El que puso el dedo en la llaga
fue, sin quererlo, el "Gamuza".
—Che, Penani —le preguntó—. A
vos ¿Por qué te dicen Penani?
El flaco bajó la sexta que
estaba leyendo, lo miró un momento y, encogiéndose de hombros, dijo:
—Qué sé yo.
—¿Cómo no sabes, gil? —insistió
el otro.
—No. No sé.
—Otario —se puso agresivo el
Gamuza—. Te dicen Penani y no sabes por qué te dicen Penani. . .
El flaco dejó de prestarle
atención, volvió a levantar el diario buscando la página de deportes.
—Qué se yo, Gamuza —concluyó—.
No hinches las bolas.
El Gamuza se levantó, riéndose,
mirando hacia los demás.
—¡Qué otario éste! —lo señaló—.
Ni siquiera sabe por qué mierda le dicen así.
Pero, a pesar de la aparente
indiferencia con que el Penani había tomado la pregunta, al día siguiente quedó
demostrado que la cosa le había dejado una cierta preocupación.
—Vos sabes que el rompebolas de
Gamuza —arrancó, sin aviso previo, el flaco en tanto masticaba aparatosamente
unos saladitos—. Ayer me metió un dedo en el culo. . .
Guilloti lo miró, expectante.
—Me preguntó —siguió el flaco—
por qué a mí me dicen "Penani". ¿Y vos sabes que es una buena
pregunta? Mira vos, mira vos cómo son las cosas. A mí nunca se me había
ocurrido preguntármelo. Mira vos. . .
—O sea. . . —empezó Guilloti— .
. .a vos te dicen Penani desde muy chico, me imagino.
—Siempre. Desde siempre —volvió
a atacar los saladitos el flaco. —Y son esas cosas que vos ya las aceptas así.
Que ni se te ocurre preguntarte por qué carajo son o de dónde carajo salen. Te
llaman así y chau, a la lona, nadie entra a averiguar por qué. . .
—Claro —aceptó Guilloti— . .
.como a mí Cacho.
—Bueno. . . Pero en el caso
tuyo. . . nadie va a pensar que Cacho puede tener algún significado especial.
—Eso es verdad —aprobó
Guilloti.
—No vas a ser un cacho de algo,
un pedazo de alguna cosa.
—No —casi sonrió Guilloti.
—Qué joda ¿no? —el flaco se quedó pensativo. Cacho también.
Pero a poco aportó lo suyo.
—Generalmente —dijo—Esos
apodos raros que vienen de muy pendejos, son por alguna palabra que decías mal,
o que le llamabas así a alguna cosa, o. . . —a Guilloti se le terminaron los
argumentos.
—Sí —consintió el flaco— . . .
pero "Penani". . . ¿Qué sorete es "Penani"?
—La verdad. . . —admitió su
ignorancia Guilloti.
—Puta. . . se me ha despertado
la curiosidad —se estiró el flaco en su asiento rascándose la entrepierna.
—¿Y por qué no le preguntas a
tus viejos? —le dijo Guilloti.
—Sí. Sí. Les voy a preguntar
—anunció el flaco. Y se pusieron a hablar de fútbol. Lo cierto, y para no
hacerla larga, es que el flaco esa misma noche le preguntó a la madre. La madre
primero lo miró con extrañeza, luego se puso algo nerviosa y, finalmente, le
dijo que ella tampoco sabía.
—Vieja —se enojó el Penani—.
¡No me vas a decir que vos me conociste cuando a mí ya me decían así!
Pero la madre se mantuvo en lo
suyo. Le dijo que si lo sabía se había olvidado, que debía ser por alguna
tontería y que posiblemente el que tenía conocimiento del asunto era su padre.
El flaco quedó muy preocupado,
no sólo porque su padre había muerto cuatro años atrás al chocar con el
Rastrojero, sino porque esa noche la madre no quiso cenar y estuvo lloriqueando
durante todo el tiempo que se mantuvo mirando televisión. Al día siguiente, el
flaco abordó a Brígida, la abuela. La anciana sólo le brindó una información
somera.
—Nene —le dijo—, si siempre te
han llamado así —justificó.
—Sí, pero quiero saber por qué
me llaman así.
La abuela miró hacia todos
lados, se asomó a la puerta de la cocina, y después le dijo:
—No sé, querido. Me olvido de
las cosas. Vos sabes que no ando muy católica de la memoria.
Penani tuvo que contenerse
para no pegarle. La vieja aquella tenía una memoria prodigiosa que le permitía
recordar qué vestido había usado su prima Etelvina cuando el casamiento de tía
Eloy, a mediados del año 27, o el número de teléfono de su hermana Ruth, en
Saladillo, de donde ésta se había mudado hacia fines del 31.
Penani tomó férreamente a la
vieja por un brazo y amenazó torturarla con un tirabuzón. La abuela chilló un
poco, le rogó después que no la comprometiese y, finalmente, vomitó.
Aquello ya sacó de quicio al
Penani. Al día siguiente no apareció por el taller. Se tomó un ómnibus y se fue
hasta el instituto psiquiátrico de Oliveros, a ver a su tío Tomás, internado
allí desde hacía algo más de 25 años, año más año menos. Nunca había quedado
bien en claro si Tomás estaba realmente loco en el momento de la internación,
lo que produjo a través del tiempo más de una controversia airada en la
familia. Pero Penani sabía que el tío había vivido sus
últimos años de cordura en su casa, cuando él era chico, y podía saber algo
respecto de su apodo.
El recuerdo de su tío Tomás
era muy borroso para el flaco. Recordaba una escena de una Navidad cuando él
mismo, el flaco, tendría cuatro o cinco años, con Tomás levantando un fuentón
con barras de hielo, y otra escena, con su tío peinándose frente al espejo del
baño de servicio, con un tenedor de postre.
Penani fue a ver a Tomás ese
día, y volvió ya de noche.
De allí en más su conducta
cambió mucho. De común alegre y dicharachero, se tornó un muchacho serio y
reconcentrado.
Un día antes que los
compañeros de la barra lo abordaran para preguntarle qué le pasaba, hizo las
valijas y se fue del barrio.
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