“El tren solo pasa una
vez, pibe” era la frase que solía repetirle Santiago Matizé a sus
representados.
Santiago Lucas Matizé era un abogado de poca
monta que había entrado casi de casualidad al mundo de la representación de
jugadores. Su primer y último caso en la justicia fue el juicio que le hizo el
ex lateral de Racing, Jorge Port, a su representante, por aquel entonces el señor
Rafael Palermo. Santiago, que por entonces trabajaba para un estudio
importante, tomo el caso ya que el resto de los abogados abogados del estudio no
querían trascender en forma mediática. Caso curioso para un grupo de abogados
pero, como era prestigiosos, preferían salvaguardar ese halo de prestigio a
tener notoriedad por salir en televisión.
Jurídicamente hablando,
el caso versaba sobre la desvinculación contractual del jugador Port con Palermo
ya que este último se quedaba con grandes y suculentos porcentajes de su
sueldo. El doctor Matizé defendía a
Palermo y gano el litigio. No iba a ser la primera vez que iba a hacer perder
plata a un jugador de fútbol.
Matizé olfateó como esos
viejos sabuesos ingleses el dinero que circulaba en el fútbol. Porque a él no
le gustaba el fútbol, nunca había ido a la cancha y si veía algún que otro
partido de la selección era para poder tener un tema de conversación al otro día.
A Matizé no se lo conocía como hincha de ningún club. Algunos dicen que era de
Boca, otros de San Lorenzo o Ferro, por el barrio de Caballito, barrio en el
que se crió. Pero la verdad es que el fútbol, como sentimiento, no le importaba
en absoluto. El joven Santiago, a la fuerza del dinero, comenzó a meterse en el
mundillo del fútbol. Sería representante.
Como todo profesional que
recién comienza, requería un esfuerzo significativo. Recorría las inferiores de
los clubes, apalabrando dirigentes de poca monta y a padres ávidos de que sus hijos
sean profesionales de futbol. Fue un trabajo de hormiga y a largo plazo. Renunció
al estudio jurídico al que tanto esfuerzo le había conseguido entrar. Debía
romperse el lomo en aquel estudio jurídico como veinte años para poder tener
algo de holgura financiera. Acá con un poco de cintura, en años iban a germinar
todos esos pibes y se iba a forrar en guita.
Tal como lo había
planeado, a los cinco años habían florecido varios juveniles. Por ejemplo el
mediocampista derecho de Los Andes, Alexis Tuff. Tenía una gran pegada y un
andar exquisito. Su pase fue valuado en diez millones de dólares, una cifra
record para el club. Sin embargo se fue por unos tres millones y medio a Boca
Juniors, muchos denunciaron irregularidades en el pase pero la cosa no
prospero. Luego de una gran temporada en
Boca, el Sevilla de España había ofrecido unos quince millones de euros por el
pase de Tuff. Sin embargo termino recalando en el Al Jallub de Emiratos Árabes
Unidos por unos once millones de pesos. Otro representado de Matizé era Ernesto
Casasco, delantero del River Plate. Un delantero providencial. Hizo dos goles
el día de su debut y al terminar el año llevaba trece tantos en veinte
partidos. Rápidamente fue convocado a la selección Sub-20. Los ojos de la
Juventus de Italia se posaron sobre el pibe, pero otra vez su destino estuvo
lejos de las grandes vidrieras internacionales de los grandes equipos. Casasco fue
vendido al FC Norra, de Israel. Así hubo
infinidades de jugadores que frente a una buena oferta de equipos grandes
europeos iban a otro, mucho más pequeño y de países que no tenían una tradición
futbolística. Podríamos citar el caso del “conejo” Baigorria de All Boys, del
“petiso” Baracz de Banfield o de Juan Cruz Clemente el recio defensor de Lanús
que termino jugando en Ucrania. Todas estas jóvenes promesas arruinaban sus
carreras yendo a estos clubes que no los conocía ni el mismo hincha de esas
latitudes. Cuando volvían ya estaban rotos o habían perdido todas ganas de
seguir jugando. Lentamente se transformaban en mercenarios tal como su
representante, Santiago Matizé.
—Mira pibe, el tren pasa
solo una vez en la vida —comento Matizé mientras se encendía un cigarrillo
mentolado— A vos te parecerá una mierda irte al Kalavetermara Sports de Marruecos,
pero pensá que te van a pagar una fortuna. Jugas una temporada ahí y te salvas
para toda la vida. Es ahora o nunca. Con la gloria solamente te vas a cagar
bien de hambre.
—Es que… no sé —dijo
dubitativo Juan Manuel Gómez, un enganche de 21 años perteneciente a
Independiente— la verdad que es una cultura muy diferente, no se no me voy a
adaptar…
—Esas son boludeces,
Manuelito —lo paro en seco Matizé— Maradona cuando se fue al Barcelona, también
se fue a una cultura diferente.
—Pero a mi hijo lo
querían también desde la Lazio —Intervino Carlos Gomez, padre del enganche—
además tengo entendido que quiere pagar más.
—No maestro, no es
así —Se puso serio Matizé—la Lazio quiere pagar diez millones, pero en cuotas y
además de esa plata a su hijo le toca solamente el diez por ciento pero no de
ese total. A ese importe tiene que descontarle los impuestos, los honorarios de
los intermediarios, varias comisiones. Su hijo va a ver muy poca plata. Yo
estoy para velar por los intereses suyos, Carlos.
—Si lo sabemos y le
estamos muy agradecidos —dijo Carlos mientras le daba la mano a Matizé como
“cerrando” la operación— hagamos nomas el pase.
Santiago Matizé era un
sinvergüenza. Más que un secreto a voces era una verdad a gritos. El negocio consistía
en arreglar un monto fijo o un porcentaje por izquierda para “convencer” al
jugador para que acceda a irse a un determinado equipo por más remoto que fuese
el destino. Todos los jugadores caían en la trampa, se dejaban convencer por la
supuesta “diferencia” que podían llegar a hacer en algún club extravagante.
Santiago Matizé estuvo más de 25 años en el negocio. Los pibes, al ver que
podían ganar un mango más, se iban donde él quería. El único que ganaba con
esto era Matizé. La junto en pala, gano millones y millones. Un fangote tras
otro. Hasta que ocurrió la tragedia.
El Dr. Santiago Matizé
había contraído matrimonio con la modelo Miguela Zamborián en segundas nupcias.
De esa unión había nacido Ángela, su única hija. De niña le hacía honor a su
nombre, era como una angelita cachetona de enormes ojos marrones, una sonrisa
blanca que hacía referencia al mismo cielo. Ángela o “lita” tal como la
llamaban en la familia era la perdición de Matizé. Siempre, desde niña, la
llevaba a su oficina de Retiro. Pero la niña creció y se transformó en una
hermosa mujer. Lita estudiaba abogacía como su padre y, como era una mujer
independiente, también trabajaba. Era la asistente de su padre en la oficina.
En cada reunión era ella la que recibía a los jugadores. Como todos saben, los
jugadores tienen una enorme capacidad para el levante. Todos los representados
por Matizé intentaban— en vano— poder
conquistar a la hermosa hija del representante.
El único que pudo
doblegar el corazón de esta preciosa muchacha fue David Chevalier. Un juvenil
arquero de 20 años procedente de Almagro. David poseía una contextura física
envidiable. Ojos celestes como el reflejo del cielo en el mar. Tenía una barba
de días que le daba aspecto de rustico, pero un rustico dulzón, como aquellos
muebles “avejentados” adrede para hacerlos parecer antiguos. Ambos jóvenes se
enamoraron y vivieron un romance único. Eran el uno para el otro. A Matizé no
le gustaba nada la idea de que su hija este noviando con un jugador de futbol.
La idea lo horrorizaba. Sin embargo como el típico malandrín que era, de boca
para afuera aceptaba el noviazgo. Pero se la pasaba pensando en la forma de
deshacerse de aquel infeliz. Hasta que un día llego un fax del Al Bullah de
Siria, solicitando los servicios de un arquero.
Matizé no lo dudó ni un minuto y lo llamo a David Chevalier, quien
aceptó gustoso ya que estaba ahorrando algún dinero como para poder casarse con
Lita. Matizé sonrio maliciosamente. Ni siquiera los ruegos de su propia hija
hicieron desistir a Matizé de deshacer la operación. No hubo caso. Chevalier
partió contento hacia Siria con la promesa de volver pronto.
Ángela quedo con el
corazón destrozado. Los llamados diarios y de las comunicaciones que tenían por
Skype, para ella no eran suficientes.
Ella quería tenerlo en sus brazos, consolarlo y ser su sostén en la lejanía
de medio oriente. No aguantó más e invirtió sus ahorros en un pasaje hasta
Siria para estar con su amado. Obviamente
Matizé insulto en todos los idiomas y, por primera vez, le mostro su verdadera
cara a su hija. Sin embargo ella, mujer independiente, partió hacia Siria en
busca de los brazos fornidos de Chevalier.
Y la noticia lo tomo por
sorpresa. Un viernes por la noche, mientras cerraba otro engaño a algún
indefenso jugador de fútbol, sonó el teléfono. Cancillería se había comunicado
con él para informarle la muerte de su hija y su yerno, en un atentado
terrorista con un coche bomba en el hotel donde ambos se alojaban.
No pudo ni siquiera
colgar el teléfono. Ya no era él. De golpe comprendió que en el dinero no
estaba todo. Ya era tarde. Los latidos del corazón amenazaban con ir más allá
de sus costillas. Su cabeza comenzaba a latir y su estómago sentía un vacío de
dolor. Sus millones de dólares no lo consolarían. Bajo por las escaleras
rápidamente. Llego hasta el subsuelo donde tenía su moderno auto alemán. Salió
y acelero sin rumbo. Era un alma perdida dentro de un ataúd de metal que
aceleraba en el empedrado mojado de la triste llovizna nocturna.
Su auto fue encontrado
con la puerta abierta, al lado de las vías. La policía científica fijo su
muerte alrededor de las 22.45 horas. Se había arrojado en las vías dándole fin
a su vida. Ese tren que solo pasaba una vez en la vida y que Matizé tanto había
anunciado, esta vez pasó por él.
Lo lloraron su hija y su
yerno, quienes erróneamente habían sido puestos en la lista de fallecidos de un atentado
en Siria.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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