Que quede en claro que si no
ascendimos fue por culpa de ustedes, no por la nuestra. Si, en la cancha fallamos, pero es parte del
juego. Nadie erra adrede. El pibe Fernández se equivocó y yo también. Pero la
culpa es de ustedes. Putéenme, hagan lo que se les venga en gana conmigo. Pero
sepan que yo pongo lo humano por sobre todas las cosas, incluso que el club. Y
eso que yo casi me crie en el club. Desde purrete que estoy acá. No solo
gritando como un chimpancé en celo en la tribuna, como hacen mucho de ustedes.
Yo puse el pecho. Cuando estábamos al borde de la quiebra jugué sin cobrar casi
un año. Puse de mi bolsillo guita para construir el paredón de la calle
Belgrano. Me pase domingos enteros pintando tribunas, sede o los vestuarios.
Todo, mientras ustedes chupaban cerveza en alguna esquina y después quieren ser
los dueños del club.
Yo me hago cargo del fracaso. El
día de la final estábamos todos nerviosos. Fue un campeonato duro. Podíamos
hacer historia. No, hicimos historia. Porque nunca antes habíamos estado tan
cerca de ascender. Nos tocó un octogonal jodido. Pero le ganamos a Riestra, a
Sacachispas y estábamos ahí de llegar a la Primera B Metropolitana. Para este
equipo llegar ahí, era como clasificar a un mundial. Como llegar a la final de
la Champions. Pero si no se dio no se dio. No es para matar a nadie. Como dije
antes: primero viene lo humano y después el futbol.
Yo era el más grande del equipo.
36 años. Y yo a los pibes los tengo que aconsejar. Es mi deber cuidarlos. Porque
el ascenso es la jungla. Esta categoría solo es noticia cuando muere alguien o
cuando los barras arrasan con todo. Después somos invisibles. En ese terreno
hostil tengo que cuidar a los pibes. Los trato como si fuesen mis hermanos
menores. He visto crecer a muchos grandes jugadores del ascenso. Y siempre me
lo agradecen. Me llaman, me invitan a
asados. Sin ir más lejos soy padrino de sus hijos. Debo tener como doce, trece
ahijados. Y ese es mi mayor premio. No los premios que cobro por jugar. Al momento
de ponerme el sobretodo de madera para ver crecer los rabanitos por debajo, no
me va a servir la guita o haber ganado un puto ascenso.
Al pibe Fernández lo quiero como
a un hermano. Me hacía acordar mucho a mi cuando empecé. Crecí de golpe y a los
golpes como futbolista. Me apichonaba cuando me puteaban. Al principio no entendía
por qué. Yo daba lo mejor y si me equivocaba, me equivocaba. No era a propósito,
como todos dicen. Hasta que me fui
afianzando y endureciendo. Con el correr del tiempo me pasaba los insultos por
el medio de las bolas. Pero Fernández no. Él no la pasaba bien en la casa como
para venir a jugar, casi gratis, y soportar las puteadas de los infradotados de
siempre. Su padre era un borracho golpeador, y él creció en ese ambiente ¡Mira
si yo no lo voy a ayudar!
Fernández tiene buena pegada y un
olfato goleador envidiable. No es bueno con los pies, pero compensa su falta de
habilidad con los terribles huevos que ponía. Peleaba todas. Nunca da una por
perdida. Lo malo que tiene es que es muy
ciclotímico. Si metía un gol temprano, lo más probable es que ese partido
metiera uno o dos más. Si tenía una fácil y fallaba, era mejor que el DT lo
sacara, porque se derrumbaba
psicológicamente y no le hacía un gol ni al arcoíris. Ni hablar si lo puteaba nuestra hinchada. Porque
boludos y hormigas hay en todos lados. Los insultos de la hinchada rival son
normales para todos, incluso para Fernández, pero los de la hinchada propia lo derrumbaban
al pobre pibe. Fue así que lo adopte —futbolísticamente hablando—, lo aconseje
y por sobre todo, lo escuche.
En el torneo andaba bárbaro: 17
goles. Fue el tercer goleador del campeonato. Tanto que vinieron a verlo de
Banfield y de otros clubes de Primera. Pero algunos partidos antes de llegar al
octogonal se pinchó. No hacia un gol ni de casualidad. Ahí empezaron a
putearlo. Pero nadie sabía a qué se debía este bajón. Solo yo. El borracho
reventado que tenía por padre, había caído preso y eso le limaba la cabeza. Así
y todo venia, entrenaba, le ponía voluntad. Pero los goles no venían y la gente
se impacientaba cada vez más. Fuimos pasando de recontra pedo en el octogonal. Hasta que en la final nos tocó San Telmo.
El primer partido fue una
aberración a la vista. Fue en cancha de ellos. Nos colgamos del travesaño y
ellos tampoco se expusieron demasiado. Hasta me pareció que la hinchada
nuestra, nos puteaba a nosotros y la de ellos a sus jugadores. Fue un cero a
cero, decretado casi desde el minuto uno. En la revancha teníamos un cagazo
padre a perder. Ellos lo mismo. La primera vez que pisamos el área rival, fue
más o menos a los 40 del primer tiempo: García tiró un centro realmente
horrible, como los que acostumbraba a tirar siempre, pero tuvo la suerte de que
la pelota impactara en la mano de uno de los centrales. El árbitro no dudo:
penal y amarilla. Y si, nos había tocado un pito localista. El encargado de
patearlo era Fernández. Juro que nunca vi a nadie tan asustado como él en esa
tarde. Le temblaban las piernas. Antes de agarrar la pelota, miró para todos
lados como para ver si alguien se ofrecía a patear el penal. Todos se hacían
los boludos. Yo casi lo pateo, pero no quise. No porque sea un cagón, sino
porque si él la metía, se transformaba en héroe, y era lo que necesitaba. Le pegó tan despacio que el arquero podía
haberse tomado unos mates y fumado un faso, hasta que le llegara el balón a las
manos. Fernández cayó derrumbado. La hinchada lo puteo hasta en código morse.
Terminado el primer tiempo nos fuimos con la moral como si estuviésemos
perdiendo tres cero. Fernández me partía el alma. Era la imagen de la
desolación. Enfilamos para los vestuarios, le tiraron de todo al pobre. Había
ensañamiento ya. Encima después el viejo
Félix lo recagó a pedos. El único que le
dio una palabra de aliento fui yo.
Dos minutos tardaron en hacernos
un gol en el complemento. Centro atrás, nadie marcó y el nueve de ellos parecía
un cohete. Teníamos ganas de irnos ya. De que nos tragara la tierra. No hubo
tiempo para lamentos, porque sacamos del medio y nos empezaron a bombardear a
pelotazos. Aguantamos como pudimos o hasta que ellos se cansaron bah. En el fondo ellos sabían que no lo íbamos a
empatar ni de puta casualidad. Faltaban como 15 minutos y fueron mermando en el
ataque. Fue cuando Ruttini mandó un pase largo que encontró a Fernández, la
paró y le quedó larga. Cuando la fue a buscar adentro del área, el cuatro de
ellos lo hachó de una forma bestial. Roja y penal. El destino nos volvía a
sonreír. Ahora si Fernández se iba a redimir ante esos hijos de puta que lo
putearon. Esa vez lo vi muy bien a nuestra joven promesa. Con ganas de sacarse
la mufa. La acomodó enérgicamente. Empezó a tomar carrera, demasiada para mi
gusto, y ¡Pum! La pelota se fue por arriba del travesaño. La hinchada, casi
tira el alambrado para ajusticiar a Fernández. Eso nos tocó el orgullo. Con un
jugador más, salimos a matar o morir en esos últimos cinco minutos. Marraquetti
la recibió por derecha, descargo para Verea, este la toco para Pérez que
gambeteó a uno, se metió al área y el dos de San Telmo lo agarro de la
camiseta: Penal. El árbitro estaba enfrascado en que ganemos sí o sí. Faltaban dos
minutos. Las tribunas explotaron. No apoyando, sino insultando y amenazando a
Fernández. Me partió el corazón. Estos
imbéciles que lo puteaban no tenían ni idea de lo que estaba pasando el pobre
pibe. Entonces me decidí: lo iba a patear yo. Le saque la pelota, mientras los
hinchas seguían en su parafernalia puteadora. Acomode la pelota. Mire la
tribuna. Mire a Fernández y lo hice: la tire casi al banderín del córner. A
partir de ahí fue todo descontrol. Tiraron el alambrado, nos fuimos corriendo
porque nos mataban. Me acusaron de traidor, de vendido, de mercenario. De todo
me dijeron. Me reventaron el auto, me pintaron la casa. Nunca se van a olvidar
de mí. Del que si se olvidaron fue de Fernández, que pudo seguir su carrera en
Grecia y nadie recuerda sus dos penales
malogrados.
Por Toni
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Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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