La Abuela Beba era así. Siempre le cagaba la mística a todo,
pero a todo eh. Recuerdo una tarde, en vísperas de Reyes… yo estaba contento
cortando el pasto y buscando algún
bebedero para ponerles el agua a los camellos con toda la ilusión o boludez de
pibe —yo tendría cinco o seis años—, y no viene la vieja hija de puta está a
cagarme toda la infancia de un tirón…”¿Juanca, todavía no le dijiste al nene
que los reyes magos no existen? Ah pero vos sos lento desde chiquito, dale el
regalo ahora así este nene no me sigue ensuciando el living con ese pasto meado
por los perros”, le dijo a mi viejo, que fumaba como una locomotora. Porque mi
viejo cuando se ponía nervioso fumaba y cuando estaba con Beba fumaba el doble.
Juro que lloré como un boludo durante una semana. La abuela Beba decía que a
los chicos había que sacarles de la ilusión desde muy niños, así ya se
acostumbran a este mundo difícil. El tema es que ella había pasado guerras,
hambrunas, desocupación, pestes. Todo lo malo que uno se pueda imaginar. Y
usaba eso como excusa para cargarte todo. Así era la abuela Beba, te cagaba la
magia de todo.
Yo fui creciendo y a la abuela Beba la veía muy de vez en
cuando. Sobre todo cuando a papá le dio un pre infarto y tuvo que dejar el pucho.
De adolescente la visitaba alguna que otra vez para sacarle algún peso. Pero
era una misión dura e imposible por dos cosas: la primera es que cobraba una
jubilación de morondanga y la segunda es que la vieja era más agarrada que
calza de gorda. Creo que íbamos a su casa una vez cada dos o tres meses. Casi
como una obligación diría yo. La Abuela Beba había enviudado cuando tenía 50
años, cuando el abuelo Rodolfo choco de frente contra un tranvía. Fue una
muerte extraña y Beba creo que hasta el día de hoy guarda un pequeño recorte
con ese trágico suceso. “Hombre completamente borracho estrellose contra un
tranvía”. Porque el abuelo “Rodo” se había volcado a la bebida. Según mi viejo
empezó a tomar después de casado, cuando las “cagadas a pedo de la abuela ya
eran frecuentes”. Pero Beba sin embargo sostiene que era un “viejo mujeriego,
borracho y bueno para nada”.
Yo me fui de casa a los 24 años, cuando me case. Para ese
entonces la pobre de la abuela Beba empezaba con la Arteriosclerosis, esa
enfermedad de la gente mayor en la que no se acuerdan de nada ni de nadie. Ya en
mi casamiento a mí me llamaba Juan Carlos, confundiéndome con mi viejo claro,
preguntándome porque iba a tomar la primera comunión nuevamente, si ya la había
hecho a los 12 años. Conversación que aprovecho mi padre para escaparse y fumar
a escondidas.
Luego del casamiento vino Marquitos, mi primer hijo. Recién
se lo presente a la bisabuela cuando cumplió los seis años, ocasión que
aproveche para presentarle también a Luciana y a Joaquín, de cuatro y dos años,
sus otros bisnietos. En esa oportunidad la abuela Beba lucia mucho más
desmejorada. Uno cuando se hace padre como que se “ablanda” un poco. La vieja
ya no me parecía tan hija de puta como antes, a pesar de que mantenía esa mirada
asesina de ilusiones. La visita no fue muy prolongada que digamos. Primero me
confundió con mi viejo y me pego una cagada a pedos porque había descubierto
“que fumaba”. A los diez minutos me confundió con el abuelo Rodolfo y me partió
una botella retornable de gaseosa por la cabeza, por “tener el cinismo de
aparecer por casa con mi amante —que no era otra que mi señora— y los hijos
extramatrimoniales”. Salimos despavoridos, subimos al auto y marchamos a todo
lo quedaba por la calle. Luego en la guardia me tuvieron que dar 25 puntos de
sutura. A la abuela Beba no la volví a ver hasta la última semana, que fue
cuando se produjeron algunos hechos por demás extraños.
Fui a cenar a la casa de mis viejos, como todos los
domingos. Mi viejo estaba como ensimismado, como ido. Le pregunte varias veces
si le pasaba algo, solo me negaba con la cabeza. Luego de la comilona, mi viejo
me miro de frente y me dijo que quería hablar a solas conmigo en la calle.
—Estoy preocupado por la abuela Beba— dijo mi viejo mientras
se prendía con desesperación.
— ¿Esta mal de salud?— inquirí.
—No… la vieja… es… de fierro— respondió mi viejo lentamente,
mientras pitaba de manera desaforada su cigarrillo —Creo que alguien se quiere
aprovechar de ella o meterla en alguna de esas sectas.
— ¿Quién se quiere aprovechar de ella? ¿Olga? —respondí
alarmado. Olga era la señora que cuidaba a la abuela Beba ese hace dos años,
cuando la vieja quiso meter en el horno una garrafa de cinco kilos confundiéndola con un pavo.
—No hijo, justamente es Olga quien me aviso de esto— me
respondió papá mientras se prendía otro cigarrillo.
— ¿Y no fuiste a ver? — me escandalice.
—Hijo, vos sabes que tu abuela me pone nervioso y yo cuando
me pongo nervioso fumo. Ahora esto tratando de dejar de fumar, esta vez va en
serio con eso del tema de la próstata —dijo serio mi viejo.
—El sábado voy a ver en que anda la vieja —comente tratando
de hacer despreocupar a mi viejo, mientras él se rociaba con una petaca que en
lugar de whiskey tenia perfume, porque es preferible pasar como alcohólico y no
como fumador. Luego se metió en la boca una pastilla en la boca para disimular
el olor a pucho. Todo para que mi vieja no se dé cuenta y no lo mate antes que
su próstata o su corazón o el mismo vicio.
Entonces al sábado siguiente me fui para lo de la abuela
beba. Tuve que dejar de ir a la cancha para hacerle esta visita, pero no me
quedaba otra. Tenía que bancarlo al viejo en su sexto intento por dejar de
fumar. Agarré el auto y me fui para lo de Beba. Ella no estaba, había salido
hacia un rato. Me recibió Olga, en su mirada se evidenciaban rasgos de
preocupación.
—Ay señor Alejandro, menos mal que vino— dijo la regordeta
Olga.
— ¿Donde esta Beba? ¿Le paso algo?— pregunte
—Ese es mi miedo señor Alejandro, que pase algo— comento
preocupada.
—Cuénteme Olga— le pedí
—Desde que conoció a Horacio del centro de jubilados de acá
a dos cuadras…— dijo entre sollozos
—Cálmese Olga y cuénteme quien es Horacio y qué está pasando
—dije fastidiado.
—Le cuento, para navidad o antes— Olga hace una pausa, como
buscando en su cabeza la fecha— sí, creo que fue antes. Beba lo conoció, ella
estaba muy desmejorada y a mí me pareció bien que tuviera a alguien con quien
charlar. El Horacio es un gran hombre, educado, preparado. Dice que era
contador público antes de jubilarse. Venía todo bien, hasta que en febrero
comenzaron estas salidas raras...
— ¿Qué salidas?— pregunte y súbitamente recordé que hoy
jugábamos. Ya había faltado a la cancha y no me iba a perder el partido por
esta vieja arpía, al menos lo quería ver por televisión.
—Primero fue un sábado, después un domingo —me contesto
Olga— generalmente se iban por la tardecita, alguna que otra vez por la noche.
No mucho más de tres horas. Pero lo que me llama la atención es en el estado
como vuelve su abuela.
— ¿Cómo viene?— pregunte asombrado.
—Usted conoce el carácter de su abuela— me explicaba Olga —casi
que ni se le puede hablar. Cuando sale con Horacio medio que al principio le
dice que no, pero siempre termina convenciéndola para que vayan. Cuando vuelve,
Beba está hecha una seda. Hasta parece otra persona. Yo tengo miedo por ella,
no sé en que la estarán metiendo, si en alguna secta o qué pretende ese
Horacio. Me preocupa, joven.
Le dije a Olga que me iba porque tenía que hacer algo
urgente y ese algo era mirar el partido, que volvería en un rato. Mientras iba
manejando a casa fui sopesando eso que me había comentado Olga. ¿Sera posible
que ese tal Horacio le esté limpiando las telarañas a la a vuela Beba? Sacudí
la cabeza tratando de alejar esa imagen de mi cerebro. Seguí pensando y por ahí
la vieja era adicta a algo, o por ahí Olga tenía razón y se estaba metiendo en
alguna secta rara. No podía dejar de
pensar en eso aún durante el partido y eso que fue un partidazo, terminamos
ganando cuatro a tres. Fue entonces cuando volver a lo de la abuela Beba.
Cuando llegue ya estaba la abuela Beba. Estaba muy relajada,
se podría decir que tenía una sonrisa dibujada en su rostro. Estaba sola porque
Olga se había ido a hacer las compras. Luego de un saludo que me pareció por
demás estrepitoso, nos sentamos en la mesa de la cocina.
—Abuela, estamos preocupados por tus salidas— le dije
finalmente en un tono serio.
—Ay, m’hijito, no es para tanto —dijo sonriendo— seguro que
Olga te fue con el cuento ¿No?
—Es que no sabemos a dónde vas, vos no le decís nada a Olga
—explique.
—Mira, Julián, a Olga no le conté nada porque es una persona
medio ignorante —me dijo Beba, cambiándome el nombre vaya a saber por el de
quién— lo que hago yo con el Horacio es una terapia de grupo que me hace muy
bien. Olga jamás entendería algo acerca de esas terapias alternativas, ella es
muy ignorante, pobrecita.
—Contame de que se trata abuela— dije completamente curioso
por el tema.
—Mira, Ernesto, lo conocí a Eduardo cerca de navidad en el
centro de jubilados — dijo risueña, su Arteriosclerosis
le hacía cambiar mi nombre nuevamente… y seguramente Eduardo es Horacio—Yo la
verdad es que me sentía mal, necesitaba desahogarme con algo. Toda una vida
conteniendo enojos y reprimiendo cosas. Horacio me decía que él fue contador
toda su vida y sentía lo mismo porque su profesión siempre fue aburrida. Como
que su vida era aburrida. Hasta que hizo esta terapia y le cambio la vida. Yo
medio que no quería ir, pero me convenció. La verdad, querido —continúo luego
de una pausa que hizo para llenar una pava de agua— yo no creía, pero esa
terapia es maravillosa, no sabes cómo te relaja hijito.
—Pero Beba, contame de que se trata ese tratamiento de una
buena vez—le respondí ansioso por saber de qué se trataba.
—Mira, Jorge, es algo difícil de contar —dijo la vieja
mientras me cambiaba de vuelta el nombre y ponía la pava al fuego—, son 22 doctores
y muchos pacientes. No perdóname, son 25 en total. Hay 11 doctores vestidos de
un color y otros 11 de otro, más tres personas que están de amarillo, verde o
negro, varia la ocasión. No sé si estos últimos son doctores más prestigiosos o
qué, pero son ellos los que empiezan la sesión y la terminan.
—No entiendo nada, abuela—dije completamente azorado.
—Claro mi hijito —dijo ella con ternura— Todo esto se
realiza en un lugar muy espacioso, parecido a un coliseo y nosotros los
pacientes nos sentamos. Hay algunos parados, otros que saltan. Viene gente de
muchos lugares, porque he visto banderas que decían “Cordoba presente” o “La
Plata”, “Avellaneda” —decía mientras dibujaba un rectángulo en el aire con
ambos dedos índices.
—Abuela, la verdad no entiendo nada, eso no es una terapia
—le dije sorprendido por lo que me acababa de contar.
— ¿Qué no entendés, m’hijito— dijo con un tono enojado— es
un partido de futbol nene, uno va putea a quien tiene que putear, canta, grita
y se descarga de todas las tensiones de esta vida ¿Sos pavote o te volviste un bobina como tu padre... —justo la pava comenzó a silbar— ya está el agua, Martincito, ¿te tomas
unos mates?
—No abuela, tengo que irme, me
están esperando— dije y me puse de pie. Acto seguido, le di un beso en la
frente a la abuela, le dije que volvería a verla pronto, que se cuidara. Abrí
la puerta, cruce la vereda y me metí al auto. Me habré quedado unos dos minutos
pensando en lo hija de puta que es esa vieja, siempre cagándole la magia a todo
¡Hija de puta! Lo que todos vemos como una pasión, como algo hermoso esta arteriosclerótica
lo ve como una terapia, que pedazo de forra.
Arranque con el auto, hice un par
de cuadras y me detuve frente al primer kiosco que vi. Compre un atado de
cigarrillos. Nunca, hasta este momento, había fumado en mi vida.
Por Toni
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
Seguilo!
FACEBOOK
No hay comentarios.: