El licenciado Schwartz cerró la puerta tras atender al paciente, se dirigió al balcón y se prendio un cigarrillo. Iba a agarrar su celular para llamarla, pero pensó que no era la mejor idea, otro paciente estaba próximo. Ya demasiado era la aventura de salir a fumar. Porque Schwartz pensaba que era poco profesional atender con olor a cigarrillo. Tenía que haber llamado y no fumar, esa no llamada le iba a costar caro. A la mitad del pucho sonó el timbre. Aplastó el cigarrillo en una maceta. Entró rápidamente al consultorio, tiro perfume de ambiente y se echó algo de colonia. Fue hasta la puerta y le abrió al recién llegado.
—Pase joven.
Indico Schwartz, mientras el paciente miraba por todos lados, era un joven de
unos 25 años, atlético, de un metro ochenta y pico. Su nombre le va a sonar a
los futboleros: Félix González. Delantero de San Lorenzo.
—Perdón doctor,
es mi primera vez, la verdad no sé qué decirle o hacer…
— Empiece por
llamarme Hugo. Podes sentarse o acostarse en ese diván que ve ahí. Generalmente
la gente se sienta, pero hay quienes prefieren no tenerme a la vista.
El grandote
atacante se sentó pesadamente en la silla que estaba en el escritorio. Acto
seguido se rascó la barba y quedo mirando un punto fijo.
—Ejem— carraspeó
Schwartz— Puede empezar diciéndome porque estas acá…
—Bueno, en el
departamento de psicología del club…
—Perdón que lo
interrumpa, pero ya lo sé, me derivaron su caso, me explicaron todo, sobre todo
desde aquel penal contra Racing que erró estrepitosamente.
—¿Ah… usted es
hincha de San Lorenzo?
—No, soy de
Argentinos Juniors, pero esta profesión no sabe de colores, bah lo sabe, pero
es mucho más profundo. Me comentó el licenciado Ruiz que usted desde ese penal
no fue más el mismo. Que todo le importa poco. Hasta los entrenamientos. Y
subió notoriamente de peso.
—Sí, pero no es
por un problema futbolístico, ni de depresión, le quiero aclarar.
—Es ahí donde
trabajo yo. Cuente nomas, cuente.
—Bueno me erré
ese penal contra Racing y nos quedamos afuera de la Copa Argentina. Si bien ese
partido hice dos goles y lo remontamos, yo erré el penal decisivo...
En ese momento comenzó
a sonar ruidosamente el celular del licenciado que retumbo en todo el
consultorio.
—Discúlpame un
minutito Félix. Estas son llamadas de urgencia que debo atender si o si —dijo
Hugo mientras agarraba el celular. —Hola, sí, sí. Perdóname no te pude llamar
antes, estuve con mucho trabajo. Bueno, bueno. Si, tenés razón. Agarra el
blíster con las pastillas rosas, el de la caja azul, es una de esa y otra de
las blancas del envase blanco. No, ese no. Ese, ese. Si. Y tipo siete salgo.
Bueno, bueno, chau, chau. Sí, estoy con un paciente, chau.
—¿Algún problema
doctor? —preguntó el jugador.
—No, nada grave,
son casos que requieren atención. Habíamos quedado en el penal errado.
—Si, me lo erré,
la verdad no sentí culpa, si habíamos llegado hasta ahí fue gracias a mis dos
goles. Es más, mis compañeros me felicitaron igual. La hinchada normal. Pero me
salió llorar, y llore.
—Es normal, una
emoción reprimida, el momento, el esfuerzo de haberlo empatado.
—Tal vez, pero
cuando más me quebré es cuando vi a mi vieja en el banco de suplentes.
—¿¡A su mamá!?
—Si. Ella que
nunca vino a ningún partido.
—No la estará
acusando de mufa…
—Todo lo
contrario, yo no creo en cábalas. Pero ahí estaba mi vieja, la viejita que
tanto hizo por mí, que me llevaba en colectivo. Que nos crio en medio de la
pobreza con todo el amor del mundo…
—Ajá, es un dato
fascinante ese. —dijo el licenciado mientras movía la cabeza. — ¿Sintió culpa?
¿Qué le fallo a ella?
—No, o sea, si,
pero no por eso
Nuevamente volvió
a sonar estrepitosamente el celular de Schwartz, este bajo sus anteojos un poco
y miro por encima de ellos el número. Con un gesto pidiéndole silencio a González.
—Hola. Si, ya te
dije no lo toques. Ya sé que lo tocaste, solo no se pudo haber puesto. Pará,
pará un poco. Agarra el control, fíjate que tiene como una cruz, a la derecha tenés
un botón gris. A la derecha, a la derecha. Apretalo, ahora con esa cruz anda bajando
y párate en HDMI y ahí apretas la tecla OK. ¿Quedo? Ahora sí, podes cambiar. Sí,
estoy atendiendo. Calculo que a las siete. Bueno, está bien. Si te aviso. Chau.
Schwartz
entrecerró los ojos, puso el celular en el escritorio, entrelazo los dedos y trato
de volver a concentrarse.
—Perdón Félix,
pero estos son emergencias donde tengo que atender si o si. Me decías que sentías
culpa, pero de otro tipo.
—Así es Hugo. Me
puse a llorar, ella vino, me abrazo y también se puso a llorar. Nunca la vi
llorar, ni siquiera cuando falleció el viejo.
—¿Qué le dijo?
—Que debería
haber estudiado medicina como ella quería, que no hubiese pasado ese mal rato
en la cancha errándome el penal.
—¿¡Eso le dijo!?
—Sí, y la verdad
es que sentí culpa por no haberle hecho caso.
—Pero ese nunca
fue su sueño
—La verdad que no
—Soñó ser
futbolista, ¿no?
—No, quería ser
actor.
Otra vez el
maldito celular vibrando y gritando una música fuerte interrumpió la consulta.
Schwartz cerró los ojos, González hizo un ademan con la cabeza como dándole
permiso para que atienda.
—¿Si? No, recién
son las seis menos cuarto, a las siete te dije. Si, en este momento estoy con
un paciente. Si, ya pagué está al día todo, son grabaciones que mandan por
sistema. Yo te llamo, yo te llamo, si a las siete. ¿Tomaste las pastillas que
te dije? ¡Y si no sabes vos yo menos! Bueno, te llamo en un rato. Chau, chau.
Schwartz se sacó
los lentes, y se presionó el entrecejo como para volver a tomar las vías de la
consulta.
—Mil disculpas
otra vez, pero este es un caso que me está volviendo loco —dijo el licenciado
mientras sonreía. —Bueno, me había dicho que su sueño era el de ser actor.
—Sí, así es. Pero
me fue mejor en el futbol.
—En ese partido
usted sintió la culpa por no haber seguido lo que quería su madre.
—La verdad que
sí, también me hubiese ahorrado las presiones, la exposición…
—No se crea,
nunca más presionado que un médico que tiene que correr contra el tiempo y el
sistema para salvar una vida, que gana poco, noches sin dormir, poca vida
social. Sabemos que el futbol implica sacrificios, toda carrera implica
sacrificios. Pero la frutilla del postre es que ese sueño es de su madre. Su
sueño de ser actor, lo está cumpliendo, crea o no.
—¿Vos decís?
—dijo Félix mientras se le dibujaba una sonrisa.
—Por supuesto, el futbol no es solo un deporte, es cultura, arte. Las tribunas son los palcos teatrales, las butacas. Y lo que usted hace es arte. Lo he visto hacer cada gol que son un espectáculo, usted es un actor de un elenco principal de nada más y nada menos que San Lorenzo. Te preparas en la semana, ensayas, te vestís con la camiseta y te pones en tu rol de jugador. Hasta declarando usted es un actor ¿o me va a decir que no?
—Tenés razón, he
dicho cada cosa en los reportajes, cuando sentía otra. —dijo entre risas
González.
—Ahí tiene, ahí
tiene, el sueño de ser doctor, es el de su madre, porque una madre no solo
proyecta en los hijos sus sueños incumplidos, sino que en base a ellos busca
protegerlos. Ella piensa o pensó que, siendo médico, usted estaría…
El sonido
agudísimo del celular otra vez interrumpió. Sin ningún tipo de vergüenza o sin
pedir permiso, Schwartz lo tomo y atendió.
—¿Hola? No, ahí
no está, está en el cuarto cajón. ¿Viste la heladera? El despensero de al lado,
bueno, el cuarto cajón. A las siete te dije, si, sigo con el mismo paciente
pobre que ya lo interrumpí como 80 veces. Bueno, bueno. Está bien. Chau. Si,
después vemos que hacemos. Chau.
El licenciado
chasqueo los labios, suspiro profundamente para mantener la calma.
—Le decía
González, que su madre pensaba que usted como médico tendría todo lo que ella
no tuvo y gozaría de la tranquilidad. No es para enojarse con ella, ni para
sentirse culpable. Todos somos distintos, y los mandatos podemos esquivarlos. ¿Ahora
dígame, porque subió de peso, porque se dejó estar?
—La verdad es que
mi vieja para consolarme después de ese partido, me hizo milanesas, yo sé que
parece una boludez…
—No es ninguna
boludez, las milanesas de la vieja son sagradas —dijo entre risas el
licenciado.
—Lo sé, pero fue
tanto el consuelo que buscaba, que voy todas las noches a lo de mi vieja a
comer milanesas.
—Ese es otro tema
que lo vamos a tratar la próxima sesión. —dijo Schwartz mientras se levantaba.
Ambos se
estrecharon la mano en despedida, González lo palmeo y se fue. Ese era su ultimo paciente del día. Se
prendió un pucho, estiro las piernas, agarro el celular, marcó un número.
—¿Hola ma? Si,
deja yo llevo a la salida de acá. Escúchame… ¿Queras hacer milanesas? ¿No?
Bueno, deja las hago yo, si a las siete salgo, si llevo, llevo. Chau, chau,
cuídate.
Hugo Schwartz
corto, tiro el celular a un lado y pensó: “¿Por qué le hice caso a mi vieja y
estudié psicología? Yo quería ser jugador de futbol, acá viene cada loco, mira
que querer ser médico y no futbolista, mamita querida…”
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