~~No debe existir en el mundo, prisión más despiadada,
asfixiante y devastadora, que la de vivir en el cuerpo equivocado. Porque nada
de lo que uno haga, piense, sienta o exprese, podrá ser visto con la óptica de
quien se siente extranjero dentro de sí mismo. Y no existirá causa, motivo,
razón ni circunstancia, capaz de amenguar el dolor de ser juzgado por algo que
uno no eligió ser...~~
Bien
distintas fueron las tardes de fútbol de Garrapata Peralta en el Club Social y
Deportivo, a las de cualquier Ídolo de cualquier Club de Pueblo (o ciudad), de
cualquier lugar del Mundo, en cualquier época. Y no por no ser reconocido por
los seguidores del C.SyD (que eran mayoría abrumadora, entre los vecinos de la
zona), sino porque, pese a su amor por el fútbol bien jugado, el de la pelota
al pie, la cabeza en alto y las pequeñas sociedades en todos los sectores del
verde césped, quiso el destino (al tiempo que quisieron los técnicos que venía
soportando desde sus años de juvenil) que este pequeño y morrudo ambidextro,
que mentalmente gozaba de todas las libertades que disfruta un enganche,
tuviera que habituarse a la impiadosa labor de romper juego desde el lateral...
Garrapata (quien
decía llamarse Rolando Humberto, dato que no era nadie capaz de constatar, ya
que nunca se había escuchado, a alguien, llamarlo de ese modo) vivía el fútbol
desbordado de pasión y sentimiento, como pocos eran capaces de vivir alguna
pasión o algún sentimiento. Defensor a ultranza del Jogo Bonito, espectador de
cada partido, de cada categoría, de cada torneo, de cada país, que se
transmitiera por tele o radio, era este pequeño gigante, un eximio conocedor de
formaciones, sistemas tácticos, esquemas de juego, y hasta de anécdotas para
todos desconocidas, de los más grandes equipos del Balón Terrestre. Pero nada
de esto lo conformaba. Su sueño, desde pibe, era el de abandonar el castigo del
lateral, y probarse las pilchas de gala de Enganche, dejar de ser el Perro de
Presa, y convertirse en el muchachito de la película, con la 10 del Social,
como una capa de superhéroe flameando a sus espaldas, luego de cada finta y
amague, a cada desafortunado marcapuntas rival...
Y fue en el
Clásico del Pueblo, en el que Garrapata, con su amado Social, debía enfrentar
al Atlético -el Club de los Cajetillas
del terruño, multicampeón y con instalaciones refaccionadas a nuevo, capaz de
superar en casi todo al C.SyD, y digo casi, porque era imposible superar a los
Sánguches de Milanga de La Juana, la encargada del Buffet del Social- en donde se produjo el momento que había
soñado -dormido y despierto- el temperamental Garrapata desde pibe.
Con el partido
empatado en uno, y soportando Atlético el dominio territorial de su adversario,
Rolando, conocedor del razonamiento de su entrenador -quien, como la mayoría de los técnicos, era
afecto a sacar a un marcapuntas, para poner a un volante ofensivo, o delantero
de área, y así, intentar, remontar los partidos, o ganarlos de arremetida- con un fastidio que no cabía en su metro
sesenta, comenzó a desoír las indicaciones del míster ("Quedate con la
marca", "Que no se dé vuelta", "Sin fooooooulllll"), y
las arengas de los simpatizantes ("Huevos, Garrapata!!", "Trabá
con la cabeza!!", "Esta tarde cueste lo que cueste!!"), y
decidió que la próxima pelota que tuviera a su merced -tal vez, en contra de todos los libros, pero
a favor de su amor por el fútbol, y por la memoria emotiva de cada buena jugada
que había disfrutado como espectador de cada partido, de cada equipo, de cada
torneo, de cada país del Balón Terrestre-
iba a hacer lo que su Corazón de Enganche le dictara...
Porque Rolando
Humberto Peralta, Garrapata, no era solamente un ambidextro lateral, como todos
se creían. Garrapata era Lateranche, esa extraña deformación futbolera que se
puede dar entre un lateral y un enganche.
Porque aunque sus piernas hicieran (en el mejor de los casos) una cosa,
su mente, su alma y su corazón, creeme, pensaban, sentían y latían otra
totalmente distinta.
Y así fue, nomás.
Faltarían no más de cinco minutos para que el Clásico concluyera en empate, y
el griterío de los mil quinientos que colmaban el Municipal, impedían que se
escucharan, incluso, las campanadas de la Iglesia de a la vuelta. Los de
Atlético, más enteros desde lo físico, salieron en contra, y el Social, jugado
en ataque, quedó mal parado en defensa.
Un certero cambio
de frente, por sobre la humanidad del central Socialista -quien venía cerrando desesperado, como quien
espera la hora de marcar tarjeta en el laburo, para irse volando a abrazar a
los hijos- dejaba al carrilero de los
cajetillas, de cara al arquero del C.SyD, con Garrapata como único impedimento.
El lateranche
calculó la distancia desde la que venía cruzado el balón, y sabiendo que sería
largo para las aspiraciones de su oponente, se desentendió de su marca y se
acomodó para recibirlo.
No llegó a
escuchar, pero seguro intuyó los gritos
-mudos por el murmullo de la gente- del técnico, por haber abandonado a
su marca, enamorado por la trayectoria de la Tango, y, con la raya de cal de
testigo, la paró con el pecho
-ahuecándolo, como quien se prepara para dormir una siesta de tarde de
lluvia, con quien ama- y encaró, por
primera vez en su vida, con la camiseta del Social flameando como la capa de un
superhéroe, al arco contrario...
Los rivales,
quietos -¿sorprendidos por la nueva vida
de Garrapata?- quedaban como postes, en
el camino a la Gloria del Lateranche.
Los gritos se
convirtieron, de repente, en silencio; las exclamaciones, que solo llegaban a
parecer murmullos en un campo de juego lleno de sonidos, desaparecieron (como
desaparecieron los bichos bolita, las canchas de paddle, o las monedas de 5
centavos). Los rostros de los aficionados de C.SyD, mutaban de sorprendidos a
impávidos y llegaban al estadío de desencajados, mientras Garrapata, decidido a
culminar su obra, la que había soñado
-dormido y despierto- toda su
vida, continuaba gambeteando Atléticos, como conos, con la cabeza levantada y
la elegancia de un 10 de los de antes (de un 10 de los de siempre).
Nadie llegó a
calcular a cuántos rivales había superado Garrapata en la triunfal corrida,
pero todos sabían que eran más que los que había traspasado a lo largo de su
extensa carrera. Solo quedaba, como obstáculo para su consagración, el
guardameta de Atlético, quien, como si estuviera enterado de lo soñado -dormido y despierto- por Garrapata, no opuso resistencia ante el
zurdazo, a media altura, con que el lateranche culminó su obra...
En ese instante,
luego de ver las redes sacudidas por un zurdazo de su autoría, tras épica
escalada, vio Garrapata por delante suyo, como una película de su vida con las
más disímiles imágenes, de las que creía no haber guardado recuerdo: las tardes
en el potrero haciendo jueguito con la Pintier desinflada; el debut en primera,
con los viejos en la tribuna; la vez que salvó un casi gol del rival en la
raya, y logró su única tapa en el periódico local; la noche de su casamiento;
el nacimiento de los pibes...
Este momento,
eterno, iría a eternizarse junto a aquellos otros, que estaban bien guardados,
bajo 7 llaves, en su corazón de enganche.
Cuando se dio
vuelta para festejar, junto a sus compañeros, semejante golazo -que más que un golazo era una reivindicación
a sus valores como persona, un "Oid el grito de rotas cadenas" a la
opresión del tacticismo frente a la poesía de un regate- se encontró con que absolutamente todos los
jugadores, de ambos equipos, lo estaban mirando desde la mitad de la
cancha -muchos de ellos, incluso, con el
gesto de fastidio de colocarse los brazos en jarra- y quien corría hacia él, y no para abrazarlo,
era el árbitro, con la tarjeta amarilla en mano, por haber continuado la jugada
que había sido anulada por posición adelantada del delantero de Atlético, tras
el certero cambio de frente...
Garrapata, con
lágrimas en los ojos, atinó a hacer algún reclamo, pero el colegiado, casi
apiadándose, le sugirió enérgicamente que corriera hacia el lateral y, en lugar
de hacerse el habilidoso, atendiera a su marca...
Se tiró al suelo,
haciéndose el lesionado, y fue él, Garrapata, Rolando Humberto Peralta, el
frustrado enganche que vivía preso en el cuerpo de un lateral, quien le pidió
el cambio al DT, para, al entrar al incómodo banco de suplentes, comunicarle a
sus compañeros que ese había sido su último partido, ya que abandonaría la
práctica del Fútbol.
Desde la
semana siguiente, y todavía dolido por la travesía a la Gloria, que no fue tal,
Garrapata se asoció a La Juana, y se puso la 10 del Buffet, para seguir
haciendo los mejores Sánguches de Milanga del Balón Terrestre en su nuevo lugar
en el mundo, al que, junto a su Socia, y como un guiño al puto destino,
rebautizaron "El Enganche"...
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