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El tren pasa solo una vez.


“El tren solo pasa una vez, pibe” era la frase que solía repetirle Santiago Matizé a sus representados.

 Santiago Lucas Matizé era un abogado de poca monta que había entrado casi de casualidad al mundo de la representación de jugadores. Su primer y último caso en la justicia fue el juicio que le hizo el ex lateral de Racing, Jorge Port, a su representante, por aquel entonces el señor Rafael Palermo. Santiago, que por entonces trabajaba para un estudio importante, tomo el caso ya que el resto de los abogados abogados del estudio no querían trascender en forma mediática. Caso curioso para un grupo de abogados pero, como era prestigiosos, preferían salvaguardar ese halo de prestigio a tener notoriedad por salir en televisión.
Jurídicamente hablando, el caso versaba sobre la desvinculación contractual del jugador Port con Palermo ya que este último se quedaba con grandes y suculentos porcentajes de su sueldo.  El doctor Matizé defendía a Palermo y gano el litigio. No iba a ser la primera vez que iba a hacer perder plata a un jugador de fútbol.
Matizé olfateó como esos viejos sabuesos ingleses el dinero que circulaba en el fútbol. Porque a él no le gustaba el fútbol, nunca había ido a la cancha y si veía algún que otro partido de la selección era para poder tener un tema de conversación al otro día. A Matizé no se lo conocía como hincha de ningún club. Algunos dicen que era de Boca, otros de San Lorenzo o Ferro, por el barrio de Caballito, barrio en el que se crió. Pero la verdad es que el fútbol, como sentimiento, no le importaba en absoluto. El joven Santiago, a la fuerza del dinero, comenzó a meterse en el mundillo del fútbol. Sería representante.

Como todo profesional que recién comienza, requería un esfuerzo significativo. Recorría las inferiores de los clubes, apalabrando dirigentes de poca monta y a padres ávidos de que sus hijos sean profesionales de futbol. Fue un trabajo de hormiga y a largo plazo. Renunció al estudio jurídico al que tanto esfuerzo le había conseguido entrar. Debía romperse el lomo en aquel estudio jurídico como veinte años para poder tener algo de holgura financiera. Acá con un poco de cintura, en años iban a germinar todos esos pibes y se iba a forrar en guita.

Tal como lo había planeado, a los cinco años habían florecido varios juveniles. Por ejemplo el mediocampista derecho de Los Andes, Alexis Tuff. Tenía una gran pegada y un andar exquisito. Su pase fue valuado en diez millones de dólares, una cifra record para el club. Sin embargo se fue por unos tres millones y medio a Boca Juniors, muchos denunciaron irregularidades en el pase pero la cosa no prospero.  Luego de una gran temporada en Boca, el Sevilla de España había ofrecido unos quince millones de euros por el pase de Tuff. Sin embargo termino recalando en el Al Jallub de Emiratos Árabes Unidos por unos once millones de pesos. Otro representado de Matizé era Ernesto Casasco, delantero del River Plate. Un delantero providencial. Hizo dos goles el día de su debut y al terminar el año llevaba trece tantos en veinte partidos. Rápidamente fue convocado a la selección Sub-20. Los ojos de la Juventus de Italia se posaron sobre el pibe, pero otra vez su destino estuvo lejos de las grandes vidrieras internacionales de los grandes equipos. Casasco fue vendido al FC Norra, de Israel.  Así hubo infinidades de jugadores que frente a una buena oferta de equipos grandes europeos iban a otro, mucho más pequeño y de países que no tenían una tradición futbolística. Podríamos citar el caso del “conejo” Baigorria de All Boys, del “petiso” Baracz de Banfield o de Juan Cruz Clemente el recio defensor de Lanús que termino jugando en Ucrania. Todas estas jóvenes promesas arruinaban sus carreras yendo a estos clubes que no los conocía ni el mismo hincha de esas latitudes. Cuando volvían ya estaban rotos o habían perdido todas ganas de seguir jugando. Lentamente se transformaban en mercenarios tal como su representante, Santiago Matizé.

—Mira pibe, el tren pasa solo una vez en la vida —comento Matizé mientras se encendía un cigarrillo mentolado— A vos te parecerá una mierda irte al Kalavetermara Sports de Marruecos, pero pensá que te van a pagar una fortuna. Jugas una temporada ahí y te salvas para toda la vida. Es ahora o nunca. Con la gloria solamente te vas a cagar bien de hambre.

—Es que… no sé —dijo dubitativo Juan Manuel Gómez, un enganche de 21 años perteneciente a Independiente— la verdad que es una cultura muy diferente, no se no me voy a adaptar…

—Esas son boludeces, Manuelito —lo paro en seco Matizé— Maradona cuando se fue al Barcelona, también se fue a una cultura diferente.

—Pero a mi hijo lo querían también desde la Lazio —Intervino Carlos Gomez, padre del enganche— además tengo entendido que quiere pagar más.

—No maestro, no es así —Se puso serio Matizé—la Lazio quiere pagar diez millones, pero en cuotas y además de esa plata a su hijo le toca solamente el diez por ciento pero no de ese total. A ese importe tiene que descontarle los impuestos, los honorarios de los intermediarios, varias comisiones. Su hijo va a ver muy poca plata. Yo estoy para velar por los intereses suyos, Carlos.

—Si lo sabemos y le estamos muy agradecidos —dijo Carlos mientras le daba la mano a Matizé como “cerrando” la operación— hagamos nomas el pase.

Santiago Matizé era un sinvergüenza. Más que un secreto a voces era una verdad a gritos. El negocio consistía en arreglar un monto fijo o un porcentaje por izquierda para “convencer” al jugador para que acceda a irse a un determinado equipo por más remoto que fuese el destino. Todos los jugadores caían en la trampa, se dejaban convencer por la supuesta “diferencia” que podían llegar a hacer en algún club extravagante. Santiago Matizé estuvo más de 25 años en el negocio. Los pibes, al ver que podían ganar un mango más, se iban donde él quería. El único que ganaba con esto era Matizé. La junto en pala, gano millones y millones. Un fangote tras otro. Hasta que ocurrió la tragedia.

El Dr. Santiago Matizé había contraído matrimonio con la modelo Miguela Zamborián en segundas nupcias. De esa unión había nacido Ángela, su única hija. De niña le hacía honor a su nombre, era como una angelita cachetona de enormes ojos marrones, una sonrisa blanca que hacía referencia al mismo cielo. Ángela o “lita” tal como la llamaban en la familia era la perdición de Matizé. Siempre, desde niña, la llevaba a su oficina de Retiro. Pero la niña creció y se transformó en una hermosa mujer. Lita estudiaba abogacía como su padre y, como era una mujer independiente, también trabajaba. Era la asistente de su padre en la oficina. En cada reunión era ella la que recibía a los jugadores. Como todos saben, los jugadores tienen una enorme capacidad para el levante. Todos los representados por Matizé intentaban— en vano— poder conquistar a la hermosa hija del representante.

El único que pudo doblegar el corazón de esta preciosa muchacha fue David Chevalier. Un juvenil arquero de 20 años procedente de Almagro. David poseía una contextura física envidiable. Ojos celestes como el reflejo del cielo en el mar. Tenía una barba de días que le daba aspecto de rustico, pero un rustico dulzón, como aquellos muebles “avejentados” adrede para hacerlos parecer antiguos. Ambos jóvenes se enamoraron y vivieron un romance único. Eran el uno para el otro. A Matizé no le gustaba nada la idea de que su hija este noviando con un jugador de futbol. La idea lo horrorizaba. Sin embargo como el típico malandrín que era, de boca para afuera aceptaba el noviazgo. Pero se la pasaba pensando en la forma de deshacerse de aquel infeliz. Hasta que un día llego un fax del Al Bullah de Siria, solicitando los servicios de un arquero.  Matizé no lo dudó ni un minuto y lo llamo a David Chevalier, quien aceptó gustoso ya que estaba ahorrando algún dinero como para poder casarse con Lita. Matizé sonrio maliciosamente. Ni siquiera los ruegos de su propia hija hicieron desistir a Matizé de deshacer la operación. No hubo caso. Chevalier partió contento hacia Siria con la promesa de volver pronto.



Ángela quedo con el corazón destrozado. Los llamados diarios y de las comunicaciones que tenían por Skype, para ella no eran suficientes.  Ella quería tenerlo en sus brazos, consolarlo y ser su sostén en la lejanía de medio oriente. No aguantó más e invirtió sus ahorros en un pasaje hasta Siria para estar con su amado.  Obviamente Matizé insulto en todos los idiomas y, por primera vez, le mostro su verdadera cara a su hija. Sin embargo ella, mujer independiente, partió hacia Siria en busca de los brazos fornidos de Chevalier.
Y la noticia lo tomo por sorpresa. Un viernes por la noche, mientras cerraba otro engaño a algún indefenso jugador de fútbol, sonó el teléfono. Cancillería se había comunicado con él para informarle la muerte de su hija y su yerno, en un atentado terrorista con un coche bomba en el hotel donde ambos se alojaban.
No pudo ni siquiera colgar el teléfono. Ya no era él. De golpe comprendió que en el dinero no estaba todo. Ya era tarde. Los latidos del corazón amenazaban con ir más allá de sus costillas. Su cabeza comenzaba a latir y su estómago sentía un vacío de dolor. Sus millones de dólares no lo consolarían. Bajo por las escaleras rápidamente. Llego hasta el subsuelo donde tenía su moderno auto alemán. Salió y acelero sin rumbo. Era un alma perdida dentro de un ataúd de metal que aceleraba en el empedrado mojado de la triste llovizna nocturna.

Su auto fue encontrado con la puerta abierta, al lado de las vías. La policía científica fijo su muerte alrededor de las 22.45 horas. Se había arrojado en las vías dándole fin a su vida. Ese tren que solo pasaba una vez en la vida y que Matizé tanto había anunciado, esta vez pasó por él.

Lo lloraron su hija y su yerno, quienes erróneamente habían sido puestos en la lista de fallecidos de un atentado en Siria.

Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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Romualdo

Ahí está Romualdo, una vez más la suerte le ha sido esquiva. Una vez más la pelota se perdió lejos del arco. Una vez más bajan los gritos desaforados de los hinchas puteándolo. Se acaba la paciencia y el partido. Un nuevo yerro cerca del final. Las manos en jarra sobre la cintura, la mirada perdida en el césped como buscando una explicación que nunca encontrara. Siguen llegando las puteadas, cada vez más fuerte.

Un once de julio de mil novecientos noventa y uno hubo un eclipse solar. Fue total en Costa Rica, el día se transformó en noche. La luna jugueteo bravamente con el sol y este tímidamente se escondió tras ella como un niño se esconde en las faldas de su madre.  Había magia en el aire, las estrellas aparecieron como las salpicaduras de caspa de algún dios distante y espacial algo descuidado. En la Argentina el fenómeno se vio en forma parcial pero sin embargo eso no le quito la magia al día. Nacía Romualdo, no venía solo al mundo.  Su número en esta vida no sería el once, tampoco el dos. Sería el nueve. Algunos dicen que nació un cinco de marzo ¡Hasta en eso le hacen errar al pobre de Romualdo!

Ahí está Romualdo esperando solo, sus compañeros lo miran, dudan si darle el pase o no. Pero se lo dan. Romualdo arremete con fuerza, mueve las piernas con la fuerza de un caballo de molienda.  Recibe la pelota y como un corvette en las onduladas carreteras norteamericanas se lanza hacia al área. Difícil que esta vez falle. “Off Side” dice la bandera del lineman que flamea. Otra vez esa bandera enemiga flameando en el aire. ¡Ese banderín hijo de puta de nuevo! Romualdo se agarra la camiseta y muerde la parte inferior, su mirada febril otra vez descansa en la gramilla. “Esta semana en el gym no voy a hacer bíceps porque me toca marcarle las jugadas a Romualdo, practico brazos levantando miles de veces el banderín con los off sides de Romualdo”, había bromeado el hijo de puta del juez de línea en la antesala del partido. Algún compañero solidario lo consuela: “Será la próxima, no te preocupes”. Otros en cambio lo miran con cara de culo y se lamentan haberle dado el pase. ¡Qué sabrán ellos! ¿Cuántos golpecitos debe dar un orfebre para terminar su obra? ¿Cuántas veces fracaso Einstein antes de desarrollar la teoría de la relatividad? El delantero, ese nueve de área es como una ametralladora, en armas de ese calibre muchas balas se desperdician, quizás tantas más de las que aciertan en el objetivo. ¿Cuántos goles se habrá errado Pelé? ¿Cuántas veces Jürgen Klinsmann quedo en Off Side en toda su carrera? Claro, nadie cuentas las malas. Solo valen las buenas, los goles asestados, las asistencias.  ¿Y si Romualdo se está errando todo esto porque luego emboara todas? Difícil saberlo. De mil goles que hizo Romario es más que seguro que habrá malogrado unos tres mil. Si los delanteros son así. En una muy buena tarde de cinco ocasiones, dos te la mandan al fondo de la red. Tres si están en una excelente racha. ¿Dicen algo de las ocasiones falladas? No, pero ahora Romualdo está fallando de cinco de cinco. O seis de seis. Perdimos la cuenta.

Otra vez bajan las puteadas, como esa lava que lentamente quema la vegetación. A Romualdo le zumban los oídos, seguramente tendrá revancha, pero hoy el enemigo a batir es él. Sus propios miedos y en dejar de darle bola a las oleadas de improperios que bajan de las gradas. No va a tener mucho tiempo más, el reloj marca que solo quedan un puñados de minutos. Tal vez pueda meter alguna y hacerle comer todas las palabras a esos hijos de putas que no dejan de romper las bolas con insultos. Se viene otro ataque, tal vez el ultimo del partido. “Pensá” le dice una voz interior a Romualdo. Entonces detiene su carrera hacia el arco rival, observa al último defensor y nota que no está en posición adelantada. 

Entonces ve como la jugada se va desarrollando por la banda derecha. Le llega el balón que quema, arde en los pies del delantero. “¿Por qué justo a mí?” pensó hasta el hartazgo. Romualdo levanta la cabeza, mira rápidamente a todos lados como para deshacerse de esa maldita pelota y evitar el ridículo y las postreras puteadas. No puede. Todos están marcados. Queda una única posibilidad: enfilar al arco. La gente brama, en el medio de la soledad de sus pensamientos puede escuchar lo que dice cada uno de ellos, sin embargo, en su pecho los latidos cada vez se oyen más fuertes. Siente un escozor que va desde el estómago hasta la garganta. La transpiración le cae fría, los ojos le brillan y siente una presión fuertísima en la nuca. Pero él estoicamente va al frente logra deshacerse de un marcador y fusila al arquero. El balón se pierde por los aires.  Hoy a la noche los programas deportivos lo mataran. Sus compañeros lamentaran haberle dado el pase.  Las palabrotas caen desde la popular y la platea como una cascada en donde no se distingue nada, solo es un ruido fuerte que lastima. Él sigue mirando el césped, buscando una explicación. Sus ojos ahora se posan en aquel esférico inflado con aire y maldad que descansa allá a lo lejos. La contempla como si pudiera desde lejos una darle una confortación. Pero el balón, la “caprichosa” como la llama Quique Wollf, sigue impávida allá a lo lejos como cagándose de risa de sus infortunios. La pelota no habla, si hablara tal vez lo aconsejaría, tal vez lo consolaría o tal vez lo putearía, como hacen todos.


Toni Schweinheim 
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor


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Penas de Bandoneón.

Prólogo

Usted se preguntará qué tiene que ver el fútbol y el tango. Lo mismo me pregunté yo cuando me habían llamado para que escribiese este pequeño prologo. Y, la verdad, déjeme decirle que en los 40 años que llevo componiendo tangos, son muchas las semejanzas. El tango es dolor. Es melancolía. Es la bravura del macho. El sufrimiento por las minas. El amor a la vieja. Y déjeme decirle mi amigo, con el futbol vivimos eso. Yo particularmente soy hincha de un equipo chico al cual le tengo mucho amor, con ese club sufro como con las minas,  vivo sufriendo, vivo penando con la melancolía de años atrás en donde éramos grandes y ganábamos algún que otro torneo de tercera división. Y lloro, porque el guapo llora. Porque el fútbol es sentimiento, es amor, es traición. Tal como desgarran las letras de todos los tangos.  Y  es mi vieja la que me ayuda a salir de la depresión. La mamma.  Es ella quien agarra su pedazo de manguera y me faja con ella, para que —como ella bien dice— no llore por pelotudeces.

Eriberto Machaque, autor del tango “Un Guapo del  500, tercero A”.

***

Aquí me tiene, confinado en esta  gayola. Sí, esto es una gayola, no me venga con pavadas. Todo muy finoli este museo, pero para mi es peor que estar preso. Hasta con lástima me miran. Es algo peor que la lástima diría yo, es más que pena. Es compasión. Porque ya nunca seré como en las épocas de oro. No ya no. Yo tenía una pintusa antes, hermano. Me llegaba a ver no me iba a creer. Ahora también, estoy todo lustradito, pero los años me han ajado, me han estropeado. Pero lo que más daño me ha hecho, señor, sin duda es el olvido ¡Qué tiempos fuleros estoy viviendo! Me trajeron de Europa, ojo no me vaya a creer que soy cajetilla, no mi viejo, para nada. Viaje en última clase. Vine en barco, porque antes todo se hacía en barco ahora cualquier piantao viaja en avión. Nací en Alemania. Eso dicen, ya han pasado tantos años que no me acuerdo. Pero acá vine de la mano de los inmigrantes italianos, esos tanos cabreros. Y me adoptaron en este país. Qué bien me han tratado, hasta hace unos años cuando me trajeron a este lugar.

Qué buenos tiempos, hermano. La rompíamos en la noche porteña. He tocado cada chámame ¡Qué zambas hice bailar! Pero lo mío es el tango, señor, el arrabal porteño. Las noches de cigarrillo, bailes y conquistas. Pero todo eso se ha quedado en el olvido. Se han olvidado del tango. La música moderna la ha confinado al olvido. Porque parece que la biyuya es lo que más importa. Claro, el tango no vende, sólo sirve para que los turistas vengan, se saquen una foto en “la capital del tango” y se compren dos o tres chucherías de recuerdo y listo. Fíjese aquel matrimonio de chinos o japoneses. Vinieron, se sacaron una foto conmigo y nada más. Muchas fotos, muchos recuerdos, poco sentimiento. Y ni hablar de eso a lo que ahora llaman música. Por dios, hermano, el tango  no tiene tiempo, es anacrónico. El tango es macho y escupe verdades ¿No me cree? Agarre la letra de “Cambalache” o de “Al Mundo le falta un tornillo”, léala, fíjese. Aplíquela ahora a los tiempos que vivimos. Hágalo, dele. No pierda tiempo ¿Lo hizo? ¿Vio que tenía razón? ¿Todo concuerda? Encima tiene eso también el tango: siempre tiene razón, es cruel es realista. No le vende espejos de colores a la gente como esa música yanqui de la que se escucha ahora.

Usted me dirá que el tango es sólo sufrimiento y quejas. Sepa señor que yo no me estoy quejando, estoy escupiendo mis verdades, mi desprecio al olvido. Cuando nosotros nos quejamos, hacemos música ¿no escucho acaso “Quejas de Bandoneón”? como lo extraño al Pichuco. Ese sí que me entendía ¡Y cómo lo entendía yo a él! Éramos una gran dupla. El “gordo” era Labruna, yo Loustau. El resto de la orquesta era Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera. Qué manera de tocar y componer, hermano. Me dice que en el tango se quejan mucho del sufrimiento por las mujeres ¡Todo el mundo sufre por amor, hermano! Las minas son jodidas. Mire que hasta yo sufrí por amor, las minas son así. Yo he llorado por los rincones por la ida de mi compañera. A mí también me han dejado ¿Usted se cree que porque no soy de carne y hueso no puedo sufrir por amor? No tiene idea de cuánto he llorado ya. Yo como tantos otros chambones, hemos sido engatusados por cada percanta. Como le decía, a mí me han dejado solo como loco malo. La que creí mi compañera de toda la vida me ha dejado por otros ritmos. Usted la habrá visto, ella es toda una bataclana. Cuello largo, grandes curvas, pelo largo y una armonía envidiable. Empezamos juntos en esto, hemos compartido muchas cosas. Folclores, zambas, vals criollos, hermosas polkas... lo nuestro parecía eterno. Pero ella cambió, un buen día dijo que necesitaba un cambio, que yo era aburrido. Se enchufo a 220 v y se fue con otros ritmos. Y  aquí he quedado yo, acunando esta solitaria queja. Y yo no pude cambiar, tampoco lo voy a hacer. Como reza uno de los tangos que más me gusta hacer, “Mala Suerte”,  “porque nací calavera y así me habré de morir”.

El piano es más pillo. Mire si es pillo que viene sobreviviendo desde la época cajetilla de la musca clásica. Que tipo bacán el piano, no se casa con ninguna y así se anotó en todas. Y el tipo sigue activo, eh. Pero yo sé que el señor piano nunca se sintió tan mimado como cuando el maestro Pugliese lo acariciaba con sus dedos. El piano es un bicho vivo, hasta se modernizó. Algunos me piden que yo también lo haga. Inclusive hay algunos que dicen que el tango sigue más vivo que nunca y me nombraron al electro tango ¡pero por favor! ¿¡Donde se vio que el tango salga de una maquina!? ¡El tango sale de acá! ¡Del corazón! Que me vienen con maquinitas y toda esas chantadas.

Como se extrañan las caricias que me hacían con sus bravos tonos los machos maulas del tango. Julio Sosa sin ir más lejos. Usted lo ve tan macho y varonil, pero con esa voz me acariciaba el alma, era un mimo. Sin moverme de las faldas del maestro sentía como esos fuertes tonos de me sacaban a bailar como aquel muchacho de barrio sacaba a la pebeta a la pista. Paso lo mismo en el futbol que en la música. Yo viví de todo, los años que cargo en el lomo no son en vano. He visto todo hermano, todo. Como nació y empezó el fútbol. Amigo entrañable del tango. El tango es Martín Fierro y el fútbol es el sargento Cruz. Mire nomás la cantidad de tangos que le han dedicado a los equipos. El fútbol de hoy no es el mismo. Eso usted ya lo sabrá. Antes se jugaba por la gloria, por la camiseta y guay si alguno llegaba a traicionar esos colores. Hoy se ha perdido todo eso. 

Hasta las calles están cambiadas sin el tango. No me malinterprete, no  me june de negativo, algo de tango queda todavía, una pequeña luz en los vidrios empañados del almacén todavía se ve, muy chiquitita. Pero ya nada es como antes. ¿Sabe usted porque a Buenos Aires le dicen la ciudad que nunca duerme? Por el tango, mi viejo, por el tango. Ahora se extraña todo. La avenida Corrientes está sola y triste, los días de lluvia ya no son iguales en la bacana avenida Santa Fe, hasta el quejido del embrague de los viejos colectivos se extraña. La garúa en San Telmo ya no tiene el mismo olor sin el tango, el empedrado se siente solo. Hasta Pompeya ha cambiado, ahora es triste y gris. La cuna de guapos ha muerto, como ellos mismos. Sólo nos queda el recuerdo. El triste recuerdo de una canción acunada en tango.

Usted puede decir que desde que empecé con esto, solo me quejo y hablo de melancolía. Y de eso está hecho el tango y las milongas, mi hermano.  Las penas de malevo o del guapo se apagaban en noches de tango, en los compases melancólicos de las notas y en el aullar del cantor. Noche de penas y olvidos con los muchachos en las milongas, viendo a las pebetas pasar.

El tango vive en el recuerdo imborrable de machos maulas. Fíjese las voces como la de Carlos Gardel, Edmundo Rivero, el polaco Goyeneche, Jorge Maciel, el mismo Sosa, son inmortales... y podría estar todo el día enumerándole voces así. Eso es lo mejor que tiene el tango, mi hermano, que nunca morirá. Siempre estará guardado en el corazón de todos. Debajo de este fuelle mi mecánico corazón así me lo dice. Es la esperanza para no caer en la locura que propina el olvido. El tango es eso, un dulce y triste recuerdo de algo que nunca se fue, que siempre está presente. A pesar de las penas de este noble servidor. Chan Chan.

Antonio Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614.  Dirección Nacional del Derecho de Autor.

"Agnósticos y creyentes, proletarios y bacanes" de Osvaldo Bayer.

En las dos primeras décadas del siglo, en apenas una generación, el fútbol se había acriollado definitivamente, igual que los hijos de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían uno o dos clubes. Se los llamaba ahora Club Social y Deportivo, que en buen porteño significaba "milonga y fútbol".

¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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