Como muchos
sabrán, en esta página somos admiradores del “Negro” Fontanarrosa. Tenemos una
sección semanal los sábados donde siempre recordamos sus trabajos. Un día como
hoy, pero de 1944 Rosita daba a luz el hijo de Beto Fontanarrosa, un negro y
canalla, como él mismo diría años después. El resto es conocido. Hoy cumpliría
70 años porque se nos fue temprano. ¿Cumpliría? ¿Se fue? Nada de eso, sigue
cumpliendo años, sigue más vigente que nunca porque personas como el Negro no
mueren, siguen cumpliendo años y marcando el camino a pesar de que ya no están físicamente.
Feliz cumpleaños Negro, estas más vivo que nunca carajo.
Bien vale la
fecha como excusa para dejarles un cuento, un cuentazo de Fontanarrosa, “Cumpleaños Feliz”, del libro “Negar
Todo y otros cuentos” de editorial De La Flor.
Cumpleaños Feliz
-¿Y dónde está el
del cumple, el del cumpleaños?
- Afuera, en el
patio. ¿No lo escuchás? Chivateando como locos, todos transpirados.
- Ay, claro...
- Juegan a lo
bruto, a veces me da miedo, el hijo de Tita ya se golpeó en un ojo...
- Pero,,, ¿a qué
juegan? Ay, allá está Miriam... ¡Qué hacés, Miriam, ya te saludo!
- Pasá, pasá,
Clarita... Qué se yo a que juegan, al fútbol, creo...
- ¿Las chicas
también?
- ¡Pero si las
chicas son las peores!- se anota Mirta, que se acerca a saludar a Clara-. ¡Son
machonas, les pegan a los chicos!
- ¿No te contó la
señorita Susana?
- ¿Está la
señorita Susana?
- No pudo venir.
Pasá, pasá Clara... A Loli la conocés...
- Hola Loli,
¿cómo te va?
- ¿Y a la Puchi?
- Nos vemos en la
granja cada tanto. ¿Qué hacés Puchi?
- Bueno, aquel es
mi papá, mi mamá, Horacio el marido de Puchi, bueno...te los presento así nomás
desde lejos...
- Hola a todos,
hola a todos.
- Sentate acá en
la punta, al lado de Rosa...En el living están los viejos, quedate con
nosotros...
- Que somos
jóvenes.
Hay dos o tres
risas femeninas como alaridos.
- ¿Querés
sándwiches? Son buenísimos, de la panadería de Bustos.
- No, ya comí
algo en casa antes de venir; además estoy a régimen.
Otras risas
variadas.
- Hay de jamón y
queso, de choclo y de ananá.
- No, no,
gracias, no me tientes...
- Por ahí querés
algo caliente. Berto está por traer una pizzetas y unas salchichitas...
- ¿Dónde pusieron
los cuchillos de postre, Maribel?
- Qué se yo,
mamá, están por ahí, en el trinchante...
- Pero ¿dónde
están? ¡Yo los había sacado y los puse arriba de la mesa!
- Estarán por
ahí, mamá, preguntale a Beatriz, ya van a aparecer.
- ¡Los cuchillos
de postre digo, nena, los de postre!
Miriam busca la
mirada cómplice de Marta a su lado y le cuchichea al oído.
- Cómo se ponen
con la edad, maniáticas, cascarrabias, joden por cualquier cosa...
- No te
preocupes, Miriam, los viejos son así, disfrutá del cumpleaños de tu hijo...
- Habría que ver
como vamos a ser nosotros cuando seamos viejos, tal vez seamos peores -interviene
Esther, sentada al lado.
- Lo que siempre
le pido a Esteban es que si yo un día me pongo tan insoportable como mi madre,
que me pegue un tiro.
No quiero esta
rompiéndole la paciencia a nadie.
- Sabés que pasa,
Miriam, se excitan con estas fiestas como los chicos.
- A ver -llega
Esteban, cargando platos en las manos-: hagan lugar, hagan lugar...
- Las
salchichitas calientes, Mirta, están buenísimas...
- No. Además, ya
viene a buscarnos el Lolo.
- ¿Dónde está el
Lolo, no vino con vos? -pregunta Armando, parado junto a la heladera, detrás de
Paula, apoyado contra el calendario de la panadería de Busto, tres gatitos en
una canasta.
- Alcanzá estas
otras cazuelitas a la otra punta, haceme el favor.
- ¿Pasás, pasás?
-Mirta adelanta su silla.
- Claro que paso,
no te molestes, no estoy tan gordo...
Más risas
altisonantes.
- El Lolo, el
Lolo -retoma Mirta- me trajo hasta acá pero me dejó y llevó el auto a lo de
Gutierrez, porque se le paró cuando veníamos. Pero enseguida viene a buscarnos.
- Acá hay más coca,
Beba, alcanzale a Horacio.
- Ah, esta es mi
abuela Mirta, mirala que guapa...
- La conozco, la
conozco, la veo siempre en el super.
- Vos sos la mamá
del Lito, m' hija...
- No, de
Ricardito, que ahora mismo voy a llamarlo porque ya viene el padre a buscarnos...
- Si querés te lo
llamo.
- No, señora, voy
yo...
- Como quieras...
Yo traigo las albondiguitas...
- Está bárbara tu
abuela, activa, fantástica...
- Cruzo los
dedos...
- Che, dice Mirta
que Lolo se le paró -dice Horacio.
Hay risotadas y
exclamaciones fingidamente escandalizadas.
- Ay, que
grosero. Cortala, Horacio, con eso.
- Yo no lo dije
-se encoge de hombros Horacio- fué Mirta. Qué tiene de
malo... Dice que se le paró...
- Y sigue con lo
mismo... Te creés muy vivo y sos un estúpido...
- Dejalo, Perla,
son fantasías que se hacen los hombres...
- Será que a tu
marido no le pasa.
- Eso, Yoli. Por
ahí Mirta está muy contenta con que al Lolo le pase eso -se anota Armando a las
carcajadas.
- Y el otro
boludo se ríe. Reíte vos.
- A Horacio hace
mucho que no se le para.
- Siempre que hay
un tarado que se hace el gracioso, hay otro tarado al que le hace gracia...
- Yo no dije
nada, lo dijo Mirta.
Entra una nena a
preguntar algo.
- Ay, no me digas
que esta es tu hija.
- Sí.
- Está enorme,
lindísima, grandota, no la hubiera reconocido...
- Sí, está
grandota ¿No es cierto, che, que estás grandota?Contestale a la
señora...
- Dejala, dejala
que se vaya a jugar... Lindísima...
- ¡Miralo a este,
miralo a este! -chilla Matilde.
Un chico entra
corriendo transpirado, desde el patio. Pregunta algo al oído de Mirta.
- ¿Este es el
tuyo -le preguntan a Mirta-, este es Ricardito? ¡Pero si está enorme, yo no lo
hubiera reconocido!
- Y, los chicos
crecen, señora.
- Nosotros no
somos los únicos que cumplimos años.
- ¿Dónde está el
baño, Miriam? -pregunta Mirta-. Allá, allá, pasando el living, en el pasillo...
¡No corras!
- Sabe que pasa,
señora, que estás jugando y hasta se olvidan de que tienen que hacer pis,
buscan el abaño cuando ya no aguantan más.
- Andá y después
nos vamos -grita Mirta-, ya viene papá a buscarnos.
- ¿Y vos que
hacés acá?
El pibe rubio se
encoge de hombros, tomado al respaldo de la silla de su madre.
- Andá a jugar
con los chicos...
- No. Juegan al
fútbol.
- ¿Y a él no le
gusta?
- Sí le gusta,
pero prefiere quedarse acá, conmigo.
- ¿No querés
algún juego de mesa, querido? ¿No querés que te prenda la televisión de la
pieza?
- Pero no
Matilde, dejalo. Si ya nos vamos
- Cómo, ¿no van a
quedarse para el mago?
- ¿Hay un mago?
Eso te va a gustar Pablito.
- Es que se pasa
el santo día jugando a la pelota ¡no escucha lo pelotazos en las paredes y las
persianas de las puertas?
- Ahí llega el
Lolo. Mirta, ahí llega tu marido.
El Lolo llega y
saluda livianamente a todos.
- Bueno -se para
Mirta-, agarrá las cosas, Lito, que nos vamos.
- Lolo, dice tu
mujer que llegaste tarde porque se te paró.
- Y... A veces me
toca... -sonríe poco divertido el Lolo.
- Desde hoy
-denuncia Estela- este tarado la tiene con eso...
- ¿Cómo, ya se
van a ir? -se alarma, llegando, Miriam.
- Sí, tenemos que
pasar por casa de mamá...
- Pero si ya
viene la torta. No se va a ir sin soplar las velitas y comer un pedazo de
torta.
- Es que mamá
vive en La Florida y ...
- Ya la traemos,
ya la traemos. Son casi las ocho, ni me había dado cuenta...
- ¡Las ocho ya,
cómo pasa el tiempo!
- Y, señora, la
buena compañía...
- Es una torta
lindísima que le hizo la mamá de Agustín, una señora que tiene una mano
increíble para la repostería.
- ¡Hagan lugar en
la mesa y vayan llamando a los chicos! ¡Nené, traé la
torta, y los fósforos!
- Que los chiocos
se vayan a lavar un poco primero, están todos sudados, las manos sucias, un
asco...
- Sentate, Lolo,
comen un pedazo de torta y se van. Son diez minutos nada más...
- Senatate, Lolo
-indica Mirta.
- No. Está bien,
está bien -Lolo fulmina a su mujer con la mirada-, me quedo acá. No se van a
correr todos por mí.
- No es molestia
-dice la abuela de Mirta, sentada ahora a la cabecera.
- Después de lo
que contó Mirta del Lolo -dice Horacio, socarrón- no quisiera que el Lolo se me
siente al lado.
Como un alud
llega desde el patio el tropel de chicos buscando un sitio junto a la mesa
grande de la cocina. Entre ellos, Perla, los brazos en alto, sosteniendo la
torta. Hay forcejeos, empujones y gritos entre los chicos que buscan conseguir
un sitio junto a la mesa. Están sudorosos y colorados.
- ¡Che, déjenle
un lugar a la abuela! ¡Che, salí de ahí, dejala a la abuela!
Ya hay una
multitud en la cocina. Perla deposita la torta sobre la mesa en el lugar que,
corriendo apresuradamente platos sucios y copas, le han dejado libre. Voces de
admiración reciben la torta de cumpleaños. Es un rectángulo chato y generoso
bañado en chocolate, pero la parte de arriba se ha transformado en una cancha
de fútbol cuidadosamente verde por los confites de ese color, no demasiado
rectas las líneas de juego marcadas con coco rallado. En ambas cabeceras, los
pequeños arcos de plástico y, sobre la grama artificial, cinco jugadores de
cada lado, como dispuestos a empezar el partido, que aguardan la pitada
inicial. De un lado, cinco pequeños muñequitos de azúcar lucen la camiseta a
rayas verticales azul y amarilla de Rosario Central y del otro, otro cinco
visten la rojinegra por mitades verticales de Newell's Olds Boys. Hay risas,
aullidos, murmullos.
- Fósforos,
faltan los fósforos -grita Martita.
Alguien le
alcanza un encendedor descartable. El del cumpleaños espera ansioso el momento
de soplar las velas. La propia Perla, parada detrás del homenajeado, se inclina
por sobre él para encenderlas.
- Acercale esa
-señala Alberto desde atrás-, la que prendiste recién, a uno de los de Ñuls, a
ver si se le calienta el pechito.
Se elevan las
risas y gruñidos de enojo.
- Ayúdenlo a soplar
a ese pibe, que me parece que está sin aliento, sin aliento como todos los
canallas...
- No,no -alerta
Perla, simuladamente severa-, no empecemos con eso, no empecemos con eso, por
favor...
- ¿Cuántas son
las velitas? -pregunta Alberto desde una tercera fila.
- Diez, cumple
diez el nene...
- ¿Por qué no
ponen veintidós -se hace el tonto Esteban- y festejan los veintidós años que
estuvieron sin ganar en el Parque?
- ¡Les dije que
la corten con eso! -grita Perla, ahora sí, enojada-. Lo único que falta es que
acá también nos...
- Se ve que te
olvidaste -otra voz, esta vez femenina, truena desde atrás- cuando les rompimos
el culo con Menotti en el Parque.
- Que pija que
tuvieron adentro esos veintidós años sin ganar en el Coloso...
- ¡Terminala,
boludo! -increpa Marta a Esteban-. Cortala con ese asunto que es el cumpleaños
de...
- ¿Y vos que te
metés, tarada -salta la esposa de Rubén-, si a vos nadie te dió vela en este
entierro? Lo que pasa es que siempre has
sido una canallona de mierda.
- Contá, contá
-se mete Mariano-, contá los jugadores de Ñuls, no vaya a ser cosa de que
abandonen.
- Son cinco nada
maás, se ve que seis ya abandonaron. ¿O ya se olvidaron a Russo revoleando el
saco el día del abandono?
- De lo que no te
acordás vos, pelotudo, es del gol de Domizzi cuando le rompimos el orto con la
tercera, de eso seguro no te querés acordar, mogólico.
- ¿Y ahora venís
a hablar vos, porquería? ¿Desde cuándo sos hincha de Ñuls, pechofrío, que nunca
ni abriste la boca?
Los puñetazos de
Norma sobre la mesa hacen bailotera las botellas y las copas.
- ¡Basta, basta,
carajo! -ruge, y cuando logra algo de silencio-. Parece mentira, parecen chicos
peleándose así.
- Sí, pero ellos
vienen a Arroyito a relajarnos. ¿O en que barrio estamos?
- En Ludueña.
- Es lo mismo.
- Es la misma
mierda con distinto olor.
- ¡No ves que la
siguen! -vibra otra voz de mujer-. ¿qué tenés que decir vos, bastarda?
- Más bastarda
serás vos, negra villera.
- ¡Mamá, mamá! -
el grito dramático de Zulema, esta vez si logra algo de silencio. Zulema se
lanza sobre la abuela Dora que, sentada en su lugar preferencial, está pálida
como el mármol y se toma con ambas manos el cuello como tomando aire.
- ¡El corazón, el
corazón, un ataque al corazón! -llora Zulema, desesperada.
- ¡Tráiganle
agua, agua, un vaso de agua!
- ¡Llamen a un
médico!
- Háganle aire,
córranse, déjenle aire.
- ¡Miren lo que
logran con esas peleas pelotudas, idiotas, miren lo que logran, matar a mamá!
- ¡Ellos
empezaron!
- ¡Eso pasa por
invitar a estos leprosos de mierda!
- ¡Mamá, mamá!
- Ya estoy bien,
ya estoy bien...-El hilo de voz de la abuela Dora, milagrosamente, se oye en
medio de la batahola-. Ya estoy bien, hija, un mareo, un soponcio...
- Mamá, mamita.
- Abuela,
abuela...
- Saben que me
hace muy mala sangre estas cosas -recobrada en parte, con dificultad para
hablar. la abuela reprocha con rabia-: saben, me lo hacen a propósito, me
quieren matar...
- Pero no, mamá,
¡las cosas que decís...!
- No, señora, ya
pasó, ya todo se tranquilizó.
- Nosotros no
empezamos, señora -trata de ser convincente la esposa de Esteban-. Lo que pasa
es que estos canayones son siempre lo mismo...
- Y a mucha honra
somos canayones -trina Zulma-, ¡leprosa pechofrío!
- ¡Basta! -ahora
es la misma abuela la que reclama orden con voz entrecortada. Todos se callan.
- Acá está el
encendedor -vuelve a ofrecer Alberto, con su voz calma.
***
-Estuvo muy lindo
-dice Malena, en la puerta de calle, la mano sobre el hombro de su hijo, que
lleva una bolsita con regalos de cotillón. Ya es de noche.
- Lástima eso
de...-argumenta Perla.
- Suerte que tu
abuela la pudo cortar.
- Sí, pero casi
se muere la vieja.
- ¡Sí, no, es
cierto, te digo suerte porque cortó el quilombo, no porque casi se muere, pobre
Dora!
- Pobre Dora,
Pobre Dora -levanta las cejas Perla-. Sabés qué pasa, que es pechofrío la
vieja. Se hace la pelotuda pero cada vez que gana la lepra anda con una sonrisa
de oreja a oreja. Ella se cree que yo no me doy cuenta pero yo la tengo bien
junada, bien junada la tengo...
- Ya me parecía
medio amarga la Dora...
- Pero, estuvo
todo bien, ¿no?
- La torta,
riquísima, riquísima la torta.
- Está haciendo
frío, abrigalo al Nico.
- Sí, le traje un
saquito
Roberto Fontanarrosa
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