Cuarenta y cinco minutos del segundo tiempo. Las agujas del
reloj se clavaban en las Almas de los consternados Hinchas del Gloria y Honor,
el modesto Club de Barrio surgido de la Sociedad de Fomento más cercana a la
estación del ferrocarril. Los futbolistas del Multicolor, impávidos,
observaban, mientras corrían para recuperar el balón, como el Torneo Regional
se les volvía a escapar, como cada año, a manos de los heptacampeones del Club
Jornada.
El hombre de
negro (traído, especialmente, de una Liga lejana, para evitar suspicacias
vecinales), marcó con sus torcidos dedos, la cantidad de minutos de tiempo
adicionado que le quedaría al cotejo. Ninguno de los players del Glorioso logró
descifrar los segundos de oxígeno, en forma de continuidad futbolística, que
había añadido el colegiado, pues no era fácil, pasado los 90 reglamentarios,
entender las artríticas extremidades del gringo que, seguramente, alternaría
sus ratos de pito en boca, con un arduo laburo, como el de albañil, pocero, o
algo así...
La tristeza,
maridada con decepción, vergüenza deportiva y falta de criterio para tomar
decisiones iluminadas, atentaba contra la irrenunciable voluntad de los
jugadores de la Sociedad, que seguían corriendo, como si estuvieran terminando
las tareas de calentamiento precompetitivo.
La desilusión del
Once Glorioso podía olfatearse -en medio
de la ráfaga de olor a choripán, que solo puede ofrecer la parte baja de la
tribuna del Estadio Municipal de un Pueblo futbolero- y nada existía, que pudiera remediar, en ese
momento, la frustrante sensación de no haber logrado el objetivo.
Pero nadie se
sentía más en deuda -en esos segundos
que parecían eternos para los Jorneros, a la vez que se escurrían como arena
entre los dedos de los del Gloria y Honor-
que el Tarta Guzetti, central, capitán y emblema de los Gloriosos.
Hijo de una de
las familias fundadoras de la Sociedad de Fomento -que tuvo a Don Félix Guzetti, padre del
Tarta, como primer tesorero de la Institución-
el Capitán de los Gloriosos había decidido (luego del clamoroso pedido
de sus compañeros, que, no sin esfuerzo, habían logrado que continuara una
temporada más) que este sería su último año, y le había jurado a su padre, en
el mismísimo Salón de Actos donde permanecían atesoradamente guardadas sus
cenizas, que la despedida de la actividad, se daría con la ansiada Vuelta
Olímpica, que se le venía negando, como a cada uno de los Gloriosos, desde
hacía incontables años...
El primero de los
minutos de adición, se fue como sin querer
-como se va, sin querer, a probar suerte a la Capital, un pibe que
solamente tiene en la cabeza a su familia, a sus amigos, y a la piba que sigue
sin darle bola, pero que algún día picará...-
entre balones trabados en la mediacancha, laterales entregados a los
contrarios, y pases fallidos a pocos metros de distancia. Los nervios jugaban
un papel preponderante en el final del cotejo, condimentando de heroicidad a
los casi Campeones, y otorgándole un marco de búsqueda desenfrenada a los
Gloriosos, que no se quedarían de brazos cruzados, hasta no escuchar los tres
pitazos finales del laborioso juez del cotejo.
Con un tiro libre
a favor, desde el círculo central, el Tarta le dio claras indicaciones a sus
compañeros (tan claras como pueden ser las nerviosas palabras, entrelazadas con
el alteradísimo ritmo cardíaco -por el esfuerzo físico y el desgaste
anímico- de alguien a quien apodan El
Tarta) para que todos invadieran el área rival, y le hizo una seña a Jaime, el
espigado portero Multicolor, delegándole su rol de encargado de depositar las
ilusiones del Pueblo Glorioso, en forma de centro, al corazón de las 18.
El pelotazo
viajó, raudo, hacia el patio trasero de los del Jornada, y cayó de imprevisto
(como esa tía que te golpea la puerta el domingo, cuatro y media, con facturas,
justo cuando acomodaste el culo en el colchón para disputar los Cuartos de
Final del Campeonato Mundial de Siestas) a la altura del punto del penal de los
Jorneros, pero ligeramente hacia la derecha. El portero visitante dudó -como duda el pibe que viajó a la Capital, a
probar suerte, en llamar a los padres y decirles que se vuelve porque, su lugar
en el mundo, es el pueblo- y la pelota
quedó, disputada entre todos, rebotando como en un flipper de carne y hueso,
entre atemorizados defensores del Jornada y desesperados atacantes del Gloria y
Honor.
El despeje corto
del 9 visitante (autor del, hasta ese momento,
único tanto de la tarde, tras grosero error del Tarta, que no llegó a
cerrar con su pierna menos inhábil), derivó en una nueva oportunidad, en forma
de enésimo centro (esta vez desde la izquierda) que cayó en el área de los
Ganadores y casi Campeones.
Tres Gloriosos
saltaron a cabecear, y otros tantos del Jornada se estiraron (como se debe
estirar el sueldo de los albañiles del Pueblo, que no tienen la suerte de sacar
unos mangos dirigiendo la Final del Regional de una Liga vecina) dispuestos a
aventar el empate...
La Tango quedó
boyando a pocos metros de la línea del arco, y el desorientado arquero, intentó
culminar el misterio, rompiéndole el corazón a los Gloriosos, con un tan
desprolijo como heterodoxo puntinazo, que no hizo más que rebotar en el pecho
del Tarta, para colarse mansa e insólitamente, como pidiendo permiso (como
finalmente vuelve el pibe que fue a probar suerte a la Capital, y al que la
ruleta le cantó cero) en su propio arco, decretando el ansiado empate, que
extendería la incertidumbre...
Los corazones de
los Gloriosos latían a mil por hora pues, nunca antes, habían estado tan cerca
de la Hazaña del Campeonato, mientras el corazón del Tarta, que sin dudas era
el Corazón del Equipo, se estrujó en mil pedazos (por el nerviosismo, la
exigencia, el pelotazo y la emoción).
De repente, los
rayos de sol que estaban penetrando en el campo de juego, donde los Gloriosos
estaban escribiendo su más soñada Historia, comenzaron a apagarse para el
Tarta, y como en la remendada pantalla del cine de su infancia, por delante
suyo, comenzó a exhibirse la Película de su Vida.
Lo que era una
cálida luz, se convirtió en la más fría de las oscuridades. Los gritos de los
Gloriosos, pasaron a ser murmullos en los oídos del Capitán, y luego, hasta
transformarse luego en un silencio tan frío como la oscuridad...
El Tarta
despertó, como si hubiera dormido una Eternidad de Eternidades, y a su
alrededor no había Gloriosos, ni partido, ni cancha, ni Pueblo.
Un resplandor, tan
brillante como maravilloso, que no le
permitía ver más allá, lo dirigió hacia el único camino posible. Al final del
sendero, entre la brillante, blanca y maravillosa luz que seguía guiándolo,
divisó algo con forma de arco, y a alguien que, encapuchado y con algo en su
mano, se movía inquieto...
Fueron 12 los pasos
que caminó, hasta detenerse y escuchar un sonido celestial, en forma de
silbato, que le resultó conocido. Volvió a mirar, dio un par de pasos hacia
atrás, y tomó carrera. Se frenó, miró, desafió con su mirada al arquero de la
Muerte, el equipo al que tenía que ganarle esta angustiosa definición, y
amagando un fuerte y cruzado remate que asegurara su triunfo, esperó hasta
verlo despatarrado junto a un poste, para jugarse la vida, picándola suave,
bella, sabia e inteligentemente.
Pensó en su
Viejo, Don Guzetti, y sintió ganas de abrazarlo. Con su puño apretado, gritó en
el más sonoro de los silencios, este gol que marcaba un antes y un después. Su corazón volvió a estrujarse,
y la blanca y brillante luz, que no le permitía ver nada a su alrededor, más
que esa especie de arco, al que había derrotado, se volvió a convertir en
silenciosa oscuridad, y luego en un murmullo de cálida luz...
La enfermera,
que lo estaba asistiendo junto a su madre
-que no se quitó de su lado ni un segundo- salió despedida al hall del Hospital
Municipal, para avisarle a los compañeros del Gloria y Honor, que el corazón
del Tarta, el Corazón del Equipo, había vuelto a funcionar.
Ahora sí!! Ahora
estaban todos. Ahora Gloria y Honor era Campeón (tuvieron que contarle al
Capitán, la angustiosa definición por penales en la que Jaime, el espigado
portero se convirtió en Héroe), y ahora el Tarta podía retirarse del Fútbol
como le había prometido a Don Félix, su
padre.
La 2 del Gloria y
Honor, encuadrada junto a la cinta de capitán, pasó a formar parte del Museo de
la Historia de la Sociedad de Fomento, y le fue entregada al ahora ex capitán y
nuevo Tesorero, quien la colgó en su despacho, su nuevo lugar en el mundo, que no casualmente
quedaba a 12 pasos del Salón de Actos, donde el recuerdo, atesoradamente
guardado de Don Guzetti, le guiñaba un ojo...
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