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Día del Niño

— ¿A vos te parece llevarlo a la cancha? —Empezaba la interrogación de mi mujer— ¿No será peligroso?

—No mi vida, no pasa nada, ya tiene cinco años Valen —le respondí desganadamente como para que le genere seguridad.

—Por eso, es chiquito —continuaba con su paranoia— Se puede asustar con los petardos, además no me gusta eso de los barras y toda esa gente violenta.

—Andrea, fui toda mi vida a la cancha —dije seriamente—, siempre fui a la popular y acá me tenés, vivito y coleando. A Valentín lo voy a llevar a platea encima. Es mucho más tranquilo.

—No sé, no me gusta que vayas vos, menos me gusta que lo lleves al nene —protesto Andrea.

—Mi amor, no pasa nada —yo vire mi estrategia hacia la súplica—, es el día del niño además, se lo vengo prometiendo al nene desde que cumplió cuatro años.

—Me parece peligroso para un nene de su edad, llévalo a un pelotero —argumentaba ella.

—Linda, Roberto lleva a su Guillermito desde los dos años —objete algo molesto— nunca le paso nada. Vos me decís que lo lleve a un pelotero y está lleno de piojos eso.

— ¿Si, pero vos viste como es Roberto, no? —dijo despectiva mi esposa.

—Es un tipazo no sé qué decís de él —respondí enojado, me había molestado bastante ese maltrato a un amigo de muchos años.

—Es un vago, Javier, un vago —me dijo más despectivamente aun— está divorciado de Susana y uno de los pocos días que puede estar con el hijo a solas, se lo lleva a la cancha.

— ¿Y qué mejor que compartir un domingo de cancha con tu pibe? —me mande a la ofensiva.

—No son lugares buenos para los chicos —seguía cerrándose mi mujer.

—Dale ma, deja que me lleve a la cancha —pidió Valen que hasta ese momento permanecía callado, haciendo rodar un autito.

—Valen es peligroso —dijo comprensiva la madre.

—Pero papá viene conmigo, dale ma —seguía con la súplica el pequeño.

—No sé, hijo —permanecía inquebrantable Andrea— además vos Javier, siempre me decís que en la platea pasan insultando y no quiero que Valentín aprenda malas palabras.

—Andrea déjate de joder  —me defendí— en las novelas que escuchas vos, putean más que en una cancha. En la tele están todo el día meta a decir malas palabras.

Andrea se quedó pensando, yo en cambio seguí tomando mi café y hojeando el diario. Valentín en cambio seguía sumergido en su mundo, mientras paseaba su diminuto autito verde de plástico por la mesa.

—Bueno llévatelo —tiro Andrea mientras se levantaba de la silla— pero  Valen, esta semana te vas a portar bien y no vas a dejar tus juguetes tirados por ahí. Si querés que te deje ir.

—Te lo prometo, gracias mami, te quiero mucho — dijo Valen mientras abandono su autito de juguete y corrió a abrazar a su madre.

Yo sonreí por arriba del diario y volví a zambullirme en la lectura. Estaba contento, le había ganado un partido chivo a mi mujer. El asunto estaba cerrado pero al final de cuentas podía llevármelo a Valentín a la cancha. Porque lo más lindo que uno les deja a los hijos es el apellido y la pasión por el equipo de sus amores. Bueno, uno también le deja otras cosas como educación y valores, pero ese es otro tema. Todavía me acuerdo cuando mi viejo me llevo a la cancha por primera vez. Yo tendría unos cinco o seis años. Mi viejo estaba más emocionado que yo. Me moría de ganas de ver cómo era eso de festejar un gol en la tribuna. Pero fue un cero a cero horrible. Me acuerdo que termine jugando a la pelota con otro pibe de la misma edad que yo, en las escaleras de las viejas plateas. También recuerdo como mi viejo se la había agarrado con el lineman y lo puteo durante todo el partido. Pero la pase diez puntos, desde aquel hermoso día soleado, que relaciono el olorcito a carbón con esa primera vez en una cancha.

La semana previa, Valentín estuvo emocionadísimo. Se la paso correteando por toda la casa con la camiseta puesta, juagando con su pelota naranja en el patio de casa. Para enojo de su madre, que protestaba porque Valen siempre rompía alguna que otra planta. Mi hijo me pregunto en más de una ocasión si íbamos a ganar, si podíamos ver de cerca de algún jugador y todas las preguntas que puede hacer un niño inocente. Mi objetivo era justamente ese. Como era el día del niño quería que mi pibe no se olvide nunca de este regalo. Yo ya venía amasando esa idea desde hace rato. Le había comprado una pelota oficial a los de la barra en el último partido que hicimos de local. Tres gambas me salió, un poco cara sí, pero así y todo era mucho menos de lo que me pedían en una casa de deportes. Al balón lo iba a hacer firmar —con alguna dedicatoria— por algún jugador del plantel, luego del partido. Así como Valen me preguntaba por las figuras de nuestro equipo y todo lo relacionado a los jugadores. Su madre me inflo la paciencia durante toda la semana.  Con que era peligroso, con que esto, lo otro.  Yo le soy sincero, el año pasado me fume que ella para el día del niño lo lleve a un pelotero. Estaba lleno de payasos boludos, magos hinchapelotas que te hacían pasar adelante. Encima tenía que fumarme a los otros padres. Más dominados que el carajo, hermano. Ojo yo seré un gobernado por estar ahí, pero por lo menos tenía la rebeldía de quejarme. Era un minúsculo acto de independencia, lo sé. Pero a estos pelotudos lo llevaban de la oreja, y disfrutaban los muy boludos. Valentín la paso bien, pero está en una edad en la que le pones en frente un pedazo de plástico con forma de tereso y se divierte como si estuviese en Disney. Pero este año yo a mi pibe le iba a regalar algo mucho mejor, algo que lo iba a marcar de por vida.

Llego el domingo y a Valen le regalaron de todo. La abuela un tren eléctrico,  mi mujer un conejo enorme de peluche. Me acuerdo que ese conejo tenía una cara de boludo tan grande que te daban ganas de cagarlo a trompadas.  Mi hermana le regalo una computadora de esas pedorras para que los nenes aprendan jugando. A pesar de todos los regalos, medio que a Valen mucho no lo convencieron esos regalos. Estaba mucho más emocionado y expectante por mi regalo, ese que iba a llegar en un puñado de horas. Me sentí orgulloso de mi pibe. Almorzamos unos ravioles en la casa de mis suegros y de ahí nos íbamos a la cancha. Durante el almuerzo se formó un complot para romperme las bolas. Los abuelos —maternos obvio— empezaron con que era peligroso, mi mujer encima los apoyaba. Mi cuñado que es un flor de pelotudo me dijo que iba a llevar a su hijo a no sé qué festival de mierda en la plaza y si no quería que lo acompañemos.  Lo saque cagando, termine de comer rápido, lo cargue a Valentín en el auto y nos fuimos a la cancha ante los ruegos de mi mujer de que nos cuidásemos, como si iríamos a la guerra en lugar de a una cancha. El chico iba mirando para todos lados, le brillaban los ojitos. Era hermoso ver el entusiasmo en su carita de ángel. Llegamos al estadio, como de costumbre deje el auto estacionado a dos cuadras de la cancha. Fui al baúl a buscar la bolsita con la pelota desinflada que iba a hacer autografiar por algún jugador.

— ¿Eh amigo, no tiene algo a’ lo’ pibe’ por estaciona’ acá? —me sorprendió una voz a mis espaldas, mientras cerraba el baúl.

—Si como no —atine a responder mientras sacaba la billetera. No le iba a da más de veinte pesos, como siempre lo hacía.

—Papi, papi le vas a dar plata a este delincuente —me dijo Valentín inesperadamente, ante mi atónita mirada. El “trapito” me miro con odio.

— ¡Valen como vas a decir eso! —lo reprendí a mi hijo.

—Mami dice que estos son unos vagos y sinvergüenzas —agrego Valen. Yo no sabía dónde meterme, agarre un billete de 50 y se lo di al “cuidador de autos”. Este lo tomo con cierto odio y no me dijo nada, yo sonreí nerviosamente, lo agarre a mi hijo y nos fuimos rápidamente. Mientras caminábamos, lo rete al nene por ser tan inoportuno. Pero no me daba pelota. Estaba extasiado por todo lo que lo rodeaba en el camino. Estaban los vendedores de banderas, los clásicos choripanes en las parrillas. Me pidió que le comprara algo de la parrilla, le respondí que después del partido, ya que hace un rato habíamos comido.

Llegamos a la cancha y entramos. Subimos las escaleras hasta las plateas y no sentamos. Valentín estaba chocho. Miraba para todos lados, hacía preguntas. Aplaudía, cantaba. Yo también estaba feliz como él.  El partido fue medio un embole. No me voy a poner a describir todo el encuentro, porque fue muy aburrido. A los cinco minutos ya perdíamos uno a cero, en la primera y única llegada del equipo contrario. Nuestro equipo daba asco. Sin embargo Valentín disfrutaba juntando papelitos y tirándolos de nuevo hacia la cancha. Era un monumento a la ternura. En el entretiempo le compre una gaseosa. En el complemento la cosa no cambio y el partido seguía siendo un dolor de ojos. Pero llego el empate. El gringo Godoy, de cabeza había metido el empate. Hice lo que siempre soñé, abrazarme a mi hijo para celebrar un gol. Le soy sincero: se me pianto alguna que otra lagrima de emoción. El partido termino así, sin muchas emociones más. A la salida fuimos al estacionamiento a esperar a que algún jugador me firme el regalito para mi pibe. Habremos esperado como media hora, cuando apareció la enorme figura de Enrique Godoy.

— ¡Gringo! ¡Gringo! —lo llame— ¿me firmas la pelota para mi hijo?

El gringo, no dijo nada y se me acerco en un hermoso gesto. Le entregue la pelota.

— ¿Cómo te llamas pibe? —Le pregunto a mi hijo.

—Valentín —dijo tímidamente el chico— ¿vos cómo te llamas?

—Yo soy Enrique Godoy, pero me dicen el Gringo —dijo con una ancha sonrisa el nueve.

—¡Ah vos sos el muerto de Godoy! —exclamo inesperadamente Valentín —Papá siempre dice que sos un puto.

Yo sentía lentamente como mi cara se iba calentando y poniéndose roja. Le pegue un tironcito a la manga de la campera de mi hijo y lo mire fijo.

—Ah mira vos —dijo Godoy mientras me echo una mirada de odio— ¿Qué más dice tu papa?

—Que sos horrible y siempre pide que te lesiones —dijo divertido Valentín mientras yo no sabía dónde meterme. Fue ahí cuando Enrique Godoy termino de firmar la pelota, se agacho para entregarle la pelota a mi hijo y le dijo: “Quiero ver cuantos jueguitos haces”. Acto seguido se levantó y me emboco una trompada en el ojo derecho que me sentó de culo en el piso. Valentín seguía embelesado con la pelota y por suerte no se dio cuenta de lo sucedido.  El gringo Godoy se dio media vuelta y se marchó. Me levante, lo tome de la mano a mi hijo y nos fuimos rapidito.

—Papi, me prometiste comprar asado —dijo Valentín mientras pasábamos por al lado de una parrillita precaria hecha de tambor. Suspire molesto, frenamos y le compre un sanguchito de bondiola. Caminamos hacia el auto mientras Valen degustaba su comida. Al llegar al auto observe como lo había rallado por todos lados y encima le había arrancado uno de los espejos retrovisores. Me quise morir. Seguramente fue el “trapito” vengándose de lo dicho por Valentín.  O por ahí no, pero ya no tenía ni ganas de ponerme a pensar. Nos subimos, puse primera y empezamos el retorno a casa.

—Papi me siento mal —me dijo Valentin, justo cuando lo iba a cagar a pedos por lo que había hecho hoy.

—¿Qué tenes hijo? — le pregunte mientras iba deteniendo el auto.

—Me duele la panza pa —respondió el nene. Casi no pudo  terminar de responder, hizo una arcada y empezó a vomitar. Me vomito todo el auto. Detuve el auto, abrí su puerta pero ya era tarde. Ya había lanzado todo, lo importante es que se sentía mejor de la panza. No le quise decir nada, pero el ojo se me empezar a hinchar cada vez más. Por suerte ya casi llegábamos a casa.

— ¿Cómo la pasaste Valen—Le pregunte.

—Fue el mejor día del niño de mi vida, gracias pa—me respondió Valentín con una enorme sonrisa. Me sentí reconfortado, si bien el ojo me dolía como la reputisíma madre que lo pario, esa sonrisa me curaba todo. Por fin habíamos llegado a casa. Valentín bajo corriendo. Nos recibió Andrea con una cagada a pedos, pero se frenó cuando vio mi ojo. Le dije que después le contaba cómo había sido todo. Me hizo un gesto como diciendo: “Que boludo que sos”. Mientras, Valentín no paraba de contar todo lo vivido recientemente en la cancha. Fue un lindo día a pesar de todo.

El otro día vino Valentín con su sonrisa compradora a preguntarme algo

— ¿Papá cuándo vamos a la cancha de nuevo?

—No sé hijito, es peligroso, tu madre tiene razón—le respondí mientras me tocaba el ojo que todavía me dolía.

T. Schweinheim 


Por Toni

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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El Guille

“No se queden quietos pelotudos, muévanse” Así era como el Guille ordenaba la defensa,  ese grupo de amigos panzones oficinistas que jugábamos los clásicos picados de los miércoles. Guillermo era uno de esos centrales duros, ríspidos. Esos que cuando los miras ya te sacaron un 50% de la pelota con la mirada de asesino.  Siempre iba al frente y nos hacía ir al frente. Lesionó a muchos de nosotros y eso que no jugábamos nunca por nada. Pero lo hacía sin intención, lo suyo era pasión y cuando las patadas no son mala leche, tal vez duelen menos. Éramos un grupo de amigos que despuntábamos el vicio jugando los miércoles en una canchita polvorienta de Mataderos. Grupo al que se le fue sumando conocidos, compañeros de laburo y familiares,  cuando faltaba alguno.  Había veces en la que esta cancha de siete a veces nos quedaba más grande que el Maracaná. En otras oportunidades —pocas, la verdad— nos quedaba chica porque venían todos y éramos como 20. Rotábamos entre todos aunque sea para jugar unos minutos.  Obviamente había jugadores que no salían, como el Conejo Rodríguez que era capaz de gambetear hasta un bondi a 300 kilómetros por hora viniendo de frente. También se quedaban Tito y Marcelo, por el solo hecho que  atajaban. No eran grandes arqueros pero por el solo hecho de ir solitos al arco los hacía irreemplazables. Como en todo “picado” nadie quería ir al arco y por eso ellos eran más necesarios que la cerveza y charla post partido. A veces creo que muchos de nosotros veníamos por eso, por la juntada después del partido. Porque en la cancha había varios que daban lastima, pero lo que no hacían dentro de la cancha, lo hacían afuera hablando hasta por los codos.
 
Guillermo también era inamovible. No porque haya sido un fenómeno sino porque era un líder innato.  Te ordenaba todo, defensa, medio y ataque. Con él te sentías seguro. Hasta ordenaba al viejo que nos venía a avisar que la hora de jugar se había terminado. "Dele Don Jaime, déjenos unos minutos más" solía decir el Guille al principio. Luego ante la negativa del vetusto sujeto, su tono iba poniendo tan o más ríspido que su manera de jugar.  Pero había veces que Jaime estaba de buen humor producto de haber ganado algunas chirolas al póker nos dejaba jugar un rato más, pero si el viejo estaba de malas ni siquiera se molestaba en venir a avisarnos, directamente nos cortaba la luz y váyanse a la mierda pendejos maleducados. Cosa que nos irritaba, pero a Guille lo sacaba y mientras las luces iban dejando de a poco de alumbrar, se ponía a putear a todo el árbol genealógico del canchero.  Igual Guillermo siempre iba al frente y lo jodía a don Jaime.  Porque el Guille era un distinto, pero no un distinto a la hora de jugar, en la vida lo era. De acá, del corazón. Usted ya habrá notado en mis palabras que trato el Guille, como si ya no estuviese. Digo “era”, “fue”, pero no quiero adelantarme a los hechos.

Una calurosa noche de noviembre, nos extraño cuando sin previo aviso el Guille falto y no había avisado nada. Era raro en él.  No sé si lo dije pero Guillermo no faltaba nunca, hasta el día que le festejaba los 15 a la hija vino.  Ese día la excusa que había metido fue que nos había venido a buscar. Y si, era verdad porque fuimos todos, pero después de jugar el partido. Y cuando digo todos, es porque allí estuvimos todos. Hasta el gordo Patricio —tipo roñoso si los hay— fue sin bañarse, tenía un olor acre que le ganaba por goleada al olor que había dejado la bengala apagada en la torta de cumpleaños. Creo que el Guille estaba más contento con nuestra presencia ahí, que con el cumpleaños en sí. Seguro que después en la casa lo cagaron a pedos, pero uno nunca se enteraba de lo que le pasaba. No porque no fuese abierto con sus amigos sino porque siempre estaba con una sonrisa, siempre haciendo chistes y disfrutando con los amigos. Llegaba acá y era otro mundo,  SU mundo. Las cosas que pasaban en su casa, quedaban allí, se quedaban en la puerta del club. Por eso nos llamó la atención su ausencia.  Pero bueno, él era docente, seguramente estaba  con mucho para corregir o por ahí le había agarrado alguna gripe, nadie está exento de eso último. Así que nos aguantamos su ausencia y nos pusimos a pelotear. Obviamente sin él, nos sentíamos huérfanos y hubo tantos errores defensivos tanto en uno como en otro equipo que creo que empatamos como 25 a 25,

Si aquel faltazo nos llamó la atención, su ausencia en la semana siguiente nos alarmo. Otra vez había faltado y esto auguraba un nefasto presagio. La verdad es que ese día no jugamos con muchas ganas, además éramos 10 en una cancha algo grande para nuestras capacidades físicas y  de edad. No hizo falta que venga don Jaime nos venga a visar de la hora, porque faltando 10 minutos nos fuimos a nuestra mesa asignada al “tercer tiempo”.  El tema de conversación obligado fue la nueva ausencia del Guille. Tito —que había llegado tarde ese día— nos había dicho que el lunes había ido a buscar a su hijo a la escuela y que lo había visto en la puerta de la Escuela. Que seguramente algo habrá pasado en su casa, porque no tenía buena cara. No había bajado del auto y Guillermo tampoco se había acercado hasta él. Un bocinazo y un movimiento de mano, fueron sus intercambios de saludos. Nada más. No sabíamos si preocuparnos o enojarnos con el Guille. Por ahí no quería venir más o estaba jugando con otro grupo de amigos, lo cual sería imperdonable. O por ahí estaba jodido de alguna gamba. Pero eso de que “no lo había visto bien”, nos perturbo un poco. Luego la charla como en todo grupo de amigos se fue por temas como el futbol profesional, las minas, los autos y las cargadas al Conejo que estaba esperando su octavo hijo, por algo le habíamos puesto ese apodo.

El siguiente miércoles el Guille otra vez falto. La verdad es que nos impactó menos que las anteriores dos veces, pero nos llenamos de curiosidad. Otra vez éramos pocos y tuvimos que echar mano a uno de los hijos del Conejo, el mayor que tenía 20 años y a un amigo suyo. El “conejito”, como lo bautizamos rápidamente, era flaco, altísimo como un poste de luz y con menos habilidad para jugar al fútbol que un pedazo de mondongo.  No entendíamos como un tipo tan hábil como el Conejo tenía un hijo tan paquete. El amigo era bajo, pelilargo y adornaba su humanidad con una remera gastada de Hermética. No jugaba mal pero era un asesino en potencia y revoleaba la pelota a cualquier parte. Dos veces la tuvimos que ir a buscar a la calle y eso que el alambrado mide como siete metros.  No recuerdo el resultado, pero le ganamos por mucha diferencia al combinado del “Conejo y amigos”, como para no ganarle con semejantes refuerzos.

— ¿Sabes con quien hable el lunes? —dijo Tito, ni bien nos sentamos en la mesa mientras el hijo del Conejo servía cerveza y dejaba más espuma en la mesa que en el vaso.

— ¿Con quién? —pregunte mientras con un pedazo de servilleta intentaba remediar el desastre que había hecho el hijo del Conejo.

—Al Guille, hable con él cuando fui a buscar Gustavito a la escuela — dijo Tito quien había otra vez llegado tarde y por eso no nos pudo decir nada cuando nosotros al principio nos preguntábamos por otra ausencia de nuestro amigo.

— ¿Y por qué no viene más ese hijo de puta? —pregunto Marcelo.

—Creo que esta jodido de un brazo, no sé, pero la verdad no lo vi bien, esta como deprimido, bajoneado —dijo Tito mientras con otro servilleta intentaba aliviar la laguna de cerveza que se había hecho en la mesa.

—Está deprimido porque San Lorenzo no le gana a nadie —arremetió el Conejo

—Pero cállate, vos sos de la B muerto —intercedió Carlos. La charla nuevamente se desvió por el folclore del futbol. “Que vos sos de la B”, “que vos no llenas la cancha”, “que tenemos de hijo”… Lejos de meterme en esta discusión banal y sin sentido, en la que siempre suelo discutir apasionadamente, me quede pensando en el Guille. Un tipo con esos huevos y deprimido ¿Qué nos quedaba a nosotros entonces? El Guille no era rico —era docente— pero el viejo le había dejado una fabriquita a él y al hermano —quien la administraba y le daba su parte—, y sin estar muy holgado financieramente, no la pasaba mal. Tenía una linda familia, según él trabajaba de lo que le gustaba. Pero uno nunca sabe lo que pasa por la mente del otro.

A la otra semana, como todos los miércoles, el primero en llegar fui yo, después vino Tito, el Conejo, Carlos y varios más. Éramos siete, contando al paquete de yerba del hijo del Conejo. Tito ya sabíamos que no venía porque se tenía que quedar en la oficina cerrando balance. Faltando diez minutos y cuando ya estábamos planeando jugar un “cuatro contra tres”, malgastando energía y dinero del alquiler en la cancha apareció el Guille. Cayo como siempre, con su bolsito, con los botines puesto. Pero le faltaba algo. Su cara estaba como triste. Se tomaba el brazo derecho a la altura del codo, como si le doliese o hubiese recibido un golpe. Esa sonrisa con la que nos cobijaba siempre, no estaba. Saludo a todos con un tibio “buenas”, se cambió en silencio como si fuese un extraño y cuando el Conejo le dijo que pensábamos que no iba a venir más, respondió con una sonrisa forzada sin decir nada.

Armamos los equipos, Guille tuvo la mala suerte de “caer” en el equipo donde no había arquero fijo. A Marcelo lo habíamos elegido rápidamente nosotros. El Guille al ver que en su equipo había que rotar de arquero con cada gol recibido, puso una cara de velorio, cosa que me extrañó porque se daba maña bajo los tres palos. Estuve dos veces a punto de preguntarle que le pasaba pero era mejor no molestarlo. Empezamos a jugar como siempre y cuando empezó a rodar la pelota nos dimos cuenta que el Guille no era el de siempre. Esa voz de mando se calló. No estaba. Físicamente estaba ahí el Guille, pero su espíritu guerrero estaba ausente. Con decirle que el muerto del hijo del conejo lo pasaba como un poste. No paraba a nadie y cada dos por tres se tomaba el brazo. Hasta que paso algo que nos helo la sangre. En menos de cinco minutos estábamos ganando tres a cero y le tocaba atajar al Guille.

—Te toca Guille —dijo el Conejo mientras se levantaba las medias.

—No… yo no puedo atajar —dijo en forma dubitativa como buscando palabras.

—Papito, atajamos todos, te toca —casi ordeno el Conejo. El tono con el que lo dijo me irrito un poco.

—Te digo que no puedo, en serio, no puedo — dijo casi al borde de las lágrimas el Guille mientras se tomaba el brazo.

—No te hagas el pelotudo con que te duele, yo me doble un dedo y ataje lo mismo — salto Carlos. Yo no podía creer la situación. El Guille siempre fue un león, semanas atrás en una situación así les hubiese arrancado la cabeza con los dientes a ambos, a lo Ozzy Osbourne. Pero ahí estaba el Guille, pálido y con lágrimas en los ojos.

—No, no pued… — El guille no pudo completar la frase, una lagrima le broto y salió corriendo para donde estaban sus cosas, como si fuese una adolescente que era castigada por los padres y se iba a encerrarse en su cuarto.

Todos nos miramos y corrimos junto a él que se había sentado a llorar sin pudor alguno al lado de su bolso.

—No puedo, no puedo. Yo sabía que era una mala idea. No puedo más — repetía el Guille.

—Pará Boludo ¿Qué te pasa? No te pongas así — Se arrodillo el conejo poniéndose frente a él, tal vez arrepentido en la forma que lo había tratado hace minutos.

— ¿Vos no entendes? No puedo, me estoy muriendo… —Sin decir más, el Guille se aferró al Conejo y lloro desconsoladamente como si fuese un bebe en el regazo de su madre. Nos quedamos contemplando esa situación por demás extraña.

Ya algo más relajados, y con el partido suspendido. Nos sentamos en nuestra mesa a fin de poder contener al Guille. El constante ruido de patos y vasos chocando, el chistido de la máquina de café  y del bullicio que hacían los veteranos jugando al póquer, nos parecía lejano. Como de otro mundo. Estábamos sordos de la realidad. Tal vez, como dijo después Carlos, era porque estábamos refugiados y con las puertas cerradas en nuestro mundo.  Yo particularmente sentina un escozor a la altura del pecho, como un dolor de perdida, quizás tal vez haciendo una premonición.

—Tengo Esclerosis muchachos, ELA, no sé cuánto tiempo más tenga —Fue el propio Guillermo el que rompió el silencio y sus palabras sonaron como un rayo que parte en dos un viejo árbol en medio del campo. Por minutos nadie dijo nada. Éramos espectros sin saber qué hacer. Algunos sentados, otros como yo parados al lado del Guille. A pesar de que a tres o cuatro mesas de distancia se estaban peleando por una partida de truco, nuestro silencio se clavaba como agujas.

— ¿Disculpa negro, pero que es eso? —dijo por fin el Conejo, poniéndose al frente de quienes no sabían sobre el tema. Yo algo había escuchado cuando se murió Fontanarrosa, pero no tenía mucha idea.

—Te vas muriendo de a poco hermano, de a poco —La voz a Guillermo le temblequeaba— te vas muriendo de a poco —repitió— las neuronas encargadas del movimiento, empiezan a morirse de a poco… —hizo una pausa de unos segundos— como consecuencia de eso tenés una parálisis muscular, o sea se te van paralizando los músculos. Vas perdiendo movimientos, las cosas se te caen como un pelotudo de la nada —el Guille en su vocación de docente intento explicarle lo mejor posible al Conejo y a nosotros también un tema bastante complicado. Y del cual no teníamos ni la más remota idea.

— ¿Pero cómo te lo agarraste? —pregunto Carlos inocentemente.

—No Charly, no te la agarras ni te la pegas —dijo Guillermo con una sonrisa— Puede ser hereditaria en algunos casos y porqué sí, como en mi caso. No hay nada que te haga tener la enfermedad, no hay causas. Te toco y te toco, chau a otra cosa hermano. Y a mí me toco.

—No hay un tratamiento, algo que se yo —dije, quizás aferrándome a una esperanza.

—No Tomy, bah hay algunos —dijo el Guille con toda calma— un par de tratamientos pero no son efectivos, hay algo en Israel pero no te hace mucho, no sé, qué sé yo…

— ¿Y entonces?— dijo Carlos, tirando una pregunta que todos nos hacíamos pero no nos animábamos a hacer.

—Y a esperar la muerte lo mejor que uno pueda —dijo Guillermo, sonriendo como si se sacara un peso de encima. Nos miramos y no sabíamos que hacer. La voz de mando era la de él. En la cancha hacíamos lo que él nos ordenaba. Por más que fuera un partido entre amigos, él tenía la voz mandante.

Después de esa charla nos quedamos toda la noche hablando de anécdotas pasadas. Como aquella vez que jugamos un campeonato en “serio” y del cual nos fuimos todos porque al Guille lo habían expulsado erróneamente en un partido, perdimos como tres lucas de inscripción y solo habíamos jugado 15 minutos.  O de cómo una vez le puenteo el interruptor de las luces a don Jaime, el club estuvo como dos días con las luces prendidas y al viejo lo recontra cagaron a pedos. Miles de anécdotas fluyeron en la charla. Hasta él se había olvidado de su enfermedad y también nosotros. Íbamos del llanto a las risotadas por todas las aventuras vividas.

No voy a contar como fue el doloroso desenlace del Guille, pero empeoro rápidamente. Al cabo de un tiempo ya estaba en una silla de ruedas. Pero la Carlos lo traía rigurosamente todos los miércoles a vernos jugar y se quedaba después de hora charlando con nosotros. En las tres o cuatro horas que duraba todo, el Guille no estaba enfermo, por más que estaba en una silla, nosotros veíamos como se animaba. Era uno más.  Ya casi había perdido el habla pero igual estaba allí, mirándonos con una mirada cómplice.

Un día se nos ocurrió hacerle el partido de despedida, como tienen los grandes jugadores. Él era un grande, así que le metimos para adelante. Me acuerdo perfecto que fue una tardecita de primavera. Carlos había llegado con el Guille y su silla, ya no podía hablar. Pero nosotros le teníamos un último regalo al enorme y querido Guille, una caricia que ni siquiera la muerte lo iba poder hacer olvidar. Ese día estábamos todos.  Guillermo nos miraba con sus ojitos llenos de viveza y curiosidad, fue Carlos el que tomo la palabra.

—Guille, queríamos hacerte un pequeño regalo, un partido despedida —dijo Carlos acercándose a él— vos siempre un soberano rompepelotas a la hora de jugar. Mandabas más que mi vieja. Desde que te agarro esto que estos muertos se comen goles boludos y no marcan a nadie, pero lo bueno es que desde que estas afuera ya casi nadie sufrió esas patadas de burro que dabas, así que ahora vas a entrar a jugar un rato para ordenar esta defensa de paquetes. No sé si es un partido de despedida en si o un partido de “hasta luego”, anda saber si no volvés a jugar.

Guillermo miraba con ojos descreídos. Fue entonces que el Conejo agarro la silla de ruedas y la llevo hasta dejarla frente al área, en clara posición de defensor. La sonrisa que se mandó el Guille era más ancha que la medialuna del área grande. Comenzamos a jugar como en los mejores días. Tuve la suerte de integrar el mismo equipo que Guillermo y sentí como él disfrutaba, volvía a ser uno más, pero esta vez dentro de la cancha. Jugamos como hasta la dos de la mañana —Carlos había sobornado a don Jaime con 200 pesos para que nos deje jugar hasta que cierre el club—, tuve la sensación de que el Guille se levantaba de la silla, se elevaba por sobre el Conejo y se la ponía en el ángulo a Tito. Que se tiraba a barrer, que señalaba con el brazo a donde debíamos acomodarnos, que nos puteaba y que iba a trabar con todo. No sé cuánto salimos, pero era obvio que el equipo comandado por Guillermo había ganado por goleada.

El martes de la otra semana nos enteramos que a Guillermo lo había internado de urgencia y que había dejado este mundo producto de un paro cardiorrespiratorio. Una de sus últimas voluntades había sido  que el cortejo fúnebre se detuviera unos minutos en frente del club. Cuando vimos asomar la trompa del auto negro por la esquina, nos pusimos uno al lado del otro en la puerta del club. El auto se detuvo y estuvimos así, abrazados por sobre los hombros todos juntos, como si fuese una tanda de penales. Hasta que escuchamos un grito fuerte como dando una orden, sin duda alguna era la voz del Guille que nos gritaba: “No se queden quietos pelotudos, muévanse”


Por Toni

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Ya sabes cómo es esto

¿Penal? ¿Cobró penal?  Que boludo eh,  si me tiré.  Los árbitros cada día peor.  No sé si lo hacen por facilistas o porque de verdad no ven un carajo.  Ni me tocó el dos. La pierna paso como a dos metros. Yo me tiré a la pileta, simulé ¡Cómo no los van a putear a los árbitros si son un desastre! Ahí viene Espinosa ¿Qué mierda quiere?  Seguro que quiere que lo patee yo. Nadie se quiere hacer cargo. Son todos cagones, total que lo puteen a uno si se lo erra. Patealo vos, Espinosita, sos el capitán, hermano. Si es para pelear premios o quedarte con el porcentaje del viático de algún pibe de inferiores estas primero en la fila. Caraduras.

“Lo pateo yo, dale”, manga de cagones, ya por poner la caripela me putearon la última vez. Nadie se animaba a patearlo. Es que si yo no pateo, nadie se anima. Álvarez mucho que se hace el poronga pegándole fuerte en los entrenamientos a los pibes y acá cuando las papas queman mira para otro lado, el muy puto.  Allá ésta el flaco Pérez,  me aplaude y me felicita.  Me hace fiestitas como un perro el pelotudo, le falta mover la cola al infeliz. Como no me va festejar si no fuese por mí, no cobran el premio estos boludos.

Uf, ahí viene el Mono a decirme algo  ¡JA! Como si me importase. “Bien nene,  bien" Si bien, bien las pelotas.  Bien que me cagaste a puteadas cuando me erré el penal contra Almirante.  Delante de todos me puteaste.  Después la arreglaste con que fue una calentura del momento y del partido.  Hipócrita.

Los del otro equipo me tendrían que estar puteando. Insultando de arriba abajo por simular semejante penal, por cagarlos de semejante forma. Pero no, allá están rodeando al árbitro. Esta vez zafé,  prefirieron agarrárselas con el referí.  Mejor, unos minutos para poner la mente en blanco. Los que si me están insultando de verdad son los hinchas del otro lado. Como si yo tuviese la culpa de su campaña horrible. A mí me pagan por estar en este equipo. Por simular penales para este equipo. Por simular un amor a la camiseta que nunca tendré. Por simular que está todo bien entre compañeros. Por simular ante las cámaras una sonrisa y una frase de casete para la gilada. Para eso me garpan, si el otro equipo hubiese puesto la misma plata, tal vez estaría jugando y simulando para ellos. Y ahí me putearían pero por la campaña de mierda que están haciendo. Pero no, hoy estoy acá y me putean por eso por cagarles un penal. Como si le tocase el culo a la mujer o les sacara el pan de la boca a sus hijos. Gente enferma que vienen a putear y a descargar su ira acá a la cancha.

Estos boludos siguen discutiendo con el árbitro ¿No se dan cuenta que es al pedo? Déjame de hinchar las pelotas. Ya sabes cómo es esto, por más que el cuatro o el seis vengan y le apunten con una escopeta o una ametralladora en la sien, el tipo no va a cambiar su fallo. El árbitro sabe que es un pelotudo pero no va a cambiar su decisión y quedar más pelotudo aun. La cagada ya se la mando. Jodánse. Ahí le saco una amarilla al cinco ¿Podrán ser tan pelotudos? Sabes que el árbitro cobró algo y chau, a otra cosa, a cantarle a Gardel…

“Roberto, te llama Ramírez”. Como para no escucharlo si está a los gritos ¿Pero qué mierda querrá este viejo choto? "Roberto péguele contra el palo derecho, este arquero siempre se tira a la izquierda o se queda parado", Claro, claro ¿Y si ahora da la puta casualidad que se tira a la derecha porque se avivó que el viejo boludo que tenemos de entrenador le saco la ficha? Si lo erró al que lo van a partir a puteadas es a mí,  si total el DT no patea y el único boludo que escucho su consejo fui yo.  Este tipo no acierta ni los cambios va a acertar lo que piense un arquero y para colmo rival. Pero tómatelas mira si te voy a hacer caso.

Ya viene el árbitro con la pelota ¡Uy! cada vez me putean más desde la hinchada rival. Yo estoy haciendo mi trabajo, hermano. Sí, esto es un trabajo.  Me pagarán cifras extraordinarias pero es un laburo. Claro si lo comparas con un trabajo como el que tuvo mi viejo en la fábrica durante 25 años esto es el paraíso. Levantarse a las cuatro de la mañana para tomarse un colectivo, después el tren y otro colectivo, solo le faltaba tomarse una carreta al viejo para llegar a la fábrica de zapatillas.  Estar doce horas metido ahí adentro con las maquinas, el olor a pegamento, las ratas.  Bueno, al menos no lo puteaban a mi viejo en su trabajo. A lo sumo el supervisor le pegaba un tirón de bolas cuando se equivocaba y a otra cosa. A mí me llueven puteadas. Que el técnico, que los compañeros, que los hinchas, que los rivales, que la hinchada rival, que mi mujer porque nunca estoy en casa. Ni hablar del compañerismo, los operarios de la fábrica eran como una familia.  Tocaban a uno y paraban todo y todos.  Yo estoy rodeado de hipócritas de  mercenarios, se matan por un mango, se sacan los ojos.  Claro que esto es el paraíso si te pones a contar la guita a fin de mes. Al viejo no le alcanzaba ni para los puchos. Ganas más que un tipo estudioso, uno con título. Pero también tenes que hacer un sacrificio enorme.  No es que debute y ya me cayeron los miles de pesos. No señor,  yo también hice un esfuerzo. Si un contador o un arquitecto luchan seis u ocho años para poder lograr el título, yo también me he esforzado lo mismo. No me pelé las pestañas leyendo pero me descascare el ojete. Desde los 13 años tomándome dos bondis para llegar al entrenamiento. Que me caguen afanando en la parada. A los jugadores más grandes cagándome bien a patadas. Soportando el frío, el calor.  Los entrenamientos bajo la lluvia.  Las lágrimas de mi vieja que quería que estudiara algo útil. Un primer contrato que fue una mierda. Todo eso y más. Pero claro a uno lo putean por cualquier cosa ¿Y que saben lo que a uno le pasa? Por ejemplo a  Danielito casi no lo estoy viendo crecer. Que las concentraciones, que los viajes, los entrenamientos. Cuando me quiera acordar, Daniel va a tener 20 años y yo acá recibiendo puteadas. Qué sabrá de eso el viejo pelado que está pegado al alambrado y que me putea desde que empezó el partido. Pero claro, la vida de un futbolista es fácil. Trolas, fama, riqueza. Todo eso si sos una estrellita de un equipo grande. Nosotros somos del pelotón del medio, acá hay que laburar hermano. Por cuatro o cinco boludos que se la dan de estrellas de rock porque juegan en Europa se piensan que todos los futbolistas cagamos diamantes y estamos de joda todo el día en un yate con prostitutas…

¿Qué me apure? Si, si,  ya pateó. Ahora le entró el apuro al bombero este. Estuvo como cinco minutos discutiendo al pedo con los otros jugadores y ahora el que tiene que apresurarse soy yo. Siempre lo mismo. No sé para qué quiere que me apure este referí culorroto.  El partido está cocinado. Los otros no pueden remontar ni un barrilete, son horribles. Además es un partido de mierda de mitad de campeonato, faltan como diez fechas para que termine. ¿Por qué esta apurado?  Seguro que la patrona lo está esperando con los fideos recalentados.  O por ahí está apurado para ir a cobrar la guita que le pusieron nuestros dirigentes como pasó en el último clásico, si a este penal no lo cobraba ni mi vieja.  O por ahí se tiene que ir de putas y le cierra el cabarulo…

Ya lo pateo, ya voy.  El arquero me está anunciando que se va a tirar a la derecha. Esa leve inclinación del hombro lo dice todo. Si me pusiera un pasacalle diciendo que se va a tirar a la izquierda no me la haría tan fácil. Yo le doy a la izquierda y arriba.  Que el viejo y sus videos se vayan a la concha de su hermana.  Ahí voy...

GOOOOOOOOOL, la reputa que lo pario. ¡Para vos réferi putañero, anda a contar la guita que te dieron los dirigentes, mientras te comes los fideos recalentados que te hizo tu jermu! ¡Vení a apurarme ahora! Ahí vienen todos a abrazarme, por lo menos esta me la agradecen. No como aquella vez contra Almirante que González me miraba, se tocaba los huevos y me puteaba hasta en chino. Hasta el conchudo del Mono me abraza. Claro ahora me quieren todos. Por lo menos hasta el próximo partido voy a ser un tipo querido, el periodismo vendrá me pondrá en letras negritas como la figura de la cancha para matarme y destrozarme al otro partido si no juego decentemente o si mi representante no les pasa la mensualidad.  Pero bueno, nos vamos rápido para el medio que estos muertos ya van a sacar y todo esto comienza de nuevo.



Por Toni

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Un balón de oro de acá

Otra vez había terminado el partido de los miércoles. El equipo de troncos del cual forme parte había perdido por la módica suma de 17 a 8. Lo más cercano a alcanzarlos en el resultado fue cuando estábamos perdiendo uno a cero. Porque nosotros teníamos es particularidad de armar equipos desparejos. No porque fuéramos boludos, sino que era por orden de llegada y muchas veces nosotros los rústicos nos tómanos un partido cómo algo serio y estamos ahí temprano. Todos transpirados nos fuimos acomodando en la mesa cercana a la salida, lejos del bullicio que suelen hacer los jubilados en sus partidos de truco. En más de una oportunidad tuvimos que separar a estos vejestorios cuando se querían ir a las manos cuando alguno se carteaba o mentía más de la cuenta, y eso que jugaban por  porotos, que en cualquier momento les germinaban en la mesa, dado que nunca los cambiaban.

El primero en llegar a la mesa fui yo, segundos después el rana quien se desplomo sobre la silla. Después vino el rengo. Los más pulcros se habían ido a bañar y antes de comer los teníamos que esperar y obviamente llegaban con la charla empezada.

—Estos hijos de puta no deben tener baño en la casa —dijo el rana mientras ya iba como por su cuarto cigarrillo post partido.

—Les gustan estar en bolas con otros tipos —dijo Miguel mientras se sentaba luego de volver de la barra con una cerveza.

—Son cómo las leonas, gordo acá a sacarle una foto que la vendemos a alguna revista de animales o a la National Geografic

—No boludo deja, mi celular es inteligente, llega a ver eso queda traumado y tengo que llevarlo a terapia— respondió el gordo.

— ¿Pidieron manices? —pregunto Gorriti mientras se sentaba.

—Se dicen maníes, pedazo de bestia— dijo Horacio, que era profesor.

—Por qué no te vas a corregir a los alumnos, que así también está la educación del país — le espeto Gorriti. Lo llamábamos así porque nunca se sacaba la gorra, ni siquiera para la fiesta de 15 de su hija.

—Llegó Cristiano Ronaldo —dije ante la llegada de Martín. Martín Pérez era un terrible jugador. A todos nosotros nos llevaba cuerpos de ventaja. Cabeceaba como los dioses, iba al frente, podía regular en velocidad, jugaba y hacia jugar. Sin embargo no le decíamos Cristiano por su forma de jugar. Lo llamábamos así porque era facherito, carilindo y nunca tenía olor a chivo. Nunca iba a bañarse después de los partidos, pero aun así con esa camiseta blanca marcada por el sudor podía asistir a un cumpleaños de 15 y quedar como un duque. Corría cómo un hijo de puta pero parecía que sudaba perfume. Tenía más levante que un levantador de pesas olímpico, siempre venía con una novia diferente y no cualquier bagarto, minas con todas las letras.

—Y lo trajiste a Messi —dije mirando a Rubén. Este amigo nuestro era lo más lejano a Lio Messi que pudiese existir. Torpe, no podía eludir ni a la responsabilidad. Era alto y encima jugaba abajo. Nada que ver con el astro rosarino. Su apodo comparativo con el 10 del Barcelona se debía a que tres veces vomitó antes de salir a la cancha o incluso estando en pleno partido. No lo hacía por nervios, ni porque anduviese jodido. Lo hacía porque era un terrible borracho. Este paria futbolístico se venía una o dos horas antes solamente para chupar en soledad, porque la mujer en la casa lo tenía cortito y no lo dejaba tomar ni una gota.
—Mira el lujo que tenemos, dos balones de oro jugando acá —aporto Gorriti.

—Déjame de joder, los balones de oro son una mentira che — dijo recién llegado el rengo con una toalla al cuello.

—Mentira sos vos rengo, que hasta el gordo te gana un pique —comente.

—Yo lo digo en serio —dijo mientras se servía enérgicamente una cerveza— el balón de oro siempre va para equipos podridos en guita. Con guita cualquiera hermano…

—Rengo, esos son los equipos que tienen la guita para mantener esos monstruos— advirtió Horacio.

—Vos no sabes las  de pibes que vi que juegan mejor que cualquier superestrella de Europa, pichones de Cristianos, de Messi, de todos viejo, de todos.

El rengo sabía de lo que hablaba. Era contador y en sus ratos libres —generalmente casi siempre, porque menos clientes que un cabaret en el Vaticano— era entrenador y representante de juveniles en el club del barrio. El rengo era un pan de Dios, por eso la mayoría de los pibes se le iban con otros representantes que les prometían de todo a los pendejos. Miguel —ese era su nombre, pero le decíamos "el rengo" por su adicción a lesionarse en los partidos y jugarlos rengueando, además ya teníamos un Miguel y no vamos a andar diferenciando un Miguel del otro usando el apellido o la profesión, este era el Rengo y punto.

Lo que tenía de buenazo, lo tenía de soñador. Él quería que sus representados jueguen en el club de barrio hasta los 16 o 17 años y después pegue el salto a algún club de por acá, cómo El Porvenir, Independiente, Racing, Lanús o Banfield. Así se le fueron cómo 10 pibes. Venia un representante ya ducho en el tema, les ofrecía plata grande a los padres y con el tema de la patria potestad se lo llevaban a Europa. Un caso resonante fue el del pibe Leopoldo Sosa, que ahora juega en el Napoli. Era una de las grandes fichas que tenía el rengo, pero se la soplaron.

El rengo no era pobre, tampoco rico pero se estaba arruinando de a poco por la escasez de clientes y por cómo le afanaban pibes. Nosotros le decíamos que se dejará de hinchar las bolas con su sueño de barrio y que ofreciera algún que otro talento a un club grande. Ni siquiera a Europa, a un River o Boca. Pero el rengo que era medio zurdo nunca nos daba pelota y así solo le quedaban juveniles que eran de madera y terminaban sus sueños futboleros jugando en algún intercountry o en algún torneo amateur, donde obviamente no se necesitaba de un representante. El jugador que más lejos llegó fue el mono Molina, un aguerrido marcado central que se desempeñó en Deportivo Paraguayo, quien tampoco necesito representante.

— ¿Vos pretendes que los de la FIFA o de la revista france football vengan hasta acá a ver a alguno de los proyectos de paquetes que representas? —ataco fuerte el rana.

—No pelotudo, no te digo que vayan a ver torneos de acá, pero nunca un balón de oro de la Argentina.

— ¿Y Messi que es? ¿Uruguayo?

—No infeliz, de algún equipo argentino, no te pido una sociedad de fomento. TE digo nunca un jugador de River o Boca tampoco hermano.

—Riquelme hubiese ganado cómo cinco —acoto Raúl y nadie le dio bola.

Acá eligen siempre a jugadores del Barcelona, del Real, del Manchester —prosiguió el rengo— todos equipos con guita, es un premio capitalista. Más que Balón de oro es un premio a la guita viejo. Necesitamos un balón de oro socialista, hermano.

—Y si los mejores del mundo están allá, boludo —dijo el mudo mientras levantaba su chopp y lo detenía en el aire— ellos tienen la guita y compran, los clubes de acá no pueden mantener ni la mirada.

— ¿Cuando los gringos quieren bailar y escuchar el mejor tango a dónde van? Acá vienen papá —se respondió a sí mismo el rengo— los japoneses bailan y hacen tango pero es una poronga hermano. El fútbol es lo mismo viejo, acá está el mejor fútbol y nunca hubo un puto balón de oro con un jugador que jugará en el país...

—Hay un diario de Uruguay que elige a los mejores de acá, de Sudamérica —atiné a decir.

—Pero nadie le da bola, están todos boludos con lo de la FIFA y la revista esa choronga de Francia, pero claro nosotros somos los boludos que preferimos siempre lo de afuera —dijo el rengo mientras manoteaba maníes—, te puedo asegurar que si Messi o Cristiano Ronaldo jugaban en River o Boca o en Riestra, no los elegían en su puta vida como mejores jugadores del mundo.

—Pasa que acá los pibes se van muy jóvenes y explotan allá, recién cuando ya   están rotos o demasiados viejos vuelven para acá —dijo Rubén, mejor conocido como el falso Messi.

—Por eso yo quiero que mis pibes, se queden acá —dijo expresivo el Rengo— yo conozco un montón de pendejos que son diez veces más que Messi.

—Y yo conozco un montón de representante que son más rápidos que vos —toreó el mudo.

—Eso es porque hoy todos se mueven por la guita, mudo —acuso el golpe bajo el rengo— pero tengo un pibe que estoy seguro que la va a romper acá y no se va a ir a ningún lado.

— ¿Otro más? —dijo Horacio—, se va a quedar hasta que venga un representante de verdad, no como vos que todavía vive en el mundo ideal de aladdin.

—Yo lo conozco y sé que este me va a salir bueno —suspiro el rengo con la batalla casi pérdida— es de familia humilde pero no se va a dejar engatusar con la guita, ya lo tengo hablado...

—Vos seguí hablando, tenes que darle una moneda para que se quede —arremetió Raúl— todo muy lindo pero al primer mango que le ponga otro lo perdes, como perdiste a todos.

—Ustedes solo piensan en la plata carajo— exhalo el rengo y quedo ensimismado. Lo cual me produjo mucha pena porque será medio boludo y soñador pero sus intenciones siempre fueron las mejores.

— ¿Y cómo se llama este pibe? ¿Es del barrio? ¿De que juega? —intente correr el eje de la conversación para salvar a mi amigo.

—Enganche, es el mejor que tengo —dijo mientras se le iluminaban los ojos, como si estuviese hablando de un ser querido— no sabes como la mueve el pendejo, doce años tiene pero es un infierno. Es el hijo de Cambarelli, el electricista de la avenida.

Jorge Cambarelli era electricista de autos, un garca de aquellos. Le llevabas el auto por un problema en el alternador y te salía más caro que un choque de frente contra un scania. Siempre encontraba algo más cómo para arrancarle la cabeza a uno. Por eso cuando nos dijo que este pibe era el hijo, yo ya sabía el desenlace. A Cambarelli le gustaba muchísimo la guita. Estaba todo dicho.

— ¿Vos decís que Cambarelli no se va a dejar tentar por un representante? —se alarmó Horacio.

—Por supuesto que sí, pero la mujer lo tiene cortito y ella no quiere saber nada de que el chico se le vaya —defendió el rengo.

—Pero pelotudo, ese tipo tiene más minas que un jeque, le va a chupar un huevo lo que le diga la gorda —seguía indignándose Horacio.

—Yo te digo que no es así.

— ¿Pero escúchame, juega bien? —volví a insistir con el tema futbolístico.

—Es una locura ese pendejo —giro hacia mí el rengo— no sabes lo que hace con la pelota. Antes lo llevaba a jugar por guita a torneos de juveniles y la rompía, la rompía. Ese pibe va a ganar un balón de oro en varios años. Pero acá jugando en un club de acá.

—La que la va a romper va a ser mi señora, pero mis bolas, mira la hora que es che —dijo Miguel mientras se levantaba— ¿arreglamos los números?

—Paga el rengo, cuando venda a ese pibe va a tener plata —acoto Horacio, el rengo lo fulminaba con la mirada.

—Si es que no se lo soplan antes, va a venir un representante más vivo y hasta a vos te va a llevar rengo— cargo el mudo

—Bueno che, yo me rajo —dijo tirando un billete de 100 sobre la mesa.

—El vuelto lo dejamos para el representante que se va a llevar al pibe —dije.

—Ustedes son unos boludos, ya van a ver —dijo el rengo mientras Miguel saludaba desde la puerta y nadie le daba bola.

—Te jodemos renguito, no te calentes —puso paños fríos el mudo.

—Jodanlo al alemán que hoy vino porque la jermu está de viaje sino no lo dejan. —dijo el rengo cambiando su ofensiva hacia mí.

—Yo vengo siempre, ¿qué decís? Si no vengo es porque estoy complicado en la oficina o el nene esta hinchándome las bolas en casa —expliqué un poco irritado por la actitud de mi amigo.

—Che yo también me voy ¿alguno me puede llevar? —solicito el profe Horacio.

—Yo te llevó arriba de esta, pero pasas los cambios con la boca —arremetió Gorriti, callado hasta ahí.

—Siempre los mismos inadaptados ustedes —dijo el Profe.

— ¿Cuánto hay que pagar? —inquirió el Rengo.

Empezamos a juntar la plata,  a hacer las siempre dificultosas divisiones  de cuántos somos, de cuánto es el total, de cuánto es lo que tiene que poner cada uno, de que nos olvidamos de contar a tal amigo... Como pasa generalmente, sobra o falta plata. Esta vez sobró y dejamos ese vuelto para señar la cancha del próximo miércoles.

A mí, sinceramente, me había agarrado curiosidad por el pibe este. El hijo del electricista. Yo lo conocí cuando tenía 6 años —cuando todavía le llevaba el auto a su padre y antes de que me cobrará $100 por cargarme la batería—, era un gordito de esos con anteojos gruesos que seguramente siempre era objeto de burlas de sus compañeros o bullying como se dice ahora. No podía creer que ese nene en tan poco tiempo haya cambiado tanto. La cosa me quedó rebotando en la cabeza y aproveché el viernes, que es cuando llevó a mi pibe a la escuelita de fútbol, lugar donde dirige el Rengo.

Le voy a sincero: mi pibe es un queso cuartirolo jugando al fútbol, lo heredó de mí el pobre, no tiene la culpa criaturita de Dios. Pero uno lo ve corriendo y disfrutando tanto, que lo lleva con ganas. Franco —así es cómo se llama— es un mini Mauro Laspada. Rustico, golpeador, patadura y muy pero muy bestia. Tal es así que un día el padre de uno de los chicos que va a esta escuelita, vino a increparme porque Franco le había bajado de una patada tres dientes de leche. A pesar de todo esto, Franquito insiste en que quiere ser delantero y uno a los chicos los deja soñar libremente. Yo por ejemplo soñaba con ser futbolista y lo más cerca que estuve de un campo de juego profesional fue cuando hubo una invasión de cancha al irnos a la B. Franco estaba en el mismo club donde el Rengo estaba a cargo de la categoría 2002. Por eso aproveché y me quedé haciendo tiempo viendo cómo mi nene derriba uno por uno todos los conitos, a pesar de que la consigna era gambetearlos. Ni bien terminaba la escuelita, venía el rengo a dirigir a su categoría. Tenía dos horas por delante para ver como mi nene hacia todo lo que no tenía que hacer en el fútbol. Mientras veía cómo mi nene se divertía, una lágrima de emoción rodó por mi cara, que lindo era ver como con su inocencia se cagaba en 120 años de evolución de este lindo deporte. Fue cuando alguien me toco el hombro y me saco de mi tragicómica reflexión.

— ¡Alemán querido! Hace como mil que no te veo ¿Cómo estás? —me saludaba Gambarelli con la mano todavía apoyada en mi hombro.

—Bien, acá lo traje a mi pibe a la escuelita y me quede viéndolo, ¿vos? —respondí con cierto fastidio.

—Yo vine a hablar con el Rengo por lo de mi pibe.

—Si, me dijo que jugaba...

—No juega, la descose el nene, así chiquita la deja, es un avión, viejo.

—Tiene el futuro asegurado acá, entonces, ¿Pero no lo trajiste? Hace un montón que no lo veo.

—Viene después, es temprano, total estamos acá a la vuelta, vos hace mil que no te venís al taller, ¿no lo estarás llevando a otro lado al auto? —dijo eso y rio falsamente.

—Nooo —reí falsamente también— pasa que yo lo llevó al mecánico de la concesionaria, sino no me cubre el seguro— mentí.

—Con eso te engrampan hermano, el seguro es gratis por un tiempo pero te rompen el culo con sus mecánicos.

—Y si, escúchame ¿de que juega tu pibe? —traté de volver al tema del hijo.

—Enganche y en cualquier lado, hasta en otro país puede jugar —volvió a reír—  de eso vine a hablar con el rengo —poniéndose serio al decir esto último y yo ya intuía la cuestión.

— ¿Lo querés llevar a otro lado? —dije muy inocentemente.

—Si, a Italia, se lo quieren llevar ya, los tanos —respondió mientras se frotaba las manos. Un sudor frío me recorrió la espalda y empecé a sentirme triste por mi amigo. Otro crack que se le iba, esto seguramente lo iba a derrumbar.

—Si tenés un tiempito nos tomamos un feca acá en el buffet y te cuento bien —me dijo afanosamente. Yo me quería ir a la mierda, la noticia de que otro pibe se le escapaba a mi amigo me había puesto de mal humor. Di cómo excusa que tenía que ir a buscar a mi señora al supermercado y me fui.

Me fui  a un bar de la avenida, como para hacer tiempo y pensar en lo mal que estaba el fútbol. El sueño que tenía mi amigo era muy lindo. El futbol era lindo, pero la cagaron con la guita hermano. Donde nosotros vemos a un chico corriendo feliz con la bocha pegada al pie, estos hijos de putas ven un negocio millonario. Cuando nosotros escuchamos la risa de un nene feliz con una pelota, estos mercenarios escuchan el ruido como el de monedas al caerse en el piso. Me quede divagando como media hora, faltaba un rato largo todavía para ir a buscar a Franco. Fue entonces cuando me decidí ir a buscar al Rengo a la casa, todavía era temprano y debía estar en la casa por salir al club, donde seguramente lo estaba esperando Cambarelli fanfarroneando en el buffet. Tenía que saber lo que le iba a hacer este garca.

—Rengo, tengo que hablar de algo urgente con vos —dije cuando me atendió por el portero eléctrico, subí por las escaleras hasta el segundo piso y el rengo ya me esperaba en la puerta de su departamento. Estaba vestido con un equipo de Gimnasia bastante raído y un silbato de metal colgaba de su cuello.

— ¿Qué pasó, hermano? — preguntó sorprendido el Rengo.

—Vengo recién del club, lo lleve a Franquito  a la escuelita y me encontré con Cambarelli. Te quieren cagar Rengo, te quieren cagar hermano.

— ¿Qué te dijo?

—Que al pibe lo quieren desde Italia —comprobé que al decir esto, la cara de mi amigo se tornaba de un color blanco.

— ¡Que hijo de mil putas! Vení, pasá y hablamos mejor.

Entré al departamento del Rengo, que era un coctel de aromas. Iban desde el humo del cigarrillo hasta el tuco, pasando por el olor a humedad y hasta pólvora.

— ¿Te acordás que te dije que necesitábamos un Balón de Oro socialista? —dijo mientras se prendía un cigarrillo.

—Si recuerdo, es tu filosofía de vida esa.

—Decime una cosa ¿Vos que preferís? ¿Qué un espectáculo sea para todos o para unos pocos?

—Y… que todos podamos verlo… —respondí pensando que mi amigo había enloquecido.

—Todos opinamos lo mismo. Si vos tenés un pajarito encerrado te va a cantar a vos solo. Si lo soltas va a cantarle al mundo.

—Sí… —atiné a balbucear, comprendiendo que a mi amigo el golpe de perder una nueva promesa lo había hecho enloquecer.

—Al pibe lo tenemos vendido al Inter en un millón de euros.

— ¿Lo tenemos? ¿Vos también…?

—Sí, me llego la oferta y no dude como su representante.

— ¿Pero vos no hablabas de un Balón de Oro socialista, un balón de oro de acá y todas esas boludeces que siempre nos quisiste hacer creer? — me indigné— Pero hermano, tu filosofía de vida siempre fue la de tener un jugador que la descosa jugando en un club de acá. Que les diga a los clubes europeos “métanse la guita en el orto, yo me muero jugando acá”. Que la FIFA tenga un grano en el culo al tener que elegir un balón de oro de un tipo que juega acá ¿Cómo te convencieron rengo?

— ¿Sabes una cosa alemán? —dijo mientras se sentaba en un sillón—A vos te podrá parecer todo medio capitalista eso de vender pibes al exterior, de sacarlos de acá.  Pero cuando juegan en el Barcelona o el Real Madrid lo ven todos y que mejor que eso, que socializar al jugador, que todos lo vean y lo disfruten. Aparte no le podes decir que no a 20 lucas en euros.

La verdad, hubiese preferido que le soplaran otro juvenil.



Por Toni

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¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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