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El día estaba oscuro. Nubarrones negros cubrían todo el cielo. Eran nubes plomizas y no estaban cargadas de lluvias. El día se hizo noche. No había ni truenos ni relámpagos que anunciasen una pronta tormenta. Las tinieblas se cernieron sobre toda la faz de la tierra. Los ríos se convirtieron en sangre. El vino en agua. El azúcar en sal. Pero los hombres no lo notaron. Para la humanidad ya todo daba lo mismo. No discernían lo bueno de lo malo. El mundo que Dios les entregó había caído en el pecado y la fornicación. Lucifer por fin había llegado al cielo a reclamar la tierra para sí.

Irrumpió a paso firme en el paraíso, la paz del lugar fue quebrada en mil pedazos por un aroma fuerte a azufre y el sonido de mil gritos de dolor que provenían desde lo más profundo de la tierra.

— ¿A dónde quieres ir? —vocifero el arcángel Miguel flanqueando su paso. El diablo lo miro sin responder.

—Tú has sido expulsado de este lugar —acoto el arcángel Rafael, mientras lo medía con su espada— tu caída ha significado mucha sangre inocente derramada.

—He venido a reclamar lo que es mío —dijo en tono antipático el demonio.

—La gehena ardiente es tu lugar —dijo Miguel adelantándose un paso, preparándose ya para el ataque.

—Dejadlo pasar —bramo una voz. Una voz que se asemejaba al fluir de un manantial de voces. Era Dios.

— ¿Ya escucharon? —Les dijo socarronamente Belcebú a los arcángeles— córranse esclavos de Dios.

Miguel lo fulmino con la mirada. Rafael tuvo que contenerlo por uno de sus brazos. Lucifer entro al paraíso pavoneándose e irritando a todos sus moradores. Saludaba irónicamente a algunos ángeles. Iba escoltado por Miguel y Rafael.

Y Belcebú se halló frente a frente con Dios.  

Diabolus intravit caelum.
Audivit Deus ordinem vestrum

—Dadme la tierra, me pertenece —vocifero el diablo— se ha convertido en un lugar inmundo, donde la prevaricación, los pecados y por sobre todo la maldad han corrompido a toda la humanidad.

—Todavía existen almas incorruptibles —respondió Dios, su voz era como un coro celestial— todavía hay espíritus nobles. Mi amor por ellos aún no ha cesado.

—No sabes lo que dices —estallo con una carcajada diabólica Lucifer— ya has perdido a los humanos.  Solo creen en el dinero. La humanidad te ha desechado, tú no existes para ellos y mucho menos creen en ti.

—Pero yo sí creo en ellos —respondió Dios. El diablo recibió esa respuesta como una estampida. Su furia se acrecentaba. Odiaba perder en las discusiones y mucho más contra Dios. —Creo en su espíritu —prosiguió Dios— un espíritu limpio nunca puede ser comprado. El amor puro vale más que todo el oro de la tierra

— ¿Así que crees en ellos? —Chillo el demonio— entonces bien.  Te propongo algo. Definiremos esto como humanos. Usaremos sus métodos.

—Dime que pretendes —dijo en tono conciliador el todopoderoso.

—Uno de los métodos que utilizan los humanos es la guerra —dijo satanás— Yo no quiero utilizar eso ya que tu ejército es vasto y poderoso. Soy malo, no tonto. Hay otra batalla sin armas, ellos lo denominan “juego” pero no lo es. Estoy hablando del futbol. Tú sabes es el deporte más practicado de la tierra y el que más divide…

— ¿quieres proponerme un partido de fútbol? —lo interrumpió Dios.

—Sí, y el ganador se queda con la tierra y con todo lo que habita en ella—dijo el diablo mientras sonreía— Eso sí, yo utilizare jugadores profesionales de fútbol. A los mejores pagos ergo los mejores de la tierra. Total eso a ti no te va a molestar. Porque para ti con el espíritu solo basta.

—Así será entonces —sonrió Dios— Los mejores jugadores profesionales de la tierra serán tuyos.

Y el encuentro quedo pactado.

Caelum contra infernum
Inminenet bellum
Unum tropaeum: Terra

***

(Continuará)
Segunda parte

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