Pasaron un par de días y
no tenía noticias de Urrutia. Tampoco había ido a entrenar, hasta que me llamo
al teléfono de la redacción, por suerte atendí yo. Juan Manuel quería
encontrarse conmigo para hablar de lo que había acontecido y analizar su retiro
anticipado del fútbol. Cuando me dijo eso último yo no lo podía creer, si bien
no era un crack, era un jugador normal que iba a dejar todo por una boludez. Nos encontramos en el humilde chalet de Javier
Kolle, el delantero de Sportivo Palermo que jugaba con él desde la quinta
división. Mientras tomábamos unos mates me contaba su historia que pensé conocer.
Efectivamente, él había emigrado desde su Chaco natal, pero no movido con el
deseo de buscar un mejor futuro sino para poder expresar el amor que tenía con Federico Sánchez, su
amigo en aquel entonces. Se trasladaron a la capital porque allá ya comenzaban
a sospechar de su orientación sexual y antes de que se trasforme en un
infierno, juntaron unos mangos y se mudaron para estos pagos. Todo marchaba bien, nadie sospechaba. Sin
embargo, como él no participaba de ninguna salida junto con los compañeros,
tampoco iba a boliches y obviamente no se le conocía ninguna novia. Todo esto
motivo a que lo tratasen de “raro”. Nadie se había avivado y pasaron como cinco
años ya desde su debut en primera, hasta esa noche fatídica. Urrutia había con
su novio habían discutido porque él no quería dar a conocer su verdadera
condición y Federico le insistía para
que lo haga. Comenzó la discusión, se pelaron feo y el entonces conocido como
amigo se marchó de la casa. Urrutia también enojado se fue a uno de esos
boliches gay como para “pasar” el rato y no pensar tanto en la ruptura reciente.
En dicha discoteca pego onda con una persona de más o menos de 30 años y todo parecía normal, solo por el pequeño
detalle que esa hombre no era ni más ni
menos que Matías Cappezzera, uno de los más prestigiosos diseñadores de moda
del país, los paparazzi sacaron la foto justa y el final es historia conocida.
Yo sinceramente pienso que
estaba mucho más dolido por haber perdido a Federico que por el escándalo en
sí. Lo entendía porque yo había perdido a mi primera esposa de esa manera, nos
peleamos, me fui de juerga, me enganchó con otra y alpiste. Ahora el tema puntual
pasaba por su carrera futbolística, él estaba empeñado en dejarla. Con mucha
razón decía que lo “iban a destrozar” con los comentarios. Y si, el fútbol
tiene ese “folclore” mal utilizado en algunas ocasiones, de la chicana o burla
a la bardeada y descalificación hay una muy delgada línea. Kolle nos contaba
que él ya se había comunicado con los demás jugadores y que todos los bancaban.
Yo le dije que tenía que salir a jugar igual, que la hinchada lo iba a aguantar
porque era un jugador del club, le di ejemplos de homosexuales que triunfaron y
que eran ídolos de muchos, como Freddy Mercury. A veces soy medio boludo como
para dar consejos, lo sé. Cuestión que no quería saber nada y dijo que se iba a
buscar un laburo y dejar el fútbol.
Habrá pasado cosa de un
mes o dos de aquella charla. Y me llamo Kolle, me dijo que Urrutia volvía, que lo
habían convencido entre todos los muchachos. Yo me alegré y no veía la hora de
ir a verlo el sábado para bancarlo desde mi humilde puesto de periodista,
escribí un sentido artículo en el diario el día anterior refiriéndome a la
hombría de Urrutia, a su valerosidad.
Con el regreso de Urrutia
había dos posibilidades en cuanto a su futuro: que ante la primera agresión
verbal de los jugadores o hinchada rivales, se apichonara, o que se transformara
en una bestia. Lamentablemente ocurrió lo primero. Urrutia entro a los 15 del
segundo tiempo y una catarata de insultos se apodero de la parcialidad
visitante. “Ole ole ole ole, puto, puto” comenzaron a cantar los animales. “Los
de Palermo son todos putos” vociferaban del otro lado del alambrado. Los
jugadores del otro equipo también, vos lo mirabas al cinco de ellos y, cada vez
que pasaba por delante de Urrutia, se re cagaba de risa el muy hijo de puta. Cuestión
que el pobre de Juan Manuel se sentía con todas las miradas encima y no toco
una pelota. Dio todos pases mal, no corto ninguna jugada un desastre. Pasaron
dos, tres, cinco, ocho partidos y lo mismo. Los hinchas te bancan hasta
determinado punto, después ya la paciencia se les acaba, seas heterosexual,
homosexual o marciano. Ya los mismo hinchas del Sportivo empezaban a putearlo
“Dale puto hace algo” era una constante en la tribuna local. Si hay algo en lo
que son buenos algunos hinchas son para armar una puteada de cancha. “Puto, ey puto,
los únicos huevos que tenés vos son los que te golpean en la cola, maricón” fue
el grito de un plateísta sesentón. Yo me sentía muy triste porque Juan Manuel
Urrutia no se merecía este trato. La gota que rebalsó el vaso fue cuando los
hinchas de Atlético Pompeya trajeron a la tribuna un pene de esos inflables,
una poronga rosa de unos cinco metros, habían escrito con aerosol una
dedicatoria hiriente: “Esta es para vos Juani”. La policía no sabía si cagarse
de risa u ordenar que saquen eso de ahí. Juan Manuel Urrutia se derrumbó
psicológicamente, no salió a jugar el segundo tiempo y ya no volvería a jugar
en Sportivo Palermo.
Yo me quise contactar con
él pero fue en vano. Urrutia desapareció, no atendía el teléfono, no estaba en
la casa. No había rastros de él, yo temía lo peor porque ya había pasado como
dos meses de ese último partido. Pero llegó una carta a la redacción dirigida
hacia mi persona y que no traía destinatario. La abrí, comencé a leerla y era
una misiva escrita por Urrutia. Me agradecía muy profundamente por haberlo
bancado y aconsejado, me contaba que ya
no tenía el valor suficiente para quedarse acá y lucharla. Iba a empezar una
nueva vida en Uruguay porque la situación no daba para más. Por un lado me
sentí aliviado de tener noticias suyas, por el otro me apenaba que por algo así
tuviera que irse lejos a reconstruir su vida. Una pena realmente.
Pasaron dos o tres años,
yo me case de nuevo, tuve un hijo y ahora cubría los partidos de River y
Banfield. Ya me había olvidado casi por completo de Urrutia, cuando mi siempre
desubicado compañero Miguel me lo trajo de vuelta a la cabeza.
— ¿Te acordás de tu amigo
el puto? —dijo Miguel con una sonrisa burlona.
— ¿Urrutia decís vos? —le dije con sorpresa
— Ajam, el mismo — siguió miguel— la está rompiendo en Uruguay, pero rompiendo mal, hasta están hablando de nacionalizarlo.
— ¡Me jodés! —exclamé levantándome de la silla
—No te jodo, la única cagada es que vos ya te casaste como para estar con él —dijo entre risas el insoportable de Miguel
— ¡Anda a cagar pelotudo! —le respondí
— ¿Urrutia decís vos? —le dije con sorpresa
— Ajam, el mismo — siguió miguel— la está rompiendo en Uruguay, pero rompiendo mal, hasta están hablando de nacionalizarlo.
— ¡Me jodés! —exclamé levantándome de la silla
—No te jodo, la única cagada es que vos ya te casaste como para estar con él —dijo entre risas el insoportable de Miguel
— ¡Anda a cagar pelotudo! —le respondí
Empecé a averiguar un
poco más acerca de lo que había pasado con Urrutia, y era correcto lo que me
decía Miguel. Estaba jugando en Piedras
FC del otro lado del rio y estaba jugando como nunca, la descocía, según
algunos artículos periodísticos. Fui a hablar con Manuel, el encargado de hacer
futbol internacional en el diario y me comento que Urrutia era una mezcla
exacta entre Giunta Y Marangoni. “Ese pibe es una maravilla te come el hígado
mientras con un guante le deja la pelota al siete” me dijo. Tenía que verlo yo
con mis propios ojos, sentía mucha alegría porque Juani había vuelto a jugar y
encima bien, nunca se caracterizó por tener tantos huevos en la cancha y más
después de que se diera a conocer su homosexualidad. Averigüe bien cuando
jugaba el Piedras, aproveche el fin de semana largo, cargue al nene y a la
bruja al Buquebus y partimos hacia allá. A mi mujer mucho no le gustaba que le
diera bola al futbol cuando estábamos descansando, pero ella sabía que Urrutia
era un viejo amigo al que no veía como hacía cinco años, y además conocía su historia
de vida. “Anda pero volvé temprano porque quiero pasear por la rambla” fue su
autorización.
Había sacado platea, como
para poder entablar conversación con algún hincha. Llegue más o menos temprano
y a mi lado se sentó un hombre de unos 60 años. Empecé a darle charla y me
conto como fue todo. Urrutia había venido aprobarse a Piedras, un modesto club
de la segunda división. Al principio fue bastante resistido por su condición de
“puto”. Empezó desde el banco, y una vez que entro no salió más, era un león.
—Miré m’hijo —dijo el
hombre— yo vengo de una familia de militares y los maricones no me gustan ni un
poco, pero este botija tiene las mismas pelotas que Obdulio Varela, juega con
el corazón y deja el alma en cada pelota.
— ¿O sea que no lo joden con el tema de su homosexualidad? — inquirí
—Algunos rivales sí, pero como no logran molestarlo, abandonan —comentó el viejo mientras se prendía un cigarro— acá nadie lo va a joder mientras cumpla y eso que a mí no me gustan los putos. Mire, gracias a él y los dos delanteros que tenemos, no solo ascendimos, sino que ahora estamos peleando para entrar a alguna que otra Copa.
— ¿O sea que no lo joden con el tema de su homosexualidad? — inquirí
—Algunos rivales sí, pero como no logran molestarlo, abandonan —comentó el viejo mientras se prendía un cigarro— acá nadie lo va a joder mientras cumpla y eso que a mí no me gustan los putos. Mire, gracias a él y los dos delanteros que tenemos, no solo ascendimos, sino que ahora estamos peleando para entrar a alguna que otra Copa.
Pensar que cuando jugaba
en el Sportivo Palermo lo puteaban hasta los propios… bueno está bien, se había
apichonado tanto que no tocaba una pelota. Acá decían que era un animal. Lo
habían apodado el “Gladiador Romano” por su temperamento para ir al frente.
Siniestramente se me ocurrieron una infinidad de rimas creativas que hubiesen
hecho acá con “romano y mano”. El
partido ya había empezado; no sé porque pero Urrutia me parecía más alto. Mis
ojos confirmaron lo que me habían dicho hace un rato. Era una bestia, se
morfaba la cancha (no me malinterprete, viejo, no es con doble sentido). Estaba
unos dos segundos adelantado con respecto al resto, se anticipaba en todas las
jugadas. Marcaba como nadie y ordenaba al equipo como un director de orquesta.
¿Se acuerda que le dije que a Urrutia le faltaba una vuelta de rosca? Bueno,
ahora tiene como dos o tres vueltas de roscas más. Grita, ordena, sale jugando,
tira pases cruzados, un fuera de serie. Piedras había ganado dos a cero y, si bien estaba como a cinco
puntos de Peñarol en la cima de la tabla, se estaba clasificando a la Copa
Mercosur.
Terminado el partido fui
a esperarlo a Urrutia, nos dimos un tremendo abrazo. Nos contamos mutuamente
todo lo que nos había pasado en este tiempo, le conté lo de mi hijo, lo de mi
segunda esposa. Él me contó todo lo que había pasado, que sin el fútbol no
podía vivir y que gracias a un contacto pudo venir a hacer una prueba acá, que
había quedado y el resto era historia conocida. Hacía poquito había vuelto con
Federico, Nos quedamos hablando como tres horas, mi esposa me cagaría a pedos
después. Pero fue una amena charla y un gusto poder hacerla. Siempre me voy a
acordar de esa charla.
—Así es Eduardo, de la
vida tenés que aprender —dijo Urrutia
—Es increíble como cambiaste tu forma de jugar —le pregunte
—Y si hermano, aprendí algo que me va a servir siempre —reflexiono él.
— ¿Qué cosa? — Le pregunté
—A poner huevos, Eduardo —dijo sonriendo— a poner huevos en la cancha y en la vida, viejo.
— ¿O sea que te sacaste los que tenías golpeándote en la cola como dijo el plateísta? —respondí divertido.
—Es increíble como cambiaste tu forma de jugar —le pregunte
—Y si hermano, aprendí algo que me va a servir siempre —reflexiono él.
— ¿Qué cosa? — Le pregunté
—A poner huevos, Eduardo —dijo sonriendo— a poner huevos en la cancha y en la vida, viejo.
— ¿O sea que te sacaste los que tenías golpeándote en la cola como dijo el plateísta? —respondí divertido.
Ambos nos cagamos de
risa.
Antonio Schweinheim
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