Había vuelto hace poco a la
Argentina. Soy periodista y un día me había tocado cubrir un partido de la
selección en España, allí tenía un amigo —también periodista—, que me consiguió
un lugar en la redacción de un importante diario deportivo de Madrid. No le voy
a mentir, si bien la oportunidad era fantástica, lo que más me dolía era dejar
de ir a la cancha a ver al equipo del que soy hincha. No le voy a decir de qué
equipo soy fanático. No porque tenga vergüenza, todo lo contrario: siento
orgullo de esos colores. Pero como le dije soy periodista y prefiero mantener
en el anonimato ese sentimiento, porque hoy se habla mucho. Yo siempre fui —y
soy— muy objetivo, pero hay muchos periodistas que no lo son y por esos pagamos
todos. 
Como le decía, me fui para
España, me lleve a mi mujer a mi pequeña hija. La verdad es que la pasamos muy
bien allá. Hablaba por teléfono con mis viejos casi todos los días, en algún
fin de semana o en vacaciones me volvía. También seguía teniendo contacto con
mis amigos, esto de internet es una maravilla. Sin embargo me faltaba algo, me
faltaba ir los sábados a ver a mi equipo. Sentía una cosa en el pecho, si bien
todo estaba perfecto esa pequeñez me afectaba bastante. Yo voy desde muy chico
a la cancha, habré faltado un par de veces cuando me rompí los ligamentos en un
fulbito con compañeros del laburo. Claro, uno puede seguir los partidos por la
televisión o por internet. Yo los seguía por esta última vía porque por la tele
no lo pasaban; casi nunca pasan partidos de equipos de la Primera B y si pasan,
pasan los de los equipos grandes de la categoría. 
Así pasaron 10 años más o menos,
fue cuando estalló la crisis en España. En la redacción echaron a un montón de
colegas entre ellos a mí. Mi señora, la verdad, nunca se halló muy a gusto en
España. Con esto, sumado a la enfermedad de su padre, nos decidimos volver para
la Argentina. Yo conseguí trabajo en un diario no muy grande pero lo importante
es que volvía al barrio, a ver a mi viejo amor: a mí club, a la cancha. Fui con
mi viejo y los pibes, que de pibes ya tenían poco. Ese partido lo perdimos 3-1
contra Almirante. Pero lo que me llamo la atención de ese encuentro fue una
anciana toda vestida de negro, que al final del partido tiro a la cancha una
rosa roja. No le di importancia al a asunto a pesar de que fue algo bizarro. Mi
sorpresa vino cuando en la otra fecha que tuvimos de local, esa misma vieja
hizo lo mismo: terminado el partido, agarro una rosa rosa y la revoleo adentro
de la cancha. Le pregunté a mi viejo y este me respondió sin ningún tipo de
importancia: “Ah sí, hace lo mismo desde hace cinco años más o menos, debe
estar loca, pasto hay que tirarle a estos burros”.
Al tercer partido volvió a hacer
lo mismo. Al cuarto o quinto decidí concentrarme en la anciana. En el trascurso
del partido era una hincha más. Estaba sentada en la platea, no cantaba, eso
sí. Muy pocos cantan en la platea, pero puteaba como un camionero. Ese partido
lo ganamos 3-0 y todos jugaron bien, pero la vieja puteó durante todo el
segundo tiempo —o eso me pareció—, porque gritaba enojada. Al final del
partido, como en los otros, arrojó la rosa roja en el verde césped.
En el asado que hicimos con los
pibes, toqué el tema y les pregunté si sabían algo acerca de esa anciana de la
rosa roja. Tincho me dijo que era una ex amante del entrenador, Javier comento
que se trataba de una viuda y Emiliano contó que era la madre de un jugador de
inferiores que murió en un accidente. La cosa es que nadie sabía a ciencia
cierta sobre el misterio de la rosa roja.
Tengo que confesar que me había
picado el bichito de la profesión y hasta decidí armar una nota sobre aquella
viejecilla y su rosa roja. Aunque más bien lo que me pico fue el bichito de la
curiosidad. Fue entonces que concluí en hacer una investigación. A la otra
semana fui a la cancha pero lejos de mis amigos: me senté cerca de la vieja y
su flor. Pasados un par de minutos, la vieja comenzó con su monólogo de
insultos. Lo curioso es que puteaba a un tal “Feliciano”. No teníamos jugadores
con ese nombre, Podría ser del otro equipo tal vez, pero no recordaba a ninguno
con ese nombre o apellido. Googleé el plantel del otro equipo y tampoco allí
había alguien llamado así. “Feliciano hijo de puta, sos un hijo de puta”, ese
insulto lo habrá repetido una seis o siete veces seguidas. Al parecer mi viejo
tenía razón, era una vieja loca que había caído ahí. El partido fue un bodrio,
encima entre semana, cero a cero y casi ninguna situación de gol. La anciana
repitió el mismo procedimiento de siempre: arrojo una rosa roja al campo de
juego.  Fue allí cuando no pude contener
mi curiosidad.
—Partido flojito, ¿no? —le
comenté mientras la vieja se persignaba.
— ¿Cero a cero, no joven? —me
preguntó la vieja como si no hubiese visto el partido, o no le hubiese prestado
atención.
—Sí, pero podría preguntarle un
par de cosas, soy perio…
— ¿Es por la rosa que tiro a la
cancha? —me interrumpió ella.
—Sí, quisiera hacerle una nota,
yo soy pe…
—Siéntese joven, voy a ser breve
—volvió a interrumpirme— la rosa la tiro en honor a mi esposo que falleció hace
cinco años y dos meses. Mi Feliciano venia siempre, cuanto lo extraño, usted no
sabe.
— ¿Sus cenizas están acá? 
—Sí, fue la última voluntad de mi
Feliciano, era muy fanático. Eso explica lo de la rosa, es para mantenerlo
siempre presente. A él le gustaban tantos esas rosas rojas….
—Antes que se vaya señora…. 
—Soy Ana…
—Antes que se vaya señora Ana,
una última pregunta ¿Por qué lo insulta a Feliciano durante el partido?
—Ah, vea, eso es algo que aprendí
en la cancha. Los jóvenes vienen, putean para descargarse. Yo vengo acá a
cumplirle una promesa a mi Feliciano, pero en el medio del partido me acuerdo
de todas las que me hizo, de todas las veces que me engañó, de la miseria en la
que me tenía;  entonces lo puteo, lo
insulto y, créame joven, que haciendo eso lo extraño un poco menos…
La miré a Ana, le di un beso en
la frente y la abracé. Puta, que extrañaba mi país.
Toni "Preusse" Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
 

 
 
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