(Si te parece muy largo, al final hay un video de este cuento de los clásicos programas de "Los cuentos de Fontanarrosa que se emitieron por la TV Pública)
No, dejame explicarte. No porque me haya ido a los Estados
Unidos quiere decir que ande derecho. Quiero aclarártelo bien porque vos bien
sabés que yo nunca cagué a nadie. Ahora, si vos me das quince minutos te
explico bien qué fue lo que me pasó porque te juro que si alguien te lo cuenta
no se lo podés creer. Solamente a mí me pasan este tipo de cosas, será porque
soy un pelotudo o porque soy de esa clase de tipos que no se la bancan ¿me
entendés? Hay otra gente que se queda más en el molde y se aguanta lo que le
tiren pero yo en ese aspecto, no sé si para bien o para mal, siempre fui medio
retobado, ¿me explico? Pero lo que quiero es dejar la cosa bien clarita con vos
como para que entiendas como viene la mano y que no estoy tratando, de ninguna
manera, de pasarte. Es verdad que yo me fui a los Estados Unidos, es verdad. Yo
te admito que habíamos quedado en vernos el 14 de febrero y yo me piré y no te
avisé absolutamente nada. Pero no te avisé porque no tuve tiempo y vos sabés
como es el Pancho. Dijo "vamos, vamos" y a mí me pareció interesante
la mano y agarré viaje. En parte también para ver si se enderezaba la cosa y
empezaba a verle las patas a la sota de una buena vez por todas. Porque yo fui
a laburar a los Estados Unidos, Horacio, fui a poner la giba, no me fui de joda
como es posible que te hayan batido por ahí. El Pancho y Rulo --porque el Rulo
también fue-- hace como cuatro años que hacen este tipo de viajes a Miami a
comprar pilchas para las vaquerías y han hecho su buena diferencia. Y vos lo
sabés bien, Horacio, a mí se me estaba cayendo el negocio, especialmente
después del quilombo con la negra. Entonces agarré, junté los pocos pesos que
tenía, y me fuí con Pancho y el Rulo, no solo para ver el asunto de los
vaqueros --porque el mercado del jean ya esta un poco emputecido-- sino también
lo de los muñecos de peluche, que allá están a un precio que es joda, verdadera
joda, y son unos muñecos con una confección de la puta madre y que acá los
fabricantes no pueden competir en precios ni que se caguen. Porque allá los
yankis, vos viste como son estos hijos de puta, ahora han encontrado el yeite
de hacer laburar a los amarillos. Vos agarrás las pilchas, los artefactos, los
juguetes y son todos de Taiwán, Corea, Singapur, de todos esos lugares donde al
obrero lo tienen bajo un régimen de explotación esclavista y lo hacen laburar
día y noche por una taza de arroz. Porque los hacen laburar por una taza de
arroz a esos tipos. Eso, cuando no hacen laburar a los que están en la cárcel,
te juro, para mantenerlos ocupados, y no les pagan un carajo. ¡Los famosos
Tigres del Pacífico! Se los han recogido bien recogidos a los tigres del
Pacífico. Estos yankis si no te cagan militarmente te cagan con el comercio. La
cuestión es que me interesaban también los ositos de peluche porque si la cosa
sigue así con la vaquería yo no me hago mucho drama y largo a la mierda. A otra
cosa. Pongo un salón de ventas, lo lleno de pelotudeces y a otra cosa mariposa.
Traje de esos bichos de felpa, una belleza te juro ¿Qué edad tiene tu pibe? No,
tu pibe ya está grande pero te digo que a los pendejos les vuelan el bocho esos
muñecos. Hasta pescados de peluche te hacen los hijos de puta. Vos nunca te
hubieras imaginado un pescado peludo pero los guachos lo hacen y no quedan nada
mal, mirá lo que te digo. Me fuí Horacio, entonces ¿qué iba a hacer? Vos no
sabés el quilombo que yo tenía aquí, pero me fuí. Bah, vos sí lo sabías. Así
que no tenía otra. No tenía otra. Muy bien, llegamos a Miami y ahí empezamos a
entrevistarnos con distintos tipos. Bien los tipos, bien. Cubanos casi todos.
Una suerte, te digo, porque el Pancho y el Rulo no hablan un sorete de inglés.
Que yo antes me preguntaba ¿cómo hacen estos monos para entenderse en una
charla de negocios si no saben un joraca de inglés? Pero, bueno, allá son todos
cubanos y la cosa se hace más fácil. Más fácil es un decir. Rápidos los cubanos.
El más boludo se coge un avestruz al trote. No te creas que han hecho la guita
por infelices. Me decían que el poderío actual de todo Miami es gracias a estos
cubanos, cosa que yo no podía creer, gusanos de mierda, que se rajaron todos
huyendo de la revolución y llegaron con el culo a cuatro manos hasta Miami, sin
un puto mango. Porque yo pregunté si habían llegado con guita y me dijeron que
no. Que Fidel no les dió tiempo ni para llevarse un calzoncillo, mirá lo que te
digo. Y sin embargo los ñatos, los que habían sido multimillonarios en Cuba a
los 20 años, veinte años después ya habían recuperado esa fortuna en Miami.
Mirá vos los tipos. Unas luces los cubanos. Charlamos un poco con ellos a pesar
del asco que me daban esos gusanos, y se nos quedó colgada una entrevista con
un pesado de las pilcherías, un tal Ajubel, me acuerdo, para tres días después.
Teníamos tres días al pedo entonces. Y va el Pancho, que tiene un petardo en el
culo vos lo conocés: no hay Dios que lo haga quedar más de dos minutos en un
mismo lugar y se le ocurre ir a Disneylandia. ¡A Disneylandia, fijate vos! Que
no había ido nunca, que para qué mierda nos íbamos a quedar en Miami y todo
eso, empezó a romper las pelotas. Y el Rulo se anotó. También con lo mismo. Yo
no quería ir ni en pedo. Y te lo digo porque sin duda ya habrá habido alguno
que te haya venido con el cuento de que yo me piré a Disneylandia en onda bacán
y todo ese verso. Yo fuí porque aquellos dos se encajetaron con eso y si no yo
me iba a tener que quedar como un pelotudo en Miami, solito mi alma, mirando
los canales para latinos. ¡Yo me quería ir para Las Vegas, querido! De haber
tenido guita y tiempo, yo me hubiera ido para Las Vegas ¡Qué te parece! Ninguna
duda. Me dijeron que estaba en pedo, que Las Vegas estaba en la loma del orto,
que el avión, que el tiempo, que las pelotas de Mahoma, en fin... Nos fuimos a
Orlando. El Pancho alquiló un auto, porque le encanta manejar, y nos fuimos
para Disneylandia. Te juro, no sé si no era mas lejos que Las Vegas. Es
lejísimo eso. Yo escuchaba siempre hablar de Disneylandia, de Miami, de la
península de Florida, y me creía que estaba ahí nomás. Como si vos cazás el
auto acá en Rosario y te vas hasta Roldán, o a San Lorenzo, una cosa así. Santa
Fe , por decirte mucho. Los otros dos boludos encantados. Que la ruta, que el
coche, que la señalización, que las hamburguesas... Te la hago corta. Llegamos
a Orlando, nos metimos en un hotel cerca de los parques (porque son como parques
eso), y nos fuimos el primer día a Disneylandia... A las cuatro horas de
caminar, te juro, yo ya tenía las pelotas por el suelo. Lo llegaba a encontrar
a Mickey y lo cagaba a trompadas, te lo juro. Gente grande, jugando a esas
cosas, haciendo colas para ver la Cueva de los Piratas. Pelotudos grandotes en
pantaloncito corto, tomando helados. Arabes, iraníes, con una cara de turcos
que asustaba, musulmanes, mi viejo, fundamentalistas que vos pensabas que
estarían ahí para ponerle una bomba a la Mansión de los Fantasmas, comiendo
pororó y esperando como corderos para meterse en esas lanchitas donde te ataca
el tiburón. Una cosa de locos, demencial, te lo juro. Una cagada. Tenía razón
el mejicano que manejaba la combi que nos llevó hasta Magic Kingdom, --ellos le
llaman Magic Kingdom a Disneylandia-- y te llevan desde el hotel en una combi.
El mejicano, Luis se llamaba, un facho hijo de mil putas, nos decía, "Son
retardados los yankis, retrasados mentales. Les gustan todas estas cosas, se
enloquecen con estos juegos. Retardados mentales, señor" nos decía. Aunque
él, te digo, yo no sé si se las quería tirar del reivindicador de
Latinoamérica, del gran revolucionario, de Emiliano Zapata o qué. Por ahí como
nos veía argentinos y sabía que nosotros siempre hemos pensado que a los
mejicanos los yankis se los han vivido recogiendo --como cuando le chorrearon
Texas-- se las quería tirar de vengador de los pobres, de algo así. "Yo
tuve como cuarenta de estos yankis a mi cargo, señor" nos decía , porque
había laburado en una empresa de transportes. "Y los trataba mal, mal los
trataba. No; son retardados. Imbéciles, drogadictos". Pero bien que el
hijo de puta no solo vivía en los Estados Unidos, sino que se había comprado
una casa para cuando se jubilara --"el retiro" le decía él-- y se la
había comprado ahí , en la costa de Florida, nos contaba. Mejicano piojoso. Los
otros le mataban el hambre y éste se la tiraba de revolucionario. Y en esa
combi que viajamos a Disney fue con nosotros también una venezolana, que justo se
sienta al lado mío. Te digo que la venezolana era un cuatro, a lo sumo un
cinco. Del uno al diez era un cinco, digamos, siendo generosos. Te juro que acá
esa mina no me tocaba el culo ni con un palo, pero allá, ¿viste? la soledad te
lleva a hacerte un poco el pelotudo. La venezolana, Leonor creo que se llamaba,
andaba sola y como nosotros, también le habían quedado un par de días sandwich
por negocios. Justo vuelve en la misma combi con nosotros y ahí retomamos el
chamuye. Y al día siguiente, a la mañana, la volvemos a encontrar para el
desayuno. Una casualidad de aquellas, porque son unos hoteles de la gran puta
que siempre están llenos de gente. Pero la encuentro. Pancho y el Rulo de nuevo
para Magic Kingdom, mejor dicho para Epcot, que me decían que era más
interesante, más para intelectuales, me cargaban. Yo los mandé a la concha de
su madre, les dije que se fueran solos, que a mí no me agarraban más. Aparte
tenía los pies que eran dos albóndigas de tanto patear el día anterior en
Disneylandia. Me quedé en el telo pero arreglé con la venezolana de salir
juntos a cenar esa noche. Te repito que la venzolana no me movía un pelo pero,
en parte, también quería un poco refregársela por la jeta a los otros dos
boludos que andaban babosos con "Regreso al Futuro", "La Montaña
Espacial" y me venían a hablar maravillas de la tecnología y del Primer
Mundo. Que si eso es el Primer Mundo mejor que nos cortemos las bolas y se las
tiremos a los chanchos. Un poco decirles, "Loco, ustedes sigan sacándose
fotos con Minnie y el Perro Pluto que yo me voy de conga con una mina. En una
de esas hasta me echo un fierro y que después me la vengan a contar de la
Montaña Rusa" Porque vos sabés bien, Horacio --y en eso somos todos parecidos--
que yo puedo decirte que la venezolana no me movía un pelo, pero que si la mina
me daba bola --y me daba bola-- a eso de las doce de la noche (porque allá es
todo más temprano) con un par de cervezas de más yo soy capaz de voltearme a
esa venezolana y si me quedo más de tres días hasta en una de esas me lo pincho
al mejicano hijo de mil putas y todo, vos lo sabés. La encuentro a la
venezolana a la noche y me dice, muy animada, que incluso ya me había preparado
un programa. Que íbamos a ir a Medieval Times, que ya había reservado mesa,
contratado el transporte y que ella me invitaba. Ahí me dí cuenta que me quería
bajar la caña, pero me hice bien el boludo. Un duro, ¿viste? Tipo Clint
Eastwood. Le pregunté, como te preguntarías vos, como se preguntaría
cualquiera, qué era eso de Medieval Times. Me dijo que era un restaurante que,
mientras vos morfás, hay un espectáculo medieval, de esos con caballeros, que
hacen duelos con lanzas. ¿Te acordás Horacio de aquella película
"Ivanhoe", que hacían esas justas medievales, a caballo, con escudos
y lanzas, que el que lo tiraba al otro a la mierda del caballo ganaba?. Bueno,
de eso, me dice. "Cagamos" pensé. Yo que imaginaba, no te digo en un
Mc Donald, pero una cosita modesta, algún boliche italiano que los hay, donde
comer alguna pasta. Incluso una pizza, un vaso de vino. Yo hacía cuatro días
que estaba en Miami y ya extrañaba la comida. Mirá que boludo. Parece mentira
pero es así. Y esta mina me salía con eso. Comer mientras se ve un espectáculo
de caballeros con armadura, que se cagan a espadazos. Te juro que estuve a
punto de decirle que no, que no iba, que se metiera en el orto las invitaciones
y las reservas. Pero estaba al pedo, tenía hambre y ya me había quedado
desenganchado de los muchachos. Ellos no iban a llegar al hotel hasta tarde y
además iban a venir destrozados, como yo volví el día anterior, después de
caminar más de ocho horas como unos pelotudos por todo Epcot. Ir solo a comer
no me convenía porque con un solo año de inglés en la Cultural --cuando yo
tenía siete-- no me alcanzaba ni para pedir la sal en un boliche. Y allí en
Orlando no es como en Miami que todo el mundo la parla en castellano. Allá la
cagaste, hermano. Algo de inglés tenés que manejar y esta venezolana me había
dicho que ella lo hablaba perfectamente porque había trabajado en Maracaibo en
una compañía petrolera de los yankis. Sabes que los yankis se han cogido bien
recogidos a los venezolanos, entre otros muchos, con el verso de la
privatización del petróleo y todo eso. Así que me fui con la mina. Por
supuesto, de nuevo el chofer de la combie era el gordo Luis. Y otra vez con lo
mismo. Ya no conmigo, sino con una pareja de españoles que iban con nosotros.
"Retrasados mentales, señor, idiotas, ladrones también" y decía, refiriéndose
a eso del Medieval Times: "Está bien, sí, muy bonito" con un tono
¿cómo te diría? despectivo, "Como para venir una sola vez, por supuesto.
Usted lo ve una vez y ya está bien, señor". Medio medio ya como
tratándonos como infradotados por ir a ver ese espectáculo. Como diciendo:
"¡Gente grande viniendo a ver estas pelotudeces!". Te juro que me dió
bronca, ya me hinchó las bolas el mejicano. Tanto, te juro, que me predispuso
bien con el espectaculo. ¿Viste?. De contrera nomás. Yo soy así, por eso me
pasan las cosas que me pasan. Dije: "Este mejicano esta hablando al pedo.
No hay verga que le venga bien" Y entré contento al boliche, entré bien,
de buen ánimo... ¡Para qué! Dios querido... ¡Para qué! Tenía razón el hombre.
Primero te cuento que es un lugar inmenso, que quiere imitar a un castillo, por
la parte de afuera. Entrás por arriba de un puente levadizo y te metés a una
especie de sala de espera, enorme, muy grande. Adentro, para mí que quería una
cena íntima, ya había como mil personas. Pero no te lo digo en un sentido
figurado. Había como mil personas, no menos. Pero antes, antes de entrar --
cuando te piden la reserva, las entradas y esas cosas-- ahí una minita vestida
de la Edad Media, te entrega un corona. Una corona berreta de esas de cartón
que se usan para los cumpleaños de los pendejos, ¿viste? De algún color. Verde,
o azul, o rojo. A nosotros nos tocó una a cuadritos blanca y negra. Y nos
indicaron que nos las pusiéramos. Ahí yo ya agarré para la mierda. ¿Viste
cuando uno empieza a sentir como una calentura que se sube desde el estómago
hacia la cabeza? Una cosa así empecé a sentir yo. La venezolana se puso la
corona lo más campante y me pidió que yo hiciera lo mismo. Y yo no le dí ni
cinco de pelota. Hasta ese momento trataba de ser más o menos cordial, trataba
de no darme máquina porque yo me conozco. Además, no quería dejarla para la
mierda a esta pobre mina --que era buenita te cuento-- porque ella me había
invitado y hacía todo con la mejor buena voluntad. Lo que pasa es que los
venezolanos son unos colonizados y yo no sé porqué, pero les caben todas esas
payasadas que hacen los yankis. Pero te juro que eso era una reverenda
payasada. Eso de que te reciban en un boliche y te den una coronita de cartón
pintado para que te la pongas. Y no era la Cantina del Lolo, que uno va con
globos a bailar la tarantela. No. Eso pretendía ser un lugar bacán, un boliche
de primera. Agarré la corona y me la metí debajo del brazo, por no desentonar y
tirarla ahí mismo al carajo. Después la máxima: antes de pasar a la sala te
recibe un tipo vestido de rey ¡de rey, mi viejo! Con capa, corona dorada,
barba, espada, y tenés que sacarte una foto con él. Bah, te ofrecen sacarte una
foto con él, casi que te obligan, porque si no no pasás. Segunda payasada de la
noche. No solo te tenés que poner una corona como un pelotudo sino que tenés
que sacarte una foto con esa corona y con un tipo disfrazado de monarca, cosa
de que quede un testimonio gráfico para las generaciones futuras y que después
los muchachos del barrio se caguen de risa del pelotudo que viajó a Miami. Para
colmo, yo no tuve reacción para mandarlo al monarca a la concha de su madre. Me
quedé como un pelotudo al lado de él y me escracharon en la foto. Porque es todo
tán rápido, chas, chas y a la lona. Y eso, el no haber podido reaccionar, me
dió más bronca todavía. Por suerte, no salí con la coronita puesta --al menos
defendí ese pedacito de mi honor-- salí con la corona debajo del brazo, como
corresponde a alguien que no le da pelota a esas cosas. Arriba la venezolana,
después ya en el salón, me cargaba. Me decía que había salido muy lindo y que
le podría llevar esa foto a mis chicos. Me quería sacar la información la
minita, muy bicha, sobre si yo estaba casado y esas cosas, pero yo tenía tal
moto encima que ni siquiera le prestaba atención a la mina.
En la sala de
espera, Horacio, te juro, toda la gente, las casi mil personas, con la coronita
puesta. A los yankis les decís que se pongan un sorete en la cabeza y se lo
ponen. Tipos grandes, viejos, gordos pelados, viejas chotas de lo más
elegantes, con la coronita puesta. Y entonces, vino lo máximo. Lo que ya me
sacó definitivamente de mis casillas y me dió bien por el forro de las pelotas.
La minita que nos había recibido en la puerta del castillo le habla a la
venezolana y le indica una cosa, que después la venezolana me transmite. A
nosotros nos había tocado la corona blanca y negra y entonces teníamos que hinchar
por el caballero Blanco y Negro. ¡Pero mirá vos, si serán pelotudos estos
yankis!. ¡Mirá si se cagarán en la libre determinación de los pueblos! ¡No solo
te obligan a ponerte una coronita ridícula sino que, además, te indicaban para
quien tenías que hinchar en la pelea a espadazos! ¡Es algo inconcebible!
¡Tenías coronita blanca y negra y tenías que alentar al caballero Blanco y
Negro! Es como si acá vos, por ejemplo, vas a un cuadrangular de fútbol-sala y
no sos hincha de ninguno de los cuatro equipos. Bueno, muy bien, a los cinco
minutos de verlos jugar, si se te cantan las pelotas, ya podés elegir a alguno
de los equipos. Porque te gusta cómo la pisan, porque juega un tipo que es
amigo tuyo, por el color de la camiseta, porque van perdiendo y te resultan
simpáticos o por lo que puta fuere, querido, por lo que puta fuere. Pero
decidís vos, elegís vos, vos solito. Te juro que yo, a esa altura, ya tenía un
veneno, pero un veneno, que no le daba ni cinco de bola a la venezolana que
creo que se estaba dando cuenta de que esa noche no me cogía. Aunque te cuento
que yo, hasta ese momento, tragaba y tragaba. No te digo que sonreía pero
trataba de no agarrar para la mierda y empezar a putearlos a todos en voz alta.
Para colmo aparece el payaso del rey ése, el barbudo, y anuncia que nos
preparáramos para pasar al lugar del espectáculo. En inglés, por supuesto, pero
la venezolana me iba traduciendo. Que primero iban a pasar los de corona verde,
después los de corona roja, y así hasta pasar todos. Y yo pensaba "¿Pero
qué es esto? ¿El colegio? ¿Porqué no nos hacen formar fila y agarrarnos de las
manos también?" ¡Y los yankis lo más contentos! ¡Todos iban pasando de
acuerdo al color de las coronitas, saltando, cagándose de risa! ¡Como corderos,
mi viejo! ¡Después te vienen con la exaltación del individualismo y todos esos
versos! ¡Con John Wayne saludando solo desde el horizonte o Bruce Willis
haciendo la suya a pesar de que el jefe de policía le ordena lo contrario! ¡Te
juro que Bruce Willis va a Medieval Times y se pone la coronita colorada y
grita para el caballero Colorado como cualquiera de esos otros pelotudos! ¡Si
así los han llevado a Vietnam, a Corea, a la Segunda Guerra, querido! ¡Como
corderos! Les dicen te damos una gorra y una escopeta y ellos felices, dale que
va... ¡Huy cómo estaba yo, mi viejo! Envenenado estaba, te juro, envenenado.
Entramos --cuando nos toco el turno-- al salón del show, del espectáculo y
donde presumiblemente teníamos que morfar. Mirá, es una especie de tinglado,
largo, rectangular, enorme --no sé cuanto tendrá de largo-- como si te dijera
una cuadra por cuarenta metros de ancho. A lo largo, a los dos costados, las
tribunas para la gente, que está dividida por sectores. Acá los rojos, acá los
verdes, acá los azules, cosa de que no se mezclen las parcialidades. Porque si
llegan a hacer lo mismo en la Argentina, al primer vino que nos tomamos ya
estamos todos cagándonos a trompadas. Y son como graderías, donde vos estás
sentado en una tribuna y adelante tenés una especie de mostradorcito, también
todo a lo largo, como un pupitre continuo te diría, adonde te podes apoyar y
adonde además te ponen las cosas para comer. Y todo bastante apretadito, pegado
al lado tuyo nomás tenes la otra persona, el ñato que sigue. En una de las
cabeceras, alto, hay una especie de palco, que es donde va el tipo disfrazado
de rey, el barbudo que, además, es el que dirige la batuta y no para de hablar
en toda la noche. Y por la otra cabecera entran los caballeros. Entre tribuna y
tribuna, por supuesto, el piso, la pista, no sé cómo decirle, para los
caballos. Que tiene una especie de arena, como en los circos. Y las luces, las
banderas, esas trompetas que anuncian cuando llega el rey, o la reina. O cuando
salen los tipos que se van a cagar a lanzazos, todo eso. Yo me dije "Bueno
Carlitos, pará la mano, relajate y disfrutá. Tratá de pasarla lo mejor posible
y bajate de la moto." Porque por ahí, en una de esas, hasta me garchaba a
la venezolana y todo. Ya se habia puesto medio cariñosona ¿viste? y se aprovechaba
que había que estar bastante apretaditos para franelearme un poco. Me daba en
la boca unos pedazos de apio, de pepino, no sé qué mierda era lo que nos habían
puesto en unos platitos, como entrada fría. Todo medio rústico --porque se come
con la mano ahí-- como en las películas, eso no te lo había contado. Una copa
grisácea de plástico o no sé de qué carajo era, que pretendía ser de bronce. Un
copón, como para el Principe Valiente. Aparte, un vaso de vidrio y el palito
con los pepinos. Para mejor, en mi intento por aflojarme y ser feliz, cuando
empiezan a servir --pasaba un flaco disfrazado de paje o cosa así-- me llenan
un vaso de sangría. ¡Sangría, loco! ¡Como en Sportivo Constitución! Yo no se si
estará de moda o en la Corte del Rey Arturo se tomaría, lo cierto es que nos
llenan los vasos con sangría. Y ahí le empecé a dar parejo a la sangría. Meta
sangría. Cada vez que me pasaba por delante el paje ése, yo lo cazaba de esa
especie de bombachudito que ellos usan y le pedía otro vaso. Al final ya medio
me miraba fulero pero me daba, me daba. Porque si hay algo envidiable en esos
tipos es esa buena onda con que trabajan. Al parecer siempre contentos, siempre
cagándose de risa. Yo pensaba "Claro... ¡cómo no van a progresar estos
quías con semejante contracción para el laburo y semejante estado de ánimo! No
son como los japoneses que laburan porque son enfermos del bocho y si paran de
laburar se agarran una depre terrible y se tiran debajo de un Tren Bala. A
estos les gusta". Hasta que la venezolana me lo aclaró. Los pibes laburan
por la propina. Por eso tienen tan buena onda, o fingen tener tan buena onda. Y
allá el patron te quiere rajar y te dice te tomas el piro y minga de preaviso
de despido, o de indemnización o cualquiera de esas cosas. Te pegan una patada
en medio del orto y anda a reclamarle una mensualidad al Seguro de Desempleo.
Para colmo, te cuento, para colmo, al poco rato de dejar las sangrías pasa de
nuevo el rubio, esta vez con cerveza, y me la sirve en una jarrita grande,
también símil peltre o cosa así. Y ya mezclé la bebida, ya mezclé la bebida.
Yo, que sé que me hace mal. Porque si yo largo con champú, puedo seguirla con
champú toda la noche que vos ni lo notás. Pero si por ahí lo mezclo con algún whisky
o algún gin-tonic, ahi viene la cagada, eso me ha pasado.
Y te cuento que estos
ñatos no te servían sangría y además cerveza de generosos nomás. ¡Te lo sirven
así porque no saben chupar, hermano! Ellos mezclan, mezclan cualquier cosa ¿O
acaso no toman cerveza con tequila? ¡Toman cerveza con tequila! A mí me
contaron que hacen así. Y creen que tomando vino son mas refinados. Vos viste
que en las películas los que aparecen tomando vino son los intelectuales y
resulta que tienen unos vinos de mierda que no se pueden probar. Se la pasan
hablando de los vinos californianos y me decía Pancho que te tomás un vaso de
vino y andás con cagadera como cuatro días con ese vino. La cosa es que te
cuento que la cerveza y la sangría me cayeron para la mierda y no me relajaron
un sorete. Para colmo de arranque los tipos largan con una sopa. De arranque
¿viste? ¡Una sopa, podés creer? Mirame a mí, muchacho grande, tomando una sopa
en la Corte del Rey Arturo. Se la ofrecí a la venezolana que, te aseguro,
chupaba y morfaba lo que le ponía adelante. Han sido países muy hambreados
¿viste? Y aunque se notaba que la venezolana andaba bien de guita también era
claro que la gente de esas nacionalidades sojuzgadas cuando les dan de comer,
aprovechan, no tiran nada, porque no saben si el día de mañana van a tener para
lastrar. Aunque la venezolana ya estaba en otra. Habían entrado los caballeros,
digamos, había empezado el espectáculo y la gente se habí¡a vuelto
completamente loca. ¡Pero completamente loca, te juro Horacio! A los que les
habían dicho que gritaran para el Caballero Verde, gritaban para el Caballero
Verde. A los que les habían dicho que gritaran para el Caballero Rojo, gritaban
para el Caballero Rojo. ¡Y todo así! ¡Como corderos, hermano! ¡Te llevaban como
ciego estos imperialistas guachos! Y la venezolana estaba como desorbitada.
Gritaba y aplaudía al Caballero Blanco y Negro que se había parado delante
nuestro a saludar a su hinchada, porque cada uno se paraba delante de su
hinchada para saludarla. Me acuerdo que yo le digo --yo estaba muy mal, te
juro-- le digo: "Pero vos sos una reventada hija de mil putas!". Decí
que la mina no me escuchó con el griterío y todo eso, no me escuchó. Pero
entonces yo decidí gritar por el Amarillo. A la mierda. De contrera, nomás. Por
el Amarillo. Parado en medio de la tribuna de los del Blanco y Negro, empecé a
los gritos: "¡Vamos Amarillo, todavía! ¡Vamos Amarillo, carajo!". Los
que estaban alrededor mío medio que me miraban raro. Incluso los de las otras
hinchadas. Si te digo que hasta detrás nuestro había un grupo de pendejas
brasileñas de no más de catorce, quince años, que hacían un quilombo de novela,
que me empezaron a abuchear. ¡Como a un traidor me abucheaban! ¡Si hasta el
Amarillo se dió cuenta del despelote y miró para mi lado y yo lo saludé con un
puño en alto! ¡Tenía una pinta de grone del Saladillo el pobre santo que más
ganas me dieron de hinchar por él! Debía ser algún chicano, alguno de esos
portoriqueños o algún mejicanito de ésos que se cuelan en los Estados Unidos
escondidos adentro de un mionca o cruzando un río. Vendría de alguna hacienda
de por ahí en Guadalajara y por eso sabría andar a caballo y el pobre cristo
había ido a parar a esa payasada y tenía que seguir con el circo para ganarse
un mango. Me imagino la vergüenza de escribir una carta a tu vieja diciendo
"Conseguí laburo en los Estados Unidos" y mandar una foto donde estás
vos disfrazado de dama antigua con esa lanza, el escudo, la espadita de juguete.
Porque están empilchados perfectamente de época los desgraciados. Así como vos
los ves en las películas ésas de los castillos. Y los caballos también, te
aseguro. Te juro que cuando las brasucas ésas, las pendejas brasileñas me
empezaron a abuchear, me paré, me dí vuelta y las mandé a la concha de su
madre. Me hervía la sangre, te juro, y para colmo la mezcla de bebidas ya me
había puesto muy alterado. Se ve que ahora están de moda esos viajes de
pendejas de quince años, que en lugar de festejar el cumpleaños con una fiesta
las mandan a Disneylandia. Y saltaban, gritaban, cantaban esas cosas de Xuxa, y
estaban todas recalientes con el caballero Blanco y Negro que había venido a
saludar a su parcialidad y que tenía una pinta de trolo el hijo de puta, vos no
sabés la pinta de trolo que tenía ese muchacho. Pero claro, con esas pilchas,
con el pelito largo, el caballo, todo eso, las pendejas estaban recalientes y
chillaban como si lo vieran a Michael Jackson. Si a esas brasucas las mandan
los viejos a los Estados Unidos a ver si algún negro se las recoge de una buena
vez por todas y las desvirgan, para eso las mandan. Y yo me ponía más loco.
Dejáme de joder, un pueblo creativo como el brasileño, con ése condimento
africano, alentando a un vago nada más porque a la entrada les dijeron que
tenían que alentarlo. ¿Pero porqué no se van a la reputa madre que los reparió?
Por algo les va como les va, por algo son casi todos analfabetos esos
guampudos, que no saben ni leer.
Decí que en eso trajeron pollo para comer y yo
me puse a comer pollo. Pero la joda es que no te traían un pedazo de pollo, un
cuarto de pollo, no era que el paje ése, el rubio de bombachudo, te preguntaba
"¿La pata o la pechuga?" No. El rubio venía con una bandeja así de
grande y le iba dejando un pollo a cada uno. Un pollito no muy grande, así
sería, enterito, al horno y con una salsa de esas que ellos le ponen a todo,
medio dulzona. Porque te aseguro que ellos se creen que comen muy bien y no
saben comer un carajo. A todo le meten el ketchup y esas porquerías. La savora,
la salsa de tomate. Y con la mano, mi viejo, como los reyes. Yo le entré a dar
al pollo por dos razones. Primero, que estaba buenísimo, hay que reconocerlo; y
segundo, que me dí cuenta que tenía que comer algo porque había venido chupando
groso y con el estomago vacío. Y eso es mortal. Me había levantado una curda en
cinco minutos porque no había comido nada hasta ese momento. Y esa es otra
maniobra de estos yankis hijos de puta. Te ponen en pedo para quebrarte la
voluntad. Uno, borracho, hace lo que el otro quiere. Y estos yankis lo
aprendieron de los españoles, esos otros hijos de puta. ¿O no lo aprendieron de
los españoles? ¿O los españoles no los cagaron a los indios con el alcohol? Los
cagaron con el alcohol mi querido. ¿O acaso la península de Florida no estuvo
llena de españoles? Y te garanto que, conmigo, lo consiguieron. Porque yo me
comí el pollo, que estaba buenísimo, y también un par de costillitas de cerdo
que tambien te traían, y una papa al horno, y no se me pasó la mamúa. Te aseguro
que hay partes que no te cuento porque no me acuerdo un carajo. Es toda una
nebulosa que no me acuerdo y eso fue uno de los argumentos -- después te voy a
completar bien el asunto-- de donde se agarró la abogada, aunque eso es algo
que te voy a ir ampliando al final. Lo que sí te juro es que quedé con grasa
hasta las pelotas con ese fato de comer con la mano. Porque además, ya habían
empezado las peleas eliminatorias entre los caballeros. Te explico: primero los
tipos éstos hacen una especie de ejercitación de destreza, digamos. Sacan con
la lanza una argolla parecida a la sortija, clavan unas lanzas mas cortitas en
unos blancos de paja. En fin... te diría que esta es la parte más honesta de la
cosa porque ahí no hay arreglo, ahí es simplemente una demostración de
habilidad ecuestre. Pero en las peleas es un completo circo, un arreglo donde
deben decir "Bueno, hoy ganás vos y mañana gana este otro". Así de
simple, como en "Titanes en el Ring". Cosa de que no gane siempre el
mismo y el tipo se sienta Gardel y ya pretenda el día de mañana irse a las
olimpíadas de las Justas Medievales. O se les descuelgue a los tipos con que
quiere más guita porque él es el Rey de la Milonga. La cosa es que habían empezado
a eliminarse entre ellos y la gente deliraba. Hacían duelos de uno contra uno,
de aquellos de Ivanhoe. Con las lanzas largas, uno a cada lado de una especie
de valla bajita, se venían y se pegaban en los escudos. El que caía quedaba
eliminado. ¡Y el mío venía prendido, che! Y yo que había seguido con la
sangría, estaba cada vez más dado vuelta, te reconozco. Me limpiaba las manos
con grasa en la espalda de la venezolana, por ejemplo. No por hijo de puta. De
los nervios, nomás. ¿Viste cuando vos ves que estás perdiendo el control, que
hay algo que te sube y te sube desde el estómago por la garganta y no lo podés
contener? Para colmo las brasileñas me gritaban de todo porque el Blanco y
Negro también venía clasificándose para la final. ¡Cómo estaría yo de acelerado,
de desorbitado, fuera de mí mismo, que el Caballero Amarillo cuando ganó la
penúltima pelea, primero saludó a su público y después se vino enfrente mío y
me saludó con una inclinación de la lanza! Hasta el Rey, el pelotudo ese que no
paraba de hablar, me miró desde su palco como cabrero. ¡Y para qué te cuento
que la final fué entre el Caballero Amarillo y el Blanco y Negro! Ahí me volví
loco. Me paré en mi asiento, me dí vuelta hacia las brasucas, saqué guita que
tenía en el bolsillo y la estrellé contra el respaldo de nuestra fila.
"¡Hay guita a mano del Amarillo!" grité "¡Hay guita a mano del
Amarillo, la concha de su madre!". Y arrugaron, las brasileñas arrugaron
--vos bien sabés que los brasucas arrugan de visitantes-- pero empezaron a
cantar no sé qué cosa. Me miraban y me señalaban, se reían las pendejas, muy
ladillas, saltaban en sus asientos. Empezó el duelo final y yo, te lo digo con
una mano en el corazón, estaba más nervioso que con Central. Para colmo, tenía
la intuición de que al Caballero Amarillo no le tocaba ganar esa noche, pero
que se había agrandado fundamentalmente por el apoyo mío. Había encontrado un
pelotudo que lo alentaba contra viento y marea, metido entre medio de la
hinchada de los contrarios, pateándole el tablero a todos esos yankis
mariconazos y había dicho "Yo a este tipo no puedo fallarle". El
morocho se había envalentonado, cansado de que lo basurearan los otros por ser
hispanoparlante y había dicho "Esta noche gano yo y se van todos a la puta
madre que los reparió" ¡Y se vienen, che, y el Amarillo lo sienta al otro
de culo de un lanzazo! ¡A la mierda con el rubiecito trolo, el Blanco y Negro!
No sé, no me acuerdo muy bien qué fue lo que hice. Me paré en el asiento, creo
que le grité algo al rey y me agarraba de las bolas, le hice así con los dedos
como que me los cogía a todos. Despues me dí vuelta hacia las brasileñas y
también me agarraba los huevos y se los mostraba. Ni sé donde carajo había ido
a parar la venezolana, por ejemplo. Creo que le pegué un empujón cuando el
Blanco y Negro rodó por el piso y la tiré como cuatro escalones más abajo.
Estaba loco, loco. Tan loco estaba puteándolas a las brasuquitas que no me dí
cuenta de que el Blanco y Negro se había parado, había sacado su espada y se le
venía al humo al Amarillo. ¡La pelea no había terminado! Me apiolé recién
cuando ví que las brasuquitas ya no me puteaban sino que saltaban y alentaban
de nuevo mirando la pista de las peleas. Y el Blanco y Negro lo cagó al
Amarillo. Simularon pelearse a espadas y con esas bolas de pinchos --porque fue
una simulación asquerosa-- y el negro puto ese del mejicano se tiró al piso
como quien se tira a la pileta, se dejó ganar el hijo de puta. La dignidad
azteca en la que yo había confiado no le alcanzó para tanto. Habrá pensado, el
piojoso, que era mejor asegurarse un plato de frijoles que ganar esa noche para
darle el gusto a un argentino totalmente en pedo. Entonces el Caballero Blanco
y Negro se vino hacia nosotros, hacia nuestro sector, caminando nomás, y saludó
con la espada hacia su tribuna, especialmente hacia el grupito de brasileñas
que chillaban histéricas. Ahí fue donde yo cacé el vaso, yo cacé el vaso de
vidrio, el alto, el de la sangría Horacio, yo cacé el vaso y, mirá --el
Caballero Blanco y Negro estaría como de acá a allá-- y le zumbé con el vaso.
Acá se lo puse, exactamente acá, en medio de la trucha, en el entrecejo. Cayó
redondo el hijo de puta. No dijo ni "Ay". Le salía sangre hasta de
las orejas. Acá se la puse. Lo que vino después, bueno, vos te lo imaginarás.
Vos sabés como son estos yankis con la cuestión de los juicios. Hay una
industria del juicio allá. Vos venís a mi casa a comer una noche, te atragantás
con una miga de pan y me metés un juicio, así nomás, derecho viejo. No sabés el
tiempo que estuve detenido. Después pude salir por eso que te decía de la
abogada que adujo "Descontrol psíquico bajo estado de emoción
violenta". Pero la cosa continúa, Horacio. A través de la Embajada. Si
tengo que ponerme, son arriba de 27.000 dolares, hermano, no es moco de pavo,
¿me entendés? Por eso te digo que me aguantes un poco, yo no tengo ninguna
intención de cagarte, eso de más está decirlo. Vos sabés bien cómo son los
norteamericanos. Y esta es otra de las formas que los tipos tienen para sacarle
la guita a los tercermundistas. Especialmente a todos aquellos que se oponen al
sistema. Por eso te digo, aguantame un cacho hasta que salga la sentencia.
Aguantame un cacho, Horacio, que yo creo que todo se va a solucionar.
Roberto Fontanarrosa
Extraído del libro "La mesa de los galanes", Ed. De La Flor 1995; Ed Planeta 2012
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