— ¿A vos te parece
llevarlo a la cancha? —Empezaba la interrogación de mi mujer— ¿No será peligroso?
—No mi vida, no pasa nada,
ya tiene cinco años Valen —le respondí desganadamente como para que le genere
seguridad.
—Por eso, es chiquito
—continuaba con su paranoia— Se puede asustar con los petardos, además no me
gusta eso de los barras y toda esa gente violenta.
—Andrea, fui toda mi vida
a la cancha —dije seriamente—, siempre fui a la popular y acá me tenés, vivito
y coleando. A Valentín lo voy a llevar a platea encima. Es mucho más tranquilo.
—No sé, no me gusta que
vayas vos, menos me gusta que lo lleves al nene —protesto Andrea.
—Mi amor, no pasa nada
—yo vire mi estrategia hacia la súplica—, es el día del niño además, se lo
vengo prometiendo al nene desde que cumplió cuatro años.
—Me parece peligroso para
un nene de su edad, llévalo a un pelotero —argumentaba ella.
—Linda, Roberto lleva a
su Guillermito desde los dos años —objete algo molesto— nunca le paso nada. Vos
me decís que lo lleve a un pelotero y está lleno de piojos eso.
— ¿Si, pero vos viste
como es Roberto, no? —dijo despectiva mi esposa.
—Es un tipazo no sé qué decís
de él —respondí enojado, me había molestado bastante ese maltrato a un amigo de
muchos años.
—Es un vago, Javier, un
vago —me dijo más despectivamente aun— está divorciado de Susana y uno de los
pocos días que puede estar con el hijo a solas, se lo lleva a la cancha.
— ¿Y qué mejor que
compartir un domingo de cancha con tu pibe? —me mande a la ofensiva.
—No son lugares buenos
para los chicos —seguía cerrándose mi mujer.
—Dale ma, deja que me
lleve a la cancha —pidió Valen que hasta ese momento permanecía callado,
haciendo rodar un autito.
—Valen es peligroso —dijo
comprensiva la madre.
—Pero papá viene conmigo,
dale ma —seguía con la súplica el pequeño.
—No sé, hijo —permanecía
inquebrantable Andrea— además vos Javier, siempre me decís que en la platea pasan
insultando y no quiero que Valentín aprenda malas palabras.
—Andrea déjate de joder —me defendí— en las novelas que escuchas vos, putean
más que en una cancha. En la tele están todo el día meta a decir malas
palabras.
Andrea se quedó pensando,
yo en cambio seguí tomando mi café y hojeando el diario. Valentín en cambio seguía
sumergido en su mundo, mientras paseaba su diminuto autito verde de plástico por
la mesa.
—Bueno llévatelo —tiro
Andrea mientras se levantaba de la silla— pero Valen, esta semana te vas a portar bien y no
vas a dejar tus juguetes tirados por ahí. Si querés que te deje ir.
—Te lo prometo, gracias
mami, te quiero mucho — dijo Valen mientras abandono su autito de juguete y corrió
a abrazar a su madre.
Yo sonreí por arriba del
diario y volví a zambullirme en la lectura. Estaba contento, le había ganado un
partido chivo a mi mujer. El asunto estaba cerrado pero al final de cuentas podía
llevármelo a Valentín a la cancha. Porque lo más lindo que uno les deja a los
hijos es el apellido y la pasión por el equipo de sus amores. Bueno, uno también
le deja otras cosas como educación y valores, pero ese es otro tema. Todavía me
acuerdo cuando mi viejo me llevo a la cancha por primera vez. Yo tendría unos
cinco o seis años. Mi viejo estaba más emocionado que yo. Me moría de ganas de
ver cómo era eso de festejar un gol en la tribuna. Pero fue un cero a cero
horrible. Me acuerdo que termine jugando a la pelota con otro pibe de la misma
edad que yo, en las escaleras de las viejas plateas. También recuerdo como mi
viejo se la había agarrado con el lineman y lo puteo durante todo el partido.
Pero la pase diez puntos, desde aquel hermoso día soleado, que relaciono el
olorcito a carbón con esa primera vez en una cancha.
La semana previa, Valentín
estuvo emocionadísimo. Se la paso correteando por toda la casa con la camiseta
puesta, juagando con su pelota naranja en el patio de casa. Para enojo de su
madre, que protestaba porque Valen siempre rompía alguna que otra planta. Mi
hijo me pregunto en más de una ocasión si íbamos a ganar, si podíamos ver de cerca
de algún jugador y todas las preguntas que puede hacer un niño inocente. Mi
objetivo era justamente ese. Como era el día del niño quería que mi pibe no se
olvide nunca de este regalo. Yo ya venía amasando esa idea desde hace rato. Le había
comprado una pelota oficial a los de la barra en el último partido que hicimos
de local. Tres gambas me salió, un poco cara sí, pero así y todo era mucho
menos de lo que me pedían en una casa de deportes. Al balón lo iba a hacer
firmar —con alguna dedicatoria— por algún jugador del plantel, luego del
partido. Así como Valen me preguntaba por las figuras de nuestro equipo y todo
lo relacionado a los jugadores. Su madre me inflo la paciencia durante toda la
semana. Con que era peligroso, con que esto,
lo otro. Yo le soy sincero, el año
pasado me fume que ella para el día del niño lo lleve a un pelotero. Estaba
lleno de payasos boludos, magos hinchapelotas que te hacían pasar adelante. Encima
tenía que fumarme a los otros padres. Más dominados que el carajo, hermano. Ojo
yo seré un gobernado por estar ahí, pero por lo menos tenía la rebeldía de
quejarme. Era un minúsculo acto de independencia, lo sé. Pero a estos pelotudos
lo llevaban de la oreja, y disfrutaban los muy boludos. Valentín la paso bien,
pero está en una edad en la que le pones en frente un pedazo de plástico con forma
de tereso y se divierte como si estuviese en Disney. Pero este año yo a mi pibe
le iba a regalar algo mucho mejor, algo que lo iba a marcar de por vida.
Llego el domingo y a
Valen le regalaron de todo. La abuela un tren eléctrico, mi mujer un conejo enorme de peluche. Me
acuerdo que ese conejo tenía una cara de boludo tan grande que te daban ganas
de cagarlo a trompadas. Mi hermana le
regalo una computadora de esas pedorras para que los nenes aprendan jugando. A
pesar de todos los regalos, medio que a Valen mucho no lo convencieron esos
regalos. Estaba mucho más emocionado y expectante por mi regalo, ese que iba a
llegar en un puñado de horas. Me sentí orgulloso de mi pibe. Almorzamos unos
ravioles en la casa de mis suegros y de ahí nos íbamos a la cancha. Durante el
almuerzo se formó un complot para romperme las bolas. Los abuelos —maternos
obvio— empezaron con que era peligroso, mi mujer encima los apoyaba. Mi cuñado
que es un flor de pelotudo me dijo que iba a llevar a su hijo a no sé qué
festival de mierda en la plaza y si no quería que lo acompañemos. Lo saque cagando, termine de comer rápido, lo
cargue a Valentín en el auto y nos fuimos a la cancha ante los ruegos de mi
mujer de que nos cuidásemos, como si iríamos a la guerra en lugar de a una
cancha. El chico iba mirando para todos lados, le brillaban los ojitos. Era
hermoso ver el entusiasmo en su carita de ángel. Llegamos al estadio, como de
costumbre deje el auto estacionado a dos cuadras de la cancha. Fui al baúl a
buscar la bolsita con la pelota desinflada que iba a hacer autografiar por algún
jugador.
— ¿Eh amigo, no tiene
algo a’ lo’ pibe’ por estaciona’ acá? —me sorprendió una voz a mis espaldas,
mientras cerraba el baúl.
—Si como no —atine a
responder mientras sacaba la billetera. No le iba a da más de veinte pesos,
como siempre lo hacía.
—Papi, papi le vas a dar
plata a este delincuente —me dijo Valentín inesperadamente, ante mi atónita mirada.
El “trapito” me miro con odio.
— ¡Valen como vas a decir
eso! —lo reprendí a mi hijo.
—Mami dice que estos son
unos vagos y sinvergüenzas —agrego Valen. Yo no sabía dónde meterme, agarre un
billete de 50 y se lo di al “cuidador de autos”. Este lo tomo con cierto odio y
no me dijo nada, yo sonreí nerviosamente, lo agarre a mi hijo y nos fuimos rápidamente.
Mientras caminábamos, lo rete al nene por ser tan inoportuno. Pero no me daba
pelota. Estaba extasiado por todo lo que lo rodeaba en el camino. Estaban los
vendedores de banderas, los clásicos choripanes en las parrillas. Me pidió que
le comprara algo de la parrilla, le respondí que después del partido, ya que
hace un rato habíamos comido.
Llegamos a la cancha y
entramos. Subimos las escaleras hasta las plateas y no sentamos. Valentín
estaba chocho. Miraba para todos lados, hacía preguntas. Aplaudía, cantaba. Yo también
estaba feliz como él. El partido fue
medio un embole. No me voy a poner a describir todo el encuentro, porque fue
muy aburrido. A los cinco minutos ya perdíamos uno a cero, en la primera y única
llegada del equipo contrario. Nuestro equipo daba asco. Sin embargo Valentín
disfrutaba juntando papelitos y tirándolos de nuevo hacia la cancha. Era un
monumento a la ternura. En el entretiempo le compre una gaseosa. En el complemento
la cosa no cambio y el partido seguía siendo un dolor de ojos. Pero llego el
empate. El gringo Godoy, de cabeza había metido el empate. Hice lo que siempre soñé,
abrazarme a mi hijo para celebrar un gol. Le soy sincero: se me pianto alguna que
otra lagrima de emoción. El partido termino así, sin muchas emociones más. A la
salida fuimos al estacionamiento a esperar a que algún jugador me firme el
regalito para mi pibe. Habremos esperado como media hora, cuando apareció la enorme
figura de Enrique Godoy.
— ¡Gringo! ¡Gringo! —lo
llame— ¿me firmas la pelota para mi hijo?
El gringo, no dijo nada y
se me acerco en un hermoso gesto. Le entregue la pelota.
— ¿Cómo te llamas pibe?
—Le pregunto a mi hijo.
—Valentín —dijo tímidamente
el chico— ¿vos cómo te llamas?
—Yo soy Enrique Godoy,
pero me dicen el Gringo —dijo con una ancha sonrisa el nueve.
—¡Ah vos sos el muerto de
Godoy! —exclamo inesperadamente Valentín —Papá siempre dice que sos un puto.
Yo sentía lentamente como
mi cara se iba calentando y poniéndose roja. Le pegue un tironcito a la manga
de la campera de mi hijo y lo mire fijo.
—Ah mira vos —dijo Godoy
mientras me echo una mirada de odio— ¿Qué más dice tu papa?
—Que sos horrible y
siempre pide que te lesiones —dijo divertido Valentín mientras yo no sabía dónde
meterme. Fue ahí cuando Enrique Godoy termino de firmar la pelota, se agacho
para entregarle la pelota a mi hijo y le dijo: “Quiero ver cuantos jueguitos
haces”. Acto seguido se levantó y me emboco una trompada en el ojo derecho que
me sentó de culo en el piso. Valentín seguía embelesado con la pelota y por
suerte no se dio cuenta de lo sucedido.
El gringo Godoy se dio media vuelta y se marchó. Me levante, lo tome de
la mano a mi hijo y nos fuimos rapidito.
—Papi, me prometiste
comprar asado —dijo Valentín mientras pasábamos por al lado de una parrillita
precaria hecha de tambor. Suspire molesto, frenamos y le compre un sanguchito
de bondiola. Caminamos hacia el auto mientras Valen degustaba su comida. Al
llegar al auto observe como lo había rallado por todos lados y encima le había arrancado
uno de los espejos retrovisores. Me quise morir. Seguramente fue el “trapito” vengándose
de lo dicho por Valentín. O por ahí no,
pero ya no tenía ni ganas de ponerme a pensar. Nos subimos, puse primera y
empezamos el retorno a casa.
—Papi me siento mal —me
dijo Valentin, justo cuando lo iba a cagar a pedos por lo que había hecho hoy.
—¿Qué tenes hijo? — le
pregunte mientras iba deteniendo el auto.
—Me duele la panza pa —respondió
el nene. Casi no pudo terminar de responder,
hizo una arcada y empezó a vomitar. Me vomito todo el auto. Detuve el auto, abrí
su puerta pero ya era tarde. Ya había lanzado todo, lo importante es que se sentía
mejor de la panza. No le quise decir nada, pero el ojo se me empezar a hinchar
cada vez más. Por suerte ya casi llegábamos a casa.
— ¿Cómo la pasaste
Valen—Le pregunte.
—Fue el mejor día del niño de mi vida, gracias pa—me respondió Valentín con una
enorme sonrisa. Me sentí reconfortado, si bien el ojo me dolía como la reputisíma
madre que lo pario, esa sonrisa me curaba todo. Por fin habíamos llegado a
casa. Valentín bajo corriendo. Nos recibió Andrea con una cagada a pedos, pero
se frenó cuando vio mi ojo. Le dije que después le contaba cómo había sido
todo. Me hizo un gesto como diciendo: “Que boludo que sos”. Mientras, Valentín
no paraba de contar todo lo vivido recientemente en la cancha. Fue un lindo día
a pesar de todo.
El otro día vino Valentín
con su sonrisa compradora a preguntarme algo
— ¿Papá cuándo vamos a la
cancha de nuevo?
—No sé hijito, es
peligroso, tu madre tiene razón—le respondí mientras me tocaba el ojo que todavía
me dolía.
T. Schweinheim
Por Toni
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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