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Le quedó la pelota justa. Tres cuartos de cancha quedaban por delante. Un par de segundos si agarraba el balón y se mandaba con todo al ataque ¿Pero para qué? Eso era aburrido. Si le hubiese gustado correr se hubiese hecho velocista o inscribirse en alguna maratón. A él le gustaba la velocidad, pero no esa velocidad. Ya una vez por la velocidad Bilardo le había bajado el pulgar. En la cancha había que tener paciencia, de esas que tienen los artistas.

Se vino el primer rival de ellos se le tiró a los pies  a partirlo. Él hizo pasar  la pelota por debajo de la suela, la volvió a agarrar con la diestra e hizo una diminuta gambeta. El rival quedo en ridículo en el suelo. Apareció el segundo marcador, una bestia de 90 kilos y casi dos metros. Garrafa no levanto la vista y como los guapos le clavo un puñal, pero un puñal esférico por entre las piernas.  Un caño atrevido y lleno de guapeza. El lungo quedo tendido en el suelo sangrando vergüenza. Cayeron otros dos defensores.  Con una pomposa gambeta se deshizo de ambos al unísono. Ya el área estaba más cerca.

“A ese lo quiero en mi equipo” no vacilo en decir el entrenador de ellos, un hombre grande con una barba larga y blanca como sus ropas, al ver al “gordo” gambetear escollos en la cancha.

Mientras seguía con la pelota al pie, levantó la vista una centésima de segundo y vio las tribunas colmadas. Los tablones estaban llenos, colmados de hinchas cantando y celebrando. Vio un manchón de gente con los colores verdes y blancos. “Deben ser los hinchas de Laferrere” pensó. “No, están los de Banfield también” recalculó. “Pero hay blancos y negros, están los de El Porvenir además” reflexionó. Ese fue su último pensamiento, el arquero ya le había salido a los pies y estaba por sacarle la pelota. Entonces la amaso, con la zurda la estiro a un lado, el arquero se arrastró, una, mil veces. Ensayó una gambeta eterna que dejo completamente tirado y en ridículo al arquero, que era el olvido.

Tenía que empujarla y era gol, prefirió tocarla a un costado para que un compañero marque el gol. Él disfrutaba gambeteando, tocando, asistiendo. Le gustaba tirar caños, no contar goles. Eso lo hacía feliz. “Toma hacelo”, le dijo al delantero que esperaba casi al lado. “Eternamente gracias Garrafa”, escucho que le respondió su compañero y que las tribunas donde estaban los hinchas de Lafe, del Taladro y del Porve repetían ese agradecimiento.

El gordo levantó los brazos despidiéndose rápidamente de todos. Quiso entrar al túnel a las apuradas, como para que la despedida sea más corta. En la entrada lo frenó el Pampa, que lo palmeó en la espalda y le dijo: “José Luis, acá vas a ser feliz, no sabes, está lleno de potreros”. El Garrafa puso sus brazos en jarra, miró hacia dentro del túnel, suspiro y con un pique corto se mandó para adentro.


Toni  Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor





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