Otra
vez había terminado el partido de los miércoles. El equipo de troncos del cual
forme parte había perdido por la módica suma de 17 a 8. Lo más cercano a
alcanzarlos en el resultado fue cuando estábamos perdiendo uno a cero. Porque
nosotros teníamos es particularidad de armar equipos desparejos. No porque
fuéramos boludos, sino que era por orden de llegada y muchas veces nosotros los
rústicos nos tómanos un partido cómo algo serio y estamos ahí temprano. Todos
transpirados nos fuimos acomodando en la mesa cercana a la salida, lejos del
bullicio que suelen hacer los jubilados en sus partidos de truco. En más de una
oportunidad tuvimos que separar a estos vejestorios cuando se querían ir a las
manos cuando alguno se carteaba o mentía más de la cuenta, y eso que jugaban
por porotos, que en cualquier momento
les germinaban en la mesa, dado que nunca los cambiaban.
El
primero en llegar a la mesa fui yo, segundos después el rana quien se desplomo
sobre la silla. Después vino el rengo. Los más pulcros se habían ido a bañar y
antes de comer los teníamos que esperar y obviamente llegaban con la charla
empezada.
—Estos
hijos de puta no deben tener baño en la casa —dijo el rana mientras ya iba como
por su cuarto cigarrillo post partido.
—Les
gustan estar en bolas con otros tipos —dijo Miguel mientras se sentaba luego de
volver de la barra con una cerveza.
—Son
cómo las leonas, gordo acá a sacarle una foto que la vendemos a alguna revista
de animales o a la National Geografic
—No
boludo deja, mi celular es inteligente, llega a ver eso queda traumado y tengo
que llevarlo a terapia— respondió el gordo.
—
¿Pidieron manices? —pregunto Gorriti mientras se sentaba.
—Se
dicen maníes, pedazo de bestia— dijo Horacio, que era profesor.
—Por
qué no te vas a corregir a los alumnos, que así también está la educación del
país — le espeto Gorriti. Lo llamábamos así porque nunca se sacaba la gorra, ni
siquiera para la fiesta de 15 de su hija.
—Llegó
Cristiano Ronaldo —dije ante la llegada de Martín. Martín Pérez era un terrible
jugador. A todos nosotros nos llevaba cuerpos de ventaja. Cabeceaba como los
dioses, iba al frente, podía regular en velocidad, jugaba y hacia jugar. Sin
embargo no le decíamos Cristiano por su forma de jugar. Lo llamábamos así
porque era facherito, carilindo y nunca tenía olor a chivo. Nunca iba a bañarse
después de los partidos, pero aun así con esa camiseta blanca marcada por el
sudor podía asistir a un cumpleaños de 15 y quedar como un duque. Corría cómo
un hijo de puta pero parecía que sudaba perfume. Tenía más levante que un
levantador de pesas olímpico, siempre venía con una novia diferente y no
cualquier bagarto, minas con todas las letras.
—Y
lo trajiste a Messi —dije mirando a Rubén. Este amigo nuestro era lo más lejano
a Lio Messi que pudiese existir. Torpe, no podía eludir ni a la
responsabilidad. Era alto y encima jugaba abajo. Nada que ver con el astro
rosarino. Su apodo comparativo con el 10 del Barcelona se debía a que tres
veces vomitó antes de salir a la cancha o incluso estando en pleno partido. No
lo hacía por nervios, ni porque anduviese jodido. Lo hacía porque era un
terrible borracho. Este paria futbolístico se venía una o dos horas antes
solamente para chupar en soledad, porque la mujer en la casa lo tenía cortito y
no lo dejaba tomar ni una gota.
—Mira
el lujo que tenemos, dos balones de oro jugando acá —aporto Gorriti.
—Déjame
de joder, los balones de oro son una mentira che — dijo recién llegado el rengo
con una toalla al cuello.
—Mentira
sos vos rengo, que hasta el gordo te gana un pique —comente.
—Yo
lo digo en serio —dijo mientras se servía enérgicamente una cerveza— el balón
de oro siempre va para equipos podridos en guita. Con guita cualquiera hermano…
—Rengo,
esos son los equipos que tienen la guita para mantener esos monstruos— advirtió
Horacio.
—Vos
no sabes las de pibes que vi que juegan
mejor que cualquier superestrella de Europa, pichones de Cristianos, de Messi,
de todos viejo, de todos.
El
rengo sabía de lo que hablaba. Era contador y en sus ratos libres —generalmente
casi siempre, porque menos clientes que un cabaret en el Vaticano— era
entrenador y representante de juveniles en el club del barrio. El rengo era un
pan de Dios, por eso la mayoría de los pibes se le iban con otros
representantes que les prometían de todo a los pendejos. Miguel —ese era su
nombre, pero le decíamos "el rengo" por su adicción a lesionarse en
los partidos y jugarlos rengueando, además ya teníamos un Miguel y no vamos a
andar diferenciando un Miguel del otro usando el apellido o la profesión, este
era el Rengo y punto.
Lo
que tenía de buenazo, lo tenía de soñador. Él quería que sus representados
jueguen en el club de barrio hasta los 16 o 17 años y después pegue el salto a
algún club de por acá, cómo El Porvenir, Independiente, Racing, Lanús o Banfield.
Así se le fueron cómo 10 pibes. Venia un representante ya ducho en el tema, les
ofrecía plata grande a los padres y con el tema de la patria potestad se lo
llevaban a Europa. Un caso resonante fue el del pibe Leopoldo Sosa, que ahora
juega en el Napoli. Era una de las grandes fichas que tenía el rengo, pero se
la soplaron.
El
rengo no era pobre, tampoco rico pero se estaba arruinando de a poco por la
escasez de clientes y por cómo le afanaban pibes. Nosotros le decíamos que se
dejará de hinchar las bolas con su sueño de barrio y que ofreciera algún que
otro talento a un club grande. Ni siquiera a Europa, a un River o Boca. Pero el
rengo que era medio zurdo nunca nos daba pelota y así solo le quedaban
juveniles que eran de madera y terminaban sus sueños futboleros jugando en
algún intercountry o en algún torneo amateur, donde obviamente no se necesitaba
de un representante. El jugador que más lejos llegó fue el mono Molina, un
aguerrido marcado central que se desempeñó en Deportivo Paraguayo, quien
tampoco necesito representante.
—
¿Vos pretendes que los de la FIFA o de la revista france football vengan hasta
acá a ver a alguno de los proyectos de paquetes que representas? —ataco fuerte
el rana.
—No
pelotudo, no te digo que vayan a ver torneos de acá, pero nunca un balón de oro
de la Argentina.
—
¿Y Messi que es? ¿Uruguayo?
—No
infeliz, de algún equipo argentino, no te pido una sociedad de fomento. TE digo
nunca un jugador de River o Boca tampoco hermano.
—Riquelme
hubiese ganado cómo cinco —acoto Raúl y nadie le dio bola.
Acá
eligen siempre a jugadores del Barcelona, del Real, del Manchester —prosiguió
el rengo— todos equipos con guita, es un premio capitalista. Más que Balón de
oro es un premio a la guita viejo. Necesitamos un balón de oro socialista,
hermano.
—Y
si los mejores del mundo están allá, boludo —dijo el mudo mientras levantaba su
chopp y lo detenía en el aire— ellos tienen la guita y compran, los clubes de
acá no pueden mantener ni la mirada.
—
¿Cuando los gringos quieren bailar y escuchar el mejor tango a dónde van? Acá
vienen papá —se respondió a sí mismo el rengo— los japoneses bailan y hacen
tango pero es una poronga hermano. El fútbol es lo mismo viejo, acá está el
mejor fútbol y nunca hubo un puto balón de oro con un jugador que jugará en el
país...
—Hay
un diario de Uruguay que elige a los mejores de acá, de Sudamérica —atiné a
decir.
—Pero
nadie le da bola, están todos boludos con lo de la FIFA y la revista esa
choronga de Francia, pero claro nosotros somos los boludos que preferimos
siempre lo de afuera —dijo el rengo mientras manoteaba maníes—, te puedo
asegurar que si Messi o Cristiano Ronaldo jugaban en River o Boca o en Riestra,
no los elegían en su puta vida como mejores jugadores del mundo.
—Pasa
que acá los pibes se van muy jóvenes y explotan allá, recién cuando ya están rotos o demasiados viejos vuelven para
acá —dijo Rubén, mejor conocido como el falso Messi.
—Por
eso yo quiero que mis pibes, se queden acá —dijo expresivo el Rengo— yo conozco
un montón de pendejos que son diez veces más que Messi.
—Y
yo conozco un montón de representante que son más rápidos que vos —toreó el
mudo.
—Eso
es porque hoy todos se mueven por la guita, mudo —acuso el golpe bajo el rengo—
pero tengo un pibe que estoy seguro que la va a romper acá y no se va a ir a
ningún lado.
—
¿Otro más? —dijo Horacio—, se va a quedar hasta que venga un representante de
verdad, no como vos que todavía vive en el mundo ideal de aladdin.
—Yo
lo conozco y sé que este me va a salir bueno —suspiro el rengo con la batalla
casi pérdida— es de familia humilde pero no se va a dejar engatusar con la
guita, ya lo tengo hablado...
—Vos
seguí hablando, tenes que darle una moneda para que se quede —arremetió Raúl—
todo muy lindo pero al primer mango que le ponga otro lo perdes, como perdiste
a todos.
—Ustedes
solo piensan en la plata carajo— exhalo el rengo y quedo ensimismado. Lo cual
me produjo mucha pena porque será medio boludo y soñador pero sus intenciones
siempre fueron las mejores.
—
¿Y cómo se llama este pibe? ¿Es del barrio? ¿De que juega? —intente correr el
eje de la conversación para salvar a mi amigo.
—Enganche,
es el mejor que tengo —dijo mientras se le iluminaban los ojos, como si
estuviese hablando de un ser querido— no sabes como la mueve el pendejo, doce
años tiene pero es un infierno. Es el hijo de Cambarelli, el electricista de la
avenida.
Jorge
Cambarelli era electricista de autos, un garca de aquellos. Le llevabas el auto
por un problema en el alternador y te salía más caro que un choque de frente
contra un scania. Siempre encontraba algo más cómo para arrancarle la cabeza a
uno. Por eso cuando nos dijo que este pibe era el hijo, yo ya sabía el
desenlace. A Cambarelli le gustaba muchísimo la guita. Estaba todo dicho.
—
¿Vos decís que Cambarelli no se va a dejar tentar por un representante? —se
alarmó Horacio.
—Por
supuesto que sí, pero la mujer lo tiene cortito y ella no quiere saber nada de
que el chico se le vaya —defendió el rengo.
—Pero
pelotudo, ese tipo tiene más minas que un jeque, le va a chupar un huevo lo que
le diga la gorda —seguía indignándose Horacio.
—Yo
te digo que no es así.
—
¿Pero escúchame, juega bien? —volví a insistir con el tema futbolístico.
—Es
una locura ese pendejo —giro hacia mí el rengo— no sabes lo que hace con la
pelota. Antes lo llevaba a jugar por guita a torneos de juveniles y la rompía,
la rompía. Ese pibe va a ganar un balón de oro en varios años. Pero acá jugando
en un club de acá.
—La
que la va a romper va a ser mi señora, pero mis bolas, mira la hora que es che
—dijo Miguel mientras se levantaba— ¿arreglamos los números?
—Paga
el rengo, cuando venda a ese pibe va a tener plata —acoto Horacio, el rengo lo
fulminaba con la mirada.
—Si
es que no se lo soplan antes, va a venir un representante más vivo y hasta a
vos te va a llevar rengo— cargo el mudo
—Bueno
che, yo me rajo —dijo tirando un billete de 100 sobre la mesa.
—El
vuelto lo dejamos para el representante que se va a llevar al pibe —dije.
—Ustedes
son unos boludos, ya van a ver —dijo el rengo mientras Miguel saludaba desde la
puerta y nadie le daba bola.
—Te
jodemos renguito, no te calentes —puso paños fríos el mudo.
—Jodanlo
al alemán que hoy vino porque la jermu está de viaje sino no lo dejan. —dijo el
rengo cambiando su ofensiva hacia mí.
—Yo
vengo siempre, ¿qué decís? Si no vengo es porque estoy complicado en la oficina
o el nene esta hinchándome las bolas en casa —expliqué un poco irritado por la
actitud de mi amigo.
—Che
yo también me voy ¿alguno me puede llevar? —solicito el profe Horacio.
—Yo
te llevó arriba de esta, pero pasas los cambios con la boca —arremetió Gorriti,
callado hasta ahí.
—Siempre
los mismos inadaptados ustedes —dijo el Profe.
—
¿Cuánto hay que pagar? —inquirió el Rengo.
Empezamos
a juntar la plata, a hacer las siempre
dificultosas divisiones de cuántos
somos, de cuánto es el total, de cuánto es lo que tiene que poner cada uno, de
que nos olvidamos de contar a tal amigo... Como pasa generalmente, sobra o
falta plata. Esta vez sobró y dejamos ese vuelto para señar la cancha del
próximo miércoles.
A
mí, sinceramente, me había agarrado curiosidad por el pibe este. El hijo del
electricista. Yo lo conocí cuando tenía 6 años —cuando todavía le llevaba el
auto a su padre y antes de que me cobrará $100 por cargarme la batería—, era un
gordito de esos con anteojos gruesos que seguramente siempre era objeto de
burlas de sus compañeros o bullying como se dice ahora. No podía creer que ese
nene en tan poco tiempo haya cambiado tanto. La cosa me quedó rebotando en la
cabeza y aproveché el viernes, que es cuando llevó a mi pibe a la escuelita de
fútbol, lugar donde dirige el Rengo.
Le
voy a sincero: mi pibe es un queso cuartirolo jugando al fútbol, lo heredó de
mí el pobre, no tiene la culpa criaturita de Dios. Pero uno lo ve corriendo y
disfrutando tanto, que lo lleva con ganas. Franco —así es cómo se llama— es un
mini Mauro Laspada. Rustico, golpeador, patadura y muy pero muy bestia. Tal es así
que un día el padre de uno de los chicos que va a esta escuelita, vino a
increparme porque Franco le había bajado de una patada tres dientes de leche. A
pesar de todo esto, Franquito insiste en que quiere ser delantero y uno a los
chicos los deja soñar libremente. Yo por ejemplo soñaba con ser futbolista y lo
más cerca que estuve de un campo de juego profesional fue cuando hubo una invasión
de cancha al irnos a la B. Franco estaba en el mismo club donde el Rengo estaba
a cargo de la categoría 2002. Por eso aproveché y me quedé haciendo tiempo
viendo cómo mi nene derriba uno por uno todos los conitos, a pesar de que la
consigna era gambetearlos. Ni bien terminaba la escuelita, venía el rengo a
dirigir a su categoría. Tenía dos horas por delante para ver como mi nene hacia
todo lo que no tenía que hacer en el fútbol. Mientras veía cómo mi nene se
divertía, una lágrima de emoción rodó por mi cara, que lindo era ver como con
su inocencia se cagaba en 120 años de evolución de este lindo deporte. Fue
cuando alguien me toco el hombro y me saco de mi tragicómica reflexión.
—
¡Alemán querido! Hace como mil que no te veo ¿Cómo estás? —me saludaba Gambarelli
con la mano todavía apoyada en mi hombro.
—Bien,
acá lo traje a mi pibe a la escuelita y me quede viéndolo, ¿vos? —respondí con
cierto fastidio.
—Yo
vine a hablar con el Rengo por lo de mi pibe.
—Si,
me dijo que jugaba...
—No
juega, la descose el nene, así chiquita la deja, es un avión, viejo.
—Tiene
el futuro asegurado acá, entonces, ¿Pero no lo trajiste? Hace un montón que no
lo veo.
—Viene
después, es temprano, total estamos acá a la vuelta, vos hace mil que no te
venís al taller, ¿no lo estarás llevando a otro lado al auto? —dijo eso y rio
falsamente.
—Nooo
—reí falsamente también— pasa que yo lo llevó al mecánico de la concesionaria,
sino no me cubre el seguro— mentí.
—Con
eso te engrampan hermano, el seguro es gratis por un tiempo pero te rompen el
culo con sus mecánicos.
—Y
si, escúchame ¿de que juega tu pibe? —traté de volver al tema del hijo.
—Enganche
y en cualquier lado, hasta en otro país puede jugar —volvió a reír— de eso vine a hablar con el rengo —poniéndose
serio al decir esto último y yo ya intuía la cuestión.
—
¿Lo querés llevar a otro lado? —dije muy inocentemente.
—Si,
a Italia, se lo quieren llevar ya, los tanos —respondió mientras se frotaba las
manos. Un sudor frío me recorrió la espalda y empecé a sentirme triste por mi
amigo. Otro crack que se le iba, esto seguramente lo iba a derrumbar.
—Si
tenés un tiempito nos tomamos un feca acá en el buffet y te cuento bien —me
dijo afanosamente. Yo me quería ir a la mierda, la noticia de que otro pibe se
le escapaba a mi amigo me había puesto de mal humor. Di cómo excusa que tenía
que ir a buscar a mi señora al supermercado y me fui.
Me
fui a un bar de la avenida, como para
hacer tiempo y pensar en lo mal que estaba el fútbol. El sueño que tenía mi
amigo era muy lindo. El futbol era lindo, pero la cagaron con la guita hermano.
Donde nosotros vemos a un chico corriendo feliz con la bocha pegada al pie,
estos hijos de putas ven un negocio millonario. Cuando nosotros escuchamos la
risa de un nene feliz con una pelota, estos mercenarios escuchan el ruido como
el de monedas al caerse en el piso. Me quede divagando como media hora, faltaba
un rato largo todavía para ir a buscar a Franco. Fue entonces cuando me decidí
ir a buscar al Rengo a la casa, todavía era temprano y debía estar en la casa
por salir al club, donde seguramente lo estaba esperando Cambarelli
fanfarroneando en el buffet. Tenía que saber lo que le iba a hacer este garca.
—Rengo,
tengo que hablar de algo urgente con vos —dije cuando me atendió por el portero
eléctrico, subí por las escaleras hasta el segundo piso y el rengo ya me
esperaba en la puerta de su departamento. Estaba vestido con un equipo de
Gimnasia bastante raído y un silbato de metal colgaba de su cuello.
—
¿Qué pasó, hermano? — preguntó sorprendido el Rengo.
—Vengo
recién del club, lo lleve a Franquito a
la escuelita y me encontré con Cambarelli. Te quieren cagar Rengo, te quieren
cagar hermano.
—
¿Qué te dijo?
—Que
al pibe lo quieren desde Italia —comprobé que al decir esto, la cara de mi
amigo se tornaba de un color blanco.
—
¡Que hijo de mil putas! Vení, pasá y hablamos mejor.
Entré
al departamento del Rengo, que era un coctel de aromas. Iban desde el humo del
cigarrillo hasta el tuco, pasando por el olor a humedad y hasta pólvora.
—
¿Te acordás que te dije que necesitábamos un Balón de Oro socialista? —dijo
mientras se prendía un cigarrillo.
—Si
recuerdo, es tu filosofía de vida esa.
—Decime
una cosa ¿Vos que preferís? ¿Qué un espectáculo sea para todos o para unos
pocos?
—Y…
que todos podamos verlo… —respondí pensando que mi amigo había enloquecido.
—Todos
opinamos lo mismo. Si vos tenés un pajarito encerrado te va a cantar a vos
solo. Si lo soltas va a cantarle al mundo.
—Sí…
—atiné a balbucear, comprendiendo que a mi amigo el golpe de perder una nueva
promesa lo había hecho enloquecer.
—Al
pibe lo tenemos vendido al Inter en un millón de euros.
—
¿Lo tenemos? ¿Vos también…?
—Sí,
me llego la oferta y no dude como su representante.
—
¿Pero vos no hablabas de un Balón de Oro socialista, un balón de oro de acá y
todas esas boludeces que siempre nos quisiste hacer creer? — me indigné— Pero
hermano, tu filosofía de vida siempre fue la de tener un jugador que la descosa
jugando en un club de acá. Que les diga a los clubes europeos “métanse la guita
en el orto, yo me muero jugando acá”. Que la FIFA tenga un grano en el culo al
tener que elegir un balón de oro de un tipo que juega acá ¿Cómo te convencieron
rengo?
—
¿Sabes una cosa alemán? —dijo mientras se sentaba en un sillón—A vos te podrá
parecer todo medio capitalista eso de vender pibes al exterior, de sacarlos de
acá. Pero cuando juegan en el Barcelona
o el Real Madrid lo ven todos y que mejor que eso, que socializar al jugador,
que todos lo vean y lo disfruten. Aparte no le podes decir que no a 20 lucas en
euros.
La
verdad, hubiese preferido que le soplaran otro juvenil.
Por Toni
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