Al gordo Jorge Rincón lo conocí en la novena de Banfield. No
tenía pinta de crack; es más, podría asegurar que era horrible jugando, pero
siempre era titular. Muchas veces perdíamos porque por su lateral venían todos
los ataques rivales, pero así y todo siempre salía en el once inicial. Había
otros laterales muy buenos, pero el gordo siempre salía con la 3 en la espalda.
Claro, esto tiene una explicación bastante simple y lógica: su tío tenía un
cargo alto en la municipalidad de Lomas. Ningún DT se animaba a tocarlo porque
el tío era de la pesada y además colaboraba con el club, tirándole algún subsidio
para alguna obra que siempre se diluía en la dirigencia.
El gordo sinceramente era un tipazo, un chabón muy copado
que respiraba futbol. Su sueño era debutar en Banfield y terminar en el Real
Madrid. Pavada de sueño. “Yo voy a ganar todo con el fútbol”, solía decir en
cada entrenamiento, ante la burla de los otros pibes. Obviamente estaba al
tanto de que estaba ahí gracias a su tío, no era boludo el tipo. Le estaba
agradecido y decía que solo tenía que ponerse a punto y le iba a dar la razón a
todos los que lo bancaban, que eran pocos, e iba a demostrar que no solo estaba
ahí por tener palanca. La verdad que Jorge se merecía triunfar. Era un tronco sí,
pero le ponía toda la voluntad del mundo. Entrenaba el doble, se quedaba
después de hora practicando. Pero por más ganas que le ponía, era cada día más
horrible.
Al pobre gordo lo padecí hasta la cuarta. Fue cuando
vinieron desde España a vernos y nos compraron en lote, como a las vacas. Los
españoles del Murcia cayeron y por un par de euros, aprovechando que el club
estaba en una época de mishiadura, se llevó a varios pibes, incluido yo. El gordo y otros juveniles invendibles se
quedaron en el club. Rincón llegó a debutar un par de años después, jugó en el taladro un puñado de partidos y lo fletaron a
préstamo a equipos del ascenso. Creo que El Porvenir, Morón, Brown de Adrogué… después le perdí el rastro. En cuanto a mí, ni
siquiera llegue a debutar en el Murcia, al cabo de unos meses me prestaron al CD
Lugo, donde estuve un par de temporadas, para pasar al Rayo Vallecano y luego
por un sinfín de equipos del ascenso español. El ultimo equipo en el que estuve
fue el UD Melilla, ahí me quede libre y como
no aparecía ningún club, me volví para la Argentina.
La semana pasada llegué a Buenos Aires, visité a un par de amigos y me fui a la Asociación del Futbol Argentino para hacer un trámite. Como la cosa iba a demorar, almorcé en el bar de la esquina. Fue ahí que lo vi al gordo: estaba vestido con un traje gris finísimo, un broche de oro y agitaba un celular de esos carísimos que parecen una TV Led más que un teléfono. Mucho más gordo de lo que me acordaba y con una calvicie que le llegaba hasta la mitad de la bocha, parecía mucho más viejo que yo, a pesar de que tenemos la misma edad. Lo llame con un grito y vino contento a saludarme. “¿Negrito, como estas?”, me dijo mientras me palmeaba un hombro. Me preguntó si seguía jugando, si tenía club y representante. Andaba apurado y me dejo una tarjeta, al parecer el tío lo acomodo en la AFA. Se lo veía contento, antes de irse me palmeo por última vez y me dijo: “¿Estás sin club? Te consigo ya mismo uno, eso sí, el 20% va por adelantado. Llámame”. Qué bueno que el gordo la haya pegado en el futbol con lo mucho que le gusta este noble deporte .
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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