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Nuevamente un lector nos alcanza un cuento. Gonzalo Ochoa, estudiante de periodismo nos acerca este cuento de su autoría para que lo publiquemos y aquí se lo dejamos.

***

Tenía que ir. Era mi deuda pendiente, me lo debía a mi y te lo debía a vos. Que miserable, un año acá y visité a todos menos a vos. Pero bueno, esas cosas que tiene uno que siempre encuentra excusas. Que la facultad, que los amigos, que hace frío, que no tiene tiempo. En fin…

La mano venía mal. No estábamos jugando bien y se venía la debacle, es más, el último partido nos habían bailado de lo lindo, como en los viejos tiempos. Yo tampoco andaba muy bien. Cada tanto me agarran esos bajones ¿sabés? por dentro me lleno de nostalgia, de angustia y me pongo pelotudo, tristón. Por eso me decidí a ir quizá, para buscar un poco de refugio ahí, un poco de calor para el alma. Lo disimulé convenciendo a todos de que era por pasión, y que la entrada estaba barata, que si ganábamos nos prendíamos de nuevo y no sé que mas habré dicho. No todo era mentira, ojo, también iba por la pasión que tenemos nosotros desde siempre y por todo lo que significa ir a la cancha. Pero la verdad es que iba a encontrarme con vos.

Era lunes, salí de la radio y fui tempranito a sacar la entrada, y desde ahí me empezó a temblar el pecho. Estaba ansioso, nervioso, inquieto. No podía dejar de pensar en lo que se venía. Cuando por fin se hizo la hora me calcé la camiseta, impecable, hermosa, blanca con la franja horizontal azul que rodea el alma y salí para la cancha. Caminar por el diagonal me fue bajando la ansiedad para convertirla en expectativa, hasta que llegué al bosque y ahí me rodeé del clima envolvente, hermoso que solo te da el fútbol. Ya me había olvidado lo que era disfrutar del ambiente de cancha.

 El que nunca fue no me va a entender lo que es estar rodeado de el color del equipo que amás, las banderas, los cantos, los bombos. Todo para la fiesta, no faltaba nada. Encima algo que me decía que todo iba a salir más que bien, que sólo me tenía que relajar y disfrutar del maravilloso espectáculo. Pero la tranquilidad duró poco, porque al ratito de que arrancó el partido, cuando todavía no había podido empezar a disfrutar los coros de la tribuna ya perdíamos 1-0.

 Estábamos jugando horrible, otra vez. Dormidos en la cancha los jugadores parecían mas bien zombies que deambulaban, como el partido anterior. La imagen de equipo victorioso, con espíritu, que no brillaba pero que sabía lo que hacía. Otra vez estábamos jugando mal. Fue ahí cuando apareció el milagro.

De repente todo quedó a oscuras. ¿Fuiste vos?. Según los especialistas fue una falla en el grupo electrógeno. No importa, lo importante es que ahí cambió todo. El bosque se convirtió en una verdadera fiesta. Miles y miles de voces entonando el mismo himno, el mismo coro, esas voces que como dijo Fontanarrosa solas desentonan, pero todas juntas parecen un coro de ángeles. En ese momento aproveché para buscarte, para ver si te encontraba entre la multitud, pero si estabas no pude verte.

 A partir de ahí cambió todo, algo hizo click. El equipo se contagió y yo no creo mucho en esas cosas, pero sé que algo tuviste que ver. La sensación pasó de ser de catástrofe inminente a remontada alcanzable, todos en ese lugar sabíamos que las cosas iban a terminar bien, yo más que nadie. Enseguida Domínguez cruzó a Pereyra cuando se iba solo y el árbitro no dudó en expulsarlo. Teníamos un jugador más y más de un tiempo para dar vuelta las cosas, definitivamente todo se había dado vuelta. Así nos fuimos al entretiempo y a juzgar por las caras del resto, todos sentíamos lo mismo, sólo que yo buscaba otra cosa.

  Con el arranque del segundo tiempo nos plantamos en el campo de ellos y no los dejábamos jugar. Se sucedían las situaciones y la pelota no entraba, sólo faltaba el toque final que llegó al rato. Dos o tres toques cerca del área, una encarada atrevida y pase atrás para el Bochi que llegó y le reventó el arco a Sosa. 1-1 y delirio. Grité el gol extasiado, desde lo profundo del alma, en la penumbra del bosque platense. Y ahí, mientras bajaba los escalones a toda velocidad en la avalancha más linda de mi vida te vi, juro que te vi. Bajabas escalones conmigo, casi abrazándome, me mirabas y gritabas el gol igual de fuerte que yo, con los brazos en alto. Ahí paré en seco, te miré y me largué a llorar como un nene. Al fin abuela, al fin, después de tanto tiempo. Perdoname que no haya ido a visitarte antes, pero no podía, no quería. Vos para mí no sos un pedazo de mármol con tu nombre sobesaliendo apenas de la tierra, vos estás en otro lado. Vos estabas ahí. Y yo sabía que ahí te iba a encontrar, alentando al lobito, como aquel tres a cero a Rafaela, cuando vos estabas mal, la enfermedad te tenía en cama y mierda que la peleabas, pero eso es otra historia.

 Después del empate me importó poco, pero lo disfruté como nadie. Sabía que el segundo, el tercero y todos los goles que podían ser iban a llegar solos, que el partido estaba ganado. Con la voz que me quedaba seguí alentando, y en cada “Dale lobo” se me iba una lágrima de emoción, de emoción de volver a ver a Gimnasia pero más que nada de volver a verte. Al rato llegó el segundo, pero esta vez no bajé corriendo los escalones, ni grité tan fuerte el gol. Ya no necesitaba desahogarme, porque ya te había encontrado. Simplemente me paré, miré al cielo y con las manos en la cabeza seguí llorando como un nene, feliz de la vida y con una enorme sonrisa. Esta vez no te vi, ya te habías ido, pero entendí el mensaje. Entendí que ahí ibas a estar para mí cada vez que lo necesite, como estuviste siempre, toda tu vida.

 Terminó el partido 2-1, y todos se quedaron con un sabor dulce, porque a decir verdad el Lobo jugó un partidazo como hacía rato no jugaba. A mí no me quedó más que agradecerte otra vez, por aparecer cuando más lo necesitaba. Si todavía tenía algo de bronca, de impotencia por esa puta enfermedad, por haber estado tan lejos, por no haber ido a verte en tanto tiempo, en ese momento, en ese partido me la saqué toda.
 Me fui a casa feliz, junto a la hinchada. Volví tarareando las canciones de la hinchada porque voz ya no tenía, y sonriendo porque tampoco me quedaban lágrimas. Milagro y Marta de la mano, una vez más. Milagro para volver un ratito, un segundo, en medio de un gol, para que yo pueda desahogarme y volver a juntar fuerzas, para que pueda saludarte, y por qué no, para que Gimnasia vuelva a ganar.

Gonzalo Ochoa
gonzalo8a05@gmail.com

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