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Y allí estaba otra vez Leonardo Dietzi caminando la cancha a sus 35 años. Ordenaba a sus compañeros con gritos desaforados mientras con su brazo derecho iba señalando distintas áreas de la cancha. Esto provocaba la bronca de su propia hinchada ya que Dietzi era uno de los peores cinco que tenía el campeonato.  A su edad y con su ya notoria panza no podía parar ningún avance rival y mucho menos entregar un pase a destino. Pero él siempre era titular, de los 36 partidos que disputo su equipo en el campeonato, Dietzi había disputado 33, se había perdido dos por una suspensión, una llegada a destiempo al gringo Fanak, y uno por lesión. Hasta eso tenía de forro, nunca se lesionaba el hijo de puta.  El equipo estaba lleno de rústicos. Por ejemplo el “pichi” Sams, jugador horrible si los hay. Sams era un zaguero que reventaba todo lo que pasaba a su lado. Pelotas y piernas rivales eran una constante en su haber de revolear cosas. Te garantizaba un penal en contra por partido. A pesar de ello no era tan odiado como Leonardo Dietzi. También podemos contar al delantero de área del equipo, el “negro” Zocalotte, nombre que la hinchada deformo graciosamente al de “cachalote”, porque el negro era grandote y cada vez que caía en el área, ya sea por su torpeza propia o por un empujón, parecía un cachalote negro y gordo encallado en alguna costa apenas pudiendo respirar. En 36 partidos hizo siete goles, no es una mala marca pero si uno tiene en cuenta que fueron cinco de penal, la amnistía cae. Sin embargo Zocalotte no era tan resistido como Dietzi.

Para colmo de males, el equipo peleaba por el descenso y por ese mal andar de la economía que suele azotar a los clubes pequeños, la base de los jugadores estaba conformada por juveniles. Pero los pibes mucho no podían hacer. Para colmo de males los veteranos eran unos mamotretos barbaros, pero correctos en su forma de jugar. Salvo uno. Porque el culorroto de Dietzi era tribunero, cuando el equipo marcaba un gol, el veterano se paraba frente a la popular y agitaba los brazos como si el gol hubiese llegado gracias a él. Un verdadero caradura lo que se dice. La hinchada lo puteaba todo el tiempo. Hasta llegamos a creer que le gustaba que lo recontra puteemos, porque cuando le gritábamos “puto, muerto, fracasado” él nos respondía con una sonrisa como de satisfacción. Los fanáticos también tenían la particularidad de echarle la culpa de todo, hasta de que la coca cola de cancha tenga mucho hielo. Para los hinchas todo era culpa de él. Y se lo hacían saber con densas puteadas que irritarían hasta al mismo satanás.

Era el segundo año de Dietzi en el equipo pero los hinchas ya no lo soportaban más. Este aborto futbolístico tenía la mala costumbre de echarle la culpa a los pibes de sus propias cagadas. Eso despertaba la bronca de sus mismos compañeros y ni hablar de la hinchada. Era tanta la repulsión que todos sentían contra él que hasta habían hecho una canción en su contra. Así como a Giunta le gritaban: “Giunta, Giunta, Giunta. Huevo, huevo, huevo” al impresentable de Leonardo le cantaban: “Dietzi, Dietzi, Dietzi. Banco, banco, banco”. Pero él ni se inmutaba. Seguía con la suya dejando pasar rivales, dando órdenes, puteando al aire, cagando a pedos al resto. Parecía que no le importaba nada. La mayoría sostenía que Dietzi había comprado el puesto porque no había otra explicación de su titularidad. Pero el viejo Álvarez, el entrenador, hacia oídos sordos a todas las críticas y lo seguía metiendo. Don Fernando Álvarez era el director técnico de este hato de bestias. Había venido por dos mangos y tenía la dificilísima misión de mantener al equipo en la tercera categoría del futbol argentino, porque de ascenso hacía rato ya nadie hablaba. Y el viejo había rescatado algunos puntos importantes y muchos lo bancaban, salvo por Dietzi. Pero el veterano entrenador se tomaba con humor las cagadas monumentales que se mandaba el cinco. “Usté dice bien m’hijo, el Dieci —lo pronunciaba así— es un tronco, pero así gordo y lento como lo ve es el jugador más importante que tenemos, si yo lo pongo al pibe de la cuarta lo voy a quemar, fíjese usté” solía responder campechanamente el viejo cada vez que le preguntaban por la titularidad de Leonardo Dietzi.

El equipo se salvó en la última fecha del tan temido descenso. El equipo empato uno a uno y no descendió de milagro. Ese día odiaron mucho más a Dietzi, hasta se temió una invasión al campo de juego para ajusticiarlo, que por suerte no paso. El partido lo ganaban fácil uno a cero. Un penal bien pateado de “cachalote” o Zocalotte como decía en el documento, le daba la victoria parcial al conjunto. El partido fue una angustia después. Ninguno de los dos equipos atacaba. Era muy claro que el otro se había vendido. Claro si ellos no jugaban por nada, además su presidente estaba casado con la hija del nuestro. El primer tiempo se fue así, en una oleada de bostezos. El segundo tiempo lo mismo. Faltaban cinco minutos para terminar cuando paso algo completamente aterrador. El bruto animal de Sams cortó un avance rival y la mando al córner. La jugada no era de peligro y si el otro equipo había hecho un ataque fue para que no se aviven tanto que estaba todo arreglado. Creo que el enganche de ellos tardo como cinco minutos en llegar a patear el tiro de esquina. Nunca vi caminar a alguien tan lentamente. En el área había tres rivales: El nueve que se ataba los cordones, el cinco que media un metro y medio como mucho y el siete que estaba hablando vaya a saber de qué con el diez nuestro. El resto del equipo rival estaba diseminado del medio para atrás, seguramente más ocupados pensando en la guita que iban a cobrar de “premio” por perder. Cuestión que el diez de ellos tiro un centro débil que iba a las manos de nuestro arquero. Era una pelota muy fácil de atrapar, salvo por un pequeño detalle: el pelotudo de Dietzi salto al mismo tiempo que el arquero a menos de veinte centímetros. La pelota le reboto en la pelada y término en el fondo de la red. Si antes los hinchas estaban callados de lo aburrido que era el partido, ahora parecía un cementerio a la madrugada. Todos miraron al árbitro para ver que cobraba. No le quedó más remedio que cobrar gol. Ahora ese silencio sepulcral se transformó en un sonido fuertísimo, como cuando hace implosión un edificio. Vi al arquero rival arrodillarse mientras se tomaba la cabeza, tal vez divisando como se le iba la guita que iban a cobrar por ir a menos. Hasta el cinco rival lo puteo a Dietzi. Mire a la platea y nuestro presidente estaba con la cara roja como un tomate gritándole un sarta de barbaridades a Dietzi. Ya se había perdido todo tipo de compostura. La hinchada empezó a sacudir el alambrado. Dietzi pedía tranquilidad con las manitos. Fue peor. Todos enfurecieron, tiraron de todo dentro del campo de juego y el árbitro casi lo suspende ¿Pero para que prolongar la agonía? El partido siguió y finalizo. La gente no sabía qué hacer. Si seguir puteando a Dietzi o pegar la oreja a la radio esperando a que el otro equipo que competía por no descender, pierda. Y perdió nomas.

Al rato nomas se vino la conferencia de prensa. Somos un club humilde y sin un mango, pero tenemos un lindo salón para las conferencias. También tratamos de diez a los periodistas. A los chicos de la pensión podrán faltarles un pedazo de carne el en plato pero a los periodistas cuando lo recibimos jamás le va a faltar algún sanguchito de miga o alguna bebida refrescante. Entramos todos a la sala, cuando vimos sentados al entrenador y a Dietzi listos para enfrentar al periodismo. “La concha bien de tu madre Dietzi, casi descendemos por tu culpa muerto” se escuchó un grito en el fondo.  Dietzi sonrió socarronamente.

—Muy buenas tardes —dijo en tono de alegría el viejo Álvarez— el objetivo se cumplió, logramos mantener la categoría. Acá a mi lado lo tengo a Leonardo que va a anunciar su retiro y contestar algunas que otras cuestiones.

Ahora tomo el micrófono Leonardo Dietzi. Los insultos seguían cayendo.

—Algunos se la agarraron conmigo —se arremango Dietzi mientras en el murmullo todavía se distinguía alguna que otra puteada— Y está muy bien eso. Yo logre lo que quería, que me putearan. No porque los odie, todo lo contrario a ustedes los aprecio mucho y no lo digo porque soy tribunero. Yo hice todo lo posible para que me insulten y la verdad es que estoy muy contento de haberlo conseguido.

El silencio se había apoderado de la sala ¿Era sadomasoquista este boludo? ¿Cómo va a decir eso? ¿Se volvió loco? Estas declaraciones nos habían tomado por sorpresa. A su lado el viejo Fernando Álvarez sonreía por todos lados.

—Muchos se cansaron de putearme —prosiguió Dietzi— pero quiero que sepan que yo no me mande ninguna cagada, es más, cumplí con creces mi objetivo.

Todos en la sala no sabíamos si reírnos o llamar a algún neuropsiquiátrico.

—Eso de jugar, marcar y dar pases es para los más jóvenes —continuo el jugador—Nosotros los más grandes estamos para otra cosa. Como sabrán, este equipo está lleno de pibes que no llegan a los 20 años de edad. Un insulto hacia ellos puede ser fatal para un futuro, los puede apichonar. La presión es nuestra, es de los grandes.

Todos escuchábamos obnubilados, como un grupo de alumnos escucha al profesor ante la resolución de un ejercicio matemático difícil de entender.

—Yo logre absorber toda la presión —decía Dietzi mientras destapaba una botellita de agua mineral— Me hice odiar y detestar para que todos los insultos se dirijan hacia mi persona y así los pibes podían jugar tranquilos. A más de uno la garganta se le seco puteandome a mí. Estaban todos tan concentrados en matarme a mí, que los errores de los pibes pasaban desapercibidos.

—Pero usted los cagaba a pedos a los juveniles y a veces le echaba la culpa de sus errores—dijo un periodista, uno de los poco que no estaba tan asombrado como nosotros.

—Una parte es verdad —respondió tranquilamente Dietzi— Yo los retaba pero para que en un futuro no hagan las mismas cagadas que yo. Pero nunca le echaba la culpa a nadie de mis errores. Cuando ustedes me veían agarrar a un juvenil era para marcarle algo, para que aprenda.

— ¿Debemos creer que sus errores eran a propósito? —inquirió otro periodista

—Es la cosa más graciosa que me preguntaron —respondió el volante central entre risotadas— Por supuesto que no. Todas esas cagadas que yo hice, fueron producto de mi naturaleza.  Siempre fui malo y más ahora que el físico ya no me da. Pero como les dije mi función dentro de la cancha era otra. Absorber la presión para que los pibes no sufran tanto en el mal andar del equipo.

Se hizo un silencio en la conferencia de prensa y todos estallamos en un gran aplauso. Algunos hasta se animaron y corearon su nombre. Una lagrima de emoción rodo por el pómulo de Dietzi. Ahora nos parecía un gran tipo. Un enorme profesional. Un ejemplo dentro y fuera de la cancha. Todos estábamos más que felices, por fin este hijo de puta se retiraba, era hora, la puta que lo pario.


A. Schweinheim 
Obra publicada, expediente Nº 510614, Dirección Nacional de Derechos de Autor

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