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"El Juramento" de Gabriel García Márquez
Está semana se cumplieron 91 años del nacimiento del genial escritor colombiano y hete aquí uno de sus cuentos, en este caso futbolero, que nos legó a modo de homenaje.
Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado.
***
Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado.
Sábados de Fontanarrosa. Hoy Jorge, Daniel y el Gato
—¡Qué verga somos, viejo! ¡Qué verga! —Jorge se inclinó con
un gesto de dolor y se quitó, uno a uno, los botines embarrados. Se masajeó,
siempre con rostro dolorido, los dedos del pie bajo la tela gruesa de las medias
de fútbol.
—Qué le vamos a hacer —dijo el Gato, el vaso de cerveza en
la mano, por decir algo, casi distante, como resignado. Más atrás, en la misma
mesa pero alejada su silla como dos metros, las piernas abiertas, el Dani lucía
abstraído, totalmente ausente.
—¿Cómo mierda podemos perder tantos goles, digo yo, cómo
podemos perder tantos goles? El otro día contra La Cortada, lo mismo, querido,
erramos una barbaridad... Después ellos, cuando tienen una oportunidad, te
abrochan y anda a cantarle a Gardel...
—¿Te duele? —preguntó el Gato, señalando con su mentón hacia
los pies de Jorge.
—El tobillo —señaló—; pisé un pozo y me lo torcí. Me lo hice
percha.
—Párate —recomendó el Gato.
—Si me paro me duele más, pelotudo.
—Que no jugues, te digo, forro. Párate quince días porque si
el próximo partido se te llega a torcer de nuevo después se te hace crónico.
—Ahora le meto hielo —desestimó Jorge—. Y cuando se
deshincha me vendo bien y no hay problema. —Te lo vas a cagar, Jorge.
—Si no vengo yo, creo que el próximo sábado no juntamos ni
siete como para entrar a la cancha.
—O anda a lo de la curandera que dice el Niki —insistió el
Gato.
—¿Qué curandera? —Jorge se reía, pese al dolor.
—Dice que las terceduras te las cura con un vaso de agua. La
vieja tira granitos de trigo, ¿viste la especie de semillitas de cuando
desarmas las espigas?, en un vaso de agua. Las semillitas que se van al fondo
son los nervios que tenes sacados. Las
que flotan son los que están bien.
Jorge lo miró al Gato, incrédulo.
—O al revés —se cubrió el Gato—. Al Niki lo curó así. Bah,
eso dice el Niki.
—Al Niki lo que hay que hacer es internarlo en un
psiquiátrico —murmuró Jorge—. Me vendo bien, y a la lona —reafirmó. Después
recogió los botines, parándose. Se tomó la cintura con las dos manos y estiró
un quejido gutural—. La concha de su madre —dijo—, me duele todo.
—Para colmo está pesadísimo —el Gato se pasó la manga de la
camiseta sobre la frente calva empapada de sudor—. Y hace transpirar esta
porquería —elevó un tanto, mostrando, el vaso de cerveza.
—Hay que decirle a Enrique que el sábado que viene traiga
las camisetas de manga corta. No puede ser tan boludo —dijo Jorge, ya con las
llaves del auto en la mano, como demorando la retirada.
—¿Las blancas? Están hechas mierda esas camisetas, Jorge.
—No, están bien... Bah... Se las aguantan...
—Faltan números.
—El boludo del Ñaqui que se quedó con una cuando se cabreó
por lo de Gustavo.
—Hay que decirle que la traiga. Al Mosca también.
—Al Mosca que lo hable otro, yo no lo hablo... ¿Vos venís el
sábado, Daniel?
Jorge señaló con la llave del auto al Dani que, hasta ese
momento, no había salido de su mutismo, la vista perdida hacia el ventanal que
daba al bulevar Rondeau, despatarrado sobre la silla.
—No. Creo que no.
—Uy —arrugó la cara, Jorge—. Cagamos —se dirigió al Gato—.
No sé si juntamos once si éste no viene.
Tito tampoco puede venir, al Pinza lo echaron hoy, el boludo. Le van a
dar como cuatro fechas...
—¿Por qué Tito no viene? —preguntó el Gato.
—Qué sé yo... Tiene un bautismo, una de esas boludeces que
siempre tiene.
—¿Otro bautismo?
—¿Podes creer?
—¿Qué es Tito? ¿Monaguillo?
Jorge soltó una risa corta.
—Cagamos —repitió—. Para colmo, el otro forro de Aníbal hoy
se fue cabrero...
—¿Por qué se fue cabrero?
—Porque el Coló no lo puso de arranque. Y... ¡viejo! Somos
once. No podemos jugar todos. Si al final de cuentas, vos bien lo sabes, al
final, jugamos todos. Hoy faltas vos, mañana falto yo...
En silencio, Dani osciló la cabeza, como desaprobando, pero
no dijo nada.
—¿Vos no venías, entonces? —insistió Jorge.
—No. Creo que no. Creo que tengo que viajar —dijo Daniel,
serio.
—¿Contra quién es? —dijo el Gato.
—Cerámica, creo... ¡No! No. Palermo, Palermo.
—No es tan jodido.
—¡Para nosotros son todos jodidos, Gato! —se rió, irónico,
Jorge—. Mira vos hoy, estos muchachos no le habían ganado a nadie, a nadie, son
unos chotos, Gato. Y se vienen a desvirgar con nosotros, a nosotros nos hace la
fiesta cualquiera... Déjame... Somos una verga nosotros, Gato, no me digas...
El Gato hizo un visaje con la cara, de aprobación, negación
o duda.
—Chau. Nos vemos —dijo Jorge, y se fue rengueando hacia el
auto—. Chau, Daniel —incluyó, de última, ya desde la vereda de "El Morocho
del Abasto". Daniel y el Gato se quedaron en silencio. El Gato apuró lo
último de su cerveza y liberó luego un eructo suave.
—¿Y el Mosca por qué no viene? —se preguntó después, en voz
alta. Daniel había apoyado sus codos sobre las rodillas peludas y miraba hacia
la calle. El sudor le resbalaba por la frente hasta la nariz y luego caía por
ésta, para precipitarse desde su punta sobre el bolso que estaba entre sus
pies. Daniel se encogió de hombros.
—Qué sé yo —moduló con la boca, sin emitir sonido alguno.
Después empezó a sacudir la cabeza hasta girarla para mirar al Gato.
—¿Vos viste cómo me puteó el Quique? —le preguntó"—.
¿Vos viste cómo me reputeó el Quique, ese pedazo de pelotudo? —repitió, antes
de que el Gato contestara nada. El Gato abrió mucho los ojos, simulando.
—No... ¿Cuándo? —mintió.
—Cuando me erré ese gol, en el segundo tiempo... —¿Cuál?
—¡En el segundo tiempo! —se exasperó Daniel—. Que íbamos uno
a cero. Si lo hacía nos poníamos uno a uno...
—¿Ése que pasó todo frente al arco? ¿Que...?
—¡Ese! Que se fue la Pioja por la izquierda y metió el
centro atrás...
—Ah, sí... Pero no lo vi muy bien... Yo estaba afuera.
—¡Pendejo pelotudo! ¡Como si uno errara los goles a
propósito, viejo!
—Sí... Pero no escuché. La verdad que no escuché. Vi la
jugada pero...
—Arriba me putea el hijo de puta. —Te venía alta, me
pareció...
—¡Acá me venía! —como impulsado por un resorte, Daniel se
paró, señalándose a la altura de la ingle—. ¡Acá! ¿Cómo mierda quería que le
pegara? La tocó el arquero, picó y se levantó...
—No bajaba nunca.
—¡Nunca bajaba, la concha de la lora! Y el otro pelotudo me
viene a putear. El sorete ese de Quique... —Bueno, pero... Qué sé yo...
—¡Mira si nosotros tuviéramos que putearlos a ellos por las
cagadas que se mandan ahí abajo! —Daniel ya estaba un tanto descontrolado—.
¡Mira si nosotros tuviéramos que putearlos a ellos por los cagadones que se
mandan ahí abajo! Hoy mismo, hermano... ¡Raúl, Raúl, otro, otro que me puteó en
la misma jugada! ¿Me querés decir qué carajo quiso hacer Raúl en el segundo gol
de ellos? ¿Me querés decir qué carajo quiso hacer?
—Quiso cancherear...
—¡Si no tiene resto para cancherear, querido! ¡La va de
crack y no sirve ni para tirar flit, no me vengas! Y después te chillan cuando
vos erras un gol, hermano... Y no hace ni un año que están jugando, Gato, haceme
el favor... No hace ni un año... —se volvió a sentar, como si no pudiera
quedarse quieto—. ¿Cuánto hace que estamos jugando nosotros, Gato, cuánto hace
que estamos jugando?
—Uhhh... —enarcó las cejas el Gato.
—Cinco años. Cinco, seis años hace. Empezamos nosotros, ¿o
no es así?, con el Coló, con Ñaqui, con Marcelo...
—Claro, claro...
—¡Y ahora resulta que cada sábado que uno viene aparece un
pendejo nuevo! ¿Cómo es eso? Uno viene y ya ni siquiera conoces a tus
compañeros... Como ese pibe, el Huguito... ¿Quién lo trajo a ese pibe? ¿Quién
lo anotó al Huguito? ¿Me querés decir quién lo trajo?
—El Coló...
—¡El Coló, claro! Porque él sabe que no le saca nadie la
camiseta de cinco. Pero como no le dan más las tabas se tiene que rodear de
pendejos que corran y se rompan el culo por lo que él no corre ni se rompe el culo
en la mitad de la cancha, ¿es así o no es así?
—Sí, Daniel... Pero también tenes que comprender que en una
liga como ésta, sin límite de edad, si no mechas algunos pibes con los jovatos,
te pasan por arriba. ¿Viste los de "25 de Diciembre", que son todos pibes?
Son aviones esos pendejos, Daniel, no los agarras ni con un lazo...
—Sí, sí, pero no hay derecho, Gato, no hay derecho...Porque
cuando a esos pibes, esas estrellitas, esos cracks que, entre nosotros, no son
tan cracks como se piensan porque si no no estarían jugando acá, estarían jugando
en Central, en Nubel, en Central Córdoba... Bueno, cuando a esos cracks resulta
que se les canta las pelotas irse a jugar a Provincial, o al campo, o a la
concha de su madre... ¿a quiénes tienen que recurrir para armar el equipo? ¿A
quiénes tienen que recurrir?... A Norberto, al flaco Suríguez, al Narigón... a
vos... ¿O por qué te crees que se chivó el Mosca y no viene más? ¿Por qué te
crees? Porque lo dejaron afuera dos partidos,seguidos y no lo pusieron más,
hermano. Con el verso ese de que eran partidos chivos, de que eran partidos importantes,
que eran contra el puntero, contra Social Lux, contra Minerva, contra la
pinchila de Mahoma y todo eso... Decí que vos, o el Narigón Anselmi, son de
fierro y se la aguantan y vienen y vienen y vienen... Pero el Mosca se hinchó las pelotas...
—Es verdad... Eso es verdad —asintió el Gato, golpeteando
con el culo del vaso sobre el nerolite de la mesa.
—¿Querés que te diga más? —retomó Daniel tras un silencio—.
Yo prefiero perder con el Narigón, con el Mosca, con vos, con Norberto... y no
con todos esos nuevos que ha traído el Coló. Porque bien que cuando el Raúl, el
Quique o alguno de ésos te caga, bien que salen echando puta a buscarlo al
Norberto, al Mosca, a todos ésos...
—Es el eterno problema... —dijo el Gato, calmo. Daniel
pegaba palmaditas sobre la mesa. Había vuelto a
mirar hacia afuera y procuraba regularizar el ritmo de su respiración.
—No me vengas, viejo... —machacaba.
—Es el eterno problema, Daniel... Formar un equipo de
amigos, para divertirse. O formar un equipo para ganar el campeonato.
—¡Si nosotros no podemos ganar el campeonato, Gato! —lo miró
Daniel con infinita indulgencia, abriendo los brazos. Nosotros no podemos ganar
ningún campeonato, querido, si somos unos perros, unos perros somos, unos
muertos de hambre...
—Sí, pero vos viste cómo son estas cosas. Al principio se
dice que vamos a formar un equipo de amigos,
para divertirse, pero cuando de pedo se ganan un par de partidos ya
todos piensan que se puede ganar el campeonato.
—Míralo al otro —volvió a menear la cabeza Daniel, y
cambiando de tema—. ¡Qué fácil que la hace Jorge, qué fácil que la hace!
"Al final jugamos todos lo mismo", te dice. "Al final entran
todos." ¡Mira qué turro! Sí, entran todos... ¡pero unos arrancan jugando
todos los partidos, como el Coló y él, y el Taca... y otros, como el Narigón,
entran veinte minutos! ¡Entran todos los partidos, sí, pero veinte minutos! "Jugamos
todos." ¡Mira qué turro!
—Decímelo a mí —susurró cabizbajo el Gato, tristemente.
Daniel chistó, como desinflándose.
—Encima hay que aguantarse que te puteen cuando erras un gol
—dijo—. Hay que joderse —se rió, ácido—. A mi edad tener que venir a amargarse
la vida. Uno que espera toda la semana el sábado para venir a jugar y pasarla
bien y hay que amargarse la vida con estos pendejos. O con el Raúl mismo que no
es tan pendejo...
—Son cosas del juego, Daniel...
—Y ojo que no lo digo por el Huguito, que es un flor de
pibe, un pan de Dios. Pero los otros... No sé... Tienen mierda en la cabeza
y... ¿sabes qué es lo que más me calienta? —Daniel se volvió hacia el Gato como
si hubiese encontrado el quid de la cuestión. Retomó, incluso, el ritmo
acelerado de su discurso.— Que te putean porque te erraste el gol pero, en
realidad, lo que te quieren remarcar es que te lo erraste por viejo choto.
No por tronco, o porque sos de madera, por mal jugador...
¡Por viejo choto, porque no te dan más las tabas, ni las articulaciones, ni los
reflejos! ¡Eso es lo que te quieren remarcar, lo que quieren poner en evidencia
estos cabrones!
—No, Daniel...
—¡Sí, señor! Sí, señor... Porque el otro día, en el partido
contra Mercadito, el Cacho, el Cacho, se erró un gol igual igual al mío, pero
igual, calcado.
—Es cierto...
—Le quedó alta, a dos metros del arco, sin arquero y...
¿sabes adonde la tiró? —A la mierda.
—¡A la concha de su madre! ¡A la recalcada concha de su
madre la tiró! Mucho más alta que la que tiré hoy yo. Ahí la tiró. Y lo
putearon. Pero seguro que nadie pensó que lo había errado por viejo choto,
porque el Cacho tiene veintidós pirulos y tiene un lomo así y es un toro el
Cacho... Pero cuando un tipo de treinta y seis años hace lo mismo que hizo el
Cacho ya todos piensan que lo erraste porque estás hecho un fósil de mierda, un
viejo choto y que le tenes que dejar tu lugar a los pibes. ¡Mierda se lo voy a
dejar! ¡A mí nadie me regaló nada cuando yo empecé a jugar! Veinticinco años
hace que juego al fútbol... Y encima tenes que aguantar que te erras un gol y te putean...
Se quedaron un momento callados. El Gato, abstraído, hizo
girar con la punta de un dedo el tíquet que había dejado el mozo y que había
quedado planchado bajo el culo del porrón húmedo. Lo despegó con cuidado y unos
numeritos en celeste quedaron impresos sobre el nerolite. El Gato parecía
estudiar el tíquet pero, de pronto, quedamente, dijo:
—Daniel... Daniel... Oíme.
Daniel seguía con los ojos clavados en la ventana.
—Oíme, Daniel —siguió reclamando el Gato—. ¿A vos te jode
que te puteen por un gol errado?
Daniel osciló la cabeza, considerando estúpido responder.
—¿A vos te jode? Entonces déjame que te cuente una cosa. ¿Me
dejas?
El excesivo preámbulo atrajo, por fin, la atención de
Daniel, quien miró de reojo al Gato.
—¿Te acordás el sábado pasado, que jugamos contra Teléfonos?
Daniel asintió con la cabeza.
—¿Te acordás que yo entré en el segundo tiempo? Habré
entrado a los veinte minutos del segundo tiempo...
—Sí, que entraste porque se jodio el Tito, que si no el Coló
tampoco te ponía...
—Por lo que sea, por lo que sea... Cuando yo entré íbamos
perdiendo dos a uno...
—Sí, dos a uno.
—Faltando unos quince minutos ¿te acordás? hubo un centro
sobre el área de ellos, un rebote, y me quedó servida a mí, picando, casi en el
punto del penal, un poco más atrás, pero casi en el penal, sobre la derecha...
—¡Uy, sí! Me acuerdo.
—Le pegué de prima y la tiré a la mierda. Así de simple. La
tiré a la mierda.
—Arriba del travesano, me acuerdo.
—Arriba. Y... ¿querés que te diga una cosa, Daniel? ¿Querés
que te diga una cosa? Daniel lo miró.
—Nadie me dijo nada —ahora era el Gato el que miraba
fijamente a la mesa, las cascaras de maní, los
círculos dibujados con espuma por los vasos sobre el
nerolite—. Nadie me dijo nada... Hubo un silencio... Un silencio total...
—Bueno... Es mejor. Te juro que...
—No, Daniel. No es mejor... Cuando ya nadie te dice nada es
que ya nadie espera nada de vos... Es una cosa, ¿cómo decirte?... piadosa. Un
silencio... comprensivo, ¿entendés? Me di vuelta y lo vi al Coló que le hacía
señas al Quique como diciendo "Déjalo. No le digas nada. ¿Qué le vamos a
hacer? Bastante hace el pobre viejo...". Por eso...
—Es que...
—Por eso te digo Daniel… alégrate que todavía te putean, alégrate.
Quiere decir que todavía te consideran apto para jugar, para meter goles, para
mezclarte con ellos…
Daniel aspiro hondo.
—Puede ser — dijo y pidió la cuenta.
Roberto Fontanarrosa
Extraído de Uno nunca sabe. Ed. De La Flor 1993/ Ed Planeta 2012
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