Aprovechando que se vino el VAR, casi 32 años después que Fontanarrosa plasmara en octubre del 85 en la revista Fierro una historieta llamada "El avance alemán" (lo publicaremos nuevamente la próxima semana), el cual luego fue hecho cuento por el negro en 1990, bajo el nombre de "Fútbol y Ciencia", que este que publicamos aquí y ahora.
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¡Hasta siempre, señor árbitro!
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¡Hasta siempre, señor árbitro!
Los 73.000 espectadores que concurrieron el 15 de enero de
1988 al Duisburg Stadium de Oberhausen no pudieron dejar de apreciar que entre
los protagonistas del espectáculo había significativas ausencias.
Y no se trataba, por cierto, de que el Ruhr 214 no alistara
entre sus filas a Hans "Caperucita" Gfrörer, o bien que entre los
fervorosos "barqueros" del Postfach no estuviese Fritz, "El
talabartero" Kiepenheuer. Lisa y llanamente, lo que brillaba por su
ausencia aquella tarde en el Duisburg Stadium era el público, dado que, la
"Effektivaterien Ballönem Helveticen" había anunciado el match como
una prueba piloto de un nuevo sistema de "referato a distancia".
Efectivamente, a escasos cien metros del coqueto estadio de Oberhausen, los
concurrentes podían advertir una misteriosa construcción de cemento, de forma
tubular, que alcanzaba la respetable altura de 75 metros. Esta torre no
representaba ventaja alguna, y más podía confundirse con un monumento moderno,
o con alguna reminiscencia emblemática de la majestuosidad nazi que con lo que
verdaderamente era: la central computarizada de control desde donde se dirigía
el encuentro. Los curiosos asistentes al match tampoco podían adivinar que,
bajo sus pies, una intrincada maraña de cables, sensores electrónicos,
filamento inalámbricos y terminales computadorizadas, unían el estadio
propiamente dicho con la torre de referato.
Dentro de la torre, a una altura de 50 metros sobre el nivel
del piso, se encuentra la nave central, a la cual se accede mediante el
servicio de tres elevadores, uno para el árbitro y los restantes para ambos
jueces de línea. Quien entra allí, a ese vasto recinto privado de luz natural y
arrullado por el permanente murmullo de los acondicionadores de aire, podrá
pensar que se halla en alguna de las centrales de control de vuelo de la NASA,
o bien que ha caído en el vientre mismo del Nautilius, el legendario sumergible
del capitán Nemo.
Cientoveintisiete pantallas de televisión, prolijamente
alineadas, emiten su mensaje, desde las paredes levemente curvadas del salón.
En frente de ellas, en medio de ellas, tres hombres, tres profesionales del
difícil arte del referato futbolístico, recepcionan hasta el más mínimo detalle
de cuanto ocurre sobre el campo de juego. Allí, alejados de la gritería
ensordecedora de la turbamulta, ajenos a la indudable presión que configura el
hostigamiento de los partidarios, los colegiados pueden dirigir, asépticamente,
el encuentro.
El sistema, costoso hasta el momento, simplifica
notablemente la tarea del árbitro y ha reducido en forma sensible los
disturbios en los campos de juego. El juez, fría su mente, gozando del
privilegio de beber su marca de cerveza preferida en tanto vigila a los 22
jugadores, cuenta, entonces, con la inestimable ayuda de mil ojos electrónicos,
que complementan los suyos. En cuanto detecta una infracción, oprime un botón y
un silbato estridente se escucha a unos cien metros más allá, en todo el
estadio. Si la jugada no ha sido clara o si la infracción es dudosa, el
colegiado cuenta con otro valioso recurso para calmar y convencer, en forma
palmaria, al bando que se considera perjudicado: con otro simple botón
desplegará sobre las dos inmensas pantallas electrónicas colocadas en ambas
cabeceras del estadio, la escena repetida, con detención de imagen y ampliación
de los ángulos necesarios para refrendar con sólidas razones la penalidad
adoptada. Cualquiera podría suponer que esa maniobra requeriría dos o tres
minutos en concretarse, con el consiguiente retraso y ruptura del ritmo del
partido. Pero no es así, ya que la memoria computarizada seleccionará entre los
centenares de enfoques de la misma acción, las cuatro o cinco que considera más
gráficas y contundentes, brindando al juez, en una fracción de segundo, la
posibilidad de poner frente al público las que juzgue más válidas. Todo esto,
sin que la máxima autoridad del match sufra el reproche de los jugadores ni sus
estentóreos reclamos.
Más simple aun, para le nuevo sistema de referato, es
eliminar cuanta duda pueda presentarse respecto de balones fuera de juego, balones
ingresados o no tras la línea de la portería o bien, incluso, ante la siempre
controvertida "Ley del Offside". Un sistema televisivo tipo
"Fotochart" turfístico, elimina cualquier clase de duda, ya que le
ojo eléctrico que patrulla la línea del último defensor captará, precisará y
denunciará a quien reciba el balón en posición prohibida. En los casos de un
discutido hand, por ejemplo, donde ni siquiera la visión televisiva puede
dictaminar en un ciento por ciento el contacto del balón con la mano del
defensor, también la insospechable computación vendrá en auxilio del señor
árbitro, puesto que las pantallas mostrarán la acción, agregando un luminoso
pespunte verde. Nilo de coordenadas y flechas indicatorias que avalan la
posibilidad o la imposibilidad, de que dicho contacto haya tenido lugar.
De cualquier manera, el revolucionario sistema, llamado
provisoriamente A.U.P. (Arbipeissal Und Perspecktiven) admite también el
encanto de la controversia. Nadie puede negar el importante condimento que
significa para el partidario del fútbol la discusión en la oficina, durante
toda la semana, sobre si tal o cual fallo estuvo acertadamente tomado. Y no
puede tampoco, quitársele al aficionado común la posibilidad de exorcizar sus
frustraciones y represiones domésticas, denostando la figura del colegiado. Así
ha sido siempre y lo seguirá siendo, aunque en menor medida con el nuevo
sistema, que también deja, sabiamente, resquicios para la discusión.
En algunos casos, muy puntuales, el poder de decisión
quedará en manos del clásico y consabido criterio personal del árbitro. Allí,
como siempre la falibilidad humana seguirá alimentando el intercambio de
opiniones. Se dará, por ejemplo, con la inefable "Ley de la ventaja".
No habrá computadora, entonces, que ayude a dictaminar a su referí si tal o
cual jugador cometió una infracción adrede o sin quererlo, como tampoco contará
el árbitro con ayuda tecnológica para decidir si el delantero que se proyectaba
solo hacia el gol ha de caer definitivamente o podrá continuar con su carrera,
luego del golpe que intentara derribarlo. La misma incógnita deberá enfrentar
el colegiado cuando deba determinar, sin respaldo científico alguno, cuándo una
"mano" dentro del área, es intencional o casual, ya que no hay
todavía, por fortuna, computadora alguna que esté conectada con el cerebro
mismo de los futbolistas. Se podrán repetir, entonces, protestas o abucheos del
público, pero ya nunca de la magnitud de la ocurrida en torno al recordado
árbitro internacional belga, Henri Degrelle*.
Justamente en virtud de este suceso, la FIFA aceleró los
estudios y puesta en práctica del sistema A.U.P. De todos modos, ese grado de
controversia, ese resquicio de humana posibilidad de error ha sido
minuciosamente estudiado por los sicólogos que trabajaron en el proyecto para
no revestir al más popular de los deportes de un halo tecnocrático que le reste
espontaneísmo y creatividad. Así será, entonces, que los seguidores partidarios
de los conjuntos podrán continuar exteriorizando sus quejas como siempre, como
en todas las épocas, a pesar de que, también en ese orden, se han detectado
indicios inquietantes. En efecto, desde el 17 de junio último, un adelanto
significativo se puso de manifiesto en el campo de la protesta partidaria, en
ocasión de llevarse a cabo el clásico encuentro entre el Benelux-Gotha de Mons
y el Astipalaia de Grecia. Tras un discutido fallo del colegiado sueco Gustavo
Skelleftea, un proyectil misilístico del tipo M-L7, versión soviética de
segunda generación, impactó y redujo a polvo la torre de control de referato.
Se piensa que el proyectil fue accionado por un fanático del Astipalaia,
mediante un propulsor personal, desde atrás del arco norte del estadio,
distante casi unos 250 metros de la sólida construcción tubular, aún hoy hecha
escombros. "Ellos también han progresado mucho", sólo atinó a decir
Gerd Walde, titular del Consejo Arbitral Germano y propulsor del sistema
A.U.P., a título de conformista comentario.
* Referencia a los disturbios ocurridos en el match del 23
de marzo de 1978, en oportunidad de enfrentarse el Maat-Riebevs y el EDV-14/N y
que finalizaron con la quema total de la bella ciudad de Nachdruck.
Roberto Fontanarrosa
Extraído del libro "El mayor de mis defectos". De la Flor 1990/Planeta 2012. | "Solo fútbol". De La Flor 2002/ Planeta 2012
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