del travesaño, sentía que
se me bajaban las medias. Al rato de
empezar el partido pasó algo curioso: en
un córner que el wing derecho pateó
muy abierto bajé la pelota con un
frentazo para que el diez nuestro la
agarrara de volea y por un instante tuve
la sensación de que Tesorieri se pasaba
un poco en la salida. El diez fue a meter
el chutazo y el Flaco, con toda
naturalidad, volvió sobre sus pasos y se
le arrojó a los pies. En el momento no
supe por qué, pero me quedó una
sensación extraña, algo me decía que mi
maestro no era un arquero perfecto, que
también él podía equivocarse.
En el segundo tiempo mi vanidad me
hizo creer que no solo podía
equivocarse, sino que no era tan bueno
como decían. Le tiré de lejos y aunque
venía fácil dio rebote. Boca nos
dominaba y nos hizo dos goles de modo
que yo no conseguía acercarme a él. El
momento tan ansiado llegó cerca del
final. No me importaba el resultado,
quería hacerle un gol a Tesorieri y así
demostrarle que ya lo sabía todo. Nos
dieron un tiro libre a veinte metros y
pedí que me dejaran a mí. En ese tiempo
no se formaba barrera, eso era cosa de
maricones. Todos se apartaban y
dejaban al shoteador y al arquero frente
a frente. Recordé aquella lección sobre
la pata de palo y me dije que el Flaco, a
su vez, tendría dificultad para
interceptar con el brazo ortopédico.
Usábamos metáforas así de tontas,
inventadas por el periodismo. El otro
día en un diario que me trajiste leí que
un Fulano hizo un gol tras una
«asistencia» de Mengano. Así hablan los
gallegos, ¿no? Los jugadores ya no
hacen pases sino «asistencias»…
Te decía que elegí mandar la pelota
alta, a la izquierda de Tesorieri. No
quiero vanagloriarme pero le pequé muy
bien. Como Batistuta. Imaginé que el
Flaco iba a volar para manotearlo, pero
no, ni siquiera se movió. Dejó pasar el
cañonazo acompañándolo con la mirada
y salió como lanzado por un resorte
hacia el medio del área. Ahí comprendí
su maestría: en una fracción de segundo
se dio cuenta de que mi pelotazo iba a
pegar en el travesaño y salió corriendo a
disputar el rebote. Se anticipaba a lo
que ocurriría, tenía un reloj y un croquis
en la cabeza.
¿Leíste El ángel del fútbol, del
danés Hans Jorgen Nielsen? Es una de
las mejores novelas de fútbol y política
que se hayan escrito. Tomá, me la
devolvés la semana que viene. Fijate
como cincuenta años después no está tan
lejos de lo que decía el gran Tesorieri.
«Hay tres clases de futbolistas. Los
que ven los espacios libres, los mismos
que cualquier payaso ve desde la tribuna
y los ves y te ponés contento y te sentís
satisfecho cuando la pelota cae donde
debe. Después están los que de pronto te
hacen ver un espacio libre sin más, un
espacio que vos mismo y quizá los otros
podrían haber visto de haber observado
atentamente. Esos te toman de sorpresa.
Y luego hay aquellos que crean un nuevo
espacio donde no debería haber habido
ningún espacio».
«Esos son los profetas. Los poetas
del juego»
Osvaldo Soriano
Extraído de "Arqueros, ilusionistas y goleadores". 2014. Editorial Planeta. Seix Barral
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