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No, vos no podes.
Alicia paró la pelota con bastante control. Cuando el gordo se le tiró a
los pies, con una sutil gambeta lo dejo desparramado en el suelo del patio. Los
gritos de los otros pibes ya no se dirigían a la figura de ella, sino a la del
gordo que parecía una morsa tratando de llegar al agua. Con la cara interna del
pie le tocó la pelota a Damian, que salió como saeta hacia adelante. Al
enfrentarse con Gustavo, perdió la pelota que Walter quiso reventar hacia
arriba, pero justo volvió a aparecer ella que capturó el rebote y se abrió por
un costado, pegándole fuerte contra el palo. Ezequiel se estiró, pero no llegó.
Se raspó toda la pierna en la acción. Era el 1-0. “Es buena la guacha eh”, le
dijo Gabriel a Antonio mientras miraban desde su propia área como Alicia
marcaba el gol.
“Nos metió un gol una piba, maricones”. Se enojó Javier con el resto de su
equipo. Era uno de los tantos clásicos de los recreos entre 6° “A” y el “B”. A
lo largo de todo el año habían disputado múltiples partidos. Cada uno de ellos
era “el” partido. Había mucha pica entre los dos cursos, pero nunca habían
llegado a pelearse. Bueno, una vez, cuando aún eran de quinto. Pero eso ocasionó
que no los dejaran jugar más a la pelota. Después de tanto rogar y prometer que
no se iban a pelear más, la pelota
volvió a rodar en uno de los patios de la escuela. Ese día justo había faltado
Ricardo y tenían uno menos. De los chicos del “A” no quería salir ninguno.
Entonces los del B la llamaron a Alicia, que siempre se quedaba mirando los
partidos. Al principio, muchos protestaron. Incluso Gabriel llegó a decir que
era lo mismo que jugar con uno menos.
Cuando Javier se venía con la pelota dominada al piso, apareció Alicia, y se
la sacó limpiamente, pasándosela a Antonio, quien se la devolvió. La chica con
la bocha al pie le tiró un hermoso caño a Nicolás, que la siguió tirándole
patadas y puteadas. Pero Alicia era rápida y esquivó las patadas. Cuando se iba
derecho hacia el arco, un grito la frenó. “¡¡¡¿¿¿Pero, nena, te parece a
vos!!!???” Era Martha, la profesora. “Mirá que jugar como un varoncito, hay que
ser varonera”, dijo, mientras se la llevaba de un brazo. No sería la primera
vez, ni la última que le iban a hacer algo así. Ni siquiera cuando llegó a ser la capitana de la selección de futbol femenino.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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