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Me apresto en acomodarme en una de las tantas gradas de madera de la humilde cancha del equipo de barrio, ese equipo que supo cobijarme en su lodazal que usábamos como cancha. Tantas tardes de sol, lluvia y ventisca nos aguanto, cuando salíamos de la escuela y nos poníamos por la tarde a pelotear con los otros tantos pibes del barrio, mientras la tarea quedaba rezagada en un rincón de pieza. Me acomodo en esos tablones de madera que ya de tantos años la madera se ha añejado y luce un brillo y una suavidad cremosa. Pasan los minutos y va llegando gente al encuentro, algunos chicos con sus padres, incursionando en esta pasión que es el futbol de ascenso. Algunos perros curiosos asoman el hocico a la cancha, los espantan algunos pibes alcanza pelotas. Sigue descontándose el tiempo, al lado mío se sienta un hombre ya entrados en año, si hubiese una persona en toda la tierra que pueda representar a la tercera edad es esa persona, boina marrón de gamuza, a pesar de estar entrada la primavera el usa una campera marrón clara, unos pantalones náuticos de un gris pálido y unos mocasines negros que ya habían pateado la vida tanto como su dueño. Comienza el partido.

Sin embargo me detengo en la figura de este hombre, en su cara rubicunda sobresale una nariz águila dándole una personalidad de hombre dura, pero en su mirada se nota que es un hombre bondadoso, pero no es lo que me llama la atención en verdad, mi vista se ve atraída hacia el porque no esta mirando el partido, esta leyendo el diario popular que tan pacientemente dobla cada vez que finaliza la lectura de una pagina.

-Maestro, ¿no va a ver el partido?- me atrevo a decirle sin mas preámbulos, tal vez tocado en mi fibra mas intima, por parecerme una falta de respeto hacia el equipo del cual uno es hincha y mas sabiendo de su ultimo puesto y de su forma rustica a la hora de jugar. 

–No pibe, no me interesa el partido, yo estando sentado acá ya gane, el resultado es lo de menos, la única vencedora en esta cancha es la libertad- respondió el viejito, mientras sus ojos claros volvían rápidamente a la lectura, Alfonsín no le encontraba la vuelta al país rezaba el diario.

La respuesta de mi vecino me abstrajo completamente del partido, me puse a pensar y repensar aquella respuesta. Cuanta sabiduría brotaba de esa respuesta. Pero claro, si el equipo ganaba o perdía era completamente secundario, allí nosotros ya habíamos ganado, nos habíamos congregado en esa destartalada cancha, unidos por el amor a nuestro equipo, ese amor ya significaba una victoria inalterable por lo menos durante el transcurso de nuestras vidas. Estábamos ahí porque queríamos, era la libertad de ver nuestros colores porque queríamos, nuestro amor era puro y libre, allí estaban los veintidós jugadores detrás del balón, ni decisiones políticas podían alterar el curso de ir a trabar aunque sea con la cara. La dictadura había terminado unos años antes y ni ellos pudieron quitarnos el futbol esa pasión, esa era la libertad, la única vencedora fecha tras fecha. ¡Que lección de filosofía había recibido en tan solo una frase!

Promediaba el primer tiempo ya, pero ya no me importaba, decidí agradecerle al simpático viejito la magistral respuesta. –La verdad que tiene razón, la libertad acá es la única vencedora- le dije mientras le palmeaba un hombro y me brillaban los ojos de la emoción.

-Y si pibe, aca uno es libre, si me quedaba en mi casa no podía leer el diario en paz, porque a la tardecita vienen las hermanas de mi señora a tomar mate y le sacan el cuero a todo el barrio, son unas hinchas pelotas, acá puedo leer tranquilo el diario- me indicó el hombrecito en su respuesta, mientras volvía a su lectura.
Baje los tablones desanimado y muy abatido, el viejito me hizo recordar de pronto que mi suegra venia a cenar a casa y tenia que llegar temprano.
Toni Schweinheim 
Obra publicada, expediente Nº 510614, Dirección Nacional de Derechos de Autor



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