El clásico venia trabado, como
todo enfrentamiento entre dos rivales de toda la vida. El Deportivo que no
venía tan bien en la tabla, recibía al Atlético que venía puntero, y cómodo.
Estaba dulce después de varias goleadas, todo lo contrario, al Depor que solo
acumulaba derrotas. El encuentro recién empezaba y el equipo se había salvado
varias veces. Dos veces el palo salvó el pellejo del recio defensor Ortiz que
había perdido la marca. Pero, así como casi le meten goles, también tuvo sus
chances: el Piojo Sánchez, goleador y figura, estrelló un tiro en el travesaño.
Los clásicos hay que ganarlos y, si se juegan de local como este, la
responsabilidad es aún mayor.
Ya en el complemento, el equipo
empezó a vérselas negras desde el inicio: Ortiz muy boludamente llegó a
destiempo y cometió un penalazo que luego fue cambiado por gol. Sánchez se cargó
el equipo al hombro. Fue al cohete, en la jugada siguiente otra vez Ortiz
perdió la marca y el resultado ya era catastrófico: 0-2. Promediaba el segundo
tiempo cuando milagrosamente Sánchez encontró un hueco en la defensa rival y
puso el descuento. Ese gol derrumbó la moral de la visita que empezó a equivocarse
defensivamente. Cinco minutos más tarde, el mismo jugador clavó el empate:
hermoso centro a la cabeza del delantero que salió disparado como misil al ángulo.
2-2 y ahora se venía la gloria. El conjunto se mandó completamente al ataque,
dar vuelta el clásico es algo sublime, un orgasmo deportivo. Volcado
completamente a la ofensiva, quedo expuesto abajo, más aún con un tronco como
Ortiz como último hombre. Y paso lo inevitable, nomás: contra que agarro mal
parado al “Depor”, Ortiz hachó al 9 rival, roja y penal. La hinchada lo quería
matar al Gringo Ortiz, lo putearon en todos los colores, más aún cuando la pena
máxima decretó el 2-3. Quedaban tres minutos para la heroica, y la verdad que
perder un clásico por un gol o dos, da lo mismo —siempre y cuando no sea una
eliminación por diferencia de gol—. Así fue que los nueve jugadores de campo
restantes se mandaron al área rival a por el milagro… que sucedió nomas, el
Sapo Sánchez se elevó como un cristo con los brazos abiertos, giró y empalmó de
media chilena e inflo la red para que la tribuna se caiga de la emoción y el agradecimiento.
El partido terminó tres a tres, un empate, pero por cómo se dio fue épico. Los
hinchas estuvieron coreando el nombre del delantero hasta diez minutos luego
del final.
Al momento de la conferencia de
prensa, el entrenador dispuso que Ortiz y Sánchez fuesen los jugadores que la
diera, como para marcar un notable contraste entre ambos.
—Hola a todes —saludó Sánchez
sonriente.
—¿Por qué “todes”? ¿Qué te pasa?
—Le gritó un hincha medio mamado.
—Porque hay periodistas
—respondió Sánchez mientras se armaba un murmullo, que fue acallado cuando los
periodistas comenzaron con la rueda de preguntas de como fue el partido, lo que
sintió al marcar su “triplete” en un clásico. Luego las preguntas pasaron a
Ortiz, que contestaba con monosílabas y de muy mal talante.
—Esto lo logramos gracias a les
hinches, que alientan sin parar —dijo Sánchez en una de sus respuestas.
—Pará un poco, flaco ¿Qué mierda
te pasa? ¡Hablá bien, salame! —lo increpó Ortiz.
—Eso, gil. Te agrandaste me
parece, pelotudo —espetó otro hincha.
—Hablá bien infeliz —terció otro.
—¡Pelotudoooooo!
—Infeliz.
—¿Por qué habla así? —preguntó un
periodista en el medio del griterío.
—Yo hablo bien, no sé qué les
molesta, los que están mal son ustedes —respondió Sánchez.
—Pero tómatelas, pelotudo —le
grito socarronamente el Gringo Ortiz.
—¡Poné orden, Ortiz! —gritaron
varios hinchas al unísono.
—Tranquiles, tranquiles —trató de
apaciguar los ánimos, Sánchez. Fue en vano, Ortiz le agarró el micrófono y se
lo reventó contra la pared. Acto seguido, empezó a los empujones con Sánchez,
que no quería pelear sino explicarle el porqué de sus palabras, pero lo hacía
gritando “calmades, calmades”. Ortiz le pego un trompazo en medio de la nariz
que lo sentó en el suelo. La hinchada comenzó a cantar “Oooortizzzz,
Oooortizzz”, mientras lo sacaron en andas. Sánchez intentó levantarse, pero aún
resuena en el aire el chiflido del botellazo que le tiraron.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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