Las águilas
francas sobrevolaban el castillo. Allá, a lo lejos, sendos guerreros enemigos corrían
con sus catapultas, prestas a atacar nuestra fortaleza. Las férreas defensas de
nuestros héroes se aprestan a proteger con alma y lágrimas el honor de estas
puertas. El honor de este escudo heráldico que enaltece el espíritu de sus
nobles habitantes. Esos colores, esa bandera surcando el cielo despejado,
tormentoso o nublado, flameando en nuestras almas.
Caen precipitadas
las bolas de fuego. El ataque es inminente. ¿Caerá nuestra fortaleza? Nuestros
bravos guerreros dejaran hasta la última gota de sangre en el campo de batalla.
Antes tendido que ver caer nuestra heráldica en manos de esos. Dragones con
fuego en sus bocas atraviesan el cielo, testigos de esta cruel batalla.
Estóicamente caen
nuestros héroes. Defendiendo con honor la tropelía de nuestros enemigos,
quienes parecen duplicarse por millones. Ya nuestras defensas no pueden
soportar tal asedio. Oh, Júpiter si estas allí, necesitamos que tu mano de
fuego se pose sobre estos impíos contrarios que amenazan nuestra existencia.
Está rodeada la
fortaleza, la defensa que abraza nuestro castillo ataca con vigor. Pero no
alcanza, ya están por entrar. Ya las fuerzas nos han abandonado, ni el espíritu
nos queda para defendernos del mal. ¡Levantaos! Dad hasta la última gota de
sangre. Veo entrar a un enemigo, agárrenlo, que está solo, algún lancero
valiente, algún escudero...alguien que defienda el bastión. Nadie escucha mi súplica, mis gritos de
terror. La caída es inminente. Allá va otro, tómenlo, no lo dejen entrar. Es en
vano, solo soy un triste testigo de esta derrota, de estos hijos de puta que no
pueden ganar un puto clásico. Ni poniéndole épica se salvan estos muertos, pero
váyanse bien a cagar.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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