—Mi amor, este sábado es San Valentín ¿Dónde me vas a llevar a cenar? — las palabras de Claudia fueron como un racimo de misiles cayendo sobre la moral de Alberto. Ese día, mejor dicho esa noche de San Valentín jugaba su equipo por la primera fecha del campeonato. Toda la maldita semana estuvo pensando excusas para zafar, pero de tantas que pensó no tenía ninguna a mano para zafar justo ahora.
—Clau amor, yo te amo toda los días, San Valentín me parece
algo...
—No me vengas de vuelta con esa mentira que te parece algo
yanqui —interrumpió enojada ella— siempre lo mismo, siempre excusa pedorra
Alberto.
— Pero siempre salimos a cenar Clau…
—Siempre pero nunca en San Valentín —volvió a cortar ella
como si fuese un ríspido defensor— hace cinco años que estamos juntos y nunca
podes...
—Sabés lo que pasa...
— Yo sé lo que pasa —interrumpió más fuerte que antes
Claudia— otra vez tenés un partido de mierda. Si no va a la cancha, vas a jugar
al fútbol con los vagos de tus amigos.
— Pero yo no tengo la culpa que justo caiga ese día...
—Sí que tenés la culpa, por supuesto que sí. Vos priorizas
al fútbol y a mí que me parta un rayo. Pero déjame que te diga una cosa: este
sábado de San Valentín vamos a hacer algo juntos o te juro que no me ves más...
Claudia salió de la cocina pegando un portazo que hizo
retumbar toda la casa. Eso le trajo algo
de alivio a Alberto. Como esos partidos donde un equipo está siendo peloteado a
mansalva y se suspende momentáneamente porque algún inadaptado le arrojó un
proyectil al juez de línea. Es un alivio fugaz, tenso, que durará unos minutos
pero cuando se reanude otra vez a sufrir y encima no se sabe si más adelante habrá
algún castigo.
Alberto agarró las llaves del auto y salió disparado para el
bar, tal vez para despejarse un poco o para consultarles a los muchachos que
hacer. Aunque ellos seguramente elegirían la cancha.
— Buenas — saludo Alberto
— ¿Cómo andas Betito? — saludaron a coro.
— Que caripela nene — dijo Horacio mientras arrastraba migas
con el meñique— está bien que arranca el torneo y vamos a sufrir como unos
hijos de puta pero no llores antes de tiempo...
— No boludo, me pelee con Claudia
— ¿Que cagada te mandaste? — Pregunto Gustavo.
— Querer ir a la cancha en San Valentín
— No le des bola, para el domingo ya se le pasa — analizó Adrián—,
ahora si no venís por ir a una cena de San Valentín te pasas de pollera, viejo.
—No creo que se le pase, me amenazo con largarme a la
mierda.
— Estos yanquis de mierda con esas pelotudeces te cagan la
vida — opinó el Gordo quien hasta ese entonces estaba atacando a un tostado.
—Decí que la Claudia no festeja Halloween porque si no a
este conchita lo tenés disfrazado de calabaza — dijo Carlos.
—De travesti ya se disfraza todos los días…
—Paren boludos que yo voy a ir a la cancha como sea — se atajó
Alberto— vine acá para que me ayuden a meter una excusa.
—Y tráela a la cancha, pajero — dijo Gustavo.
— Pero claro hombre —aseveró Horacio— después se van a cenar
y a un telo Noche de fútbol y encima la terminas poniendo ¿qué más querés?
—No sé...
— ¿Que no sabes? ¿Tenés
miedo que le miremos el culo? Eso ya lo
hicimos —afirmaba Gustavo.
— Es que no se si le va a gustar...
— Le decís que el mejor regalo es abrirle tu mundo — acotó
Horacio.
—Claro — dijo el Gordo arrastrando la o—, a las minas que no
les gusta el fútbol o que nunca fueron a la cancha piensan que vamos a una
especie de guerra o a un manicomio gigante.
—Además vas a quedar como un duque— comenzó a explicar
Carlos mientras movía ambas manos en forma circular— porque Claudia va a ver
que no haces nada malo en cancha, que no tenés ningún filito...
—O que los jugadores no hacen orgias con vos— acotó el Gordo—
además ella va a ver que acá somos todos decentes, que no estamos en una orgia.
Las mujeres que no van a la cancha se piensan que nosotros venimos a la cancha
a mirar minas o a encontrarnos con nuestro harén. No nos dicen nada pero desconfían
siempre…
— Por supuesto, ella va a ver que solo vos vas a la cancha a
mirar fútbol —retomó Carlos— en parte creo que Claudia se chincha por eso. Las
minas son así, piensan que uno va a la cancha a cagarse de risa, a divertirse.
Se piensan que venimos a una despedida de solteros y acá nos comemos un garrón
tras otro. Hasta parecemos masoquistas, hermano.
— Decile que te acompañe, no seas boludo — dijo el Gordo— es
la única forma que tenés de venir a la cancha sin que tu jermu te pegue un
voleo.
—Si puede ser, puede ser — dijo Alberto rascándose la
barbilla.
— Tráela, dale te prometo que no te vamos a joder o a tratar
de pollera — dijo Horacio.
—igual vamos a estar ocupados sufriendo. Si este hijo de
puta va a poner de titular al muerto de Andrada — comentó el Gordo mientras
señalaba el diario.
— ¿Andrada? ¿Me
jodes? Ese tronco hizo como diez penales
en todo el torneo pasado. Hijo de puta, debe estar entongado con el técnico.
—O se lo debe mover, anda a saber.
La conversación siguió por ese lado: la del equipo que
empezaba otra vez con el eterno problema del promedio, todos los penales
boludos que Andrada hizo el último torneo, el entrenador que estaba en la
cuerda floja desde hacía rato y sus cambios inexplicables.
Alrededor de las diez Alberto se fue para la casa,
donde seguramente estaba Claudia
preparando la cena, claro si es que se le había pasado el enojo, sino a hervir
un par de salchichas o llamar a algún delivery.
Al entrar a la casa percibió el aroma de la salsa. Era un
buen presagio.
— Hola mi amor — dijo al entrar a la cocina.
— ¿Y? ¿Pensaste que lo que vas a hacer el sábado? — dijo Claudia, demostrando que seguía
enojada y que la cosa iba en serio.
—Sí y tengo algo que proponerte.
— Decime
— ¿No querés esperar a después de cenar?
— No — dijo tajante Claudia con la frialdad de un delantero
que arrastra por toda el área chica al arquero.
— Mi propuesta es abrirte las puertas de mi segundo hogar —respondió él, como midiendo las palabras—, compartir con vos eso que tanto me
apasiona y después nos vamos a cenar, a donde quieras…
— ¿Me estas proponiendo ir a la cancha con vos?
—Si —respondió Alberto y se sintió como esos jugadores que
están en el círculo central esperando una definición por penales. No quería ver, parpadeo muy lento,
como para ocultarse unos segundos de la realidad. Fueron unos segundos, pero
cuando los abrió estaba Claudia colgada de su cuello.
— ¡Me encanta la idea mi vida! —dijo ella.
— ¿E-en serio?
— ¡Siiii! Siempre quise ir pero papá no quería. Siempre
quise saber cómo era estar ahí. Ver que se siente y porque les gusta tanto a
ustedes ir.
— Bueno, ahora vamos a ir, vas a ver mi mundo. Mi segunda
pasión, porque la primera sos vos.
— Sos un lindo, gracias por la sorpresa.
Alberto no estaba seguro, la idea a Claudia le había caído tan
bien. Era raro, porque a ella si bien no le gustaba mucho el fútbol había aceptado
sin ningún problema, incluso le encanto. Por ahí era como decía el Gordo.
Algunas mujeres pueden ser desconfiadas y sospechar que uno va a la cancha a
estar con otra mina o a vender droga.
***
Llego el día del partido. Como siempre, Alberto llego medio
tarde pero esta vez con la compañía de Claudia. No quiso subir las escaleras de
la mano con ella, pero Claudia estaba tan entusiasmada que lo tomo por la mano
igual. Llegaron a la zona de las plateas, ese hábitat siempre tan natural pero
hoy un poco ajeno.
Ya estaban todos. Gustavo, Carlos, Juanma, Horacio, el Gordo
y varios más. Saludo a todos con la mano y se sentó en la anteúltima butaca
lindante al pasillo, ya que no eran numeradas.
—Romeo preséntanos a Julieta —grito Gustavo desde una punta.
—Hoy se te va a complicar mirar culitos —arremetió el Gordo.
—No le vayas a tirar ninguna piedra al árbitro hoy, no seas
boludo — dijo Carlos, mientras los otros seguían diciendo cosas.
Claudia los miro y sonrió forzadamente. Alberto en cambio
paso de estar pálido a estar colorado como un tomate.
—Anda con tus amigos —le dijo Claudia al oído.
—Nono —respondió él entre la rapidez y lo tartamudo— yo vine
con vos…
—No hay problema eh —respondió ella con el típico acento que
tienen las mujeres en situaciones difíciles, en donde uno no sabes si están enojadas,
serias, contentas, tristes o todas las anteriores juntas.
De pronto la multitud empezó a cantar a viva fuerza, ella se
paró para mirar al campo de juego, los jugadores ya estaban saliendo de la
manga. La gente estallo en un grito generalizado. Claudia aplaudió tibiamente,
como para cumplir. Alberto no se movió de su asiento.
Se vino el sorteo, la elección de los arcos o la pelota. El
saludo con los capitanes. Y por fin la pelota se puso a rodar. Ni bien comenzó
el juego, Claudia se puso a mirar su celular. Alberto en cambio miraba un punto
fijo que bien podría estar en el círculo central de la cancha. Unos furiosos
insultos saco a Alberto de su letargo.
—¡¡¡La Concha bien de tu madre Andrada!!! —Grito Carlos
mientras agitaba la manito.
—Otra vez este pelotudo, siempre lo mismo — se quejaba el Gordo.
—¡¡¡Hijo de puta!!! ¡¡¡Hijo de puta!!!¡¡¡Hijo de puta!!!
—Horacio parecía poseído.
Alberto se incorporó y miro hacia la cancha. Otra vez
Andrada había cometido un penal. No había pasado ni tres minutos.
— ¿Qué paso amor? —Pregunto Claudia.
—Penal para ellos —respondió Alberto sin explicarle nada
más. Total ella no entendía, era lo mismo decirle que el penal lo había hecho
Andrada, Marangoni, Maradona, Batistuta o el Garrafa Sánchez.
El 9 de ellos cambio el penal por gol y hubo un silencio
sepulcral en todo el estadio, casi tan silencioso como el alma de Alberto en
ese momento. Fue entonces que Carlos lo llamo a Alberto.
—Betito venite unos segundos que te quiero comentar algo del
partido —dijo moviendo la mano. Alberto se fue como impulsado con un resorte.
—Decime Carlitos...
—Mira Beto, te voy a decir algo pero no te lo tomes a mal
por favor —dijo en tono serio Carlos.
—Decime
— ¿Viste el penal?
—Eh, si si —mintió Alberto.
—Fue a los tres minutos...
—Si debe haber sido a esa altura.
—Te lo voy a decir sin más rodeos Alberto —dijo Carlos poniéndole
una mano en el hombro— creo que tu mujer es mufa…
Alberto lo miro fijo, luego miro a Claudia. Quiso decir algo
pero no le salio. Se quedó unos segundos parado pensando hasta que un rotundo “Uhhh”
de un gol que se había morfado Milozzi.
Entonces volvió al lado de Claudia.
—Mi amor, nos vamos
— ¿Por qué? ¿Qué paso? —respondió entre sorprendida y
esperanzada por salir de ahí ya.
—No pasa nada, pasa que me di cuenta que este no es un lugar
romántico, te mereces algo mejor.
Alberto la tomo de la mano, saludo a los muchachos con un movimiento
circular de su mano izquierda y se fueron.
— ¿Que paso que se fueron? ¿Qué le dijiste?—pregunto el Gordo.
—Le dije que su mujer era mufa —contesto Carlos mientras se prendía
un cigarrillo.
— ¿Qué cosa? ¿Mufa? Si todos sabemos que Andrada hace un
penal por partido —se sorprendió el Gordo.
—Nah, es una mentira lo que le dije. Lo hice para salvarles
la pareja —dijo Carlos mientras le daba pitadas a su cigarrillo— ¿No viste la
cara de orto de ella? Y él estaba más cagado que Palacio enfrentando a Sessa.
Mejor así, no se pierde de nada, si este partido es un calco del torneo
anterior…
Ambos se callaron de repente. Andrada bajo al 7 de ellos
justo en la puerta del área grande.
Toni "Preusse" Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
Publicado originalmente el 14 de febrero del 2015.
Publicado originalmente el 14 de febrero del 2015.
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