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Frases futboleras de Noviembre. Parte II
“Los dirigentes tiene que ser ricos
para no robar, porque no lo necesitan porque están salvados”
Juan Carlos Pasman, emulando a
Susanita de Mafalda.
“Un tipo que no tiene plata tiene los
mismos derechos que uno que tiene plata”
Carlos Stroker, Trostkista.
“Asumimos pelear”
Guillermo Barros Schelotto,
peleador.
"Yo estuve enojado con un
íntimo, mi hermano, Manera, cuando le saqué jugadores para Argentina. También
cuando dirigía a Colombia se enojó conmigo Zubeldía porque le saqué dos
jugadores. Ahí con Osvaldo tuvimos una enemistad y después cuando fue él a
Buenos Aires, un día fui a verlo al hotel porque me sentía mal y a los cinco
días falleció, me hubiera quedado para la miércoles"
Carlos Bilardo, piedra.
"Yo me voy a vivir con Gago. Nos
mudamos a una casa y vivamos juntos, viejo"
Carlos Bilardo, pensando en el
matrimonio igualitario.
“No puede amagar en un tiro libre. Lo
hizo tres o cuatro veces. Si lo hace cualquier otro, lo amonestaban”
Matías Pérez García, arbitro.
“Vemos la tabla y los números hablan”
Fernando Ortiz, escuchando voces.
. "Hay varias cosas que voy a
hacer. Una es ir a ver a Estudiantes porque desde hace rato que Pico Mónaco me
viene insistiendo"
Rafael Nadal, hincha.
Rafael Nadal, hincha.
"Si yo era el técnico,
Independiente no descendía"
Américo Rubén Gallego, exportador de
humo.
“A Independiente y a River los voy a
volver a dirigir, porque los dos clubes me van a venir a buscar. Todavía soy
joven, tengo 55 años... Ah, no, perdón, 58 años"
Américo Rubén Gallego, memorioso.
"Messi es Dios"
Victor Valdes, religioso.
"Como ya he dicho, quiero más y
más. Cada vez que juego el rival más difícil para mí soy yo. Siempre quiero
hacerlo mejor que antes"
Zlatan Ibrahimovic, insaciable.
Zlatan Ibrahimovic, insaciable.
“Yo boludo no soy. Parece que no
servís si no salís campeón. Sólo en el 2010 no se ganó nada, pero hicimos 43
puntos"
Ricardo Gareca, calentón.
"De a poquito empezamos a
enderezar el barco”
Matias Almeyda, pirata.
“Tengo dudas”
Mostaza Merlo, emo.
"Me despierto pensando en el
Mundial"
Alejandro Sabella, y también en Marcos Rojo.
Alejandro Sabella, y también en Marcos Rojo.
"No pienso en el campeonato, no
hago cuentas. Sólo me enfoco en ganar el partido del sábado"
Mauricio Pellegrino, pensante.
"No conviene que se clasifique
Uruguay"
Carlos Bilardo, hermano
latinoamericano.
"Si lo llevan para solucionar
tiene que solucionar. Pero uno tiene que estar callado. En el fútbol hay que
hablar en la cancha. Haga bien las cosas o las haga mal. Si está bien, hermano,
en la cancha. Y si está mal se queda calladito"
Carlos Valderrama, cagando a pedos a
Teo.
“Se rescató un puntazo. Fue uno de
los puntos más sufridos que conseguimos"
Ricardo Caruso Lombardi,
conformista.
"Si la prensa empieza a debatir,
la gente comenzará a dudar. Pero aquí, más allá de eso, hay un problema: la
gente es pesimista. Cambia de lo bueno a la mierda en dos días"
Dani Alves, a favor de la Ley de
Medios.
"Bielsa te vacía mentalmente"
Fernando Llorente, antibielsista.
"Mis compañeros han decidido no
pasarme más el balón"
Samuel Eto’o, forever alone
"El balón de oro si no se lo dan
a Ronaldo hago una sentada"
Carlo Ancelotti, ¿una sentada sobre qué?
Frases tomadas desde el 01/11 al 15/11
Frases futboleras de Noviembre. Parte I.
“El que manda es el técnico, no cabe
dudas. Hay que ganarse a la gente que es lo más importante”
Teo Gutiérrez, obediente.
"Si no tomamos el tren, sería un
milagro que vuelva a pasar"
Walter Kannemann, motorman.
Walter Kannemann, motorman.
“Hubo un error del cuerpo médico, además de revisión de
huesos y de tórax, tenían que revisarle la cabeza. Con sus antecedentes quizás
no está preparado para las críticas. Teo es un problema para River desde que lo
contrataron”
Carlos Morete, ídolo de River y
psiquiatra.
"Siempre salimos con la misma
mentalidad, pensando en el triunfo. En el fútbol hay tres resultados y el peor
es perder. Los otros dos, depende cómo sean, pueden ser bienvenidos"
Mostaza Merlo, payatecnico.
"No vamos más a devolver la
pelota"
Pedro Troglio, ortiva.
“Me preocupa no meterla”
Pedro Troglio, impotente.
“Fuimos un desastre”
Gustavo Oberman, sincero.
“Me enteré del tema (la quita de
puntos) cuando llegamos a la cancha y fue un garrotazo mal, un mazazo. No se lo
quise comentar a los jugadores, pero seguro lo sabían"
Mario Sciacqua, de luto.
"Tenemos a San Torrico"
Pablo Alvarado, creyente.
“Equipo chico la puta puta que te
pario, equipo chico… ♫“
Cantico de los hinchas de San
Lorenzo a Boca.
“Que mamá me espere con las milanesas”
Ángel Correa, mamero.
Ángel Correa, mamero.
"Contra Lanús se juega el
prestigio del club"
Ramón Diaz, desprestigiado.
"Lo que pretendo, es que los
jugadores entiendan que hay que romperse el culo para salir de esto"
Alfredo Dagna, presidente de Olimpo,
metafórico.
"Estoy orgulloso de él, es el
mejor padre de todos y el mejor dirigente de fútbol"
Humberto Grondona, hijo de…
"Daniel está cansado, por eso se
baja. Lo noté conmovido y emocionado"
Omar Solassi, viudo de Passarella.
“A la gente la vi disconforme.
Demasiado para mi gusto. Igual les agradezco el apoyo. Pero el fútbol tiene
estas cosas. También revancha. Yo estoy acostumbrado a esto. De esas
frustraciones se pueden dar cosas importantes. Hay que pensar bien a futuro.
Que la gente se quede tranquila”
Ramón Díaz, deudor.
"La camiseta se tiene que
transpirar. Si no, no se la pongan. Váyanse, no roben más...♫"
Hit en la cancha de River.
"Soy riojano, caudillo y tengo
huevos"
Ramón Díaz, huevón.
"La idea era copiar al Bayern
Munich"
Lahmtaro Acösta.
"Yo no dirigí a la Selección
Argentina porque no quise"
Carlos Bianchi, corta rostro de
Grondona.
"Ojalá cambie todo con el nuevo
presidente"
Ariel Ortega, ex amigo de Passarella
“Hasta acá llego mi amor”
Wanda Nara, amorosa.
“El plantel está duro y tiene que
seguir creciendo”
Miguel Ángel Russo, duro.
“Cuando me gastan con el polaco
Bastia y con Luciano Pereyra, lo tomo como parte del folclore, un mimo al alma”
Alejandro Fantino, mimoso.
Frases tomadas desde el 01/11 al 15/11.-
Por la tarde la segunda parte.
Por la tarde la segunda parte.
Cristiano Ronaldo, un tipo jodido
En Suecia estan que vuelan con Cristiano Ronaldo, no solo porque les hizo el único gol del encuentro del primer partido, ni tampoco por haberle ganado a Ibrahimović el duelo de los amanerados del fútbol. Si no que CR7, según los propios suecos, se la paso hostigando y peleando con los jugadores de la selección nórdica. Tal como lo muestra el vídeo, Ronaldo se la agarro con Lustig, ríspido defensor sueco. Tambien tuvo un altercado con el arquero y demás yerbas. Teo marca tendencia.
"Plebster y Orsy, del planeta Procyon", de Roberto Fontanarrosa
Plebster estaba mirando por la ventanilla frontal de la
nave el paso oscilante de los meteoritos. Como todos los dermolinfomas del
planeta Procyon, el pequeño Plebster experimentaba una inusual melancolía a la
vista de aquellos inmensos pedazos de roca que surcaban el espacio, ya que le
recordaban a Vendelinus, la segunda luna de Procyon, estallada tempranamente.
Esa melancolía no llegaba a ser tristeza, pues la tristeza, en su planeta, era
un líquido.
Más allá, abstraído en la conducción de la nave, se hallaba
Orsi, su compañero de vuelo. Orsi era extrañamente inquieto para ser un nativo
de Procyon y hallaba interés aun en las cosas más mundanas y rutinarias del
espacio. Plebster, en cambio, acusaba ya el cansancio de la larga misión que
les fuera asignada y su leve piel casi traslúcida había comenzado a tomar el
tinte ceniciento del hastío. No deseaba otra cosa que volver a la exultante
atmósfera de Procyon y reunirse con Enif.
—Oye, Plebster —dijo Orsi, de pronto—. Hemos tenido que
desviarnos bastante de la ruta.
Plebster no le contestó. Empezaba a molestarle, incluso, el
acento apagado de la voz de su compañero.
—Pero es que aún subsiste la lluvia de meteoros —explicó
Orsi.
—Apenas termine, regresemos a nuestra elipse —bufó Plebster.
—No es eso. No es eso lo que quería decirte. Ocurre que
nuestro desvío nos ha llevado al área de influencia de un planeta muerto, el
viejo Maurolycus.
Plebster volvió a resoplar y la expulsión del aire hizo que
su cobertura dérmica se arrugara con leves crujidos. El imbécil de Orsi había
encontrado un nuevo motivo de curiosidad para su espíritu simple. Tiempo atrás
había perseguido durante seis días la cola de un cometa, subyugado por el
destello cambiante de la luz solar sobre las partículas en suspenso.
—No sé si recuerdas —continuó Orsi— que Maurolycus era un
planeta habitado. Y que sus habitantes lo llamaban "Tierra".
¿Recuerdas?
Plebster aprobó con la bamboleante cabeza experimentando el
consabido hormigueo en su zona motriz. La memoria era una función fisiológica
en los naturales de Procyon, que se incentivaba con la inmovilidad.
—Decía mi padre —continuó Orsi, entusiasmado— que la
atmósfera de la Tierra debió haber sido bastante similar a la nuestra. Y, por
lo tanto, sus habitantes parecidos a nosotros.
—No sigas, Orsi. Ya se adónde quieres llegar.
—Te explico, solamente.
—No. Lo que tú quieres es bajar en ese puto planeta.
Orsi se mantuvo unos instantes en silencio. Le molestaba
grandemente cuando Plebster hacía uso de malas palabras. Plebster lo sabía y
abundaba en ellas cuando deseaba incomodar a Orsi.
—Te explico, solamente —repitió.
—Te conozco, Orsi. Se te ha metido esa insana idea en tu
centro de reflexiones y no habrá poder en el universo que te la quite.
Orsi no contestó pero, como corroborando lo dicho por
Plebster, buscó algo frenéticamente en la consola de informes. Tomó entonces
uno de los compendios de conocimiento y lo introdujo en la memoria de la
pantalla.
Pronto, una sucesión de caracteres pobló el recuadro
luminoso.
—Mira, Plebster —anunció—. Algo raro ocurrió, luego, en ese
planeta. Combatieron entre ellos mismos. Se elevó una enorme nube de polvo que
lo cubrió todo y ya fue imposible observarlo desde afuera...
—Se cansaron, Orsi. Se cansaron de que los espiáramos —gruñó
Plebster.
—No. Nada de eso. Fue una guerra total. No quedó nada
vivo...
—Se cansaron de que criaturas como tú se la pasaran espiando
qué era lo que ellos hacían o dejaban de hacer...
—Dos sensores que enviamos hace mucho tiempo no detectaron
ni actividad humana ni vegetación. Sólo desiertos arrasados y secos.
—Se hartaron de tipos como tú y su puta curiosidad.
Otra vez aquella fea palabra, absolutamente prohibida en el
ámbito de Procyon, pero tolerada en el espacio abierto, en las naves
expedicionarias, en los navegantes. Orsi procuró dominarse.
—Pero... Mira lo que dice acá... —señaló la pantalla—. Hay
versiones que sostienen que pueden haber quedado terráqueos vivos en refugios
subterráneos, blindados, preparados para soportar una guerra nuclear... ¿No
sería eso maravilloso?
—Oh, Orsi —gruñó Plebster—. No jodas.
—¡Vamos allí a comprobarlo, Plebster!
Plebster lo miró largamente. Sabía que era totalmente inútil
luchar. Orsi no poseía la clásica indolencia de los dermolinfomas y toda
iniciativa se enraizaba en él como una planta trepadora.
—Oye, Orsi. Quiero volver a casa.
—Y volveremos, Plebster, ¿ quién dice que no? —Orsi ya había
tomado aquella plañidera petición de su compañero como una afirmativa y
manipulaba ahora los mandos con velocidad y precisión. —Será sólo una visita.
¿No tienes interés por conocer la Tierra?
Plebster volvió a observar, silencioso, el paso raudo de los
meteoritos. Sus mayores, mucho tiempo atrás, cuando aún existía Vendelinus, le
habían hablado acerca de aquel planeta cubierto de agua. Meme Plebster Jacobi,
incluso, le había descripto un terráqueo con el que había mantenido relación,
al comienzo de los tiempos, en una luna de Mercurio.
—Dicen que los terráqueos no serían demasiado diferentes de
nosotros —exclamó Orsi, excitado, como si le estuviese leyendo el pensamiento.
—No tengo ningún interés en encontrarme con seres parecidos
a ti.
—Será rápido, Plebster. Si no los hallamos enseguida,
subimos de nuevo a la nave y regresamos a casa.
—Me tienes harto, Orsi.
—Ya verás. Mira... comienza a cambiar el entorno.
Plebster lo había percibido. El espacio, por los visores de
la nave, se observaba más azul y mórbido y casi habían desaparecido los
meteoritos.
Las redondeadas extremidades inferiores, aptas para
insertarse en la poceada superficie de Procyon, no eran, sin embargo, las
ideales para desplazarse sobre la corteza terrestre. Con la torpeza propia de
los forasteros, Orsi y Plebster se movían en aquel terreno, explorando las
adyacencias de la nave. Todo era desolación. En la bruñida transparencia de
sus escafandras rebotaban apenas los débiles rayos del sol que acertaban a pasar
entre las densas nubes de polvo. Cada tanto, ráfagas de viento levantaban
toneladas de cenizas, pedregullos y residuos metálicos que castigaban a los
dos investigadores espaciales. El paisaje era gris y achatado.
—Buena idea la tuya —dijo Plebster, dejando de caminar.
Orsi no contestó. Se había parado sobre uno de los tantos montículos de rocas y
giraba su cabezota con expresión de desencanto.
—Busquemos un poco más —dijo al fin—. Es lógico que si
estaban refugiados bajo tierra no podríamos verlos a simple vista.
—Nos llevaría una eternidad hallarlos. Por otra parte, no
olvides que el compendio de conocimientos decía que también solían detectarse
explosiones nucleares subterráneas...
—Algunas de sus tribus estaban muy preparadas para
subsistir, Plebster. Habían esperado esa guerra por siglos. Tenían de todo allí
abajo.
Plebster empezó a caminar hacia la nave. El peso de su
ropaje aislante comenzaba a fatigarlo.
—Han pasado ya cientos de años de aquella guerra —gritó, sin
darse vuelta—. Por mejor preparados que estuvieran, ya hubiesen muerto de
hambre o por las enfermedades. No jodas, Orsi.
—Espera. Espera un poco, Plebster —Orsi depositó todo el
peso de su cuerpo sobre una suerte de viga que asomaba del suelo—. Me fatigo.
Esto no es Procyon.
—¿Te fatigas, eh? ¿No se te ocurre alguna otra buena idea
como ésta? Con la de Petavium ya son dos.
En el segmento más abierto de la elipse programada, Orsi
había insistido en descender en la estrella Petavium, argumentando que allí
había mica. Pero la pulposa Petavium estaba podrida. Atravesado el interior de
su masa por infinitos canales que conducían jugos minerales, el desmedido
calor del sol la había hecho entrar en putrefacción y el olor que despedía la
macilenta estrella era insoportable. Una semana tuvo que estar luego Plebster,
aspirando aroma de cristales de sal para restablecer el funcionamiento de sus
papilas.
—Ya voy, Plebster. Aguarda un poco —pidió Orsi. Plebster
giró y regresó para ayudar a su compañero.
—Vamos —dijo, sosteniéndolo por debajo del primer par de
extremidades superiores—. De pronto Plebster advirtió que el cuerpo de Orsi se
envaraba. —¿Qué pasa? —preguntó.
Los dos sensores ópticos de Orsi se habían fruncido,
atentos, y meneaba espasmódicamente la cabeza, como buscando.
—¿Qué pasa? —se alarmó Plebster, girando a su vez la suya.
Habían dejado las armas en la nave y tanto la valentía como la cobardía, eran
condiciones desconocidas en Procyon. Es más, la audacia consistía en una fruta
pequeña, agridulce, que brotaba en la estación del fosfato.
—¿Oyes eso? —preguntó Orsi.
—¿Qué?
—Escucha bien.
Orsi tenía razón. En el aire se diluía una especie de
música, una melodía que llegaba y se marchaba con la brisa.
—¡Música! —se exaltó Orsi—. ¡Es música!
Es sólo el viento, Orsi.
—¡Es música! —Orsi se desembarazó de las extremidades
superiores de Plebster y giró sobre sí mismo varias veces, como una antena,
deslumbrado por la recepción de aquel idioma universal. Ahora la melodía
llegaba más nítida, con cadencias extrañas y desconocidas para la percepción
de los dos expedicionarios.
—¿De dónde viene? —se sumó Plebster a la inquietud.
—No sé si es una música fuerte que nos llega desde muy
lejos... O es una música muy débil que se origina muy cerca de nosotros —dudó
Orsi, lo que preocupó a Plebster, ya que la duda antecedía a la constipación
bronquial en los dermolinfomas.
—¿Cerca de nosotros? —dijo Plebster, abarcando con sus
órganos ópticos los alrededores inmediatos.
—¡Aquí! ¡Aquí! —dijeron los dos, casi al unísono, aferrando
un oxidado tubo metálico que sobresalía entre un montículo de escombros— ¡La
música viene por este tubo!
Orsi apretó la escafandra sobre la boca del tubo,
procurando escuchar mejor. En tanto, Plebster se había sentido inopinadamente
melancólico, como algunas veces en que escuchaba historias relatadas por Meme
Plebster Jacobi. Pero Orsi no le dio tiempo para bucear en sus sentimientos.
—¡Cavemos! ¡Cavemos por acá, Plebster! —gritó, escarbando
con su bastón de titanio entre los escombros—. ¡Esta música nos llega desde
abajo! ¡De alguno de esos refugios que mencioné antes, Plebster!
Plebster olvidó por un momento su indolencia, su desinterés
y sus ganas de regresar a casa, y con un trozo de chapa ennegrecida comenzó
también a apartar rocas y cascotes. Poco después, y ante la febril atención de
ambos investigadores, una superficie de madera se hizo visible ante ellos.
Continuaron removiendo con más ahínco y apareció entonces una puerta, de doble
hoja, prácticamente horizontal, que cubría una boca de acceso. Plebster y Orsi
se miraron. La puerta mostraba una superficie descascarada, aún con restos de
pintura y por las junturas de su madera llegaba, ahora sí, claramente, la
cadencia de la extraña música.
—¿Vamos por las armas? —vaciló Orsi. Plebster encogió el
ensamblamiento de sus extremidades superiores, las prensiles.
—¿Te parece?
—Yo digo...
—No creo —dijo Plebster, decidido, y se lanzó sobre la
puerta, la que abrió de un tirón. Una bocanada melódica los envolvió y, luego,
también una serie de sonidos breves, como módicos estallidos, desacompasados.
Después, el silencio, Plebster y Orsi se miraron. Tal vez habían sido
descubiertos y ahora, al fondo de ese túnel oscuro y profundo que se abría
ante ellos, los aguardaba el temor agresivo de los nativos. Con infinita
cautela Orsi adelantó uno de sus miembros locomotores y lo depositó sobre el
primer peldaño de la escalera descendente. De pronto volvió la música, y esto
tranquilizó a ambos dermolinfomas, que cerraron la puerta detrás de ellos, sin
hacer ruido. Por un momento quedaron sumidos en una oscuridad absoluta, pero
pronto advirtieron que, muy abajo y al fondo, se veía una luz. Una luz rojiza.
Ganados por la ansiedad, Plebster y Orsi continuaron el descenso. Un par de
veces se detuvieron ante el eco de aquellos extraños sonidos inarmónicos,
cortos golpes de superficies ahuecadas, que les llegaban desde el fondo. Por
último se detuvieron ante una abertura cubierta por un cortinado de tela que,
al tacto de Orsi, se reveló como levemente afelpado y de cierto peso. Ya se
escuchaba, con más nitidez, una voz humana metálica y altisonante. Orsi corrió
la cortina y ambos visitantes se hallaron ante un recinto poco iluminado. Una
veintena de seres humanos se encontraban diseminados en pequeñas mesas redondas,
distribuidas en torno de una tarima de madera. Los humanos eran, al menos, de
dos sexos diferentes, calculó Plebster. Bebían extraños tragos, hablaban poco
entre ellos y no parecían demasiado jóvenes. Sobre la tarima, un terráqueo con
la cabeza cubierta por un cabello oscuro y engrasado, de pie frente a un
adminículo de metal que ampliaba el sonido de su voz, los observó de una
ojeada. También hicieron lo propio otros nativos de los que estaban sentados.
—¡Y sigue llegando gente a nuestra Peña Tanguera "El
Sótano del Dos por Cuatro", mis queridos amigos! —anunció el terráqueo del
cabello lustroso—. ¡Y es porque vienen a escuchar a Angelito Delfino, "El
Ruiseñor de Floresta", que ahora nos va a regalar, de Esteban Celedonio
Flores y Ciriaco Ortiz, "Atenti Pebeta"!
Los humanos de las mesas golpetearon unas contra otras sus
extremidades superiores y allí supo Orsi que, de esa acción impensada,
provenían los breves estallidos que habían oído en la escalera.
—¡Y esta canción, señores —continuó el anunciador— es para
los nuevos amigos de la noche de Buenos Aires...! —y luego, dirigiéndose a
Plebster y Orsi, preguntó—: ¿De dónde son, muchachos?
—De Procyon —gritó Orsi, complacido.
—¡Para los amigos de Procyon, entonces... Angelito Delfino,
"El Ruiseñor de Floresta" y "Atenti Pebeta", de Flores y
Ciriaco Ortiz!
Hubo nuevos aplausos. Dichos gestos eran, al parecer, de
aprobación, ya que un humano rechoncho y bajito que acababa de subir a la
tarima agradecía con leves reverencias y sonrisas. El humano que había hecho
la presentación en la tarima caminó entre las mesas, con aire cansado, hasta
Plebster y Orsi. Éstos, para no sentirse demasiado ajenos al ambiente, se
habían depositado sobre sendas sillas, en una mesa vacía. Dos terráqueos, con
la misma expresión desmayada y ausente que los demás, comenzaron a extraer de
sus instrumentos una música arrastrada y sinuosa. El humano regordete y oscuro
de arriba de la tarima comenzó con lo suyo.
—"Cuando estés en la vereda y te fiche un bacanazo, vos
hacete la chitrula y no te le deschavés, que no manye que estás lista al primer
tiro de lazo y que por un par de lompas bien planchados, te perdés..."
El terráqueo que oficiaba de anunciador llegó hasta la mesa
de Plebster y Orsi. Se inclinó hacia ellos y los observó por un instante.
Plebster detectó, con la particular sensibilidad que los dermolinfomas tienen
para los matices, que el cabello del humano, en la parte superior de su
cabeza, mostraba una coloración diferente de la que lucía sobre los costados.
Se veía más rojizo y rebelde que el resto. Aquella misma anomalía había
detectado también en varios de los presentes, pese a la luz escasa y al humo
que invadía el local.
—¿Qué van a tomar, muchachos? —preguntó el anfitrión.
—Ehhh... —vaciló Orsi—. Antes queríamos hacerle una
pregunta.
—No se preocupen —desestimó el anunciador. Y bajando la
voz, agregó: —No se preocupen por el precio. La casa invita.
—No. No —dijo Orsi—. Queríamos preguntarle otra cosa... ¿
Cómo hicieron para sobrevivir?
El humano enarcó las cejas y se tomó un instante para
contestar.
—"Cuando vengas para el centro" —seguía el
cantor— "caminá junando el suelo, arrastrando los fanguyos y arrimada a
la pared."
—¿Cómo hicimos para sobrevivir? —repitió, teatral, el
anunciador—. Bajando los precios, hermano. Cuidando la clientela y ofreciendo
calidad. No hay otra. De lo contrario, hubiésemos tenido que cerrar...
—Pero... digo yo... —vaciló Orsi—. ¿Cómo pudieron sobrellevar
la gran tragedia?
El anunciador había apoyado las dos manos sobre la mesa y
sus ojos se cubrieron con una pátina húmeda.
—Fue tremendo... Tremendo... Lo de Medellín fue tremendo...
Pero hay que seguir adelante, hermano. No queda otra. Por el Zorzal mismo. Yo
sé que Carlitos no hubiese querido que aflojáramos...
Plebster miró al hombre y vio que una milimétrica esfera de
líquido se desprendía de uno de sus ojos. Recordó que en Procyon, la tristeza
era un líquido. Y el recuerdo de su planeta, y la música aquella que escapaba
de un extraño instrumento que parecía respirar, lo hizo sentirse invadido por
una pegajosa melancolía.
—¿Vamos, Orsi? —preguntó.
—Espera. Espera a que termine esto —dijo Orsi mostrando una
copa translúcida llena de un líquido rojizo que les había traído el anunciador.
Se quedaron un poco más y cuando terminaron de beber se levantaron y se
marcharon hacia la puerta. Con un bamboleo de sus cabezas se despidieron del
anunciador, que estaba sentado a otra mesa, cerca de la tarima. El anunciador
levantó una mano y deletreó en el aire "Chau, querido. Vuelvan cuando
quieran". Plebster y Orsi salieron a la superficie y se encaminaron hacia
la nave. Por un rato los siguió la música y la voz del cantor bajo y
regordete.
—“Tomá leche con vainilla y chocolate con churro, aunque
estés en el momento propiamente del vermut..."
Roberto Fontanarrosa

"Y te digo más...", de Roberto Fontanarrosa.
Te conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es
mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje
el pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime
vos, qué carajo tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá
Noel. ¿Quién le dio chapa al Papá Noel? Un tipo vestido para la nieve, abrigado
como para ir a la Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido!
¿Cuándo mierda hemos visto un reno nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos
Aires en auto y viste al costado del camino un reno morfando pasto debajo de un
árbol?
Pero el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te
conté la del Gordo Luis? Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince
años. El Gordo estaba en la lona total. Pero en la lona lona, no tenía un mango
partido por la mitad, lo habían despedido de la proveeduría donde laburaba y lo
ponías cabeza abajo y no le caía una moneda. Para colmo, se venían las fiestas
y algo había que comprar para poner arriba de la mesa el 24 a la noche.
El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese
entonces y a esa edad a los pendejos no les vas a andar explicando el fato del
FMI, la tecnología que reemplaza a los trabajadores y todas esas pelotudeces.
La cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa,
cualquier cosa, trabajar de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los
amigos y conocidos, ahí por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por
cualquier lado para conseguir algo.
Y resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía
una casa bastante grande de electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá
Noel y repartir caramelos a los chicos en la puerta para promocionar su
negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por supuesto, que al Gordo le
venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che. Ahora, imaginate la escena, porque estamos hablando de
Rosario, Capital de los Cereales, ubicada a orillas del anchuroso río Paraná. El Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los
cien kilos, fácil fácil debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis.
Y te digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el
Luis es más bueno que Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de
Dios. Pero tenés que tener en cuenta una cosa ineludible.
Rosario... pleno verano... mediodía, un sol de la puta madre que lo reparió,
algo así como 83 grados a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de
Papá Noel con una tela tipo felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento,
gorro, barba de algodón, bigotes, botas y guantes.
¡Guantes! Porque la vieja era una vieja hinchapelotas,
conservadora, que quería que el Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y
que se vistiera todo como correspondía, el pobre Gordo. ¿Viste que hay veces en
que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y hasta a veces sin barba, o
pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas cortonas, tipo
minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas?
Pero claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá
Noel y por eso se le ocurrió eso a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al
Gordo gordo y con esos cachetitos medio coloradones que tiene el tipo, el
personaje, Santa Claus.
Hasta la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel
se ríe siempre con esa risa ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca. Jo,
jo, jo... Pero vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que
rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso
por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... y el
Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una
campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se
juntaban para verlo.
A los quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje
del Gordo ya no era colorado... ¿viste que esos trajes son colorado medio
clarito? Bueno, era violeta, violeta era, por la transpiración a chorros que
largaba el Gordo. Pero no un pedazo, alguna zona del traje, no. Ni tampoco era
solamente debajo de los brazos o arriba de la zapán que es donde uno transpira
más, no.
Era todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de
sudor sobre la piel, ríos, torrentes que le empapaban acá, acá, acá, las
ingles, las pelotas, las pantorrillas, ríos que le inundaban las botas, por
ejemplo. Me contaba después –porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía
las botas llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de agua
caliente, le chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el
piso, en un diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que
habían baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le
saltaban los goterones de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo,
imaginate.
Te digo que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero
Luis le seguía metiendo voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro,
se reía, llamaba a los chicos. En eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que
están al reverendo pedo como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del
negocio de electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el
griterío de los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de
él... ¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan
medio encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas
permanentemente, un cuete la vieja, una ladilla.
Se manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita,
canosa con un rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de
grande, con un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo.
Transpiraba de fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo, che.
El Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado,
que no puede desatender su trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente.
Además, los hijos de mil putas del negocio de
electrodomésticos no le habían alcanzado ni un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un
vaso de agua siquiera! Después hablan de los norteamericanos. Nosotros somos
tan hijos de puta como ellos para explotar a la gente. Lo que pasaba también es
que a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio. La vieja que
contrató a Luis tenía como cinco negocios por otras partes de la ciudad y
andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había quedado en el
fondo del local, rascándose las bolas debajo del único ventilador de techo que
tenían esos miserables.
La cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la
calle, lo deja al lado de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que
no le diera el sol directo, le dice a Luis “Aquí se lo dejo”, y ahí se lo deja.
Cuando el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te
imaginás que con ese calor llegó un momento en que había mucha menos gente en
la calle, se prendió a la limonada y se bajó media jarra de un saque.
Pero resulta que no era limonada, boludo, no era limonada.
Era vino blanco, vino blanco era.
La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de
vino blanco, le había metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las
mejores intenciones.
El Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el
cuerpo, recién se dio cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros
sin respirar, de un saque. Y aparte, seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta
no pudo parar, no pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho de 120 kilos
después de estar moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000 grados de
temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco. Fondo blanco.
Bueno, te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se
levantó ese muchacho. Una curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda
como para trescientas personas.
Casi no había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo,
el Gordo no era un tipo que tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un
poco de vino con la cena, nada más. Alguna copita de sidra. O a veces, en los
bailes, alguno de esos tragos maricones como el gin tonic, pero con mucha más
agua tónica que otra cosa.
¡El pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo
que se agarró! No te digo que empezó a cantar boludeces, ni a caminar
torcido, ni a vomitar contra las paredes, ni nada de eso. Pero entró a regalar
todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la beneficencia, le dio un ataque
de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la existencia de
caramelos y chocolatines que eran para toda la tarde...
¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó
regalándole una tostadora eléctrica a un pendejo. Después le regaló un
ventilador a la madre de otro de los pibes, después siguió con
multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas, etcétera...
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les
daba algo, repartía, entregaba todo.
Y el empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio
ni se dio cuenta, debía estar en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando
papeles o apolillando una siesta mientras esperaba la hora en que el patrón
llegaba.
Lo cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la
puerta del negocio había un mundo de gente que venía de todas partes alertada
por los otros que ya habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo.
La gente pensaba que era una promoción del negocio o, en
todo caso, se hacía la turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra
cosa mariposa, si te he visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel.
En eso aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de
amargo que llegó en su auto, un coche nuevo.
Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se
puso loco, lógicamente se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a
la gente, a recuperar licuadoras, televisores portátiles, radios que la gente
se llevaba. A los gritos ese hombre, desesperado, tironeando con los beneficiados.
Ante el despelote se despertó el empleado de adentro y salió
cagando aceite a ayudarlo al pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones,
hasta voló algún puñete. Y en eso llegó la cana, un patrullero que andaba de
ronda.
En el despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido
la mano por lo que contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso,
que gritaban que Papá Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías
que lo metieran en cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo.
Y bien dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro
para refrescar a un mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la
realidad, se esclareció el Gordo.
Además, ya había vuelto a transpirar como un litro del vino
blanco, me imagino, se había aliviado un poco de la tranca, y comprendió la
cagada que se había mandado. Pero te conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no
se iba a poner a resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la
culpa, y entonces, todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para
adentro del negocio para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derechito
viejo, solito, adentro del patrullero.
Afuera seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la
gente y los canas que ahora también se habían unido a la tarea de recuperar
todo lo que había regalado el Gordo.
El Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó
de despejarlo, se sacó esas pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que
había llevado en un bolsito y salió de nuevo a la calle.
Cuando salía para la calle –el negocio es bastante largo- lo
ve venir al dueño con uno de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas,
buscándolo. Claro, lo ve al Gordo, sin el traje colorado, de camisita celeste y
pantalones vaqueros, un bolso en la mano, el pelo negro achatado por el agua de
la canilla, y no lo reconoce.
No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había
contratado sino la conchuda de su esposa. “¿Adónde está? ¿Adónde está?” me
contaba el Gordo que preguntaba el pelado, que venía a los pedos con el
policía. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel que se había
sacado.
Yo no sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo
bien el boludo, la cosa es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se
mandaron para allí. Cuando el Gordo salió a la calle todavía había un
amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con medio mundo reclamando
facturas o recibos de compra.
Nadie lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz.
Incluso de última, el otro policía del patrullero que se había quedado afuera,
lo encara al Gordo cuando el Gordo ya se piraba y el Gordo piensa: “Cagamos”.
Y el cana le pregunta “¿Ese bolso es suyo?”. El Gordo me
contó que él le iba a decir la verdad, que sí, que era suyo.
Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o
que se lo hiciera abrir y le dijo: “No, lo vengo a devolver”. Y se lo entregó,
un bolso de mierda que después de todo a él no le servía para un carajo.
El Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de
que alguien lo reconociese y lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra.
Casi termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja
que lo contrató tampoco sabía ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un
contrato basura, pero realmente basura el del pobre Gordo. Pero casi termina
engayolado. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con esos vestidos de
invierno, podés creer.
Que los argentinos nos tengamos que vestir con ropa de
abrigo en pleno verano porque a los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende
más que el Niñito Dios.
Eso le decía yo al Gordo, después, en el club. “El año que
viene ofrecete para algún pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en
bolas en una cunita y te cagás de risa porque estás fresco.” Eso le decía yo,
para joderlo.
“De lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de
vaca, Zurdo –me decía el Gordo- De vaca”.
Pero por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un
bicho familiar al paisaje, el rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de
la riqueza de nuestro país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos
les gusta Papá Noel, el trineo y los alces esos! Si mis pibes me vienen a pedir
un alce de ésos les pongo tal voleo en el orto que aterrizan más allá de la
Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro.
Ya bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo
de verdad, que es terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y
cagarnos todo el patio. Y si me insisten con esas pelotudeces inventadas por
los yankis que se vayan a vivir a Cincinnati, pendejos colonizados de mierda.
Que a mí no me dicen el Zurdo al pedo, me lo dicen por tener una formación
doctrinaria... ¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una nueva
víctima del capitalismo salvaje.
Roberto Fontanarrosa

El antiequipo de la semana
Arriba: Gastón Sessa (Arquero de Villa San
Carlos, esquizofrénico, violento); German
Lerche (en este caso representando a la dirigencia de Colón); Justin Bieber (Cantante, ídolo pop,
duro, merluzero); Juan Martín Del Potro
(Tensita, ortiva, anti Davis); Walter Perazzo
(Entrenador de Olimpo, casi ex entrenador de Olimpo); Matías Almeyda (Entrenador de Banfield, fan de Guardiola,
bajonero); Sergio Batista (Ex
entrenador, serrucha piso profesional).
Abajo: Wanda Nara (Tiragoma profesional, ex de
Maxi López), Mauro Icardi (Sin código,
cruzapuente, pata e’ lana) Maxi López
(Corneta, cornudo, perchero ambulante); Julio
Grondona (Abonado a esta sección, garca, multimillonario, mafioso); Tarjetas de Crédito (Vacías, sin
fondos)
Selección
Nuevamente —para laburo del editor de esta sección— hay 12
jugadores. El primero en el arco es Gastón
Sessa, en la semana, el arquero de Villa San Carlos agredió a un
alcanzapelota de Huracán que tiene 14 años, no es la primera vez que realiza un
ataque similar. Obviamente fue denunciado por la madre quien afirmo que el “gato”
le dijo a su hijo, algo tan dulce como: "Dame la pelota pendejo de mierda.
La concha de tu madre, te voy a matar". Sessa trato de justificarse al
sostener que el pibe hacía tiempo, si Sessa tendría que pegarle a todos los que
hacen tiempo en una cancha, tendría más laburo que su psicólogo.
Colon vive una de las peores crisis institucionales de su
historia. La gestión de German Lerche
dejo un agujero enorme, tanto deportivo como deportivo. Además alrededor de 150
hinchas se juntaron en la puerta de la casa del Secretario General a esto se le
suma que al plantel le deben sueldos atrasados, hubo un amague a un paro pero
se logró negociar la deuda con ellos. Encima para colmo de males el promedio empezó
a apretar cada vez más. Lerche dejó un muerto importante (o muertos por los que
tiene en el plantel).
Una semana en la que solo se habló de Justin Bieber, el joven canadiense fue noticia por suspender su
show del domingo, luego de cantar algunos temas. Además luego se lo vio empujando
la bandera argentina con en algo así como una simulación de “barrer el suelo”.
Todos los medios se rasgaron las vestiduras con el tema, sin embargo el que hizo
justicia por mano propia fue el Edu Feinman, quien lo trato de “taradito”
durante casi una semana y tiro frases épicas como “A Justin no le cayó mal una
empanada, su ídolo estaba dado vuelta por alcohol y drogas”, luego el blondo
cantante tuvo que salir a aclarar la situación de la bandera por twitter, pero
nada dijo del show suspendido. Pensar que Tony Iommy toca con un cáncer encima y con medio dedo
menos…
Otra vez Juan Manuel Del
Potro se bajó de la Copa Davis, por lo menos de la primera ronda. Escribió
una durísima carta contra la AAT y contra Jaite. Los acuso de convocarlo al
equipo de la Davis por mensaje de texto y “apretarlo” por los medios. Lo cierto
es que el tandilense cada vez es más resistido por la gente.
Walter Perazzo no
está viviendo buenos momentos en Olimpo, luego del último partido en condición
de local, la gente abucheo al equipo que marcha último en la tabla del
descenso, el entrenador ahora metió 5 cambios para el próximo partido y cada
día la tiene más difícil en un equipo que no le responde en la cancha.
Otro técnico que cayó en el bajón futbolístico es Matías Almeyda, el entrenador de
Banfield hace cuatro fechas que su equipo no gana luego de un arranque
arrollador, hasta algún que otro hincha de River lo volvió a pedir en lugar de
Ramón. Encima perdió la punta del Nacional B a manos de Defensa y Justicia.
Y un buen día volvió a hablar Sergio Batista, el ex entrenador de la selección argentina critico
a Alejandro Sabella. "Nosotros cuando estábamos en la Selección no
queríamos perjudicar a los que estaban peleando el torneo. Cuando Sabella me
pidió que no lleve a Enzo Pérez pude evitarlo y lo dejé en Estudiantes”, dijo
el Checho en clara alusión a la pelea entre Bianchi y Sabella peor el tema de
los convocados en el tramo final del torneo. También se auto postuló como DT de
All Boys una vez que Falcioni o sea más el entrenador, serrucho en mano.
Continúan los quilombos entre Wanda Nara, Maxi López y Mauro Icardi. Luego de una leve sospecha
sobre que Icardi le había soplado la jermu a Maxi, se confirmó (o se
acrecentaron las sospechas) luego de que Icardi saliera a poner en Twitter un “te
amo” a Wanda. Sin embargo hay otra versión que indica que Maxi López se habría puesto
de acuerdo con Icardi para que este embarrara la cancha, haciendo parecer que
Wanda es la adultera, de esta forma en el juicio por divorcio saldría beneficiado
Maxi. Sin embargo son muchas las teorías que se tejen en este tema, en cualquier
momento Dan Brown saca la segunda parte del Código Da Vinci con todas esas teorías.
Esta semana volvió Lunati a dirigir, lo hizo en la B Nacional.
El árbitro tuvo una tarea normal, el tema es que antes del partido le agradeció
a… Julio Grondona. Usted dirá que cualquier
ocasión es buena para que le peguemos a Grondona, y si, tiene usted razón.
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Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...

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