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Un balón de oro de acá

Otra vez había terminado el partido de los miércoles. El equipo de troncos del cual forme parte había perdido por la módica suma de 17 a 8. Lo más cercano a alcanzarlos en el resultado fue cuando estábamos perdiendo uno a cero. Porque nosotros teníamos es particularidad de armar equipos desparejos. No porque fuéramos boludos, sino que era por orden de llegada y muchas veces nosotros los rústicos nos tómanos un partido cómo algo serio y estamos ahí temprano. Todos transpirados nos fuimos acomodando en la mesa cercana a la salida, lejos del bullicio que suelen hacer los jubilados en sus partidos de truco. En más de una oportunidad tuvimos que separar a estos vejestorios cuando se querían ir a las manos cuando alguno se carteaba o mentía más de la cuenta, y eso que jugaban por  porotos, que en cualquier momento les germinaban en la mesa, dado que nunca los cambiaban.

El primero en llegar a la mesa fui yo, segundos después el rana quien se desplomo sobre la silla. Después vino el rengo. Los más pulcros se habían ido a bañar y antes de comer los teníamos que esperar y obviamente llegaban con la charla empezada.

—Estos hijos de puta no deben tener baño en la casa —dijo el rana mientras ya iba como por su cuarto cigarrillo post partido.

—Les gustan estar en bolas con otros tipos —dijo Miguel mientras se sentaba luego de volver de la barra con una cerveza.

—Son cómo las leonas, gordo acá a sacarle una foto que la vendemos a alguna revista de animales o a la National Geografic

—No boludo deja, mi celular es inteligente, llega a ver eso queda traumado y tengo que llevarlo a terapia— respondió el gordo.

— ¿Pidieron manices? —pregunto Gorriti mientras se sentaba.

—Se dicen maníes, pedazo de bestia— dijo Horacio, que era profesor.

—Por qué no te vas a corregir a los alumnos, que así también está la educación del país — le espeto Gorriti. Lo llamábamos así porque nunca se sacaba la gorra, ni siquiera para la fiesta de 15 de su hija.

—Llegó Cristiano Ronaldo —dije ante la llegada de Martín. Martín Pérez era un terrible jugador. A todos nosotros nos llevaba cuerpos de ventaja. Cabeceaba como los dioses, iba al frente, podía regular en velocidad, jugaba y hacia jugar. Sin embargo no le decíamos Cristiano por su forma de jugar. Lo llamábamos así porque era facherito, carilindo y nunca tenía olor a chivo. Nunca iba a bañarse después de los partidos, pero aun así con esa camiseta blanca marcada por el sudor podía asistir a un cumpleaños de 15 y quedar como un duque. Corría cómo un hijo de puta pero parecía que sudaba perfume. Tenía más levante que un levantador de pesas olímpico, siempre venía con una novia diferente y no cualquier bagarto, minas con todas las letras.

—Y lo trajiste a Messi —dije mirando a Rubén. Este amigo nuestro era lo más lejano a Lio Messi que pudiese existir. Torpe, no podía eludir ni a la responsabilidad. Era alto y encima jugaba abajo. Nada que ver con el astro rosarino. Su apodo comparativo con el 10 del Barcelona se debía a que tres veces vomitó antes de salir a la cancha o incluso estando en pleno partido. No lo hacía por nervios, ni porque anduviese jodido. Lo hacía porque era un terrible borracho. Este paria futbolístico se venía una o dos horas antes solamente para chupar en soledad, porque la mujer en la casa lo tenía cortito y no lo dejaba tomar ni una gota.
—Mira el lujo que tenemos, dos balones de oro jugando acá —aporto Gorriti.

—Déjame de joder, los balones de oro son una mentira che — dijo recién llegado el rengo con una toalla al cuello.

—Mentira sos vos rengo, que hasta el gordo te gana un pique —comente.

—Yo lo digo en serio —dijo mientras se servía enérgicamente una cerveza— el balón de oro siempre va para equipos podridos en guita. Con guita cualquiera hermano…

—Rengo, esos son los equipos que tienen la guita para mantener esos monstruos— advirtió Horacio.

—Vos no sabes las  de pibes que vi que juegan mejor que cualquier superestrella de Europa, pichones de Cristianos, de Messi, de todos viejo, de todos.

El rengo sabía de lo que hablaba. Era contador y en sus ratos libres —generalmente casi siempre, porque menos clientes que un cabaret en el Vaticano— era entrenador y representante de juveniles en el club del barrio. El rengo era un pan de Dios, por eso la mayoría de los pibes se le iban con otros representantes que les prometían de todo a los pendejos. Miguel —ese era su nombre, pero le decíamos "el rengo" por su adicción a lesionarse en los partidos y jugarlos rengueando, además ya teníamos un Miguel y no vamos a andar diferenciando un Miguel del otro usando el apellido o la profesión, este era el Rengo y punto.

Lo que tenía de buenazo, lo tenía de soñador. Él quería que sus representados jueguen en el club de barrio hasta los 16 o 17 años y después pegue el salto a algún club de por acá, cómo El Porvenir, Independiente, Racing, Lanús o Banfield. Así se le fueron cómo 10 pibes. Venia un representante ya ducho en el tema, les ofrecía plata grande a los padres y con el tema de la patria potestad se lo llevaban a Europa. Un caso resonante fue el del pibe Leopoldo Sosa, que ahora juega en el Napoli. Era una de las grandes fichas que tenía el rengo, pero se la soplaron.

El rengo no era pobre, tampoco rico pero se estaba arruinando de a poco por la escasez de clientes y por cómo le afanaban pibes. Nosotros le decíamos que se dejará de hinchar las bolas con su sueño de barrio y que ofreciera algún que otro talento a un club grande. Ni siquiera a Europa, a un River o Boca. Pero el rengo que era medio zurdo nunca nos daba pelota y así solo le quedaban juveniles que eran de madera y terminaban sus sueños futboleros jugando en algún intercountry o en algún torneo amateur, donde obviamente no se necesitaba de un representante. El jugador que más lejos llegó fue el mono Molina, un aguerrido marcado central que se desempeñó en Deportivo Paraguayo, quien tampoco necesito representante.

— ¿Vos pretendes que los de la FIFA o de la revista france football vengan hasta acá a ver a alguno de los proyectos de paquetes que representas? —ataco fuerte el rana.

—No pelotudo, no te digo que vayan a ver torneos de acá, pero nunca un balón de oro de la Argentina.

— ¿Y Messi que es? ¿Uruguayo?

—No infeliz, de algún equipo argentino, no te pido una sociedad de fomento. TE digo nunca un jugador de River o Boca tampoco hermano.

—Riquelme hubiese ganado cómo cinco —acoto Raúl y nadie le dio bola.

Acá eligen siempre a jugadores del Barcelona, del Real, del Manchester —prosiguió el rengo— todos equipos con guita, es un premio capitalista. Más que Balón de oro es un premio a la guita viejo. Necesitamos un balón de oro socialista, hermano.

—Y si los mejores del mundo están allá, boludo —dijo el mudo mientras levantaba su chopp y lo detenía en el aire— ellos tienen la guita y compran, los clubes de acá no pueden mantener ni la mirada.

— ¿Cuando los gringos quieren bailar y escuchar el mejor tango a dónde van? Acá vienen papá —se respondió a sí mismo el rengo— los japoneses bailan y hacen tango pero es una poronga hermano. El fútbol es lo mismo viejo, acá está el mejor fútbol y nunca hubo un puto balón de oro con un jugador que jugará en el país...

—Hay un diario de Uruguay que elige a los mejores de acá, de Sudamérica —atiné a decir.

—Pero nadie le da bola, están todos boludos con lo de la FIFA y la revista esa choronga de Francia, pero claro nosotros somos los boludos que preferimos siempre lo de afuera —dijo el rengo mientras manoteaba maníes—, te puedo asegurar que si Messi o Cristiano Ronaldo jugaban en River o Boca o en Riestra, no los elegían en su puta vida como mejores jugadores del mundo.

—Pasa que acá los pibes se van muy jóvenes y explotan allá, recién cuando ya   están rotos o demasiados viejos vuelven para acá —dijo Rubén, mejor conocido como el falso Messi.

—Por eso yo quiero que mis pibes, se queden acá —dijo expresivo el Rengo— yo conozco un montón de pendejos que son diez veces más que Messi.

—Y yo conozco un montón de representante que son más rápidos que vos —toreó el mudo.

—Eso es porque hoy todos se mueven por la guita, mudo —acuso el golpe bajo el rengo— pero tengo un pibe que estoy seguro que la va a romper acá y no se va a ir a ningún lado.

— ¿Otro más? —dijo Horacio—, se va a quedar hasta que venga un representante de verdad, no como vos que todavía vive en el mundo ideal de aladdin.

—Yo lo conozco y sé que este me va a salir bueno —suspiro el rengo con la batalla casi pérdida— es de familia humilde pero no se va a dejar engatusar con la guita, ya lo tengo hablado...

—Vos seguí hablando, tenes que darle una moneda para que se quede —arremetió Raúl— todo muy lindo pero al primer mango que le ponga otro lo perdes, como perdiste a todos.

—Ustedes solo piensan en la plata carajo— exhalo el rengo y quedo ensimismado. Lo cual me produjo mucha pena porque será medio boludo y soñador pero sus intenciones siempre fueron las mejores.

— ¿Y cómo se llama este pibe? ¿Es del barrio? ¿De que juega? —intente correr el eje de la conversación para salvar a mi amigo.

—Enganche, es el mejor que tengo —dijo mientras se le iluminaban los ojos, como si estuviese hablando de un ser querido— no sabes como la mueve el pendejo, doce años tiene pero es un infierno. Es el hijo de Cambarelli, el electricista de la avenida.

Jorge Cambarelli era electricista de autos, un garca de aquellos. Le llevabas el auto por un problema en el alternador y te salía más caro que un choque de frente contra un scania. Siempre encontraba algo más cómo para arrancarle la cabeza a uno. Por eso cuando nos dijo que este pibe era el hijo, yo ya sabía el desenlace. A Cambarelli le gustaba muchísimo la guita. Estaba todo dicho.

— ¿Vos decís que Cambarelli no se va a dejar tentar por un representante? —se alarmó Horacio.

—Por supuesto que sí, pero la mujer lo tiene cortito y ella no quiere saber nada de que el chico se le vaya —defendió el rengo.

—Pero pelotudo, ese tipo tiene más minas que un jeque, le va a chupar un huevo lo que le diga la gorda —seguía indignándose Horacio.

—Yo te digo que no es así.

— ¿Pero escúchame, juega bien? —volví a insistir con el tema futbolístico.

—Es una locura ese pendejo —giro hacia mí el rengo— no sabes lo que hace con la pelota. Antes lo llevaba a jugar por guita a torneos de juveniles y la rompía, la rompía. Ese pibe va a ganar un balón de oro en varios años. Pero acá jugando en un club de acá.

—La que la va a romper va a ser mi señora, pero mis bolas, mira la hora que es che —dijo Miguel mientras se levantaba— ¿arreglamos los números?

—Paga el rengo, cuando venda a ese pibe va a tener plata —acoto Horacio, el rengo lo fulminaba con la mirada.

—Si es que no se lo soplan antes, va a venir un representante más vivo y hasta a vos te va a llevar rengo— cargo el mudo

—Bueno che, yo me rajo —dijo tirando un billete de 100 sobre la mesa.

—El vuelto lo dejamos para el representante que se va a llevar al pibe —dije.

—Ustedes son unos boludos, ya van a ver —dijo el rengo mientras Miguel saludaba desde la puerta y nadie le daba bola.

—Te jodemos renguito, no te calentes —puso paños fríos el mudo.

—Jodanlo al alemán que hoy vino porque la jermu está de viaje sino no lo dejan. —dijo el rengo cambiando su ofensiva hacia mí.

—Yo vengo siempre, ¿qué decís? Si no vengo es porque estoy complicado en la oficina o el nene esta hinchándome las bolas en casa —expliqué un poco irritado por la actitud de mi amigo.

—Che yo también me voy ¿alguno me puede llevar? —solicito el profe Horacio.

—Yo te llevó arriba de esta, pero pasas los cambios con la boca —arremetió Gorriti, callado hasta ahí.

—Siempre los mismos inadaptados ustedes —dijo el Profe.

— ¿Cuánto hay que pagar? —inquirió el Rengo.

Empezamos a juntar la plata,  a hacer las siempre dificultosas divisiones  de cuántos somos, de cuánto es el total, de cuánto es lo que tiene que poner cada uno, de que nos olvidamos de contar a tal amigo... Como pasa generalmente, sobra o falta plata. Esta vez sobró y dejamos ese vuelto para señar la cancha del próximo miércoles.

A mí, sinceramente, me había agarrado curiosidad por el pibe este. El hijo del electricista. Yo lo conocí cuando tenía 6 años —cuando todavía le llevaba el auto a su padre y antes de que me cobrará $100 por cargarme la batería—, era un gordito de esos con anteojos gruesos que seguramente siempre era objeto de burlas de sus compañeros o bullying como se dice ahora. No podía creer que ese nene en tan poco tiempo haya cambiado tanto. La cosa me quedó rebotando en la cabeza y aproveché el viernes, que es cuando llevó a mi pibe a la escuelita de fútbol, lugar donde dirige el Rengo.

Le voy a sincero: mi pibe es un queso cuartirolo jugando al fútbol, lo heredó de mí el pobre, no tiene la culpa criaturita de Dios. Pero uno lo ve corriendo y disfrutando tanto, que lo lleva con ganas. Franco —así es cómo se llama— es un mini Mauro Laspada. Rustico, golpeador, patadura y muy pero muy bestia. Tal es así que un día el padre de uno de los chicos que va a esta escuelita, vino a increparme porque Franco le había bajado de una patada tres dientes de leche. A pesar de todo esto, Franquito insiste en que quiere ser delantero y uno a los chicos los deja soñar libremente. Yo por ejemplo soñaba con ser futbolista y lo más cerca que estuve de un campo de juego profesional fue cuando hubo una invasión de cancha al irnos a la B. Franco estaba en el mismo club donde el Rengo estaba a cargo de la categoría 2002. Por eso aproveché y me quedé haciendo tiempo viendo cómo mi nene derriba uno por uno todos los conitos, a pesar de que la consigna era gambetearlos. Ni bien terminaba la escuelita, venía el rengo a dirigir a su categoría. Tenía dos horas por delante para ver como mi nene hacia todo lo que no tenía que hacer en el fútbol. Mientras veía cómo mi nene se divertía, una lágrima de emoción rodó por mi cara, que lindo era ver como con su inocencia se cagaba en 120 años de evolución de este lindo deporte. Fue cuando alguien me toco el hombro y me saco de mi tragicómica reflexión.

— ¡Alemán querido! Hace como mil que no te veo ¿Cómo estás? —me saludaba Gambarelli con la mano todavía apoyada en mi hombro.

—Bien, acá lo traje a mi pibe a la escuelita y me quede viéndolo, ¿vos? —respondí con cierto fastidio.

—Yo vine a hablar con el Rengo por lo de mi pibe.

—Si, me dijo que jugaba...

—No juega, la descose el nene, así chiquita la deja, es un avión, viejo.

—Tiene el futuro asegurado acá, entonces, ¿Pero no lo trajiste? Hace un montón que no lo veo.

—Viene después, es temprano, total estamos acá a la vuelta, vos hace mil que no te venís al taller, ¿no lo estarás llevando a otro lado al auto? —dijo eso y rio falsamente.

—Nooo —reí falsamente también— pasa que yo lo llevó al mecánico de la concesionaria, sino no me cubre el seguro— mentí.

—Con eso te engrampan hermano, el seguro es gratis por un tiempo pero te rompen el culo con sus mecánicos.

—Y si, escúchame ¿de que juega tu pibe? —traté de volver al tema del hijo.

—Enganche y en cualquier lado, hasta en otro país puede jugar —volvió a reír—  de eso vine a hablar con el rengo —poniéndose serio al decir esto último y yo ya intuía la cuestión.

— ¿Lo querés llevar a otro lado? —dije muy inocentemente.

—Si, a Italia, se lo quieren llevar ya, los tanos —respondió mientras se frotaba las manos. Un sudor frío me recorrió la espalda y empecé a sentirme triste por mi amigo. Otro crack que se le iba, esto seguramente lo iba a derrumbar.

—Si tenés un tiempito nos tomamos un feca acá en el buffet y te cuento bien —me dijo afanosamente. Yo me quería ir a la mierda, la noticia de que otro pibe se le escapaba a mi amigo me había puesto de mal humor. Di cómo excusa que tenía que ir a buscar a mi señora al supermercado y me fui.

Me fui  a un bar de la avenida, como para hacer tiempo y pensar en lo mal que estaba el fútbol. El sueño que tenía mi amigo era muy lindo. El futbol era lindo, pero la cagaron con la guita hermano. Donde nosotros vemos a un chico corriendo feliz con la bocha pegada al pie, estos hijos de putas ven un negocio millonario. Cuando nosotros escuchamos la risa de un nene feliz con una pelota, estos mercenarios escuchan el ruido como el de monedas al caerse en el piso. Me quede divagando como media hora, faltaba un rato largo todavía para ir a buscar a Franco. Fue entonces cuando me decidí ir a buscar al Rengo a la casa, todavía era temprano y debía estar en la casa por salir al club, donde seguramente lo estaba esperando Cambarelli fanfarroneando en el buffet. Tenía que saber lo que le iba a hacer este garca.

—Rengo, tengo que hablar de algo urgente con vos —dije cuando me atendió por el portero eléctrico, subí por las escaleras hasta el segundo piso y el rengo ya me esperaba en la puerta de su departamento. Estaba vestido con un equipo de Gimnasia bastante raído y un silbato de metal colgaba de su cuello.

— ¿Qué pasó, hermano? — preguntó sorprendido el Rengo.

—Vengo recién del club, lo lleve a Franquito  a la escuelita y me encontré con Cambarelli. Te quieren cagar Rengo, te quieren cagar hermano.

— ¿Qué te dijo?

—Que al pibe lo quieren desde Italia —comprobé que al decir esto, la cara de mi amigo se tornaba de un color blanco.

— ¡Que hijo de mil putas! Vení, pasá y hablamos mejor.

Entré al departamento del Rengo, que era un coctel de aromas. Iban desde el humo del cigarrillo hasta el tuco, pasando por el olor a humedad y hasta pólvora.

— ¿Te acordás que te dije que necesitábamos un Balón de Oro socialista? —dijo mientras se prendía un cigarrillo.

—Si recuerdo, es tu filosofía de vida esa.

—Decime una cosa ¿Vos que preferís? ¿Qué un espectáculo sea para todos o para unos pocos?

—Y… que todos podamos verlo… —respondí pensando que mi amigo había enloquecido.

—Todos opinamos lo mismo. Si vos tenés un pajarito encerrado te va a cantar a vos solo. Si lo soltas va a cantarle al mundo.

—Sí… —atiné a balbucear, comprendiendo que a mi amigo el golpe de perder una nueva promesa lo había hecho enloquecer.

—Al pibe lo tenemos vendido al Inter en un millón de euros.

— ¿Lo tenemos? ¿Vos también…?

—Sí, me llego la oferta y no dude como su representante.

— ¿Pero vos no hablabas de un Balón de Oro socialista, un balón de oro de acá y todas esas boludeces que siempre nos quisiste hacer creer? — me indigné— Pero hermano, tu filosofía de vida siempre fue la de tener un jugador que la descosa jugando en un club de acá. Que les diga a los clubes europeos “métanse la guita en el orto, yo me muero jugando acá”. Que la FIFA tenga un grano en el culo al tener que elegir un balón de oro de un tipo que juega acá ¿Cómo te convencieron rengo?

— ¿Sabes una cosa alemán? —dijo mientras se sentaba en un sillón—A vos te podrá parecer todo medio capitalista eso de vender pibes al exterior, de sacarlos de acá.  Pero cuando juegan en el Barcelona o el Real Madrid lo ven todos y que mejor que eso, que socializar al jugador, que todos lo vean y lo disfruten. Aparte no le podes decir que no a 20 lucas en euros.

La verdad, hubiese preferido que le soplaran otro juvenil.



Por Toni

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Visitando a la abuela

La Abuela Beba era así. Siempre le cagaba la mística a todo, pero a todo eh. Recuerdo una tarde, en vísperas de Reyes… yo estaba contento cortando el pasto  y buscando algún bebedero para ponerles el agua a los camellos con toda la ilusión o boludez de pibe —yo tendría cinco o seis años—, y no viene la vieja hija de puta está a cagarme toda la infancia de un tirón…”¿Juanca, todavía no le dijiste al nene que los reyes magos no existen? Ah pero vos sos lento desde chiquito, dale el regalo ahora así este nene no me sigue ensuciando el living con ese pasto meado por los perros”, le dijo a mi viejo, que fumaba como una locomotora. Porque mi viejo cuando se ponía nervioso fumaba y cuando estaba con Beba fumaba el doble. Juro que lloré como un boludo durante una semana. La abuela Beba decía que a los chicos había que sacarles de la ilusión desde muy niños, así ya se acostumbran a este mundo difícil. El tema es que ella había pasado guerras, hambrunas, desocupación, pestes. Todo lo malo que uno se pueda imaginar. Y usaba eso como excusa para cargarte todo. Así era la abuela Beba, te cagaba la magia de todo.

Yo fui creciendo y a la abuela Beba la veía muy de vez en cuando. Sobre todo cuando a papá le dio un pre infarto y tuvo que dejar el pucho. De adolescente la visitaba alguna que otra vez para sacarle algún peso. Pero era una misión dura e imposible por dos cosas: la primera es que cobraba una jubilación de morondanga y la segunda es que la vieja era más agarrada que calza de gorda. Creo que íbamos a su casa una vez cada dos o tres meses. Casi como una obligación diría yo. La Abuela Beba había enviudado cuando tenía 50 años, cuando el abuelo Rodolfo choco de frente contra un tranvía. Fue una muerte extraña y Beba creo que hasta el día de hoy guarda un pequeño recorte con ese trágico suceso. “Hombre completamente borracho estrellose contra un tranvía”. Porque el abuelo “Rodo” se había volcado a la bebida. Según mi viejo empezó a tomar después de casado, cuando las “cagadas a pedo de la abuela ya eran frecuentes”. Pero Beba sin embargo sostiene que era un “viejo mujeriego, borracho y bueno para nada”.

Yo me fui de casa a los 24 años, cuando me case. Para ese entonces la pobre de la abuela Beba empezaba con la Arteriosclerosis, esa enfermedad de la gente mayor en la que no se acuerdan de nada ni de nadie. Ya en mi casamiento a mí me llamaba Juan Carlos, confundiéndome con mi viejo claro, preguntándome porque iba a tomar la primera comunión nuevamente, si ya la había hecho a los 12 años. Conversación que aprovecho mi padre para escaparse y fumar a escondidas.

Luego del casamiento vino Marquitos, mi primer hijo. Recién se lo presente a la bisabuela cuando cumplió los seis años, ocasión que aproveche para presentarle también a Luciana y a Joaquín, de cuatro y dos años, sus otros bisnietos. En esa oportunidad la abuela Beba lucia mucho más desmejorada. Uno cuando se hace padre como que se “ablanda” un poco. La vieja ya no me parecía tan hija de puta como antes, a pesar de que mantenía esa mirada asesina de ilusiones. La visita no fue muy prolongada que digamos. Primero me confundió con mi viejo y me pego una cagada a pedos porque había descubierto “que fumaba”. A los diez minutos me confundió con el abuelo Rodolfo y me partió una botella retornable de gaseosa por la cabeza, por “tener el cinismo de aparecer por casa con mi amante —que no era otra que mi señora— y los hijos extramatrimoniales”. Salimos despavoridos, subimos al auto y marchamos a todo lo quedaba por la calle. Luego en la guardia me tuvieron que dar 25 puntos de sutura. A la abuela Beba no la volví a ver hasta la última semana, que fue cuando se produjeron algunos hechos por demás extraños.

Fui a cenar a la casa de mis viejos, como todos los domingos. Mi viejo estaba como ensimismado, como ido. Le pregunte varias veces si le pasaba algo, solo me negaba con la cabeza. Luego de la comilona, mi viejo me miro de frente y me dijo que quería hablar a solas conmigo en la calle.

—Estoy preocupado por la abuela Beba— dijo mi viejo mientras se prendía con desesperación.

— ¿Esta mal de salud?— inquirí.

—No… la vieja… es… de fierro— respondió mi viejo lentamente, mientras pitaba de manera desaforada su cigarrillo —Creo que alguien se quiere aprovechar de ella o meterla en alguna de esas sectas.

— ¿Quién se quiere aprovechar de ella? ¿Olga? —respondí alarmado. Olga era la señora que cuidaba a la abuela Beba ese hace dos años, cuando la vieja quiso meter en el horno una garrafa de  cinco kilos confundiéndola con un pavo.

—No hijo, justamente es Olga quien me aviso de esto— me respondió papá mientras se prendía otro cigarrillo.

— ¿Y no fuiste a ver? — me escandalice.

—Hijo, vos sabes que tu abuela me pone nervioso y yo cuando me pongo nervioso fumo. Ahora esto tratando de dejar de fumar, esta vez va en serio con eso del tema de la próstata —dijo serio mi viejo.

—El sábado voy a ver en que anda la vieja —comente tratando de hacer despreocupar a mi viejo, mientras él se rociaba con una petaca que en lugar de whiskey tenia perfume, porque es preferible pasar como alcohólico y no como fumador. Luego se metió en la boca una pastilla en la boca para disimular el olor a pucho. Todo para que mi vieja no se dé cuenta y no lo mate antes que su próstata o su corazón o el mismo vicio.

Entonces al sábado siguiente me fui para lo de la abuela beba. Tuve que dejar de ir a la cancha para hacerle esta visita, pero no me quedaba otra. Tenía que bancarlo al viejo en su sexto intento por dejar de fumar. Agarré el auto y me fui para lo de Beba. Ella no estaba, había salido hacia un rato. Me recibió Olga, en su mirada se evidenciaban rasgos de preocupación.

—Ay señor Alejandro, menos mal que vino— dijo la regordeta Olga.

— ¿Donde esta Beba? ¿Le paso algo?— pregunte

—Ese es mi miedo señor Alejandro, que pase algo— comento preocupada.

—Cuénteme Olga— le pedí

—Desde que conoció a Horacio del centro de jubilados de acá a dos cuadras…— dijo entre sollozos

—Cálmese Olga y cuénteme quien es Horacio y qué está pasando —dije fastidiado.

—Le cuento, para navidad o antes— Olga hace una pausa, como buscando en su cabeza la fecha— sí, creo que fue antes. Beba lo conoció, ella estaba muy desmejorada y a mí me pareció bien que tuviera a alguien con quien charlar. El Horacio es un gran hombre, educado, preparado. Dice que era contador público antes de jubilarse. Venía todo bien, hasta que en febrero comenzaron estas salidas raras...

— ¿Qué salidas?— pregunte y súbitamente recordé que hoy jugábamos. Ya había faltado a la cancha y no me iba a perder el partido por esta vieja arpía, al menos lo quería ver por televisión.

—Primero fue un sábado, después un domingo —me contesto Olga— generalmente se iban por la tardecita, alguna que otra vez por la noche. No mucho más de tres horas. Pero lo que me llama la atención es en el estado como vuelve su abuela.

— ¿Cómo viene?— pregunte asombrado.

—Usted conoce el carácter de su abuela— me explicaba Olga —casi que ni se le puede hablar. Cuando sale con Horacio medio que al principio le dice que no, pero siempre termina convenciéndola para que vayan. Cuando vuelve, Beba está hecha una seda. Hasta parece otra persona. Yo tengo miedo por ella, no sé en que la estarán metiendo, si en alguna secta o qué pretende ese Horacio. Me preocupa, joven.

Le dije a Olga que me iba porque tenía que hacer algo urgente y ese algo era mirar el partido, que volvería en un rato. Mientras iba manejando a casa fui sopesando eso que me había comentado Olga. ¿Sera posible que ese tal Horacio le esté limpiando las telarañas a la a vuela Beba? Sacudí la cabeza tratando de alejar esa imagen de mi cerebro. Seguí pensando y por ahí la vieja era adicta a algo, o por ahí Olga tenía razón y se estaba metiendo en alguna secta rara.  No podía dejar de pensar en eso aún durante el partido y eso que fue un partidazo, terminamos ganando cuatro a tres. Fue entonces cuando volver a lo de la abuela Beba.
Cuando llegue ya estaba la abuela Beba. Estaba muy relajada, se podría decir que tenía una sonrisa dibujada en su rostro. Estaba sola porque Olga se había ido a hacer las compras. Luego de un saludo que me pareció por demás estrepitoso, nos sentamos en la mesa de la cocina.

—Abuela, estamos preocupados por tus salidas— le dije finalmente en un tono serio.

—Ay, m’hijito, no es para tanto —dijo sonriendo— seguro que Olga te fue con el cuento ¿No?

—Es que no sabemos a dónde vas, vos no le decís nada a Olga —explique.

—Mira, Julián, a Olga no le conté nada porque es una persona medio ignorante —me dijo Beba, cambiándome el nombre vaya a saber por el de quién— lo que hago yo con el Horacio es una terapia de grupo que me hace muy bien. Olga jamás entendería algo acerca de esas terapias alternativas, ella es muy ignorante, pobrecita.

—Contame de que se trata abuela— dije completamente curioso por el tema.

—Mira, Ernesto, lo conocí a Eduardo cerca de navidad en el centro de jubilados —  dijo risueña, su Arteriosclerosis le hacía cambiar mi nombre nuevamente… y seguramente Eduardo es Horacio—Yo la verdad es que me sentía mal, necesitaba desahogarme con algo. Toda una vida conteniendo enojos y reprimiendo cosas. Horacio me decía que él fue contador toda su vida y sentía lo mismo porque su profesión siempre fue aburrida. Como que su vida era aburrida. Hasta que hizo esta terapia y le cambio la vida. Yo medio que no quería ir, pero me convenció. La verdad, querido —continúo luego de una pausa que hizo para llenar una pava de agua— yo no creía, pero esa terapia es maravillosa, no sabes cómo te relaja hijito.

—Pero Beba, contame de que se trata ese tratamiento de una buena vez—le respondí ansioso por saber de qué se trataba.

—Mira, Jorge, es algo difícil de contar —dijo la vieja mientras me cambiaba de vuelta el nombre y ponía la pava al fuego—, son 22 doctores y muchos pacientes. No perdóname, son 25 en total. Hay 11 doctores vestidos de un color y otros 11 de otro, más tres personas que están de amarillo, verde o negro, varia la ocasión. No sé si estos últimos son doctores más prestigiosos o qué, pero son ellos los que empiezan la sesión y la terminan.

—No entiendo nada, abuela—dije completamente azorado.

—Claro mi hijito —dijo ella con ternura— Todo esto se realiza en un lugar muy espacioso, parecido a un coliseo y nosotros los pacientes nos sentamos. Hay algunos parados, otros que saltan. Viene gente de muchos lugares, porque he visto banderas que decían “Cordoba presente” o “La Plata”, “Avellaneda” —decía mientras dibujaba un rectángulo en el aire con ambos dedos índices.

—Abuela, la verdad no entiendo nada, eso no es una terapia —le dije sorprendido por lo que me acababa de contar.

— ¿Qué no entendés, m’hijito— dijo con un tono enojado— es un partido de futbol nene, uno va putea a quien tiene que putear, canta, grita y se descarga de todas las tensiones de esta vida ¿Sos pavote o te volviste un bobina como tu padre... —justo la pava comenzó a silbar— ya está el agua, Martincito, ¿te tomas unos mates?

—No abuela, tengo que irme, me están esperando— dije y me puse de pie. Acto seguido, le di un beso en la frente a la abuela, le dije que volvería a verla pronto, que se cuidara. Abrí la puerta, cruce la vereda y me metí al auto. Me habré quedado unos dos minutos pensando en lo hija de puta que es esa vieja, siempre cagándole la magia a todo ¡Hija de puta! Lo que todos vemos como una pasión, como algo hermoso esta arteriosclerótica lo ve como una terapia, que pedazo de forra.
Arranque con el auto, hice un par de cuadras y me detuve frente al primer kiosco que vi. Compre un atado de cigarrillos. Nunca, hasta este momento, había fumado en mi vida. 

Por Toni

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No sé para que vine.

Hace un montón de años que no vengo a la cancha. No, no le exagero viejo. No me dejaban venir, no se confunda, no estaba en la gayola, ni tampoco es porque soy un pollera; es una historia larga, deje que en otro momento se la cuento. Por lo que he visto hasta ahora, esto cambió mucho, hermano ¿Está usted seguro que esto sigue siendo fútbol? Le puedo jurar que en las riñas de gallos he visto gente de mejor talante.

Antes cuando yo era un asiduo concurrente, era muy diferente el público. Ojo, no me malinterprete no soy de esos fascistas que anda catalogando a la gente, por mi cada uno puede hacer lo que quiere, es su derecho ¿Vio? Pero en la época en la que yo venía, era otra cosa. Mire cómo viene la concurrencia ¿Dónde están los sacos y los sombreros? Mire aquel monigote, ese de la izquierda, esta sin camisa, sin nada, en cueros. Está bien, estos calores hacen insoportable todo, ¿pero cómo viene así? ¿Nadie le dice nada? Hay señoritas por aquí. Qué poca decencia hermano.

Y hablando de señoritas, por lo que he visto hay muchas mujeres y ninguna de ellas con el léxico apropiado de una damisela, no señor, he oído marinos rusos con más feminidad. ¿Y esa porquería que suena en los altoparlantes? Que porquería, parece que están matando a alguien allí adentro ¿Cómo dice? ¿Eso es música? No me macanee, se lo pido por favor, somos grandes ¿Qué paso? ¿Está seguro que esto es un partido de fútbol? Bueno, bueno me callo, tiene usted razón ¿Sabe lo que pasa? Yo hace como cien años que no venía a una cancha, entiéndame.

Esta todo cómo un poco abandonado, ¿no? Lo bueno de esta modernidad es que han cambiado esos tablones de madera. Eran un peligro mi querido, recuerdo una vez cuando fuimos a la cancha de Argentino de Quilmes, una de esas maderas se desacomodó y nos caímos como cincuenta ¡Un dolor que no se imagina! Tampoco le voy a criticar todo el fútbol de ahora, esto del cemento me parece una gran idea, eh. Y las butaquitas estas también, no serán las del Luna Park pero van bien ¿Le conté cuando fui a verlo pelear a Firpo? ¿Cómo que no conoce a Firpo? ¿Qué donde juega? ¡El boxeador, hombre! Usted no es tan pebete como para no conocerlo. No le escucho bien. Debe ser porque empieza a cantar la fanaticada.

¿Está escuchando usted? Dicen que van a matar a otros ¿Qué es eso? No, no estoy sordo. Usted también

lo oyó no me macanee ¿Pero por qué los van a matar? ¿Qué han hecho los otros? ¿Es por lo de la revolución libertadora? Explíqueme señor, le dije que hace como cien años que no vengo acá. ¿Cómo dice? ¿Qué van a matar a los contrarios? ¿Se da cuenta lo que dice? ¡Pero esto es fútbol señor! ¡Es como si yo amenazara a un radical o a un peronista porque lo vote a Palacios! ¿Se da cuenta lo que dice? Ah, que es una moda. Que moda extraña.  Antes uno cantaba para alegrar a la fanaticada, para darles ánimos a los jugadores, a esos que jugaban por los colores, por amor al barrio. Yo no quiero que maten a nadie señor, estos son otarios, eso es lo que son, se hacen los maulas pero son otarios. Que gente malandra.

¿Qué es ese ruido infernal? Parece una guerra esto ¿Pirotecnia, me dice? ¿Pero por qué? ¿¡Qué!? No le oigo, hábleme más fuerte, no escucho. Ah que ya salen los equipos a la cancha ¿Pero cómo sabe eso? Ah mire usted ahí salen, ha de ser advino usted.  Mire las propagandas que tienen las camisetas ¿Cómo dice? ¿Qué son publicidades? Pero es lo mismo hermano, no me quiera engatusar, soy viejo pero no gagá ¡Cuantas propagadas que tienen! Parecen un almacén de barrio con esos chapones pintados ¿Cómo nunca los vio? ¿Dónde vive usted? Encima son propagandas en otro idioma. Nunca vi un producto cómo ese. Ahí saludan a la tribuna ¿Ese flaquito es el arquero? ¿Por qué se viste con un color tan chillón?  Un arquero se tiene que vestir con colores oscuros, si no lo marcan enseguida y lo sacude hasta el fullback. Pero estos son todos purretes para jugar ¿No será el partido de reserva este?  Tan pibes y ya son titulares, mire como son las cosas eh, cómo cambian los tiempos, hermano. Tienen edad para estar en la colimba. Pero por sus peinados parecen que estuvieron en una comparsa, en un cotolengo.

¿El referí no salió todavía? ¿Cuándo va a llegar? ¿Cómo que es ese de amarillo? Me está cachando usted ¡Si el árbitro se viste de negro! Algo sé de fútbol, no se crea que porque hace rato que no vengo es que no se nada ¿Que me calle? Pero su solo le estoy batiendo la justa, pero va a empezar. Le hago caso y me callo.

Discúlpeme maestro, no quiero pecar de pesado, pero esto empezó hace más de quince minutos y solo corren y se tiran pelotazos. Parece que no quieren saber nada  con la bocha, hermano. Solo los veo correr y correr y cada vez que llegan a la pelota tiran un pelotazo que para que los otros se arregle ¿Esto es todo el tiempo así? ¿Qué le paso al fútbol? Está bien, pasaron como cien años desde la última vez que vi un cotejo de fútbol pero este deporte está muerto, hermano.

Antes uno veía a los wines danzando a gran velocidad con la pelota, poniéndosela al nueve como con un guante, en la testa o en el pie. Pero ahora ni wines veo. Se pega mucho más de lo que se juega. Mire usted a la parcialidad. Festejan más una barrida o un recupero a lo bestia que un firulete, un caño. Qué dolor de vista es esto. Tengo ganas de llorar, que tristeza. Déjeme viejo, soy un otario. Mire que el Pedro eligió irse a ver a sus nietos, a sus bisnietos y yo como un gil que soy, me vine para acá. Una salida que tengo en cien años y me vengo a ver esto… le soy sincero, no sé para que vine, tenía que haber hecho como el Pedro…



Por Toni

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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El cielo del negro


Me desperté bastante tranquilo, a pesar de haberme sometido reciente a una cirugía de rodilla. No me dolía nada. Pensé que me iba a despertar dolorido, pero no me dolía ni siquiera la reciente operación. Algo raro pasaba. Nunca me sentí tan cómodo. Estaba acostado en un colchón bastante mullido, cosa rara para la cama de una clínica. Me dispuse a abrir lentamente los ojos  para ver qué pasaba —no sin cierto temor— porque conozco gente que se ha despertado en medio de una cirugía. Al abrir los parpados me encontré contemplando un vasto cielo celeste. Ya comenzaba a asustarme. Me erguí en lo que pensé que era una cama. Eran nubes. Puta madre, estaba muerto. Operación de mierda. Cirujanos hijos de remil putas. Me habían dicho que era una cirugía sin ningún tipo de riesgos. Convengamos que era sólo la rodilla ¿Cómo se complicó tanto? Un súbito pensamiento me tranquilizo, a lo mejor la anestesia me había pegado mal y estaba alucinando o todavía no había despertado del todo. Palpe mis brazos y me di un pellizco. Dolía. Puta madre, sí estaba muerto. Y dejé miles de cosas sin hacer allá abajo o allá arriba, o donde miércoles quede la tierra para ese lugar. Otro pensamiento me tranquilizo. Estaba en el cielo, mucho peor hubiese sido estar en el infierno. Me levanté y vi en la cercanía un grupo de gente que hacía una fila frente a una enorme puerta de rejas. Bueno, ahí debe estar San Pedro. No todo es tan malo, por lo menos iba a poder ver a mi viejo. Pero la puta madre, deje tantas cosas sin hacer. Seguí caminando sin prisa hasta dicha cola. Me predispuse a esperar también.

—Discúlpeme señora ¿Esta fila para qué es? —le pregunte a una anciana, que era la última.

—Es para poder entrar al cielo mi hijito, pero no se preocupe por suerte va rápido —me contesto la viejita. Que continuo hablando sobre con quien se iba a encontrar, de su marido que había muerto no sé dónde. Yo seguía puteando en mi interior a esos médicos culorrotos. La vieja seguía con su perorata. 

Efectivamente la cola iba bastante ligero, ya me acercaba. Entró la vieja cargosa esta y luego me tocó a mí. “El que sigue” dijo una voz femenina desde adentro. Yo esperaba ver más… más… como decirle, mas cielo. No sé, mas nubes, un par de angelitos con trompeta, santos y que se yo. Pero nada que ver. Era un hall grande. Como de esos que hay en las obras sociales caras o en las de medicina prepaga. En la recepción no estaba ni Pedro, ni nada que se le parezca. Había una mesa larga de recepción, en donde había doce computadoras. Bah creo que eran computadoras. Eran atendidas por señoritas vestidas de blanco, con un pañuelo celeste al cuello.  Era todo muy burocrático hermano. Creo que caí en el cielo de los bancarios o de los contadores. Anda a saber. La señorita que atendía el puesto cinco me miró y supe que me tocaba a mí.

—Buenos días caballero ¿Su nombre? —me dijo en tono automático.

—Jorge Antonio Chznowicz —le respondí. Mire su camisa y tenía una identificación que decía “Vanesa San Pedro, recepcionista”.

— ¿Me lo deletrea por favor? —dijo medio molesta la recepcionista. La verdad es que yo pensé que estaba en el cielo y que sabían todo. 
—Sí, como no —dije con una sonrisa— Ce, hache, zeta, ene, o, doble ve, i, ce, i.

La chica tipeo rápidamente el nombre y apellido y se quedó mirando su pantalla o monitor.

—No me figura nadie con ese nombre ¿Me repite el nombre por favor? —dijo contrariada. Se lo repetí con tono molesto, si bien estaba en el cielo, me hinchaba un poco las bolas que fueran tan boludos como en la tierra.

— ¡Oh aquí esta! — Dijo contenta— Pero hay un pequeño detalle, usted no debería estar acá.

Le juro que me cague todo, por ahí me mandaban al infierno. Ojo yo no fui malo en la tierra. Yo daba monedas en los semáforos e iba de vez en cuando a la iglesia. No era un hijo de puta, tampoco un santo. Era normal, como cualquier persona. Me cague a piñas como todos, insultaba y eso pero ¿Quién no ha puteado en esta vida? Sin embargo por el otro lado también tenía esperanzas, por ahí me mandaban de vuelta a la tierra. El tema es que ya estoy muerto, por ahí ya me enterraron o ya me cremaron. ¿Mirá si me mandan en otra persona? No viejo, que quilombo. Médicos hijos de puta.

— ¿Dónde debería estar? —dije casi entre sollozos.

—No es algo que pueda determinar yo —respondió burocráticamente la flaca— ahora lo consulto con mi superior. Dicho esto se levantó de la silla giratoria y se fue a una oficina contigua. Yo pensé que su superior seria Dios, o en todo caso San Pedro. Pero se apareció un tipo de unos cuarenta y pico, pude leer en su identificación que se llamaba “Manuel  San Pedro, supervisor Sénior”. Mira vos hermano, todo eso de San Pedro y las puertas del cielo era una metáfora. Me sentí un boludo. Yo siempre imaginándome a San Pedro con las llaves del paraíso y todo eso. Mira que pelotudos que somos, viejo. Este muchacho cuchicheaba con la recepcionista, estuvieron un rato así.

—Mire, señor Chowik —dijo, pronunciando mi apellido como el orto— hay un lamentable error, usted no debería estar acá. Tampoco podemos hacer nada, antes lo tenemos que consultar con el Director. Ya lo hemos llamado y está bajando. No se preocupe, que no es la primera vez que pasa.

Si hubiese estado en la obra social o en un banco, ya los hubiese puteado de arriba abajo. Pero estábamos en el cielo. Esperamos algo de cinco minutos y se abrió una puerta del costado de la recepción. Por ella se apareció un hombre ya grande. Estaba casi pelado y tenia una frondosa barba blanca. Vestía de levita blanca y en su mano traía consigo lo que parecía un expediente.  Evidentemente este si era San Pedro.

— ¿Qué paso con el hombre? —dijo mientras me señalaba con su pera que estaba como a 20 centímetros adentro de su barba

—Lo estaban operando y…

—Y otra vez se fueron a la mierda con la anestesia —Interrumpió San Pedro— pero que manga de pelotudos estos anestesistas. Mira que yo estoy acá desde hace más de dos mil años y en los últimos cincuenta años tuvimos que laburar como burros. Todo porque estos hijos de puta se van al carajo con la anestesia. Estos se piensan —prosiguió bastante indignado— que uno porque esta acá en el cielo está al reverendo pedo. Pelotudos. Dale una credencial de visitante y que en dos horas vuelva a la tierra, que es lo que dura esa operación.

— ¿En este tiempo puedo ir a visitarlo a mi viejo? —atine a responder.

—No, Enrique, no puede.

—Jorge —respondí.

—Discúlpeme, Jorge, pasa que atiendo mucha gente por día —dijo en forma conciliadora San Pedro— Le comento que acá hay leyes que cumplir. Una de esas es que sólo las personas que se quedan acá en forma definitiva pueden visitar a sus parientes. Son las reglas, amigo. Mientras puede esperar a en un bar que queda acá a dos cuadras.

Iba a cuestionar esa burocracia celestial, pero yo era un don nadie. Así que decidí hacerle caso e irme hasta el bar. Por lo menos para hacer tiempo y ver cómo eran las cosas. Salí por una puerta giratoria y me encontré en una calle como cualquier otra de la tierra. Autos, gente, semáforos. Llegue por fin al bar. Curiosamente quedaba al lado de unas canchitas de fútbol.  Entré como si nada y me senté en una mesa de madera reluciente a esperar al mozo.

— ¿Nuevo por acá, maestro? —fue el saludo del mozo.

—Estoy de paso —dije sonriendo — ¿podría ser un cortadito?

El mozo asintió con la cabeza y se fue. De golpe comencé a pensar en que yo no tenía plata. Pero ¿se cobraran las cosas acá? Entre a debatir internamente ese punto, hasta que un grito de gol interrumpió mis pensamientos. Estaban pasando la repetición de los goles del partido entre River y Peñarol.  Me sentí un poco más aliviado, después de todo estar muerto no era tan grave, para cuando me toque bah. Comencé a
pensar en donde estaría mi viejo, donde viviría. Un súbito pensamiento me arrebato. El de irme por esa puerta y buscarlo. Pero otra vez me arrancaron de mi ensoñación. Una persona conocida entraba por la puerta del bar. Era un tipo de unos cincuenta o sesenta años, medio pelado, con barba entre cana, claramente se podía distinguir una sonrisa en su rostro, pero no estaba sonriendo, no sé si me entiende. Era así, tenía una picardía en la cara que se veía a kilómetros. Estaba vestido como si recién hubiese jugado a la pelota o como si lo fuese a hacer en un rato. Tenía unos pantalones cortos de central, una remera blanca, medias amarillas y botines negros. Una toalla le ceñía el cuello. La verdad que siempre fui medio de madera para describir a la gente. Pero ese era el negro. El negro Fontanarrosa. Si, Roberto. En mi putísima vida lo había visto en persona. Obvio, si, lo vi en videos, en entrevistas, por fotos... Conocía gran parte de sus cuentos, obviamente a Inodoro Pereyra ¡Y ahora lo tenía ahí! Era el negro. Yo nunca fui muy cholulo, los famosos me parecían “normales”, no entendía como la gente se mataba por una foto con ellos. Yo veía un famoso y me chupaba un huevo. Lo miraba de reojo y nada más, no les daba bola ¡Pero ahí estaba el negro carajo! Me levante y temblaba como un boludo.  Yo sé que Fontanarrosa me miraba de reojo.

—Negro querido, genio —dije como un completo pelotudo, lo admito.

—Hola pibe ¿vos sos? —me dijo el negro con una sonrisa enorme.   
                         
—Yo soy visitante — le respondí en un claro ataque de pelotudez.

—Ah Visitante —dijo divertido Roberto—  Que nombre raro, Visitante Pérez o Visitante González.

— Jorge Antonio Chznowicz me llamo —dije disculpándome— pasa que estoy nervioso es mi primera vez acá y me tengo que volver en dos horas. Terminado de decir esto, entro por la puerta un rubio grandote. Una bestia, vestía un piloto o gabán largo. De su boca prendía un cigarrillo. Se sentó en un rincón del bar y miraba por la ventana.

—Suele pasar Jorge —me dijo el negro, mi atención volvió hacia él— Al principio es medio jodido, pero te acostumbras en seguida. Vos tenés suerte igual, viejo. Te viniste un rato, miraste y ya tenés una idea, te fijaste como era el departamento antes de alquilarlo —dijo mientras soltó una risa contagiosa a la que me uní de inmediato.

— ¿Cómo es el tema acá? — le pregunte al negro.

—Y mira... —se quedó pensativo el negro— Ya te habrás dado cuenta que nada muere. El tema es que un día estamos allá y otro acá, parece una respuesta tonta y de casette, pero es así.

—Pero está lindo el cielo —le respondí, mi pelotudez iba in crescendo.

—Y hay un cielo para cada uno de nosotros —dijo como un tipo que sabe— a mí siempre me gustó el fútbol, el bar, escribir y mírame, recién salgo de jugar un picado ¿A vos que te gusta hacer?

—Y a mí me gusta…

—Negro querido —interrumpió un hombre que lo saludaba con una palmada en el hombro mientras se sentaba al lado.

—Sordo, Sordito ¿todo bien? — le respondió Fontanarrosa.

— ¿Cómo va todo, Negro? —pregunto el sordo.

—Acá estamos charlando con el amigo —respondió el negro señalándome con la barbilla.

Lo saludé al Sordo, le dije mi nombre y volví a sentarme.

—No sabes, Negro, otra vez lo expulsaron al boludo de Pascual —dijo el Sordo.

—Déjame adivinar, se la agarró con el Lalita —comentó el Negro mientras se ponía una mano en la cabeza.

—Sí, pero esta vez fue grave —dijo en tono serio el Sordo— el árbitro este que nos tocó, el viejo ese que dice que tiene contactos allá abajo, dijo que si siguen jodiendo los van a suspender por toda la eternidad y que se vayan a cantarle a Gardel.

—Pobre Carlitos, ¿qué culpa tiene? —dijo, risueño, el Negro.

Entretanto el mozo me traía mi café a esta nueva mesa donde ahora me hallaba sentado. Me sentí muy a gusto en esa mesa. Los nervios se me fueron enseguida. Miré como en otra mesa, ya cerca del mostrador, estaba un hombre con pinta de duro. Tenía rasgos árabes, una nariz con una curva caprichosa y unos ojos de cernícalo. Estaba comiendo unas galletas del tipo “marinera”, el crujido de las galletas al romperse y ser masticadas llegaban hasta nuestra mesa. Y las migas se esparcían por todo el bar como un fuego artificial.

— ¿Lo viste a Emilio? —Preguntó el sordo—dijo que hoy iba a venir a jugar y no vino un carajo.

—Tenía que hacer no sé qué con la señora —respondió Roberto mientras juntaba miguitas con la parte externa de su meñique.

— ¿Y vos no hablas? —Se dirigió a mí, el Sordo— No me digas que el pelado no te dejo pasar la lengua.

— ¿Qué pelado? —atiné a responder muy boludamente, dando lugar a chistes desubicados. El negro miró en forma cómplice al Sordo.

—Si hubiese estado el Aldo —dijo el negro divertido— te la clavaba en un ángulo, la dejaste picando de una forma terrible. Pero nosotros somos tipos educados. El Sordo se reía.

—El pelado es Pedro, Pedrito —me explico el sordo— el guardián de la puerta. Es un tipazo. Muy educado y eso, pero horrible jugando al fútbol.  Aparte dicen que se la manduca.

—Vos siempre tan mal pensado, Sordo —dijo el Negro entre risas.

—Acá hay mucha gente importante ¿No? —Pregunte.

—Y si, lo que pasa es que al tiempo ya los conoces a todos y te aburrís —me comentó el Negro.

— ¿Pero cómo es la cosa por acá? Volví a preguntar.

—Y mira…

—Buenas —interrumpió uno nuevo que llegaba a la mesa.

—Hernán querido —lo saludaron al unísono el negro y el sordo.

— ¿Nuevo integrante en la mesa? —dijo Hernán mirándome.

—El muchacho está de paso y acá lo estamos torturando un rato —dijo el sordo.

—Ah pensé que era tu nuevo novio —dijo el recién llegado— porque vos siempre andas con un novio nuevo.

—Siempre el mismo irrespetuoso, vos.

Me paré, le di la mano a Hernán y le dije mi nombre.  Pude observar por la ventana y vi a un sujeto bastante narigón, vestido como gaucho. Un chiripa bastante raro y una vincha atada a la altura de la frente, parecía que le partía la cabeza en dos. Además del facón, le colgaban unas boleadoras del cinto, estaba calzado con unas botas de potro dejando al aire sus deformes dedos. A su lado había un perro de color marrón. Veía como le revoloteaban loros alrededor; sí, loros. Episodio bastante confuso y raro. Me volví a sentar y comencé a contarles lo que me pasó. Lo de la cirugía, que se pasaron con la anestesia y que me mandaron a hacer tiempo por dos horas.

—Mirá que antes íbamos a trabar con todo y nadie se rompía los ligamentos —opinó el Sordo.

—Era más que nada una lesión de los habilidosos — dijo Hernán.

—El que lesionaba a la gente eras vos, Hernán —dijo el Negro con una sonrisa.

— ¿Che, te quedás por mucho tiempo acá? — me preguntó el Sordo.

—Y, lo que dura la operación, dos horas y pico, tres, qué se yo… —dije sin mayor.

— ¿Y esto a qué hora fue? —dijo el negro

—Y tipo siete de la tarde entre a quirófano.

—Boludo, son como las diez de la noche —me respondió el sordo alarmado

— ¿Me jodés? —Dije con gravedad— me tengo que ir ya, me van a matar.

—Mira que el pelado es jodido con el tema del horario —dijo el Sordo.

Me paré inmediatamente, le di un sorbo apurado al café, saludé a todos y me fui corriendo. Antes de salir escuche que el negro me grito: “Acordate que nada ni nadie muere”. Crucé la calle, e hice las dos cuadras en tiempo récord. Cuando llegue a lo de San Pedro, me estaba esperando con cara de pocos amigos. Me preguntó dónde estaba y que si hubiese demorado cinco minutos más, me hubiese quedado acá para siempre. Me dijo un par de palabras y que yo no me iba a acordar nada de lo que había sucedido. Me despidió con un apretón de manos y un “hasta luego”.

—Buen muchacho este Jorge ¿no? — Dijo el negro.

—Algo boludo nomás —Respondió Hernán.

—Y estaba nervioso, era su primera vez acá —comento el negro.

—Un pollerudo, se fue cagando porque seguro la señora lo caga a pedos después.

—Sí, pero bien que se hizo el boludo y se fue sin pagar el café —corto tajante el sordo.

—No te preocupes, ya va a volver —dijo el negro mientras se levantaba— ya va a volver…

***
Fui abriendo los ojos de a poco. Como tanteando si estaba vivo o muerto. Me aterraban las operaciones. También la idea de que algo haya salido mal. Moví un brazo ligeramente, luego otro. Después una pierna, la sana. Después la operada, me dolía la rodilla como la concha de la lora, encima había tenido una pesadilla de mierda con dragones y no sé con qué otra mierda. Que anestesia hija de puta. Operación de mierda. Cirujanos hijos de remil putas.


Inspirado en “El Cielo de Los Argentinos” de Roberto Fontanarrosa

Por Toni

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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