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Visitando a la abuela

La Abuela Beba era así. Siempre le cagaba la mística a todo, pero a todo eh. Recuerdo una tarde, en vísperas de Reyes… yo estaba contento cortando el pasto  y buscando algún bebedero para ponerles el agua a los camellos con toda la ilusión o boludez de pibe —yo tendría cinco o seis años—, y no viene la vieja hija de puta está a cagarme toda la infancia de un tirón…”¿Juanca, todavía no le dijiste al nene que los reyes magos no existen? Ah pero vos sos lento desde chiquito, dale el regalo ahora así este nene no me sigue ensuciando el living con ese pasto meado por los perros”, le dijo a mi viejo, que fumaba como una locomotora. Porque mi viejo cuando se ponía nervioso fumaba y cuando estaba con Beba fumaba el doble. Juro que lloré como un boludo durante una semana. La abuela Beba decía que a los chicos había que sacarles de la ilusión desde muy niños, así ya se acostumbran a este mundo difícil. El tema es que ella había pasado guerras, hambrunas, desocupación, pestes. Todo lo malo que uno se pueda imaginar. Y usaba eso como excusa para cargarte todo. Así era la abuela Beba, te cagaba la magia de todo.

Yo fui creciendo y a la abuela Beba la veía muy de vez en cuando. Sobre todo cuando a papá le dio un pre infarto y tuvo que dejar el pucho. De adolescente la visitaba alguna que otra vez para sacarle algún peso. Pero era una misión dura e imposible por dos cosas: la primera es que cobraba una jubilación de morondanga y la segunda es que la vieja era más agarrada que calza de gorda. Creo que íbamos a su casa una vez cada dos o tres meses. Casi como una obligación diría yo. La Abuela Beba había enviudado cuando tenía 50 años, cuando el abuelo Rodolfo choco de frente contra un tranvía. Fue una muerte extraña y Beba creo que hasta el día de hoy guarda un pequeño recorte con ese trágico suceso. “Hombre completamente borracho estrellose contra un tranvía”. Porque el abuelo “Rodo” se había volcado a la bebida. Según mi viejo empezó a tomar después de casado, cuando las “cagadas a pedo de la abuela ya eran frecuentes”. Pero Beba sin embargo sostiene que era un “viejo mujeriego, borracho y bueno para nada”.

Yo me fui de casa a los 24 años, cuando me case. Para ese entonces la pobre de la abuela Beba empezaba con la Arteriosclerosis, esa enfermedad de la gente mayor en la que no se acuerdan de nada ni de nadie. Ya en mi casamiento a mí me llamaba Juan Carlos, confundiéndome con mi viejo claro, preguntándome porque iba a tomar la primera comunión nuevamente, si ya la había hecho a los 12 años. Conversación que aprovecho mi padre para escaparse y fumar a escondidas.

Luego del casamiento vino Marquitos, mi primer hijo. Recién se lo presente a la bisabuela cuando cumplió los seis años, ocasión que aproveche para presentarle también a Luciana y a Joaquín, de cuatro y dos años, sus otros bisnietos. En esa oportunidad la abuela Beba lucia mucho más desmejorada. Uno cuando se hace padre como que se “ablanda” un poco. La vieja ya no me parecía tan hija de puta como antes, a pesar de que mantenía esa mirada asesina de ilusiones. La visita no fue muy prolongada que digamos. Primero me confundió con mi viejo y me pego una cagada a pedos porque había descubierto “que fumaba”. A los diez minutos me confundió con el abuelo Rodolfo y me partió una botella retornable de gaseosa por la cabeza, por “tener el cinismo de aparecer por casa con mi amante —que no era otra que mi señora— y los hijos extramatrimoniales”. Salimos despavoridos, subimos al auto y marchamos a todo lo quedaba por la calle. Luego en la guardia me tuvieron que dar 25 puntos de sutura. A la abuela Beba no la volví a ver hasta la última semana, que fue cuando se produjeron algunos hechos por demás extraños.

Fui a cenar a la casa de mis viejos, como todos los domingos. Mi viejo estaba como ensimismado, como ido. Le pregunte varias veces si le pasaba algo, solo me negaba con la cabeza. Luego de la comilona, mi viejo me miro de frente y me dijo que quería hablar a solas conmigo en la calle.

—Estoy preocupado por la abuela Beba— dijo mi viejo mientras se prendía con desesperación.

— ¿Esta mal de salud?— inquirí.

—No… la vieja… es… de fierro— respondió mi viejo lentamente, mientras pitaba de manera desaforada su cigarrillo —Creo que alguien se quiere aprovechar de ella o meterla en alguna de esas sectas.

— ¿Quién se quiere aprovechar de ella? ¿Olga? —respondí alarmado. Olga era la señora que cuidaba a la abuela Beba ese hace dos años, cuando la vieja quiso meter en el horno una garrafa de  cinco kilos confundiéndola con un pavo.

—No hijo, justamente es Olga quien me aviso de esto— me respondió papá mientras se prendía otro cigarrillo.

— ¿Y no fuiste a ver? — me escandalice.

—Hijo, vos sabes que tu abuela me pone nervioso y yo cuando me pongo nervioso fumo. Ahora esto tratando de dejar de fumar, esta vez va en serio con eso del tema de la próstata —dijo serio mi viejo.

—El sábado voy a ver en que anda la vieja —comente tratando de hacer despreocupar a mi viejo, mientras él se rociaba con una petaca que en lugar de whiskey tenia perfume, porque es preferible pasar como alcohólico y no como fumador. Luego se metió en la boca una pastilla en la boca para disimular el olor a pucho. Todo para que mi vieja no se dé cuenta y no lo mate antes que su próstata o su corazón o el mismo vicio.

Entonces al sábado siguiente me fui para lo de la abuela beba. Tuve que dejar de ir a la cancha para hacerle esta visita, pero no me quedaba otra. Tenía que bancarlo al viejo en su sexto intento por dejar de fumar. Agarré el auto y me fui para lo de Beba. Ella no estaba, había salido hacia un rato. Me recibió Olga, en su mirada se evidenciaban rasgos de preocupación.

—Ay señor Alejandro, menos mal que vino— dijo la regordeta Olga.

— ¿Donde esta Beba? ¿Le paso algo?— pregunte

—Ese es mi miedo señor Alejandro, que pase algo— comento preocupada.

—Cuénteme Olga— le pedí

—Desde que conoció a Horacio del centro de jubilados de acá a dos cuadras…— dijo entre sollozos

—Cálmese Olga y cuénteme quien es Horacio y qué está pasando —dije fastidiado.

—Le cuento, para navidad o antes— Olga hace una pausa, como buscando en su cabeza la fecha— sí, creo que fue antes. Beba lo conoció, ella estaba muy desmejorada y a mí me pareció bien que tuviera a alguien con quien charlar. El Horacio es un gran hombre, educado, preparado. Dice que era contador público antes de jubilarse. Venía todo bien, hasta que en febrero comenzaron estas salidas raras...

— ¿Qué salidas?— pregunte y súbitamente recordé que hoy jugábamos. Ya había faltado a la cancha y no me iba a perder el partido por esta vieja arpía, al menos lo quería ver por televisión.

—Primero fue un sábado, después un domingo —me contesto Olga— generalmente se iban por la tardecita, alguna que otra vez por la noche. No mucho más de tres horas. Pero lo que me llama la atención es en el estado como vuelve su abuela.

— ¿Cómo viene?— pregunte asombrado.

—Usted conoce el carácter de su abuela— me explicaba Olga —casi que ni se le puede hablar. Cuando sale con Horacio medio que al principio le dice que no, pero siempre termina convenciéndola para que vayan. Cuando vuelve, Beba está hecha una seda. Hasta parece otra persona. Yo tengo miedo por ella, no sé en que la estarán metiendo, si en alguna secta o qué pretende ese Horacio. Me preocupa, joven.

Le dije a Olga que me iba porque tenía que hacer algo urgente y ese algo era mirar el partido, que volvería en un rato. Mientras iba manejando a casa fui sopesando eso que me había comentado Olga. ¿Sera posible que ese tal Horacio le esté limpiando las telarañas a la a vuela Beba? Sacudí la cabeza tratando de alejar esa imagen de mi cerebro. Seguí pensando y por ahí la vieja era adicta a algo, o por ahí Olga tenía razón y se estaba metiendo en alguna secta rara.  No podía dejar de pensar en eso aún durante el partido y eso que fue un partidazo, terminamos ganando cuatro a tres. Fue entonces cuando volver a lo de la abuela Beba.
Cuando llegue ya estaba la abuela Beba. Estaba muy relajada, se podría decir que tenía una sonrisa dibujada en su rostro. Estaba sola porque Olga se había ido a hacer las compras. Luego de un saludo que me pareció por demás estrepitoso, nos sentamos en la mesa de la cocina.

—Abuela, estamos preocupados por tus salidas— le dije finalmente en un tono serio.

—Ay, m’hijito, no es para tanto —dijo sonriendo— seguro que Olga te fue con el cuento ¿No?

—Es que no sabemos a dónde vas, vos no le decís nada a Olga —explique.

—Mira, Julián, a Olga no le conté nada porque es una persona medio ignorante —me dijo Beba, cambiándome el nombre vaya a saber por el de quién— lo que hago yo con el Horacio es una terapia de grupo que me hace muy bien. Olga jamás entendería algo acerca de esas terapias alternativas, ella es muy ignorante, pobrecita.

—Contame de que se trata abuela— dije completamente curioso por el tema.

—Mira, Ernesto, lo conocí a Eduardo cerca de navidad en el centro de jubilados —  dijo risueña, su Arteriosclerosis le hacía cambiar mi nombre nuevamente… y seguramente Eduardo es Horacio—Yo la verdad es que me sentía mal, necesitaba desahogarme con algo. Toda una vida conteniendo enojos y reprimiendo cosas. Horacio me decía que él fue contador toda su vida y sentía lo mismo porque su profesión siempre fue aburrida. Como que su vida era aburrida. Hasta que hizo esta terapia y le cambio la vida. Yo medio que no quería ir, pero me convenció. La verdad, querido —continúo luego de una pausa que hizo para llenar una pava de agua— yo no creía, pero esa terapia es maravillosa, no sabes cómo te relaja hijito.

—Pero Beba, contame de que se trata ese tratamiento de una buena vez—le respondí ansioso por saber de qué se trataba.

—Mira, Jorge, es algo difícil de contar —dijo la vieja mientras me cambiaba de vuelta el nombre y ponía la pava al fuego—, son 22 doctores y muchos pacientes. No perdóname, son 25 en total. Hay 11 doctores vestidos de un color y otros 11 de otro, más tres personas que están de amarillo, verde o negro, varia la ocasión. No sé si estos últimos son doctores más prestigiosos o qué, pero son ellos los que empiezan la sesión y la terminan.

—No entiendo nada, abuela—dije completamente azorado.

—Claro mi hijito —dijo ella con ternura— Todo esto se realiza en un lugar muy espacioso, parecido a un coliseo y nosotros los pacientes nos sentamos. Hay algunos parados, otros que saltan. Viene gente de muchos lugares, porque he visto banderas que decían “Cordoba presente” o “La Plata”, “Avellaneda” —decía mientras dibujaba un rectángulo en el aire con ambos dedos índices.

—Abuela, la verdad no entiendo nada, eso no es una terapia —le dije sorprendido por lo que me acababa de contar.

— ¿Qué no entendés, m’hijito— dijo con un tono enojado— es un partido de futbol nene, uno va putea a quien tiene que putear, canta, grita y se descarga de todas las tensiones de esta vida ¿Sos pavote o te volviste un bobina como tu padre... —justo la pava comenzó a silbar— ya está el agua, Martincito, ¿te tomas unos mates?

—No abuela, tengo que irme, me están esperando— dije y me puse de pie. Acto seguido, le di un beso en la frente a la abuela, le dije que volvería a verla pronto, que se cuidara. Abrí la puerta, cruce la vereda y me metí al auto. Me habré quedado unos dos minutos pensando en lo hija de puta que es esa vieja, siempre cagándole la magia a todo ¡Hija de puta! Lo que todos vemos como una pasión, como algo hermoso esta arteriosclerótica lo ve como una terapia, que pedazo de forra.
Arranque con el auto, hice un par de cuadras y me detuve frente al primer kiosco que vi. Compre un atado de cigarrillos. Nunca, hasta este momento, había fumado en mi vida. 

Por Toni

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No sé para que vine.

Hace un montón de años que no vengo a la cancha. No, no le exagero viejo. No me dejaban venir, no se confunda, no estaba en la gayola, ni tampoco es porque soy un pollera; es una historia larga, deje que en otro momento se la cuento. Por lo que he visto hasta ahora, esto cambió mucho, hermano ¿Está usted seguro que esto sigue siendo fútbol? Le puedo jurar que en las riñas de gallos he visto gente de mejor talante.

Antes cuando yo era un asiduo concurrente, era muy diferente el público. Ojo, no me malinterprete no soy de esos fascistas que anda catalogando a la gente, por mi cada uno puede hacer lo que quiere, es su derecho ¿Vio? Pero en la época en la que yo venía, era otra cosa. Mire cómo viene la concurrencia ¿Dónde están los sacos y los sombreros? Mire aquel monigote, ese de la izquierda, esta sin camisa, sin nada, en cueros. Está bien, estos calores hacen insoportable todo, ¿pero cómo viene así? ¿Nadie le dice nada? Hay señoritas por aquí. Qué poca decencia hermano.

Y hablando de señoritas, por lo que he visto hay muchas mujeres y ninguna de ellas con el léxico apropiado de una damisela, no señor, he oído marinos rusos con más feminidad. ¿Y esa porquería que suena en los altoparlantes? Que porquería, parece que están matando a alguien allí adentro ¿Cómo dice? ¿Eso es música? No me macanee, se lo pido por favor, somos grandes ¿Qué paso? ¿Está seguro que esto es un partido de fútbol? Bueno, bueno me callo, tiene usted razón ¿Sabe lo que pasa? Yo hace como cien años que no venía a una cancha, entiéndame.

Esta todo cómo un poco abandonado, ¿no? Lo bueno de esta modernidad es que han cambiado esos tablones de madera. Eran un peligro mi querido, recuerdo una vez cuando fuimos a la cancha de Argentino de Quilmes, una de esas maderas se desacomodó y nos caímos como cincuenta ¡Un dolor que no se imagina! Tampoco le voy a criticar todo el fútbol de ahora, esto del cemento me parece una gran idea, eh. Y las butaquitas estas también, no serán las del Luna Park pero van bien ¿Le conté cuando fui a verlo pelear a Firpo? ¿Cómo que no conoce a Firpo? ¿Qué donde juega? ¡El boxeador, hombre! Usted no es tan pebete como para no conocerlo. No le escucho bien. Debe ser porque empieza a cantar la fanaticada.

¿Está escuchando usted? Dicen que van a matar a otros ¿Qué es eso? No, no estoy sordo. Usted también

lo oyó no me macanee ¿Pero por qué los van a matar? ¿Qué han hecho los otros? ¿Es por lo de la revolución libertadora? Explíqueme señor, le dije que hace como cien años que no vengo acá. ¿Cómo dice? ¿Qué van a matar a los contrarios? ¿Se da cuenta lo que dice? ¡Pero esto es fútbol señor! ¡Es como si yo amenazara a un radical o a un peronista porque lo vote a Palacios! ¿Se da cuenta lo que dice? Ah, que es una moda. Que moda extraña.  Antes uno cantaba para alegrar a la fanaticada, para darles ánimos a los jugadores, a esos que jugaban por los colores, por amor al barrio. Yo no quiero que maten a nadie señor, estos son otarios, eso es lo que son, se hacen los maulas pero son otarios. Que gente malandra.

¿Qué es ese ruido infernal? Parece una guerra esto ¿Pirotecnia, me dice? ¿Pero por qué? ¿¡Qué!? No le oigo, hábleme más fuerte, no escucho. Ah que ya salen los equipos a la cancha ¿Pero cómo sabe eso? Ah mire usted ahí salen, ha de ser advino usted.  Mire las propagandas que tienen las camisetas ¿Cómo dice? ¿Qué son publicidades? Pero es lo mismo hermano, no me quiera engatusar, soy viejo pero no gagá ¡Cuantas propagadas que tienen! Parecen un almacén de barrio con esos chapones pintados ¿Cómo nunca los vio? ¿Dónde vive usted? Encima son propagandas en otro idioma. Nunca vi un producto cómo ese. Ahí saludan a la tribuna ¿Ese flaquito es el arquero? ¿Por qué se viste con un color tan chillón?  Un arquero se tiene que vestir con colores oscuros, si no lo marcan enseguida y lo sacude hasta el fullback. Pero estos son todos purretes para jugar ¿No será el partido de reserva este?  Tan pibes y ya son titulares, mire como son las cosas eh, cómo cambian los tiempos, hermano. Tienen edad para estar en la colimba. Pero por sus peinados parecen que estuvieron en una comparsa, en un cotolengo.

¿El referí no salió todavía? ¿Cuándo va a llegar? ¿Cómo que es ese de amarillo? Me está cachando usted ¡Si el árbitro se viste de negro! Algo sé de fútbol, no se crea que porque hace rato que no vengo es que no se nada ¿Que me calle? Pero su solo le estoy batiendo la justa, pero va a empezar. Le hago caso y me callo.

Discúlpeme maestro, no quiero pecar de pesado, pero esto empezó hace más de quince minutos y solo corren y se tiran pelotazos. Parece que no quieren saber nada  con la bocha, hermano. Solo los veo correr y correr y cada vez que llegan a la pelota tiran un pelotazo que para que los otros se arregle ¿Esto es todo el tiempo así? ¿Qué le paso al fútbol? Está bien, pasaron como cien años desde la última vez que vi un cotejo de fútbol pero este deporte está muerto, hermano.

Antes uno veía a los wines danzando a gran velocidad con la pelota, poniéndosela al nueve como con un guante, en la testa o en el pie. Pero ahora ni wines veo. Se pega mucho más de lo que se juega. Mire usted a la parcialidad. Festejan más una barrida o un recupero a lo bestia que un firulete, un caño. Qué dolor de vista es esto. Tengo ganas de llorar, que tristeza. Déjeme viejo, soy un otario. Mire que el Pedro eligió irse a ver a sus nietos, a sus bisnietos y yo como un gil que soy, me vine para acá. Una salida que tengo en cien años y me vengo a ver esto… le soy sincero, no sé para que vine, tenía que haber hecho como el Pedro…



Por Toni

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El cielo del negro


Me desperté bastante tranquilo, a pesar de haberme sometido reciente a una cirugía de rodilla. No me dolía nada. Pensé que me iba a despertar dolorido, pero no me dolía ni siquiera la reciente operación. Algo raro pasaba. Nunca me sentí tan cómodo. Estaba acostado en un colchón bastante mullido, cosa rara para la cama de una clínica. Me dispuse a abrir lentamente los ojos  para ver qué pasaba —no sin cierto temor— porque conozco gente que se ha despertado en medio de una cirugía. Al abrir los parpados me encontré contemplando un vasto cielo celeste. Ya comenzaba a asustarme. Me erguí en lo que pensé que era una cama. Eran nubes. Puta madre, estaba muerto. Operación de mierda. Cirujanos hijos de remil putas. Me habían dicho que era una cirugía sin ningún tipo de riesgos. Convengamos que era sólo la rodilla ¿Cómo se complicó tanto? Un súbito pensamiento me tranquilizo, a lo mejor la anestesia me había pegado mal y estaba alucinando o todavía no había despertado del todo. Palpe mis brazos y me di un pellizco. Dolía. Puta madre, sí estaba muerto. Y dejé miles de cosas sin hacer allá abajo o allá arriba, o donde miércoles quede la tierra para ese lugar. Otro pensamiento me tranquilizo. Estaba en el cielo, mucho peor hubiese sido estar en el infierno. Me levanté y vi en la cercanía un grupo de gente que hacía una fila frente a una enorme puerta de rejas. Bueno, ahí debe estar San Pedro. No todo es tan malo, por lo menos iba a poder ver a mi viejo. Pero la puta madre, deje tantas cosas sin hacer. Seguí caminando sin prisa hasta dicha cola. Me predispuse a esperar también.

—Discúlpeme señora ¿Esta fila para qué es? —le pregunte a una anciana, que era la última.

—Es para poder entrar al cielo mi hijito, pero no se preocupe por suerte va rápido —me contesto la viejita. Que continuo hablando sobre con quien se iba a encontrar, de su marido que había muerto no sé dónde. Yo seguía puteando en mi interior a esos médicos culorrotos. La vieja seguía con su perorata. 

Efectivamente la cola iba bastante ligero, ya me acercaba. Entró la vieja cargosa esta y luego me tocó a mí. “El que sigue” dijo una voz femenina desde adentro. Yo esperaba ver más… más… como decirle, mas cielo. No sé, mas nubes, un par de angelitos con trompeta, santos y que se yo. Pero nada que ver. Era un hall grande. Como de esos que hay en las obras sociales caras o en las de medicina prepaga. En la recepción no estaba ni Pedro, ni nada que se le parezca. Había una mesa larga de recepción, en donde había doce computadoras. Bah creo que eran computadoras. Eran atendidas por señoritas vestidas de blanco, con un pañuelo celeste al cuello.  Era todo muy burocrático hermano. Creo que caí en el cielo de los bancarios o de los contadores. Anda a saber. La señorita que atendía el puesto cinco me miró y supe que me tocaba a mí.

—Buenos días caballero ¿Su nombre? —me dijo en tono automático.

—Jorge Antonio Chznowicz —le respondí. Mire su camisa y tenía una identificación que decía “Vanesa San Pedro, recepcionista”.

— ¿Me lo deletrea por favor? —dijo medio molesta la recepcionista. La verdad es que yo pensé que estaba en el cielo y que sabían todo. 
—Sí, como no —dije con una sonrisa— Ce, hache, zeta, ene, o, doble ve, i, ce, i.

La chica tipeo rápidamente el nombre y apellido y se quedó mirando su pantalla o monitor.

—No me figura nadie con ese nombre ¿Me repite el nombre por favor? —dijo contrariada. Se lo repetí con tono molesto, si bien estaba en el cielo, me hinchaba un poco las bolas que fueran tan boludos como en la tierra.

— ¡Oh aquí esta! — Dijo contenta— Pero hay un pequeño detalle, usted no debería estar acá.

Le juro que me cague todo, por ahí me mandaban al infierno. Ojo yo no fui malo en la tierra. Yo daba monedas en los semáforos e iba de vez en cuando a la iglesia. No era un hijo de puta, tampoco un santo. Era normal, como cualquier persona. Me cague a piñas como todos, insultaba y eso pero ¿Quién no ha puteado en esta vida? Sin embargo por el otro lado también tenía esperanzas, por ahí me mandaban de vuelta a la tierra. El tema es que ya estoy muerto, por ahí ya me enterraron o ya me cremaron. ¿Mirá si me mandan en otra persona? No viejo, que quilombo. Médicos hijos de puta.

— ¿Dónde debería estar? —dije casi entre sollozos.

—No es algo que pueda determinar yo —respondió burocráticamente la flaca— ahora lo consulto con mi superior. Dicho esto se levantó de la silla giratoria y se fue a una oficina contigua. Yo pensé que su superior seria Dios, o en todo caso San Pedro. Pero se apareció un tipo de unos cuarenta y pico, pude leer en su identificación que se llamaba “Manuel  San Pedro, supervisor Sénior”. Mira vos hermano, todo eso de San Pedro y las puertas del cielo era una metáfora. Me sentí un boludo. Yo siempre imaginándome a San Pedro con las llaves del paraíso y todo eso. Mira que pelotudos que somos, viejo. Este muchacho cuchicheaba con la recepcionista, estuvieron un rato así.

—Mire, señor Chowik —dijo, pronunciando mi apellido como el orto— hay un lamentable error, usted no debería estar acá. Tampoco podemos hacer nada, antes lo tenemos que consultar con el Director. Ya lo hemos llamado y está bajando. No se preocupe, que no es la primera vez que pasa.

Si hubiese estado en la obra social o en un banco, ya los hubiese puteado de arriba abajo. Pero estábamos en el cielo. Esperamos algo de cinco minutos y se abrió una puerta del costado de la recepción. Por ella se apareció un hombre ya grande. Estaba casi pelado y tenia una frondosa barba blanca. Vestía de levita blanca y en su mano traía consigo lo que parecía un expediente.  Evidentemente este si era San Pedro.

— ¿Qué paso con el hombre? —dijo mientras me señalaba con su pera que estaba como a 20 centímetros adentro de su barba

—Lo estaban operando y…

—Y otra vez se fueron a la mierda con la anestesia —Interrumpió San Pedro— pero que manga de pelotudos estos anestesistas. Mira que yo estoy acá desde hace más de dos mil años y en los últimos cincuenta años tuvimos que laburar como burros. Todo porque estos hijos de puta se van al carajo con la anestesia. Estos se piensan —prosiguió bastante indignado— que uno porque esta acá en el cielo está al reverendo pedo. Pelotudos. Dale una credencial de visitante y que en dos horas vuelva a la tierra, que es lo que dura esa operación.

— ¿En este tiempo puedo ir a visitarlo a mi viejo? —atine a responder.

—No, Enrique, no puede.

—Jorge —respondí.

—Discúlpeme, Jorge, pasa que atiendo mucha gente por día —dijo en forma conciliadora San Pedro— Le comento que acá hay leyes que cumplir. Una de esas es que sólo las personas que se quedan acá en forma definitiva pueden visitar a sus parientes. Son las reglas, amigo. Mientras puede esperar a en un bar que queda acá a dos cuadras.

Iba a cuestionar esa burocracia celestial, pero yo era un don nadie. Así que decidí hacerle caso e irme hasta el bar. Por lo menos para hacer tiempo y ver cómo eran las cosas. Salí por una puerta giratoria y me encontré en una calle como cualquier otra de la tierra. Autos, gente, semáforos. Llegue por fin al bar. Curiosamente quedaba al lado de unas canchitas de fútbol.  Entré como si nada y me senté en una mesa de madera reluciente a esperar al mozo.

— ¿Nuevo por acá, maestro? —fue el saludo del mozo.

—Estoy de paso —dije sonriendo — ¿podría ser un cortadito?

El mozo asintió con la cabeza y se fue. De golpe comencé a pensar en que yo no tenía plata. Pero ¿se cobraran las cosas acá? Entre a debatir internamente ese punto, hasta que un grito de gol interrumpió mis pensamientos. Estaban pasando la repetición de los goles del partido entre River y Peñarol.  Me sentí un poco más aliviado, después de todo estar muerto no era tan grave, para cuando me toque bah. Comencé a
pensar en donde estaría mi viejo, donde viviría. Un súbito pensamiento me arrebato. El de irme por esa puerta y buscarlo. Pero otra vez me arrancaron de mi ensoñación. Una persona conocida entraba por la puerta del bar. Era un tipo de unos cincuenta o sesenta años, medio pelado, con barba entre cana, claramente se podía distinguir una sonrisa en su rostro, pero no estaba sonriendo, no sé si me entiende. Era así, tenía una picardía en la cara que se veía a kilómetros. Estaba vestido como si recién hubiese jugado a la pelota o como si lo fuese a hacer en un rato. Tenía unos pantalones cortos de central, una remera blanca, medias amarillas y botines negros. Una toalla le ceñía el cuello. La verdad que siempre fui medio de madera para describir a la gente. Pero ese era el negro. El negro Fontanarrosa. Si, Roberto. En mi putísima vida lo había visto en persona. Obvio, si, lo vi en videos, en entrevistas, por fotos... Conocía gran parte de sus cuentos, obviamente a Inodoro Pereyra ¡Y ahora lo tenía ahí! Era el negro. Yo nunca fui muy cholulo, los famosos me parecían “normales”, no entendía como la gente se mataba por una foto con ellos. Yo veía un famoso y me chupaba un huevo. Lo miraba de reojo y nada más, no les daba bola ¡Pero ahí estaba el negro carajo! Me levante y temblaba como un boludo.  Yo sé que Fontanarrosa me miraba de reojo.

—Negro querido, genio —dije como un completo pelotudo, lo admito.

—Hola pibe ¿vos sos? —me dijo el negro con una sonrisa enorme.   
                         
—Yo soy visitante — le respondí en un claro ataque de pelotudez.

—Ah Visitante —dijo divertido Roberto—  Que nombre raro, Visitante Pérez o Visitante González.

— Jorge Antonio Chznowicz me llamo —dije disculpándome— pasa que estoy nervioso es mi primera vez acá y me tengo que volver en dos horas. Terminado de decir esto, entro por la puerta un rubio grandote. Una bestia, vestía un piloto o gabán largo. De su boca prendía un cigarrillo. Se sentó en un rincón del bar y miraba por la ventana.

—Suele pasar Jorge —me dijo el negro, mi atención volvió hacia él— Al principio es medio jodido, pero te acostumbras en seguida. Vos tenés suerte igual, viejo. Te viniste un rato, miraste y ya tenés una idea, te fijaste como era el departamento antes de alquilarlo —dijo mientras soltó una risa contagiosa a la que me uní de inmediato.

— ¿Cómo es el tema acá? — le pregunte al negro.

—Y mira... —se quedó pensativo el negro— Ya te habrás dado cuenta que nada muere. El tema es que un día estamos allá y otro acá, parece una respuesta tonta y de casette, pero es así.

—Pero está lindo el cielo —le respondí, mi pelotudez iba in crescendo.

—Y hay un cielo para cada uno de nosotros —dijo como un tipo que sabe— a mí siempre me gustó el fútbol, el bar, escribir y mírame, recién salgo de jugar un picado ¿A vos que te gusta hacer?

—Y a mí me gusta…

—Negro querido —interrumpió un hombre que lo saludaba con una palmada en el hombro mientras se sentaba al lado.

—Sordo, Sordito ¿todo bien? — le respondió Fontanarrosa.

— ¿Cómo va todo, Negro? —pregunto el sordo.

—Acá estamos charlando con el amigo —respondió el negro señalándome con la barbilla.

Lo saludé al Sordo, le dije mi nombre y volví a sentarme.

—No sabes, Negro, otra vez lo expulsaron al boludo de Pascual —dijo el Sordo.

—Déjame adivinar, se la agarró con el Lalita —comentó el Negro mientras se ponía una mano en la cabeza.

—Sí, pero esta vez fue grave —dijo en tono serio el Sordo— el árbitro este que nos tocó, el viejo ese que dice que tiene contactos allá abajo, dijo que si siguen jodiendo los van a suspender por toda la eternidad y que se vayan a cantarle a Gardel.

—Pobre Carlitos, ¿qué culpa tiene? —dijo, risueño, el Negro.

Entretanto el mozo me traía mi café a esta nueva mesa donde ahora me hallaba sentado. Me sentí muy a gusto en esa mesa. Los nervios se me fueron enseguida. Miré como en otra mesa, ya cerca del mostrador, estaba un hombre con pinta de duro. Tenía rasgos árabes, una nariz con una curva caprichosa y unos ojos de cernícalo. Estaba comiendo unas galletas del tipo “marinera”, el crujido de las galletas al romperse y ser masticadas llegaban hasta nuestra mesa. Y las migas se esparcían por todo el bar como un fuego artificial.

— ¿Lo viste a Emilio? —Preguntó el sordo—dijo que hoy iba a venir a jugar y no vino un carajo.

—Tenía que hacer no sé qué con la señora —respondió Roberto mientras juntaba miguitas con la parte externa de su meñique.

— ¿Y vos no hablas? —Se dirigió a mí, el Sordo— No me digas que el pelado no te dejo pasar la lengua.

— ¿Qué pelado? —atiné a responder muy boludamente, dando lugar a chistes desubicados. El negro miró en forma cómplice al Sordo.

—Si hubiese estado el Aldo —dijo el negro divertido— te la clavaba en un ángulo, la dejaste picando de una forma terrible. Pero nosotros somos tipos educados. El Sordo se reía.

—El pelado es Pedro, Pedrito —me explico el sordo— el guardián de la puerta. Es un tipazo. Muy educado y eso, pero horrible jugando al fútbol.  Aparte dicen que se la manduca.

—Vos siempre tan mal pensado, Sordo —dijo el Negro entre risas.

—Acá hay mucha gente importante ¿No? —Pregunte.

—Y si, lo que pasa es que al tiempo ya los conoces a todos y te aburrís —me comentó el Negro.

— ¿Pero cómo es la cosa por acá? Volví a preguntar.

—Y mira…

—Buenas —interrumpió uno nuevo que llegaba a la mesa.

—Hernán querido —lo saludaron al unísono el negro y el sordo.

— ¿Nuevo integrante en la mesa? —dijo Hernán mirándome.

—El muchacho está de paso y acá lo estamos torturando un rato —dijo el sordo.

—Ah pensé que era tu nuevo novio —dijo el recién llegado— porque vos siempre andas con un novio nuevo.

—Siempre el mismo irrespetuoso, vos.

Me paré, le di la mano a Hernán y le dije mi nombre.  Pude observar por la ventana y vi a un sujeto bastante narigón, vestido como gaucho. Un chiripa bastante raro y una vincha atada a la altura de la frente, parecía que le partía la cabeza en dos. Además del facón, le colgaban unas boleadoras del cinto, estaba calzado con unas botas de potro dejando al aire sus deformes dedos. A su lado había un perro de color marrón. Veía como le revoloteaban loros alrededor; sí, loros. Episodio bastante confuso y raro. Me volví a sentar y comencé a contarles lo que me pasó. Lo de la cirugía, que se pasaron con la anestesia y que me mandaron a hacer tiempo por dos horas.

—Mirá que antes íbamos a trabar con todo y nadie se rompía los ligamentos —opinó el Sordo.

—Era más que nada una lesión de los habilidosos — dijo Hernán.

—El que lesionaba a la gente eras vos, Hernán —dijo el Negro con una sonrisa.

— ¿Che, te quedás por mucho tiempo acá? — me preguntó el Sordo.

—Y, lo que dura la operación, dos horas y pico, tres, qué se yo… —dije sin mayor.

— ¿Y esto a qué hora fue? —dijo el negro

—Y tipo siete de la tarde entre a quirófano.

—Boludo, son como las diez de la noche —me respondió el sordo alarmado

— ¿Me jodés? —Dije con gravedad— me tengo que ir ya, me van a matar.

—Mira que el pelado es jodido con el tema del horario —dijo el Sordo.

Me paré inmediatamente, le di un sorbo apurado al café, saludé a todos y me fui corriendo. Antes de salir escuche que el negro me grito: “Acordate que nada ni nadie muere”. Crucé la calle, e hice las dos cuadras en tiempo récord. Cuando llegue a lo de San Pedro, me estaba esperando con cara de pocos amigos. Me preguntó dónde estaba y que si hubiese demorado cinco minutos más, me hubiese quedado acá para siempre. Me dijo un par de palabras y que yo no me iba a acordar nada de lo que había sucedido. Me despidió con un apretón de manos y un “hasta luego”.

—Buen muchacho este Jorge ¿no? — Dijo el negro.

—Algo boludo nomás —Respondió Hernán.

—Y estaba nervioso, era su primera vez acá —comento el negro.

—Un pollerudo, se fue cagando porque seguro la señora lo caga a pedos después.

—Sí, pero bien que se hizo el boludo y se fue sin pagar el café —corto tajante el sordo.

—No te preocupes, ya va a volver —dijo el negro mientras se levantaba— ya va a volver…

***
Fui abriendo los ojos de a poco. Como tanteando si estaba vivo o muerto. Me aterraban las operaciones. También la idea de que algo haya salido mal. Moví un brazo ligeramente, luego otro. Después una pierna, la sana. Después la operada, me dolía la rodilla como la concha de la lora, encima había tenido una pesadilla de mierda con dragones y no sé con qué otra mierda. Que anestesia hija de puta. Operación de mierda. Cirujanos hijos de remil putas.


Inspirado en “El Cielo de Los Argentinos” de Roberto Fontanarrosa

Por Toni

Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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El gordo Martín.

Casi todos hemos tenido un gordo en el grupo de amigos de la infancia. Esta como estereotipado este personaje. Si se me permite decir, siempre es el más boludo del grupo, es poco agraciado para el fútbol pero siempre es el dueño de la pelota y, por tal motivo, sí o sí te lo tenés que fumar. Pero al final de cuentas es alguien útil porque en los picados nadie quiere ir al arco y el gordo con tal de jugar va al arco. Nosotros lo teníamos al gordo Martín. Buen pibe, pero un terrible pelotudo. Porque hay gordos que le sacan provecho a su masa corporal y no se dejan amedrentar así nomás, pero Martín lo que tenía de gordo lo tenía de boludo, pobre. Hasta el petiso Ezequiel lo tenía cagando al pobre gordo y eso que Ezequiel era una cagadita, de chico no medía más de un metro le puedo asegurar, flaco como un piolín. Imagínese que cuando jugábamos al chupi con las figuritas en el recreo, ese juego infantil en el que hay que dar vuelta la fichu con una mano, más que dar vuelta la figurita, esta lo deba vuelta a él. Hoy se perdió todo eso, los pibes ya no juegan a eso, están ya con sus celulares, hablando de cosas de la internet, de programas de adultos... como que se perdió la inocencia de juntar imágenes de tus ídolos. Estaba buena esa época, yo me acuerdo que lo tenía de ídolo a Zeoli, el arquero uruguayo de River. Era un asco atajando, pero a mí me gustaba, un día llegue a dibujarlo y se lo mande a la revista billiken ¡Puede  creer usted que la publicaron! Fue mi primer acercamiento a los medios, hoy soy periodista y todos los días tengo que lidiar con el ego de los deportistas. También me gustaba Vázquez, ese jugador también de River que tenía rulos. Yo también para buscarme ídolos soy mandado hacer, pero no me quiero ir por las ramas, estaba hablando del gordo Martín. Cómo nos abusábamos del pobre gordo en los recreos, siempre venía con pilones de figuritas porque los viejos eran de guita y mientras el gordo boludo las pasaba una a una, con ánimo de intercambiar las repetidas, venia uno corriendo y le estampaba la mano por debajo. Las fichus volaban por todas partes y nosotros como una bandada de buitres nos arrojábamos sobre las figuritas esparcidas por todo el patio escolar. El pobre gordo en lugar de juntarlas se iba corriendo llorando, te partía el alma Martín, pero al día siguiente volvía con más figuritas y la escena se repetía. Varios de nosotros completamos varios álbumes gracias a este vil saqueo.

En la hora de educación física el gordo te daba pena. Porque el profesor de gimnasia nos hacía correr por lo menos 15 minutos por clase. Martín a los 30 segundos ya jadeaba con la lengua afuera como esos perros gordos llenos de pliegues. Ni así lo dejábamos en paz, cada vez que nosotros me incluyo pasábamos por su lado le dábamos una cachetada sonora en la nuca. Porque el gordo además siempre se rapaba, parecía esas calabazas de Halloween. Encima traspiraba de a chorros, obviamente el golpe con la mano abierta se escuchaba como un aplauso. Éramos unos hijos de puta, pero los pibes suelen ser crueles. Lo que tenía el gordo era que nunca se rendía. A pesar de que no daba más, seguía corriendo, o más bien reptando.

Después hacíamos un fulbito en el patio y el gordo se ponía contento, a pesar de que nunca nadie lo elegía al pobre, en más de una oportunidad en todas, bah, se quedaba sin equipo porque nadie lo quería. No quédatelo vos o jugamos con uno menos, no importa eran los clásicos ruegos para que el gordo no entre en tu equipo. El profesor de gimnasia habituado a estos percances te encajaba al gordo ante las protestas del equipo designado, el gordo iba mansamente al arco mientras se secaba las lágrimas. Creo que perdíamos más tiempo en tratar de colarle al gordo en el otro equipo que jugando al futbol. Encima la palabra horrible le quedaba chica. Era malo, malo. No servía ni para hacer bulto el gordo y eso que era bastante corpulento. Como arquero no te sacaba una el hijo de puta. La única que sacaba era aquellas que adrede le chumbamos al cuerpo para hacerlo cagar. Pero el gordo nunca se daba por vencido, no sé si lo hacía de cabeza dura o de boludo que era.  Martín nunca se calentaba, una sola vez se peleó, fue con uno de la división A nosotros estábamos en el B, uno grandote que había repetido como un millón de veces. Lo había agarrado a Ezequiel y le estaba dando, nosotros no nos metimos porque nos iba a cagar a palos. Fue el gordo el que se metió, para sorpresa de todos. Lo agarro del pelo al del A y le puso una mano en la nariz que lo hizo sangrar como una fuente. Pero tuvo tanta mala suerte el gordo, que justo lo vio la señorita. Para qué. Lo agarro de la oreja al pobre y se lo llevo a la dirección. El gordo lloraba como un chancho a punto de ser degollado. Por una semana estuvo sin venir a clases, cuando volvió nos enteramos que lo habían llevado a la psicóloga, que el padre lo había cagado a cintazos. La cosa es que el gordo volvió más boludo que nunca y en cuestión de minutos perdió el mínimo respeto que se había ganado noqueando al grandote del A. Ahora no solo lo cargábamos con su gordura, también le decíamos que estaba loquito. A veces los pibes suelen ser muy hijos de puta entre ellos mismos. Hoy con los tiempos que corren si uno llega a hacer eso, lo acusan de hacer bullying o algo así. Pero el gordo nunca se nos despegaba, parecía un tanto masoquista.

Pero al gordo también lo jodiamos fuera del colegio, porque éramos todos pibes del barrio. Después del colegio nos íbamos a la canchita que quedaba a un par de cuadras del colegio a jugar a la pelota, y el único que tenía una pelota era el gordo, parecía una broma del destino. El gordo tenía que jugar porque era el dueño. Y era un suplicio verlo atajar, goles boludos por doquier. Y si lo mandábamos a jugar arriba era un estorbo. Por cada cagada que se mandaba, nosotros le dábamos un ñoqui en la cabeza, además de los insultos que siempre le propinábamos. Pero el gordo era insistente, no faltaba nunca. Era el primero en llegar a la canchita. A las cuatro de la tarde cuando se abría el portón verde, él ya estaba con la pelota bajo el brazo esperando con una sonrisa de oreja a oreja. Era tozudo. Había veces que la pinchábamos o la colgábamos y lo mandábamos al gordo a buscarla, pero como la vieja que vivía atrás de la cancha nos odiaba, lo sacaba a escobazos, mientras nosotros nos descostillábamos de risa. En más de una oportunidad la vieja esta fue a la casa del gordo a tirarle la bronca al padre y este después lo castigaba y no lo dejaba salir. Pero nosotros éramos caraduras porque íbamos a la casa del gordo a pedirle prestada la bocha y el gordo era tan bueno o boludo que nos la prestaba.  Pero no todo era fútbol, porque cuando llovía la canchita se convertía en un pantano y ahí era cuando el gordo nos invitaba a jugar a los videojuegos a su casa, como ya le había dicho, el padre tenía mucha plata y por eso Martín solía tener los últimos jueguitos en su casa. Pero el gordo también era horrible jugando al sega o a la play. Jugábamos cinco o seis horas, algunas veces toda la noche cuando nos quedábamos en su casa a dormir y el pobrecito solo jugaba un par de minutos ya que perdía o moría enseguida de tan malo que era. Un día de tanto jugar, la consola no resistió y se quemó, el padre casi lo lincha delante de nuestros ojos. Así pasamos nuestros años en la primaria, jodiendole la vida al gordo.

Cuando íbamos a empezar séptimo grado, nos enteramos que el gordo no iba a venir más al colegio. Pero no porque se había cansado de nuestro maltrato o algo por el estilo. La crisis en la Argentina todavía no había comenzado pero el viejo de Martín algo había olfateado y decidió llevarse a su familia a España, obviamente se llevaron al gordo con ellos, no volvimos a saber de él. Extrañábamos joder a alguien, pero superamos rápidamente su pérdida cuando nos la agarramos con Joaquín y su amaneramiento.

Hará cosa de dos o tres años que sentí nombrar que en el Barcelona debutaba un arquero argentino que había salido de la Masia: Martín García, entraba para atajar porque el titular Gerardo Malaquia había sido expulsado. Le soy sincero, no le había dado mucha pelota al nombre porque deben existir muchas personas con ese nombre. Yo recién empezaba a dar mis primeros pasos en el diario pero me mandaron a la sección del ascenso, y de fútbol del exterior no tenía la más pálida idea. Un día me encontré con Chicho, mi mejor amigo desde la primaria y me comento exultante que ese tal Martín García era el gordo ni más ni menos. Yo no lo podía creer, no daba crédito a lo que me había dicho Chicho porque la verdad siempre fue conmigo uno de los más jodones de la división, pero sin embargo empecé a seguir la carrera de este arquero. Estuve como tres meses buscando datos en Internet pero no aparecía ni una puta foto del arquero este. 

También ponía los partidos del Barcelona, pero nunca enfocaban el banco de suplentes. Hasta que un día en la semifinal de la Champions contra el Bayern Münich, el arquero titular del Barça se lesiono y salió a la cancha el tal Martín García. Era el gordo sí, o lo que había quedado de él. Estaba mucho más alto que en el colegio, estaba bien fibroso, lo único que conservaba de pibe era que seguía rapadosé, además tenía una firmeza en sus pasos que daba miedo. Esa noche se consagro, era su segundo partido en el equipo Los arqueros suelen debutar de grande pero en la serie de penales tapo dos y el Barcelona paso a la final. Qué grande el gordo.

No hace muchos meses lo volví a ver al gordo, me mandaron a España para cubrir un partido de tenis por la Copa Davis porque ahora cubro tenis, aproveche una tarde libre y me mande a la práctica del Barcelona. Justo lo enganche cuando salía. “¡Gordo! ¡Martín! le grite desde atrás de las vallas. El gordo ex gordo, bah me reconoció enseguida, se me acerco y me dijo: “¿Jorge? ¿Jorgito sos vos?, le juro que me emocione, asentí con la cabeza y me dice de nuevo Tómatela de acá, forro, pedazo de basura. Que hijo de puta, me sacó corriendo. Me empezó a decir todo tipo de cosas sobre nuestra infancia, que lo maltratábamos que esto que lo otro, la verdad, cómo cambia la gente cuando es famosa, la pucha. Se agrando el gordo.
Toni Schweinheim
Obra Publicada, expediente Nº 510614. Dirección Nacional del Derecho de Autor
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¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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