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"Algo le dice Falero a Saliadarré" de Roberto Fontanarrosa

“… Algo le dice el Muñeco a Batistuta…”
 
(Víctor Hugo Morales)


¡Lo tocan a Pedraza cuando enfilaba hacia el área y hay tiro libre de enorme riesgo para el arco defendido por Meroni! ¡Dejó a un hombre, a dos, a tres Pedraza en su camino y fue Jastreb el que lo tocó de atrás y ahora, cuando apenas falta un minuto para terminar un partido que gana el local dos a uno, el equipo visitante tiene la posibilidad, la chance, la ocasión propicia para alcanzar la paridad y llevarse un empate de oro para Avellaneda! Protestan los hombres de River arremolinados en torno a Daniel Cucciola pero el ‘foul’ fue muy clarito y lo único que pueden llegar a conseguir los muchachos del Profesor Valdivia es que el árbitro, que no ha tenido un desempeño muy lucido hasta ahora, enarbole en cualquier momento otra tarjeta roja como la que elevara sobre su cabeza en el primer tiempo para dejar afuera del partido a Silvio Altomare para agarrar de la camiseta a Rivas… ¡Qué momento, señores! ¡Qué tensión inenarrable se vive en el estadio Monumental de Núñez frente a esta alternativa del juego que puede definir un partido que ha sido muy parejo hasta el momento! 

¡Ahí está Meroni, el muchacho de Pago Largo –el Tito Meroni que salvara más de cuatro veces su valla en cruciales mano a mano frente a los ágiles visitantes durante la primera etapa- gritando exasperado desde su marco, apoyado en uno de los postes procurando ordenar la barrera! ¡Ruge ahora la parcialidad de la visita, que en buen número se ha llegado hasta Núñez, soñando ya con que esa pelota postrera se incruste de una buena vez por todas las enredaderas trepadoras del arco de River Plate! ¡Silenciosa, en cambio, la tribuna local, rezando, ornado, encomendándose a Dios todopoderoso en este trance dramático que los duendes del fútbol han dictado vivir cuando ya parecía que tenían los tres puntos en casa! ¡Se ha nublado la tarde sobre el Monumental y por la tanto ya no hace visera con las manos Meroni para otear el posible rumbo que puede describir esa pelota desde el punto de ejecución! ¡Pero la sombra oscura de esa nube parece ser un presagio, señores, un mal augurio, un designio trágico del destino para con los muchachos de la banda roja que ven ahora aproximarse a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis ante la perspectiva de un empate que sería nefasto para sus chances de campeonar! ¡Se vino la noche, señores! ¡Persisten los tironeos y los forcejeos con la barrera, queridos amigos radioescuchas! Daniel Cucciola lucha y se desangra procurando hacer retroceder a ese vallado terco que pugna por adelantarse. Allí están, mezclados entre los hombres locales que integran el muro de contención, Espina y el Tero Cazzo, procurando dificultar la vista, la imagen, el campo visual de un Meroni que se me antoja más nervioso que nunca, gritando hasta desgañitarse aferrado a su palo izquierdo. 

¡Hay amarilla para Eremuza! ¡Hay amarilla para el Nacho Erezuma! Se los anticipaba, mis amigos. Si los muchachos riverplatenses no aflojan con sus protestas puede ir alguno a parar afuera… ¡Y se gana la roja Erezuma! Tontamente, torpemente se hace expulsar bajo una rechifla generalizada de todo el estadio. Hay mucho nervio, estimados amantes del balompié. Ahora ya la barrera ha tomado su lugar casi sobre el punto mismo de penal, lo que les indica a ustedes lo riesgoso que es este tiro libre, apenas medio metro afuera del área grande, posición de un ocho, ideal para un zurdo que le dé por sobre la barrera o bien para que Niky Fernández le pegue con ese cañón que tiene en su pierna derecha apuntando al entrecejo exacto del arquero como para dejar servido un rebote a la voracidad goleadora de un Pelusa Entreconti, por ejemplo. Ahí está Tucho Saliadarré frente a la pelota, espía por sobre las cabezas de la barrera. La sutileza perversa de su botín zurdo ya está imaginando la parábola impecable e implacable que deberá recorrer el esférico para pasar por encima del valladar y meterse, de perfil digamos, por la rendija superior del arco, por esa banderola elevada y escasa que media entre la altura de los defensores y la horizontalidad persistente del travesaño. También se acerca Granero. Tal vez haya un toque previo al remate. Tal vez haya una jugada preparada con cambio al segundo palo para que el lungo Mendoza la baje de cabeza al medio. ¡Todo River en el área! ¡Hay empujones en esa barrera que saldrá, sin duda, catapultada hacia delante apenas estalle el silbato de Cucciola! ¡Qué momento, señores! ¡Se le van a tirar a los pies a Tucho si llega a ser él el que patee! Ahora también se acerca Martín Falero, el muchacho de Tras Higueras, el pibe de las inferiores que le pega con un balustrín al esférico y está pidiendo la posibilidad de inscribirse en la historia grande de sus colores. Audaz el mocoso, ya estrelló un tiro libre en el palo contra Quilmas, dándole desde esta misma posición, pegándole de chanfle interno de derecha por el lado de afuera de la barrera, lo que no sería a mi juicio una mala opción para el remate. 

“Dejámelo a mí”, parece decir Martincito. O mejor diría: “Déjemelo a mí, señor Tucho, que yo le doy de chanfle por afuera y a cobrar”, le está diciendo. “No, dejámelo a mí, pibe”, parece contestarle Tucho ahora, sacándolo, apartándolo del lugar de la ejecución con la autoridad que sólo brindan los años y las mil batallas ganadas: “Dejámelo a mí que la responsabilidad de este tiro libre es muy grande y solamente yo, en este equipo de novatos, puedo absorber toda la presión del estadio”. ¡Y es una caldera el estadio, señores, en tanto se dilata la sempiterna ceremonia de la barrera! “No –insiste Martincito-, usted pateó los últimos ocho tiros libres y no le acertó ni siquiera al arco. No puede seguir jugando sólo con su nombre y con la leyenda de su nombre”. Tucho toma la pelota ahora con sus manos y la ubica cuidadosamente sobre el césped como si el esférico de cuero contuviese sobre el césped como si el esférico contuviese diez mil kilos de trinitrotolueno. “¡A un lado! –ruge-. ¡Soy el capitán y el ídolo y llevo convertidos más de veinticinco goles de tiro libre en toda mi carrera!” “Sí –insiste Martín Falero, obcecado-, pero usted ya tiene treinta y cuatro años, hace mucho que no convierte y sus músculos y su cerebro sienten indudablemente el esfuerzo de ochenta y nueve minutos de un partido intenso, jugado con dureza pero con hombría por ambos bandos sobre un piso mojado por la lluvia de la víspera”. “¡No me compliquen el partido!”, truena ahora seguramente Daniel Cucciola. Cae un petardo. ¡Tranquilos, muchachos, terminemos este partido en paz! 

Cucciola ya tiene el silbato en la boca. “No soportaré impertinencias –le dice Tucho a Martincito-. He ejecutado todas las jugadas de pelota parada y no habrá de ser ésta una excepción”. “¡Lo que pasa es que usted no quiere que surja ninguna figura que pueda eclipsarlo!”, le dice en este momento Martín Falero con la misma frescura, con el mismo atrevimiento, con la misma audacia porteril con que enfrenta a sus rivales en el campo de juego: “Usted sabe bien que está en el ocaso de su carrera y se aferra a los restos de prestigio que le quedan a costa de la frustración y el anonimato de todos los muchachos jóvenes como yo –o como Ruiz Peña, el voluntarioso lateral de la cuarta- que tratan, honesta y forzadamente, de ganarse un lugar en los titulares de los diarios”. “¿Cómo puedes decirme eso, Martín –le reprocha Tucho ahora, herido-, cuando fui yo el que te recomendó a la dirección técnica para que te promovieran a primera?¡Fui yo el que le indiqué a don Mingo Montura que te hiciera practicar con los del primer equipo!” “¡Sí –grita entonces Martincito, descontrolado-. ¡Sí! ¡Para que fuéramos nosotros, los pibes, los que corriéramos por todo lo que usted no corre en la mitad de la cancha. Para eso nos quiere. Para eso nos hizo ascender. Para poder usted seguir con ese toque fino e intrascendente, el lujo vano, el ornato inútil, el artificio que llena los ojos pero no concreta, mientras nosotros echamos los hígados en el campo recuperando la pelota. Para eso nos promueve!” “Cría cuervos…”, parece musitar en estos momentos el veterano Tucho, “has aprendido de mí, he sido tu espejo, te he señalado cada lugar de la cancha que debes ocupar sin pedirte nada a cambio”. “Está usted acabado, Tucho –lastima ahora Martín, con lágrimas en los ojos-. Terminado. Alguien tenía que decírselo”. “Y si tú corres por lo que yo no corro –indica Tucho- es simplemente porque no tienes talento para otra cosa. No corres por ser oven y generoso, Martincito. Corres porque sólo eres un vulgar picapiedras que no sabe hacer otra cosa. Tendrá cincuenta y dos años y seguirás corriendo. Te ha sido negada la gracia del talento o de la creación”. “La hinchada ya no lo soporta, señor Tucho –dispara Martín-. 

Lo que siente la hinchada por usted no es respeto, es lástima, pena, conmiseración”. “Yo te llevé a vivir a mi departamento –recuerda Tucho- para sacarte de aquella pensión miserable donde vivías cuando llegaste de Tres Higueras”. “Nuestra hincada es, ante todo, un sentimiento –dice Martín-. Y así como es vibrante y pasional para algunas cosas también sabe mantener un piadoso respeto para quines fueron grandes tiempo atrás y hoy se derrumban como un endeble castillo de naipes”. “Vivías en una pieza sin ventanas, Martín, junto a otros siete muchachos soñadores –reitera Tucho-. Y yo te llevé a mi departamento”. “¡Para que compartiera los gastos centrales, miserable!”, se enerva Martín. “Para eso me llevó, para que pagara la mitad de los estipendios”. “¡Juego, señores, juego!”, reclama airado el árbitro Daniel Cucciola, quien ya ha llegado al límite de su paciencia. “¡Yo lo llevé a mi departamento, señor árbitro!”, le dice Tucho Saliadarré a Cucciola. “¡Y ahora, a mi edad, debo soportar esto! ¡Le di un techo, le di de comer!”. “¡Y me echó, también, señor juez!” “¿Lo echó?”, se interesa el árbitro, sí, por ese tema tan suyo. “¡Me echó como a un perro, porque envidia mi juventud, mi empuje, no soporta que me hagan más notas periodísticas que a él!” “¡Lo mismo ocurre en nuestro equipo con Marcón!”, se escucha una voz que surge de entre los jugadores de River que, curiosos, rodean a los litigantes. “¡También Marcón tapona la subida de los pibes de la tercera!”, agrega la voz. “¿Hasta cuándo, Dios mío, va a continuar robando?” “¡Lo eché por sucio!”, vocifera Saliadarré, desencajado. “¡Lo eché por sucio y desordenado! ¡Porque dejaba el baño a la miseria, porque no tiraba la cadena, porque no lavaba sus medias de fútbol ni sus suspensotes, porque se cortaba las uñas de los pies y dejaba las uñas tiradas sobre la alfombra! ¡Por todo eso lo eché, señor juez!” “¡Mentira, mentira –salta Martincito-, me echó porque su novia, Luciana, venía al departamento y sólo tenía ojos para mí, en vez de escucharlo a él contar sus estúpidas e inventadas hazañas futbolísticas! ¡Luciana hablaba más conmigo que con él, harta de su pedantería, sabiendo que ya a su edad, lo único que podía hacer era hablar1” “¿Qué quieres insinuar, miserable?”, grita ahora, fuera de control, Tucho. “¡Lo que todos saben, que sus energías han menguado, que ya no son las mismas de veinte años atrás, y que desde el comienzo del Apertura le están atrayendo mucho más las amistades masculinas que las femeninas!” ¡Tucho se abalanza sobre Martín Falero, señores, deténganlo muchachos porque se van los dos de la cancha, Cucciola tiene la mano sobre el bolsillo izquierdo de su camisa! “¿Cómo puedes decir semejante barbaridad, proferir tan terrible bajeza!”, clama ahora Saliadarré. “¡Todos lo saben, todo el mundo lo dice!”, insiste Martincito. 

“¿Quién, quién te lo ha dicho?” “¡Él, por ejemplo!”, señala Martín, el brazo estirado hacia Damián Pedro Alsina, el recio ‘stopper’ riverplatense. “¡Se lo ha estado diciendo a usted todo el partido, lo ha seguido por las más inaccesibles regiones del área, pegado a sus espaldas como una sombra, musitándoles al oído una y mil veces que es usted un homosexual pervertido y escandaloso y que le iba a romper el fémur de una patada apenas lo viese intentando ingresar en el área!” ¡Tucho Saliadarré clava en este angustioso tiempo de descuento que ya estamos viviendo su mirada aguda en los ojos del defensor acusado y se lanza sobre él como un tigre! “¿Vos dijiste eso?”, lo apura, rojo de indignación. “A mí me lo dijo el Tito”, retrocede Alsina, señalando, a su vez, a Meroni, el longilíneo ‘goalkeeper’, quien observa la escena desde el arco. “¿Vos dijiste eso?”, grita Saliadarré al arquero, sin avanzar hacia él, paralizado junto a la pelota como si la magnitud de la infamia que se teje sobre su pundonor y buen nombre lo hubiese privado de la posibilidad de moverse. Tito Meroni enarca sus cejas, balbucea una respuesta, se alza de hombros, se señala hacia el pecho con ambas manos recubiertas por los mullidos guantes, camina hacia el tumulto agrupado cerca de su área. 

“¿Vos dijiste eso?”, vuelve a interrogar con voz quebrada Saliadarré, como si no pudiera creerlo. “Es que… -procura articular el arquero, ya casi sobre la línea del área- son cosas que uno escucha…” ¡Y, atención, atención, atención, remata Tucho hacia los palos… y gol… gol… gol… gol…! ¡Gooooooooooool!, es gol de Independiente, gooooool de Independiente! ¡Le pegó de improviso Tucho Saliadarré con la capellada de su botín zurdo, recto y seguro hacia el medio del arco sin custodia y anidó la pelota en las mallas decretando el tanto del empate entre el griterío formidable de su gente y la congoja entendible de los locales! ¡Reclaman enardecidos los riverplatenses pero ya corre el árbitro Daniel Cucciola hacia el medio de la cancha convalidando el tanto que les sirve, vaya si les sirve, a los visitantes para llevarse un punto de oro de un encuentro que pintaba para un seguro contraste! ¡Y ya se acaba el partido, señores! ¡Se acaba el partido, mis amigos! ¡Todavía se abrazan los jugadores visitantes tras la obtención del gol, formando una pirámide humana frente a la tribuna de su parcialidad, sepultando muy especialmente a Tucho Saliadarré y a Martín Falero, quienes fueron los primeros en estrecharse en un abrazo! ¡Otra vez el viejo truco de la controversia interna, la vieja jugarreta de los afectados despechados! ¡Va a sacar del medio el equipo local! ¡Moverá Tocalli para Jiménez! “Tocámela que tenemos que ir urgente por la victoria”, parece decir Giménez. “No puede ser que seamos tan giles”, parece contestar el rubio centrodelantero de la franja roja. Toca Tocalli para Giménez…

Roberto Fontanarrosa

"Gallardo Pérez, Referí" de Osvaldo Soriano.

Cuando yo jugaba al fútbol, hace más de veinte años, en la Patagonia, el refería era el verdadero protagonista del partido. Si el equipo local ganaba, le regalaban una damajuana de vino de Río Negro; si perdía, lo metían preso. Claro que lo más frecuente era lo de la damajuana, porque ni el referí, ni los jugadores visitantes tenían vocación de suicidas.
Había, en aquel tiempo, un club invencible en su cancha: Barda del Medio. El pueblo no tenía más de trescientos o cuatrocientos habitantes. Estaba enclavado en las dunas, con una calle central de cien metros y, más allá, los ranchos de adobe, como en el far-west. A orillas del río Limay estaba la cancha, rodeada por un alambre tejido y una tribuna de madera para cincuenta personas. Eran las "preferenciales", las de los comerciantes, los funcionarios y los curas. Los otros veían el partido subidos a los techos de los Ford A o a las cajas de los camiones de la empresa que estaba construyendo la represa.

Todos nosotros estábamos bajo el influjo del maravilloso estilo del Brasil campeón del mundo, pero nadie lo había visto jugar nunca: la televisión todavía no había llegado a esas provincias y todo lo conocíamos por la radio, por esas voces lejanas y vibrantes que narraban los partidos. Y también por los diarios, que llegaban con cuatro días de atraso, pero traían la foto de Pelé, el dibujo de cómo se hacía un cuatro-dos-cuatro y la noticia de la catástrofe argentina en Suecia.

Yo jugaba en Confluencia, un club de Cipolletti, pueblo fundado a principios de siglo por un ingeniero italiano que tenía un monumento en la avenida principal. Todavía las calles no habían sido pavimentadas y para ir al fútbol los domingos de lluvia había que conseguir camiones con ruedas pantaneras.

Confluencia nunca había llegado más arriba del sexto puesto, pero a veces le ganábamos al campeón. Muy de vez en cuando, pero le dábamos un susto.

Ese día teníamos que jugar en la cancha de Barda del Medio y nunca nadie había ganado allí. Los equipos "grandes" descontaban de sus expectativas los dos puntos del partido que les tocaba jugar en ese lugar infernal. Los muchachos de Barda del Medio, parientes de indios y chilenos clandestinos, eran tan malos como nosotros suponíamos que eran los holandeses o los suecos. Eso sí, pegaban como si estuvieran en la guerra. Para ellos, que perdían siempre por goleada como visitantes, era impensable perder en su propia casa.

El año anterior les habíamos ganado en nuestra cancha cuatro a cero y perdimos en la de ellos por dos a cero con un penal y piadoso gol en contra de Gómez nuestro marcador lateral derecho. Es que nadie se animaba a jugarles de igual a igual porque circulaban leyendas terribles sobre la suerte de los pocos que se habían animado a hacerles un gol en su reducto.

Entonces, todos los equipos que iban a jugar a Barda del Medio aprovechaban para dar licencias a sus mejores jugadores y probar a algún pibe que apuntaba bien en las divisiones inferiores. Total, el partido estaba perdido de antemano.

El referí llegaba temprano, almorzaba gratis y luego expulsaba al mejor de los visitantes y cobraba un penal antes de que pasara la primera hora y la tribuna empezara a ponerse nerviosa. Después iba a buscar la damajuana de vino y en una de ésas, si la cosa había terminado en goleada, se quedaba para el baile.

Ese día inolvidable, nosotros salimos temprano y llevamos un equipo que nos había costado mucho armar porque nadie quería ir a arriesgar las piernas por nada. Yo era muy joven y recién debutaba en primera y quería ganarme el puesto de centro delantero con olfato para el gol. Los otros eran muchachos resignados que iban para quedarse en el baile y buscar una aventura con las pibas de las chacras.

Después del masaje con aceite verde, cuando ya estábamos vestidos con las desteñidas camisetas celestes, el referí Gallardo Pérez, hombre severo y de pésima vista, vino al vestuario a confirmar que todo estuviera en orden y a decirnos que no intentáramos hacernos los vivos con el equipo local. Le faltaban dos dientes y hablaba a tropezones, confundiendo lo que decía con lo quería decir.

Le dijimos -y éramos sinceros- que todo estaba bien y que tratara, a cambio, de que no nos arruinaran las piernas. Gallardo Pérez prometió que se lo diría al capitán de ellos, Sergio Giovanelli, un veterano zaguero central que tenía mal carácter y pateaba como un burro.

Ni bien saludamos al público que nos abucheaba, el defensa Giovanelli se me acercó y me dijo: "Guarda, pibe, no te hagas el piola porque te cuelgo de un árbol". Miré detrás de los arcos y allí estaban, pelados por el viento, los siniestros sauces donde alguna vez habían dejado colgado a algún referí idealista. Le dije que no se preocupara y lo traté de "señor". Giovanelli, que tenía un párpado caído surcado por una cicatriz, hizo un gesto de aprobación y fue a hacerles la misma advertencia a los otros delanteros.

La primera media hora de juego fue más o menos tranquila. Empezaron a dominarnos pero tiraban desde lejos y nuestro arquero, el Cacho Osorio, no podía dejarla pasar porque habría sido demasiado escandaloso y nos habrían linchado igual, pero por cobardes. Después dieron un tiro en un poste y el Flaco Ramallo sacó varias pelotas al córner para que ellos vinieran a hacer su gol de cabeza.

Pero ese día, por desgracia, estaban sin puntería y sin suerte. Todos hicimos lo posible para meter la pelota en nuestro arco, pero no había caso. Si el Cacho Osorio la dejaba picando en el área, ellos la tiraban afuera. Si nuestros defensores se caían, ellos la tiraban a las nubes o a las manos del arquero.

Al fin, harto de esperar y cada vez más nervioso, Gallardo Pérez expulsó a dos de los nuestros y les dio dos penales. El primero salió por encima del travesaño. El segundo dio en un poste. Ese día, como dijo en voz alta el propio referí, no le hacían un gol ni al arco iris.

El problema parecía insoluble y la tribuna estaba caldeada. Nos insultaban y hasta decían que jugábamos sucio. Al promediar el segundo tiempo empezaron a tirar cascotes.

El escándalo se precipitó a cinco o seis minutos del final. El Flaco Ramallo, cansado de que lo trataran de maricón, rechazó una pelota muy alta y yo piqué detrás de Giovanelli, que retrocedía arrastrando los talones. Saltamos juntos y en el afán de darme un codazo pifió la pelota y se cayó. La tribuna se quedó en silencio, un vació que me calaba los huesos mientras me llevaba la pelota para el arco de ellos, solo como un fraile español.

El arquerito de Barda del Medio no entendía nada. No sólo no podían hacer un gol sino que, además, se le venía encima un tipo que se perfilaba para la izquierda, como abriendo un ángulo de tiro. Entonces salió a taparme a la desesperada, consciente de que si no me paraba no habría noche de baile para él y tal vez hasta tendría que hacerme compañía en el árbol de fama siniestra. Él hizo lo que pudo y yo lo que no debía. Era alto, narigón, de pelo duro, y tenía una camiseta amarilla que la madre le había lavado la noche anterior. Me amagó con la cintura, abrió los brazos y se infló como un erizo para taparme mejor el arco. Entonces vi, con la insensatez de la adolescencia, que tenía las piernas arqueadas como bananas y me olvidé de Giovanelli y de Gallardo Pérez y vislumbré la gloria.

Le amagué una gambeta y toqué la pelota de zurda, cortita y suave, con el empeine del botín, como para que pasara por ese paréntesis que se le abría abajo de las rodillas. El narigón se ilusionó con el driblin y se tiró de cabeza, aparatoso, seguro de haber salvado el honor y el baile de Barda del Medio. Pero la pelota le pasó entre los tobillos como una gota de agua que se escurre entre los dedos.

Antes de ir a recibirla a su espalda le vi la cara de espanto, sentí lo que debe ser el silencio helado de los patíbulos. Después, como quien desafía al mundo, le pegué fuerte, de punta, y fui a festejar. Corrí más de cincuenta metros con los brazos en alto y ninguno de mis compañeros vino a felicitarme. Nadie se me acercó mientras me dejaba caer de rodillas, mirando al cielo, como hacía Pelé en las fotos de El Gráfico.

No sé si el referí Gallardo Pérez alcanzó a convalidar el gol porque era tanta la gente que invadía la cancha y empezaba a pegarnos, que todo se volvió de pronto muy confuso. A mí me dieron en la cabeza con la valija del masajista, que era de madera, y cuando se abrió todos los frascos se desparramaron por el suelo y la gente los levantaba para machucarnos la cabeza.

Los cinco o seis policías del destacamento de Barda del Medio llegaron como a la media hora, cuando ya teníamos los huesos molidos y Gallardo Pérez estaba en calzoncillos envuelto en la red que habían arrancado de uno de los arcos.

Nos llevaron a la comisaría. A nosotros y al referí Gallardo Pérez. El comisario, un morocho aindiado, de pelo engominado y cara colorada, nos hizo un discurso sobre el orden público y el espíritu deportivo. Nos trató de boludos irresponsables y ordenó que nos llevaran a cortar los yuyos del campo vecino.

Mientras anochecía tuvimos que arrancar el pasto con las manos, casi desnudos, mientras los indignados vecinos de Barda del Medio nos espiaban por encima de la cerca y nos tiraban más piedras y hasta alguna botella vacía.

No recuerdo si nos dieron algo de comer, pero nos metieron a todos amontonados en dos calabozos y al referí Gallardo Pérez, que parecía un pollo deshuesado, hubo que atenderlo por hematomas, calambres y un ataque de asma. Deliraba y en su delirio insensato confundía esa cancha con otra, ese partido con otro, ese gol con el que le había costado los dos dientes de arriba.

Al amanecer, cuando nos deportaron en un ómnibus destartalado y sin vidrios, bajo la lluvia de cascotes, nuestro arquero, el Cacho Osorio, se acercó a decirme que a él nunca le habrían hecho un gol así. "Se comió el amague, el pelotudo", me dijo y se quedó un rato agachado, moviendo los brazos, mostrándome cómo se hacía para evitar ese gol.

Cuando se despertó, a mitad de camino, Gallardo Pérez me reconoció y me preguntó cómo me llamaba. Seguía en calzoncillos pero tenía el silbato colgando del cuello como una medalla.

-No se cruce más en mi vida -me dijo, y la saliva le asomaba entre las comisuras de los labios-. Si lo vuelvo a encontrar en una cancha lo voy a arruinar, se lo aseguro.

-¿Cobró el gol? -le pregunté. -¡Claro que lo cobré! -dijo, indignado, y parecía que iba a ahogarse- ¿Por quién me toma? Usted es un pendejo fanfarrón, pero eso fue un golazo y yo soy un tipo derecho.

-Gracias -le dije y le tendí la mano. No me hizo caso y se señaló los dientes que le faltaban.

-¿Ve? -me dijo-. Esto fue un gol de Sívori de orsai. Ahora fíjese dónde está él y dónde estoy yo. A Dios no le gusta el fútbol, pibe. Por eso este país anda así, como la mierda.

Osvaldo Soriano

¡Estallo la primavera!

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El Antiequipo de la semana (20/09)

Arriba: Fernando Muslera (Arquero del Galatasaray, colador, se comió todos los amagues); Roberto Ayala (ex manager de Racing, desocupado, cogornista); Daniel Angelici (Presidente de Boca, licenciado de licencia); Ramón Díaz (Entrenador de River, meado por los árbitros); Ángel Cappa (vendehumo profesional); Ricardo Rezza (Entrenador de Villa San Carlos, agitador, vendehumo); Violentos en el fútbol (termos).

Abajo: Gastón Cogorno (Presidente de Racing, ex amigo de Rodolfo Molina); Rodolfo Molina (Ex presidente de Racing, ex amigo de Gastón Cogorno); Javier Cantero (Presidente de Independiente, desdichado, desafortunado, tiene menos suerte que Kenny de South Park); Julio Ricardo (Comentarista confundido)

Selección
Comenzó la Champions League y uno que no la paso nada bien, fue Fernando Muslera, al arquero uruguayo del Galatasaray. Le metieron goles de todos los colores y un tal Cristiano se floreo, un poco más y hasta le termina haciendo un pibe. Semana complicadísima para Racing, más aun con la derrota frente a Newell’s, en la semana fue cesanteado el manager, Roberto Ayala, a quien desde el entorno de Rodolfo Molina no lo bancaban ni medio y vieron en su despedida, un buen motivo para “restarle” poder al presidente Gastón Cogorno. Lo cierto es que el “ratón” Ayala trajo a Zubeldia que si bien promovió bastante juveniles, no le fue bien, ahora trajo a Ischia que esta más perdido que Ricardo Fort en un recital de Cannibal Corpse. La realidad indica que Cogorno y Molina están peleados a muerte, y a pesar de esta profunda división, coinciden en una cosa: en hundir a Racing. Otro presidente que no la está pasando bien, es Daniel Angelici, encima justo en el medio del bardo sobre si se juega o no con público visitante el superclásico, se tomó licencia, algunos dicen que estando presente o de licencia es lo mismo, total no hace una goma por el club. Y Ramón Díaz viene acumulando una serie de fallos adversos con todos los árbitros, últimamente el riojano se viene quejando del arbitraje (en algunos casos con suma razón) argentino, sin embargo contra la Liga de Loja también lo perjudicaron. Ramón es como Britney Spears, se le termino cayendo el culo. Y para colmo de males, salió al cruce de Ángel Cappa, quien la semana pasada había afirmado que la identidad de River se redujo al de un equipo de la C. Ramón al mejor estilo Chilavert, salió a preguntarle a don Ángel “¿Qué gano?”. Cappa aún no respondió, pero esto promete varios capítulos más.
Ricardo Rezza intento meterle algo de pimienta al partido que San Carlos jugaba contra Independiente, tal vez por eso salió a agitar y a decir a los cuatro vientos que le iban a ganar por 2-0 al rojo. Cosa que no sucedió y Montenegro le hizo un gol. No más preguntas su señoría. Fue una semana cargada en cuanto a hechos de violencia. Los violentos parecen que volvieron —bah, nunca se fueron— Aparecieron algunas pintadas alrededor de la cancha de Boca, las cuales afirmaban que si no hay público visitante en el superclásico, iba a haber balas. Luego aparecieron otras pintadas. En Rosario, en cambio, aparecieron pintadas en contra del equipo, el cual no viene teniendo un buen desempeño en este inicial. Luego otras amenazaron al equipo diciendo que Central vale más que la vida de esos jugadores, dirigentes minimizaron el asunto, pero ayer balearon la cancha. Desde que asumió como presidente de Independiente, Javier Cantero está teniendo peor suerte que Kenny en South Park. Primero estuvieron las constantes peleas con la barra, luego con el promedio, después vino el descenso y ahora Cantero fue citado a indagatoria por presunta defraudación. Por el tema de la triangulación y eso. Por ultimo aparece Julio Ricardo… ¿Hay que aclarar porque esta acá?

En el Banco de Suplentes:
Antonio Mohamed
Jürgen Klopp
El Plantel camarillero de Tigre

Klopp se saca ¡Klopp!


Esto paso ayer en el primer partido de esta Champions, que jugaba el sub-campeón actual, El Borussia Dortmund contra el Napoli. Partido que gano el conjunto italiano dos por uno. Sin embargo en el primer gol de Higuain, el hipster alemán se iba a "sacar" un poquito con el cuarto árbitro, según puede verse en el video. La cosa fue que al momento del gol, Subotic —defensor del Dortmund— estaba siendo atendido por un corte ¿Por qué se enojo Klopp? Porque según él, Subotic ya estaba OK pero el cuarto arbitro lo mando de vuelta a atenderse porque "tenia un poco de sangre todavía". Con la calentura que le agaro a Klopp, aasi se lo come crudo, emulando así a su coterráneo, el Caníbal de Rotemburgo.


Afirman que el Cogornismo y el Molinismo en Racing, solo coinciden en una cosa: En mandarse cagadas.

Dividido. Así estaría
la política en Racing
Recrudecieron las internas en Racing y esto se cobró el puesto de Roberto Ayala quien se desempeñaba como Manager de la institución. Otro que presento su renuncia fue el secretario Leandro Rodríguez Hevia y según se rumorea, habrá más renuncias en las próximas horas. “Hay una división muy marcada en Racing, entre Cogornistas y Molinistas, es una pelea encarnizada para ver quien le hace más daño a Racing” comenta un cogornista que antes era molinista, pero que antes supo ser Lalinista. Lo cierto y según fuentes de la Academia, se adelantarían las elecciones para poder ponerle un punto final a esta división. “Todo bien con Ayala, es un gran tipo, pero eligiendo jugadores y técnicos le erro más que la fundación del nobel dándole un premio nobel a Obama, ahora el puesto de manager está vacante, lo cual es lo mismo que si estuviera Ayala”  confirma un molinista que apoyo al cogornismo, pero que antes paso por el detomassismo. Esta crisis política en Racing es de larga data, pero con el mal desempeño del equipo en el torneo inicial, la bomba explotó ahora.

La interna en Racing está más caliente que los hinchas del mismo equipo con todos los dirigentes. “Que Cogorno y Molina se vayan a la concha de su madre”, es la frase más escuchada entre los simpatizantes de la academia. “Si hay algo en el que el Cogornismo y el Molinismo se ponen de acuerdo es en mandarse cagadas a granel, pueden estar enfrentados en todos los temas pero siempre en conjunto se mandan alguna cagada en contra del club” confirma un dirigente miembro del 2% que no esta ni con Cogorno ni con Molina. “Uno de los grandes logros de Cogorno fue el descenso de Independiente, bueno está bien, Racing no hizo nada para mandar al rojo al descenso y encima perdió el clásico pero desde el 2001 que no teníamos una alegría, hermano y lo logramos en la gestión de Cogorno” confirma un dirigente del cogornismo. “La gestión del señor Cogorno es la más exitosa de la historia. Pero claro, ganamos 12 títulos del Amateurismo, eso de que fue entre 1891 y 1930 y que la AFA lo reconoció ahora, es solo un detalle cronológico. Ningún otro presidente logro tantos éxitos” confía un cogornista de la primera hora del 27 de diciembre del 2011.


¿De qué te ponés contento?

 Yo la verdad es que no te entiendo Cacho, la verdad que no te entiendo. Ni a vos, ni a todos aquellos que van a una cancha. O a esos hincha...


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