Uno de los máximos deseos de los
hinchas es condenar a su clásico al descenso en un partido mano a mano ¿Y si en
ese duelo uno puede hacer desaparecer al eterno rival? Eso fue lo que pasó
entre el club Brigadier General Brown FC y el Club Social y Deportivo Garibaldi
de Costa Brava. Ambos equipos siempre fueron protagonistas históricos de los
torneos Regionales y del Federal B. Los dos clubes eran los más grandes del lugar,
con casi la misma cantidad de títulos, casi la misma cantidad de hinchas. Los
días de clásico, la pequeña ciudad se paralizaba, nadie hablaba de otra cosa.
Una rivalidad centenaria como la de cualquier equipo de capital o cualquier
provincia.
Pero la crisis había estallado
como pasó en la mayoría de los clubes del interior. No había pasado más de un
año de la “etapa más gloriosa” del Garibaldi, cuando llego hasta 32avos de
final de la Copa Argentina, perdiendo por penales contra Tigre, tras un empate
en cero. Ese partido había inflado el pecho de todos los hinchas del “Tano”
apodo que tenía dicho equipo. Sin embargo, dicha algarabía les duro poco: el
partido se jugó en cancha de Banfield y, a pesar de las rifas y colectas, no
pudieron reunir todo el dinero para pagarse el pasaje hasta Buenos Aires. Por
tal motivo, los dirigentes endeudaron al club y la economía empezó a
acogotarlos. Lo económico-financiero contagió inmediatamente a lo deportivo y Garibaldi
comenzó a andar por los puestos más bajos de su grupo, haciendo peligrar su
continuidad no solo en el torneo, sino en la vida misma. Los patrocinadores del
equipo amenazaron con quitarles el patrocinio si el equipo caía al Federal C. Esto motivó a la comisión directiva del club a
evaluar la posibilidad de no participar en ninguna categoría del futbol
argentino, si llegase a ocurrir la desgracia de descender. Sin subsistencia, descender era prácticamente desaparecer, más
que nada por el estado miserable en el que se encontraban. Solo les quedaba un
encuentro, y debían empatarlo para no caer en la desaparición. Precisamente,
ese encuentro era contra su clásico.
Del otro lado, Brown estaba en la
cúspide. En la edición de la Copa Argentina, tras sendos partidos heroicos,
había llegado hasta la tercera fase y debía ganarle a Camioneros para acceder a
los 32vos para jugar ni más ni menos que contra River. Vivía una etapa tranquila, sin sobre saltos.
Tercero en el grupo, debía ganarle al
rival de toda la vida para acceder al segundo puesto y clasificarse a la
segunda fase. La nota de color era que Clemente “el gorrión” Fontana, ex
jugador de Boca formaba parte del equipo.
Durante semanas se habló del
encuentro, hubo varias riñas de los conciudadanos hinchas de ambos equipos. Más
de uno termino en la comisaría de la ciudad por peleas callejeras. El pueblo se
convulsionó de tal forma, que el mismo intendente tuvo que pedir calma en una
asamblea. La cosa casi se desmadra cuando le recriminaron al mandamás municipal
que no ayudaba al Garibaldi por su condición de socio vitalicio de Brown. Mucho se habló del partido, los hinchas de
Brown sobre todo, que estaban en una posición histórica: borrar al rival de
toda la vida de la faz de la tierra. Hablaban de golearlo, de hacerle 6 o 7
goles, de humillarlo por completo. “Hacerlos mierda, no van a existir más, el
sueño de todo hincha”, decía Osvaldo un parroquiano en el bar a carcajadas.
Otros en cambio, tristes por la situación del porvenir de la ciudad, sostenían
que tras el descenso de Garibaldi, había
que fusionar a ambos equipos, o más bien anexar lo poco que dejaba el “Tano”. En cambio, los fanáticos del equipo que tenía
todo para descender, hablaban de fundar otro equipo, de suspender el partido o
incluso de no invadir la cancha en caso de que sucediera lo peor.
El día del partido, las tribunas
de Brown desbordaban de gente, tanto que hubo que pedir un refuerzo de 100
policías, cuando la fuerza local no pasaba de los 20 efectivos. Alguna que otra
escaramuza en las inmediaciones del estadio. Los jugadores estaban muy
nerviosos, todos eran hinchas y jugadores.
Se habían criado en el pueblo, trabajaban y vivían ahí. El único que
estaba ahí de “paso” era el gorrión Fontana, que compró un lote de tierras para
cultivo luego de retirado, con 42 años y para despuntar el vicio, su amigo, el intendente, le había hecho lugar
en Brown.
El encuentro comenzó como media
hora más tarde porque despejar a los curiosos e hinchas del campo de juego
fue una tarea titánica. Otros diez
minutos estuvieron los jugadores y los árbitros intentando sacar las
serpentinas arrojadas por los hinchas. El partido arrancó muy parejo, friccionado,
lleno de infracciones y en la mitad de cancha. Las situaciones de gol estaban a
años luz de aparecer. Lo más ofensivo en el primer tiempo fue un lateral para
Brown a tres cuartos de cancha que Javier Rossi le pego de puntín al medio para
espejar. Sin embargo, el verdadero partido se jugaba en las tribunas, con
cantitos de un lado y del otro, con algún que otro incidente menor. Pero dentro
del campo de juego la cosa era aburridísima. El empate le convenía a Garibaldi
que zafaba, pero a Brown no.
El segundo tiempo encontró a este
último tirado unos metros más adelante, lo que generó que “el Tano” se replegara,
generando la cesión de los espacios y de la pelota. El Gorrión Fontana tuvo una
que pasó cerca del travesaño. Orestes Lencina, con un cabezazo que dio en el
palo, había avisado de nuevo. El gol de Brown estaba por caer de un momento a
otro. Iban 40 del segundo tiempo, cuando sucedió lo del penal del que todos
hablaron durante años. Fontana había enganchado en el punto del penal y De
Gregorio, capataz de la finca de los Lobos, lo levanto por los aires. Pena
máxima y roja. Los fanáticos de Brown ya saboreaban la victoria. El Gorrión
acomodó la pelota, tomo cinco pasos de carrera, puso sus brazos en jarra y
espero el silbatazo del referí. El ruido del pitazo sonó como un trueno. No
volaba una mosca, un silencio espantoso se había apoderado de la cancha. Prácticamente
en cámara lenta el 9 goleador se fue acercando al balón, le dio tanta fuerza
que el ruido metálico que hizo la pelota al chocar contra el alambrado aun hoy
persiste. La gene enloqueció, de golpe
fue como si se hubiese activado un volcán.
Los hinchas de Brown querían
linchar al Gorrión Fontana, empezaron a revolearle de todo, tanto que hicieron
zafar el alambrado e invadieron la cancha en busca de ese terrible mercenario
vendehumo. Fontana salió como tiro escapando del terror. La policía no pudo contener
a los exaltados hinchas que buscaban venganza. El Gorrión encaro para
vestuario, pero ya había hinchas esperándolo. Se trepo como pudo a la torre de
transmisión, y allí se refugió un par de minutos. En medio de la batahola se escuchó
de repente la voz del estadio, pero no era el locutor de siempre, tenía otro
tono de voz. “Muchachos, muchachos, soy Fontana, por favor paren, tienen que
entender algo, me erre el penal a propósito. Sí, escucharon bien. Hice lo mejor
para Brown, un quipo no puede desaparecer, más si es el rival de toda la vida,
por favor gente. River sin Boca no es River y viceversa. La grandeza de uno la
hace el del frente, no puede morir este hermoso clásico, no puede morir ningún
clásico, si no existiese el Guasón nunca sabríamos si Batman es bueno o no. Por
favor paren, con este empate ha ganado el fútbol”. Mientras hablaba, los
incidentes iban deteniéndose de a poco y llego a un punto donde todos los
hinchas escuchaban, emocionados hasta las lágrimas. El momento cúlmine se vivió
cuando las hinchadas de ambos equipos se fundieron en un abrazo y entonaron
canciones juntos.
Una de las ultimas cosas que se
supieron de ambos equipos fue que a Brown lo habían sancionado y que los
hinchas de Garibaldi tomaron la iniciativa de fusionar ambos equipos, y su
antiguo rival de toda la vida la aceptó,
luego de votar de forma unánime. Formaron un único equipo llamado “Pueblo
Unido”. Fontana era el entrenador del equipo,
escuadra que estaba pelándola para ascender al Federal B.
Sin embargo, hace un par de años
me lo encontré acá en Buenos aires al Gorrión, estaba más gordo pero conservaba
esa sonrisa pícara. Le invite un café, aceptó pero en lugar de café se pidió un
Fernet. Yo, como andaba falto de notas para el diario, le pregunté si le podía
hacer una entrevista contando lo sucedido en Costa Brava, allá lejos y hace
tiempo1. “Pedime una botella de Fernet para mí y arrancamos ahora mismo”, me
dijo. Accedí y me narró toda esta historia. Cuando apagué el grabadorcito y estaba
por pedir la cuenta, el Gorrión me sonríe y me dice: “La verdad pibe es que
Brown, Garibaldi y todo ese pueblo me importaba una chota ¿Sabés por qué dije
eso? No, no lo dije para zafar de que me linchen ahí mismo, lo dije porque, la
verdad, me daba vergüenza haber errado un penal tan pelotudo. Esto no lo vayas
a poner en la nota, ¿estamos?” Me dijo mientras se ponía su boina y desaparecía
por la puerta del bar.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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