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— ¿Sabe lo que es esto, Markus? — dijo Kai mientras sostenía en su mano derecha extendida un esférico blanco con algunos octógonos en negro.

—Una pelota —respondió Markus sin darle mucha importancia mientras deslizaba su mano por una pantalla táctil de gran tamaño.

— Es mucho más que eso mi estimado doctor —dijo el comandante— usted en su sapiencia de médico dirá que solo es una herramienta con la que los antiguos humanos se divertían, pero créame que no lo es.

— ¿Ah no? Pues dígame que es entonces

— No lo noto muy interesado en el tema, pero le voy a contar —dijo Kai mientras inclinaba su butaca— antes de la gran explosión hubo un tiempo en que esta preciosidad definía el estado de ánimo de muchas personas.  No importaba si no tenían para comer o si eran esclavizados por el dictador de turno, si nuestra amiga entraba muchos deliraban de felicidad...

— Así les fue también —comentó con cierto desprecio Markus.

—Usted no entiende, mi querido camarada. Había algo llamado pasión.  Algo hermoso que movilizaba a nuestros ancestros a seguir con devoción... había orgullo por pertenecer a un clan, a un color. Pero claro, usted no va a entender porque desde hace siglos que los colonos humanos hemos abandonado los sentimientos para guiarnos únicamente por la razón.

—Y eso nos ha hecho conquistar el espacio, mi querido comandante.

—Así es, no lo discuto. Pero hemos perdido la esencia humana —dijo Kai mientras entrelazaba sus dedos— hoy nos reproducimos como un acto de supervivencia. Tener relaciones sexuales nos es igual que lavarnos los dientes o pulir la acera. Y de eso se trata nuestra misión.

Markus giro su cabeza y lo miro horrorizado a Kai.

—Oh, no por favor no se confunda —dijo Kai entre carcajadas— no se trata de sexo esta misión.  De eso se encarga la Atenea 1. A nosotros nos asignaron analizar la pasión que despertaba el fútbol en la antigua civilización terrestre ¿O cree que traje esta pelota como amuleto?

—Hubiese preferido la otra misión. No me gustan las misiones donde hay muchas personas. Alguno siempre puede vernos. Además nuestra orden máxima de no alterar nada se torna complicado cuando hay muchas personas. No se olvide aquella misión donde tuvimos que asistir a la Revolución Francesa donde nos confundieron y casi nos hacen pasar por la guillotina.

—La recuerdo perfectamente, tuvimos que desmaterializarnos y desaparecimos.

—La gente habrá pensado que éramos fantasmas —dijo Markus mientras presionaba los comandos.

—Por suerte en la tierra antigua siempre confunden nuestra nave con lo que ellos llaman ovnis.

—Recuerdo esa misión donde teníamos que investigar que eran los ovnis —por primera vez Markus abandono su postura malhumorada y rio—, la cara que pusieron los ancianos del congreso cuando le dijimos que para la antigua civilización, nosotros éramos los ovnis.

—Cómo olvidarlo, mi querido Markus —dijo divertido Kai— pero por suerte está misión es mucho más atractiva.  Desde la Gran Explosión la humanidad no muestra un atisbo de pasión, emoción. Ahora vamos a ver porque este simpático esférico traía tantas alegrías y tristezas.

—A veces me pregunto por qué directamente no impedimos que la Gran Explosión suceda.

—Si evitáramos eso, ni usted ni yo existiríamos. Tampoco viviríamos en una sociedad civilizada, sin hambre e injusticias.

—Lo veo claro,  pero muchas personas murieron...

—No es un tema en el que nosotros deberíamos decidir… —comento Kai con cierto fastidio—Es un viaje largo, camarada ¿Quiere que le cuente lo poco que sabemos de este noble deporte?

—Si no hay más remedio.

—Según los archivos que tenemos —dijo Kai mientras abría y cerraba sus dedos sobre una tableta electrónica— había jugadores tan prestigiosos que tenían más influencia y fama que varios líderes mundiales.

— ¡Qué locura! —se alarmo Markus.

—Nombres como Maradona, Pelé, Messi, Distefano, Garricha, Beckenbauer.  Según esto los mejores provenían de la región conocida como Sudamérica.  De Argentina y Brasil, concretamente.

—Mi padre decía que la familia de su madre eran originarios de Argentina —comentó Markus interesándose por primera vez en el asunto.

—Justamente es allí donde vamos.  Argentina 2010. En la región de Buenos Aires.  Tal vez se cruce con algún antepasado suyo.

—Es probable… es probable — dijo sin interés Markus—. Bien las cabinas ya están preparadas, cuando guste entramos en ellas. Son dos mil años luz desde entrado al agujero negro de "No Eternity", un viaje de 35 horas luggianas.

—Gracias por los datos, vaya usted si quiere. Yo me quedare ahondando en datos sobre nuestra misión.

—Como diga comandante —dijo mientras se metía en su recamara.

Kai se quedó con la tableta apoyada en sus rodillas, leyendo todo lo referido al fútbol argentino desde 1900 hasta el 2010. El Alumni de la época amateur, el River de Bernabé, el Boca de Boye, los cara sucias de Boedo, el Racing de Corbatta, el Rojo imparable de América... uno a uno fueron quedando en su memoria. Hazañas como la del Banfield del ‘51 o los albañiles de Lanús derrochando habilidad, el Talleres de los ‘70 o el Ferrocarril Oeste de Carlos Timoteo Griguol, la máquina de Labruna… todas y cada una de las historias le hacían ver que ese balón creaba héroes con la sola gambeta de alguno de ellos. El pecho pareció salírsele cuando un tipo de naranja casi le mete un gol a Fillol.

De golpe se encontró en un bar atestado de personas. Todos de celeste y blanco, emocionados, tensos, viendo como un jugador con la 10 en la espalda empezó a apilar jugadores de camisetas blancas. Estaba rodeado de personas pero no se escuchaba  un sonido, solo el latido de sus corazones. Allá iba el 10, dejando una estela de rivales en el camino. El final fue un gol, un verdadero golazo. Kai se abrazó fuerte con desconocidos, sintió esa gesta como propia. Una sensación de alegría le recorría el cuerpo y se le dibujaba una estúpida sonrisa de felicidad. Hacía años que no sonreía, desde que lo distinguieron por lo exitoso de una misión.

Pasó a otro párrafo y se hallaba en una cancha. Una cancha inmensa. La lluvia no dejaba de caer. Caía y caía. Todos empapados. El agua se entremezclaba con las lágrimas. Argentina muy lejos del mundial. Sintió un dolor en el pecho, desde la pérdida de su padre que no había sentido algo parecido. Mucha gente triste hasta que un tipo grandote con pinta de torpe la mando al fondo de la red. De la tristeza al éxtasis en cuestión de segundos. Ya no son lágrimas de pena, son de alegrías y Kai empapado se saca la camisa y empieza a revolearla, vuelan las distinciones militares por el aire. Qué más da. Esto es pasión, carajo.

El comandante se quedó mirando esa última imagen por unos largos segundos. Hace pasar su mano por sobre la tableta electrónica y esta se apaga inmediatamente. Se queda con los ojos cerrados unos minutos. Se toca la cara, hasta que por fin se levanta, se acerca a los comandos de control de la nave y decide emprender la vuelta, cancelando la misión.
T. Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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