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Durante toda la semana no se habló de otra cosa que no fuera del clásico. No tenía nada especial “ese” clásico, era uno más estadísticamente hablando ya que ambos equipos deambulaban por mitad de tabla haciendo caso omiso a su historia. Y la cosa era “salvar” el torneo, alguna alegría había que regalarle al hincha y ahora era la oportunidad. Generalmente cuando ambos equipos andan medio mal, lo que buscan es poder ganar el clásico como para decir “terminamos en la mitad de tabla pero a estos putos le ganamos”. Hay un abanico inmenso de opciones en cuanto a clásicos e interpretaciones. Porque si su equipo sale campeón y en el torneo perdió el clásico, va a festejar, es cierto, pero va a sentir un gustito medio amargo que va a tratar de disimularlo, camuflarlo por el lado del título “que el clásico se lo metan en el orto, nosotros ganamos campeonatos”. Seamos sinceros, yo prefiero perder todos los clásicos y ganar torneos. En fin, son cuestiones de gustos. Pero si vamos a los papeles todos sabemos que los clásicos son clásicos… en especial si te va a salvar el año, cuando el único “logro” del equipo e ganarle al rival de toda la vida, no importa quedar abajo en la tabla general, lo importante es ganar el clásico y si es inmerecidamente mucho mejor. Un gol en orsai al minuto 47 del segundo tiempo debe ser orgásmico.

Este partido no era el caso y desde los cinco minutos ganaban con un gol de Roberto Beng. El tosco central y capitán del equipo contrario había conseguido cabecear un centro en el que nuestro arquero Ernesto Rovio salió como el culo. El rival controlaba la pelota y sus propios nervios, no como nuestros jugadores. Estaban demasiado nerviosos y en menos de 15 minutos ya habían visto la amarilla el seis y el dos. Antes de finalizar la primera etapa ya estaba  perdido, el 2-0 era ineludible.  En el complemento el “peludo” no ceso y no nos marcaron otro gol porque no estuvieron finos los delanteros. No dábamos pie con bola y encima había baile, nada peor que eso. Era preferible el tres o cuatro a cero en contra que escuchar el “ole ole ole” que caía como puñales sobre los oídos de la tribuna de enfrente.

Fue entonces cuando hubo una misma jugada, tanto en la tribuna a escasos metros míos como en el campo de juego. Se reedito otro viejo clásico, el buen futbol contra el resultadismo.

El habilidoso enganche del rival, Rafael Hansen, con la 10 en su espalda había hecho estragos. Además de tirar el centro del primer gol y de brindar el pase milimétrico del segundo tanto había vuelto loca a toda la defensa y ni hablar al 5, Juan Delgfos. Pero la más grande estaba por venir. Así como los grandes cazadores atraen  hacia las trampas a los animales más salvajes de la tierra utilizando cebos, el talentoso 10 tenía el cebo perfecto: la pelota.  Se la mostraba imperturbable por debajo de la suela “¿La querés? Esta debajo de la suela, vení a buscarla” decían esos mágicos pies al cerebro de Delgfos que solo estaba programado para pegar y protestarle al árbitro. Así como un torero incita al toro a venirse con toda la furia odiosa, el enganche provocaba al ríspido mediocampista.  Y fue nomas, lo hizo con la velocidad y la fuerza un rinoceronte en celo yendo a pegarle un cornazo mortal a su competidor. Todavía siguen cayendo las matas de pasto en cámara lenta. Ya se encontraba a unos centímetros, su ajado botín derecho ya casi sentía el robo perfecto pero Hansen antes que ese cavernícola pudiera tocarla, giro 180 grados violentamente amaso
con una caricia de su suela e hizo que el balón lentamente rodara por entre las piernas, para luego salir en un pique y adentrarse en el terreno rival. Fue entonces cuando el volante central humillado en pleno clásico bramo de furia, de sus ojos se podían advertir el brillo asesino lleno de odio y rencor los cuales recién se apagarían cuando logre cometer la venganza ante esa deshonrosa acción por parte del rival, dio media vuelta y lo que no había corrido durante el partido lo estaba corriendo ahora como un león hambriento de sangre detrás de una delicada gacela con la 10 estampada en la espalda.

—Que hermoso caño que nos hizo ¡Por dios! ¡Qué maravilla! —Comentó asombrado Roberto, mientras miraba el hermoso túnel que el 10 rival le había hecho al 5— ¡Hijo de puta!

— ¿Vos sos boludo Robertito? —Lo paro en seco Horacio— ¿Cómo vas a alabar una jugada del rival y más cuando nos está pegando semejante peludo?

—Pero vos sabes Horacio que me gusta el fútbol vistoso, que te celebro los caños de propios y rivales —se atajó Roberto mientras se apoyaba en el para avalancha despintado.

—Escúchame una cosa boludo —dijo gravemente Horacio— ¿A vos te gustan mirar culos por la calle, no?

—Si viejo, me encantan las minas.

—Si vos ves un lindo culito, todo durito y turgente ¿le decís a tu mujer que viste un hermoso toto? —inquirió Horacio mientras se rascaba un oído con el dedo meñique.

—No, ni en pedo, la bruja me caga a trompadas.

—Entonces no alabes un caño del rival si no querés que te cague a trompadas yo, pelotudo —lo paro en seco Horacio.

Advertí que en el verde césped también habían parado en seco al número diez, veía como se revolcaba de dolor mientras el cinco nuestro tímidamente se iba a las duchas luego de ser expulsado.

Antonio Schweinheim

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