/* */ /* */

Slider[Style1]

Style2

Style3[OneLeft]

Style3[OneRight]

Style4

Style5

“Me hinché las pelotas de perder tanto”. Con esas palabras el presidente de la Federación de Fútbol de Saint Félix —el pequeño principado que se encuentra entre España y Francia— dio por iniciada la asamblea extraordinaria a la que había convocado de urgencia. La selección de fútbol de dicho país había caído por la friolera de 12-0 frente a España por las eliminatorias de la Eurocopa. Goleadas de ese tipo eran frecuentes, sin ir más lejos la máxima goleada sufrida por esta selección, de tan solo 7 años de vida, fue un 18-0 frente a Bélgica en las eliminatorias del mundial pasado. Como en toda selección de un país pequeño y más aun siendo una federación tan joven, sus jugadores eran todos amateurs. En el once titular había desde un plomero hasta un abogado experto en derecho internacional, pasando por un taxista y un empleado público.

Pero esta vez Guillermo Van Haaaaart, presidente de la Federación, estaba completamente enojado, puesto que sus jugadores estaban más preocupados por intercambiar camisetas con los rivales que por el partido en sí. No podía tolerar semejante humillación. En la misma asamblea comunicó que el inglés Ron Dawness, entrenador del conjunto, había sido despedido el día anterior por los resultados calamitosos.

— ¡Esto se terminó! Vamos a abrir una nueva etapa en la conducción de esta selección —dijo el presidente mientras se levantaba de su sillón en forma enérgica—, este equipo es similar a un equipo de ascenso del más bajo escalafón. No somos igual al resto. Hasta San Marino o Gibraltar han evolucionado mientras nosotros somos el hazmerreír de Europa. Pero eso no va más.

—Hay que conseguir un entrenador de renombre para ello —tercio un viejito miembro del comité ejecutivo.

—Nada de eso —se enojó el presidente—, los entrenadores famosos siempre trabajan con grandes figuras. Nosotros no tenemos a nadie que pueda dar dos pases seguidos. Acá todo es a pulmón y por eso quiero informarles que ya tengo un entrenador disponible, que sabe lo que es trabajar con jugadores amateurs.

El presidente se acercó al intercomunicador, hablo con su secretaria y luego se fue a parar a la puerta de entrada de la sala de reuniones. Se escucharon dos golpecitos, Guillermo Van Haaaaart abrió la puerta y por ella entro un hombrecito regordete con una barba cuidada, de rasgos simpáticos y con una mirada curiosa.

—Les presento a Daniel Carlini, el nuevo entrenador de la selección nacional de Saint Félix —dijo el presidente mientras palmeaba el hombro del entrenador. La comisión directiva miraba al recién llegado, los ojos inquisidores iban de arriba abajo.

—Este hombre es una eminencia del ascenso argentino —interrumpió el presidente el análisis visual de la asamblea—, viene de lo que ellos llaman la Primera D. Allí son todos amateurs. Este hombre con su equipo logro pelear un ascenso. Esto es lo que necesitamos, un tipo que sepa trabajar y que por sobre todo sepa motivar a jugadores que no lo son. Con él en el banco hasta podríamos lograr algún repechaje.

Los miembros de la asamblea se miraban unos a otros, por un lado era bastante coherente lo que proponía el presidente: ya era hora de instalar una profesionalización,  de comenzarla de una buena vez.  Sin embargo las expectativas que tenía eran bastante altas. La federación era bastante joven y ese principado ni siquiera tenía una liga, había dos equipos asociados a la liga española, pero se encontraban en divisiones amateurs, casi siempre terminaban en los escalones de abajo. Sin embargo la desmesura en la confianza del presidente hizo que todos se ilusionaran con este nuevo proyecto. Tal vez incentivados por ello, se levantaron y le brindaron un fuerte aplauso al entrenador recién llegado.

La tarea de Daniel Carlini no era sencilla. Como primer  acto al frente del equipo dispuso de un “picado” entre los titulares y los suplentes. Él y su ayudante de campo se sentaron en el banco de suplentes, mientras el preparador físico oficiaba de árbitro. El partido no podía ser más horrible. Pifias, goles boludisimos, errores infantiles… La cara de Carlini fue de velorio. Decidió interrumpir la práctica y cagarlos a pedos a todos: Que están representando a una selección nacional, que no pueden ser tan hijos de puta, que son una risa, que había mejores jugadores en una caballeriza… fueron algunas de las palabras del regordete entrenador. Antes de finalizar dicha charla les aviso que todos los días iba a practicar en doble turno hasta que “se le vayan lo burro”.

Carlini decidió hablar con el presidente y pedirle abrir una convocatoria a jugadores desconocidos además de programar un amistoso contra Gibraltar. Guillermo Van Haaaaart accedió y en menos de dos días arreglo un encuentro contra la selección del peñón. Ambas cosas fueron un completo fracaso. A la convocatoria solo vinieron dos personas que jugaban mucho más horrible que el promedio de los que ya estaban. Los descartó de inmediato. En cuanto al amistoso entre dos selecciones cuasi amateurs fue lamentable. Gibraltar gano por paliza 9-1. Luego de ese papelón, se volvieron a juntar para evaluar la situación del equipo y los nuevos métodos a seguir. Carlini sostenía que los jugadores deberían entrenar a triple turno, y en los ratos libres analizar a los jugadores rivales. En tres meses se venían de nuevo los partidos de las eliminatorias —encima tenían que jugar nada más y nada menos que contra Polonia—,  el entrenador desarrollo un plan inhumano para los jugadores amateurs: La concentración iba a durar un mes, los jugadores deberían pedir vacaciones adelantadas en sus respectivos trabajos;  la federación se iba a ser cargo de aquellos que trabajaban en forma autónoma. Los entrenamientos eran durísimos. Arrancaban a las 8 de la mañana y terminaban a las 13 horas. En 15 días los jugadores desarrollaron más músculos que Charles Atlas y si bien tenían alguna falencia a la hora de jugar el crecimiento fútbolístico era notorio.

Llego por fin el día del partido y los nervios de los jugadores se hacían sentir. Carlini junto a todos en el vestuario y se subió a una silla para dar la charla motivacional antes del partido:

“Miren muchachos, vamos a enfrentar a Polonia, una selección de primer nivel. Tienen un jugador como Robert Lewandowski. Antes para todos ustedes el objetivo era pedirle la camiseta al goleador. Bueno, eso se terminó. Hoy Polonia es su enemigo y ese delantero el enemigo principal. Nos van a ganar, eso seguro, pero quiero que ustedes les hagan saber que no va a ser tan fácil llevarse esa victoria. Se terminó la época donde venían acá a Saint Félix a trepar en la tabla de goleadores. Ahora somos un equipo de verdad. Hay que hacerle sentir a esos putitos que acá no se la van a llevar gratis, nos rompimos el culo por meses para lograr mejorar y mejoramos, es hora de demostrar que nadie va a venir acá a cagarse de risa de nosotros”

Carlini había dispuesto una marca férrea sobre Lewandowski. Eran dos tipos contra uno de los máximos artilleros de Europa.  Al pobre delantero polaco lo marcaron con todo con tal de no perder por mucho: lo frenaban a codazos, a escupitajos, con agarrones… pero lo terrible se vivió a los 15 minutos del primer tiempo, cuando Polonia ya ganaba dos a cero. Lewandowski encaró por izquierda y desde atrás Rafael Pontevedra lo taló desde atrás. El polaco se revolcaba del dolor. El marcador de la selección de Saint Félix vio la roja instantáneamente. El delantero se fue en camilla, luego se supo que tuvo una distensión solamente, sacándola barata. El partido término “solo” seis a cero a favor del equipo polaco, lo cual era un hito en el fútbol sanfelixiano. Por primera vez perdía por menos de ocho goles.

A pesar de los “pocos” goles recibidos, Carlini dispuso para el próximo encuentro una preparación más dura. Los jugadores tenían que memorizar la formación del otro equipo, cuál era la función y como se desempeñaban. El partido contra Bosnia era pegadito al de Polonia, tan solo cuatro días de diferencia. A los siete minutos de comenzado el partido, Walter Montiel, capitán del equipo,  recibió la roja por un planchazo a Džeko. El juego brusco de Saint Félix era moneda corriente. En ese encuentro Bosnia pudo ganarle “solamente” por cuatro a cero. Era la primera vez que el equipo no recibía más de una decena de goles en condición de visitante. Un verdadero milagro. Un logro indiscutible.

En el transcurso del año, Saint Félix logro resultados sorprendentes, siempre derrotas pero la brecha con otros equipos se achicaba. Perdió tres a cero con Irlanda, cinco a cero contra Portugal —No jugo Cristiano Ronaldo por temor a estos brutos lo lesionasen—, para cerrar la primera ronda de las eliminatorias. En los amistosos sumo su primera derrota por un gol, contra Burundi. Parecía que con el correr de los partidos, la victoria estaba al caer. Los resultados estaban a la vista y el presidente de la federación no podía estar más contento. Sin embargo lo que estaban de muy mal humor con todos esto eran los jugadores. Si bien ahora tenían un físico impresionante y jugaban mejor, no estaban para nada a gusto con este sistema desgastante.  Antes de volver a jugar la segunda ronda de las eliminatorias contra España, los jugadores se amotinaron en las instalaciones deportivas de la federación y pidieron la renuncia del técnico argentino. El presidente se mostró muy molesto y fue a hablar con ellos. No logró nada, querían la renuncia si o si de Carlini. Fue entonces que el entrenador argentino se acercó a los vestuarios donde estaban parapetados los jugadores y pidió negociar con Walter Montiel, el capitán. Los jugadores accedieron: el entrenador junto con el defensor tuvieron su conclave.

—No queremos que siga con nosotros, usted nos arruino la vida —le espeto Montiel

—No sé porque dicen semejante cosa, gracias a mi dejaron de perder por goleada, se dejaron de reír de ustedes…

—No se trata de perder por poco, y si vamos al caso seguimos perdiendo…

—Con el tiempo eso se revertirá…

—Yo le voy a ser sincero, antes de su llegada esto era el paraíso —dijo Montiel mientras se prendía un habano, olvidándose por cualquier tipo de represalias por parte del entrenador—, uno todas las semana trabajaba en lo que le gustaba, acá en este principado pagan muy bien, usted lo habrá notado. Los ratos libres lo pasábamos en familia. Llegaba el domingo y había partido. Mientras muchos en otros países los domingos se juntan a jugar algún campeonato casero entre amigos o con compañeros, nosotros jugábamos las eliminatorias. Nos codeábamos con Ronaldo, Iniesta, Schweinsteiger, Rooney. Perdíamos por goleada pero nos íbamos contentos a casa, con algún autógrafo y en el mejor de los casos con alguna camiseta de nuestros ídolos. Ahora no nos pueden ni ver, si lo molemos a patadas. Perdimos todo eso, con todo lo que usted vino a instalar perdimos las ganas. Cada vez trabajamos menos porque tenemos que entrenar, nuestras familias fueron reemplazadas por usted y su equipo… y lo peor de todo es que ya no disfrutamos el fútbol, hasta nos quitó las ganas de eso…

Daniel Carlini se quedó mirándolo un rato largo.

—Levanten la huelga, tienen libre hasta el sábado, nos vemos acá el mismo sábado para el partido— le dijo Carlini poniéndole una mano en el hombro echando un suspiro.

El partido contra España, Saint Félix lo perdió por 14 a 0. Ni bien terminado el encuentro el presidente completamente enfurecido bajó adonde estaba Carlini, entre puteadas le preguntó que había pasado para volver a perder por tan catastrófica diferencia de nuevo y lo peor de todo, no hubo una muestra de carácter.

— ¿Sabe lo que pasa don Haaaaart? Los muchachos se divirtieron, eso paso —le respondió Carlini mientras entraba al vestuario con la camiseta de Iniesta al hombro.

Toni  Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor

«
Siguiente
Entrada más reciente
»
Anterior
Entrada antigua

No hay comentarios.:


Top